La gran mayoría de las conversaciones que se desarrollan a mi alrededor, por no decir todas y cada una, siguen sin interesarme lo más mínimo. Hoy el día giraba en torno a la boda de la duquesa de alba, ante lo cual simulo cara de asombro comentando que es miércoles, y la pelea entre dos compañeras de clase en su afán de ver quién es más chula, posicionándome en el lado de la indiferencia.
Son ya más de dos semanas las que llevo intentando habituarme a un horario para desquiciados y todavía no lo he conseguido. En el fondo tengo suerte, la única persona a la cual salvaría de la supuesta quema que me dejasen hacer procura sentarse a mi lado, tiene manos de futuro pianista y se llama Jose. La última vez que alguien consiguió llamar mi atención ocurrió en blanco y negro y es razón suficiente para agradecer este nuevo hallazgo.
Mientras el profesor hablaba acerca de la densitometría ósea y la gammagrafía en tres fases, Jose me preguntó cómo he llegado hasta aquí aportándome explicaciones de su quehacer diario y mostrándome un esquema gestual mediante el cual terminé imaginándonos a ambos follando sobre la mesa. Sí, no me importaría follármelo, y no porque acuda a clase en bicicleta, venga del conservatorio o hable tan bien y tan bajito. Tampoco por tener los ojos tristes, ese culo o vivir en la avenida de Barcelona. Simplemente me apetece, con el paso de los días me sorprende que me siga apeteciendo y punto.
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