Tengo un nuevo vicio que consiste en pensar varias veces al día que la gente es gilipollas.
Lo pienso todas y cada una de las veces que resuena el arrastre de sillas en la biblioteca. También lo pienso muchas de las tardes que salimos a fumar a la calle y nos juntamos más de dos, casi siempre que leo las noticias de facebook, cuando termino de leer los sms de Luis Alfredo o cada vez que tengo que repetir algo a quien no escucha. Supongo que cualquiera que lea esto pensará que yo también soy gilipollas y no está muy lejos de la verdad.
No estoy bien, no estoy bien. Estoy muy mal, estoy muy mal.
Una de mis compañeras de piso no deja de traer homosexuales a casa y es la primera noche, que no la última, que me traigo la cena a la habitación. No entiendo su idioma, esta nueva forma de hablar que han inventado repleta de politonos: ¿hola?, ¿perdona?, yo si no se qué no se cuánto paso. Albergo cierto odio dentro de mí, quizá porque maldigo mis propios veinticinco años y mis pocas ganas de entrar en zara.
Ángel ya cumplió los treinta y uno la semana pasada y no dejé de felicitarle en todo el día, pero ni me has contestado tú ni él tampoco. Por momentos deseo un precipicio sin muerte abajo para tirarme y, en otras ocasiones, me río hasta que me duele la barriga. La otra noche el Barça volvió a ofrecer un baño de fútbol en la castellana y no sentí gran cosa. Me tiene que llamar alguna que otro de mis hermanos ya que yo no llamo nunca a nadie.
Estoy muy mal acostumbrada, quizá debería pasar hambre o partirme una pierna.
He pensado varias veces en anarcosindicarme y sólo me lo impide el miedo a doblar la esquina, entrar en la sede y toparme con gilipollas del montón en el interior. Por contra, esta falta de amor propio y de sensatez me ha llevado hoy a la peluquería. Sigue existiendo en mí una especie de necesidad de encontrar a alguien con quien hablar de Siria o de Hugo Chávez sin que me entren ganas de matar, que es lo que me ocurre con un Fran que cada vez está más cerca de casarse y más lejos de mis preferencias de diálogo.
Me estoy habituando a la idea de permanecer sola el resto de mis días, dadas las circunstancias. No es algo que me preocupe, aunque sí es algo que voy viendo muy probable. Ojala no me falten nunca hermanos con los cuales despedir un año detrás de otro. Y como no puedo ser más estúpida, contemplo todavía la posibilidad de que algún día se me acerque alguien gratamente sorprendente para decirme que me ha estado observando desde lejos.
Nadie debería vivir en la miseria ni dormir por la noche sin haber fumado antes marihuana.
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