Hace algunas mediodías que me preguntó por mi talla de pantalón pero en letra y desde entonces sonrío a la vida como nunca.
Y me hago preguntas. Si será un regalo y, de serlo, si serán rojos, verdes, negros, azules o amarillos. Si me van a quedar bien o si no me van a gustar. Después me contesto que me van a gustar mucho y que pienso conservarlos como oro en paño.
Desde su pregunta nos hemos vuelto a ver. Pasé con él la tarde y parte de la noche y no recibí pantalón alguno. Eso me hizo preguntarme si acaso asemejaba mi talla con la de otra persona, pero no se lo he preguntado. Ya con las dos entradas para el concierto guardaditas en una carpeta estoy tan contenta que nada más importa.
Pude comprobar, tanto por la tarde como por la noche, cómo me observaba mientras yo sonreía a diestro y siniestro. Otras veces, a su lado, no había reparado en esto. Esta vez estuve muy entretenida hablando con unos y otras por lo que tan pronto le sorprendía mirándome a dos metros o desde fuera, por la ventana, porque salía a fumar. Y era sereno su mirar, miraba por gusto.
Siguieron pasando las horas, cambiamos de sitio y antes de sentarnos a cenar con los demás me pidió que le llevase a casa porque no se encontraba bien. Habíamos hablado poco y en el camino me explicó que llevaba así un par de horas y no mejoraba. También dijo que había planeado pasar esa noche conmigo y que sentía no poder explicarme qué le ocurría.
Regresé y procuré hablar y beber con todo el mundo. Acompañaban mi sonrisa y no me dejaban pagar nada. Belén vino dos veces con prisas para llevarme con los demás a la mesa. La tercera vez vino Bea al ser mi diálogo con el Rufo, todavía la gusta aunque viva con otro y no me lo diga. Bebí tanto y hablé tan deprisa que Mario decidió conducir mi coche y no recuerdo nuestra conversación de vuelta. A la mañana siguiente tenía un mensaje de Él, preguntándome cómo había llegado y hablando de sus paseos obligados al retrete.