Cuando él me lanzó esa frase y dilapidó mi adolescencia, su abuelo materno, un buen hombre junto al cual recuerdo comer gusanitos viendo el gordo y el flaco, aún no se había ahorcado de una biga en la cochera de la casa y, evidentemente, su madre aún no se lo había encontrado colgando, faltaban todavía algunos años para ello.
Yo, me reconozco en la foto y con ella verifico que hubo otra época anterior a que yo escuchase aquello. Veo que tengo el pelo largísimo y recogido por una coleta, que hablo con Esa y por lo tanto la instantánea me coge de perfil y que llevo puestos poco más de cuatro años y lo que pudiera pasar por ser un pijama. Yo, le quería a él y a ningún otro, fue el primero y sólo hay uno y así fue durante años; el mundo se me terminaba tras verle sonarse los mocos.
Él, que siempre ignoró su daño y mi amor, me muestra la foto ahora, y lo hace divertido, del mismo modo que me mostró el año pasado las seis marchas de su deportivo. Aquella noche, antes de seguirle el rollo y subirme a su auto, le vi cómo despachaba a su novia y le vi venir sin moco de ninguna clase y de tanto estirar la noche calentándole la polla salió el sol por la mañana y tuvo que acostarse con la misma de siempre. Recuerdo que le dejé comerme la boca un par de veces porque quería ver a qué sabía. Todo lo demás que hice fue martirizarle.
No habíamos vuelto a hablar desde ese capítulo del año pasado y ahí estaba de nuevo, feliz de la vida, y me enseña la foto para ver si soy capaz de encontrarme en ella y, mientras yo sonrío preguntándole quiénes son algun@s de los que aparecen con nosotros en la imagen, afirmo que todos hemos cambiado mucho pero lo que estoy realmente pensando es que, por aquel entonces, él ya apuntaba a hijo de perra y yo a pardilla itinerante. Bastaba con echarnos un vistazo.
Horas después me encuentro, pensando en todo esto y en más, en el coche de Mario.
Aunque la noche es oscura, Mario reconoce todos y cada uno de los coches que pasan a unos trescientos metros de donde nos encontramos. Nadie parece percatarse que allí estamos puesto que sólo enciendo la luz para quemar y posteriormente liar, después la apago. Me cuenta quiénes son los conductores y sus parejas, -tod@s conocidos de ambos-. Sabemos y/o entendemos que están moviéndose por los caminos en busca de un buen paraje donde echar un polvo y lo que, de primeras, pudiera suscitarnos envidia, se convierte en una puta pena cuando vemos que algunos regresan en cuestión de veinte minutos y, sobre todo, cuando Mario me hace conocedora de algunos detalles de sus vidas. Llega a decirme que prefiere estar allí conmigo a que le jodan la suya por ahí.
Por otra parte, prácticamente toda la gente con la que me detengo a hablar me pregunta por Fran aún desconociendo que éste pasará el fin de año en mi casa. Tod@s me preguntan y a mí se me ha olvidado el día en que vuelve. Les miro a los ojos y, muy tranquilamente, les digo la verdad, que no recuerdo cuándo me dijo que regresaba ya que siempre me habla de unas cosas y de otras hasta que me pierdo.
Vergüenza, sí, ese es el resumen de este fin de semana.