Aparte de su recién afeitado, los kilos que ha perdido y su forma de mirarme, también me gusta paladear palabras. Paladeo palabras como bangladesh, mandamiento, tigre de bengala, hecatombe, malaui, convaleciente, sublime. Todas ellas y algunas otras, como follándonos, van al paladar.
Me mira. Me mira e intenta celarme, pero lo que es follar tampoco follamos. Y yo, como una noche hablo con él diez minutos y la noche siguiente quince, pienso que en la tercera no serán menos de veinte. Me equivoco al pensar, como siempre.
No me cuenta nada nuevo, casi todo lo que sale de su boca ha salido otras muchas veces. No me dice nada interesante, ni mucho menos bonito. Continúa sin explicarme a qué juega y si se está jugando algo.
Después, Susana resume que ambos hemos pasado la noche intercambiándonos los ojos y que si yo llevase escote podría jurar que se asomaba para verme las tetas. Unos resucitan al tercer día y otros enmudecen. En definitiva, me hago vieja esperándole.
3 comentarios:
Pues sí, vas a acabar vistiendo santos.
Es mejor apegarse a las dudas que dirigir totalmente nuestro consentimiento a simples palabras vacías generadas por la ignorancia.
Eso dice Manuel Jots, y yo añado que prefiero vestir santos mejor que desnudar gilipollas. Y dudo, si poner coma antes o después de gilipollas, en cursiva.
Mejor antes, ya que seré el último al que desearías desnudar.
Dices bien: antes soltera con buen gusto, que casada con un fantasma.
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