27 de abril de 2014

Una sola puerta, de tres, abierta

Tras varias horas con mi hermano Pedro en la sierra, vuelvo a casa poco antes de ponerse el sol. Entro en la cocina y meto en agua los espárragos, mi hermana Mayor se encargará de cocerlos. Compruebo el móvil que dejé abandonado sobre la mesa y encuentro cuatro llamadas de la Sandra. La escribo diciendo que acabo de llegar y me llama enseguida. Me indica que lleva más de una hora en el bar de Mario y que suba corriendo porque también está Ángel con ellos. Doy por hecho que ellos son el novio de la Sandra y ella misma, a la cual ha robado el coche algún hijo de puta, pero se atropella explicándome que cuando ya habían conseguido conductor el propio Ángel insistió en que quería acercarles él puesto que hacía mucho tiempo que no salía del pueblo y le apetecía tomarse algo en el nuestro. Añade que finalmente de ser tres pasaron a ser tres coches y que están todos allí desde hace más de una hora.

Tras varias horas con mi hermano Pedro en la sierra respirando aire puro, es hablar con la Sandra y contaminarme de nuevo. La repito que acabo de llegar a casa y que si tienen tanta prisa por irse que se vayan a la mierda. La Sandra se ríe, pero no deseo acelerar mi ritmo ya marcado y no lo hago. Cuelgo el teléfono y escribo a Maricarmen, que también por escrito insistía mucho en verme. Un cuarto de hora después llego con el coche y lo aparco a doscientos metros de la entrada del bar de Mario. Cuando echo a andar compruebo que alguien me saluda con los brazos a lo lejos, se acerca un poco más y veo que es Maricarmen teñida de rubia. Nos damos dos besos y le hago rodearse unas siete veces alabando su también nuevo corte de pelo, no tengo ninguna prisa por llegar al bar de tanto como me duele el alma.

Andamos despacio y comprobamos que hay mucha gente en las mesas de la terraza, no distingo a nadie pero entiendo que ellos deben ser los que se encuentran en la mesa del fondo, doce o catorce gilipollas con prisas. A él ni le veo ni le oigo pero distingo alguna de las voces y son ellos. Maricarmen y yo nos acercamos hasta las mesas, ella vestida de domingo y yo de coger espárragos. Mi hermano Mayor y mi cuñada se encuentran en la mesa del medio por lo que ignoro completamente a los gilipollas y simulo alegría por ver a la familia. Justo cuando me encuentro de espaldas hablando a la gilipollas de mi cuñada de no se qué, el novio de la Sandra pasa por nuestro lado para entrar en el bar dándome un golpecito en la espalda a modo de saludo. Acto seguido, Ángel se me acerca tocándome el brazo. Sonríe, yo no recuerdo qué hago, nos damos dos besos y le pregunto alegre si está allí para lo que ya sé que está, me responde que sí y no vuelve a sostenerme la mirada durante el escaso medio minuto más que dura nuestra conversación. En ese intervalo de tiempo yo observo la cantidad de canas nuevas que pueblan sus patillas, su esquive de ojos continuo sobre los míos y la prisa sin remedio que le arrolla. Después de decirme que ya se van a tomar algo a otro bar, me despide con la mano y se aleja detrás de sus amigotes no fuesen a dejarle atrás y se perdiera. Despacho rápido a la familia y entro en el bar en el que tan sólo quedan la Sandra y Mario sin tomar nada alrededor de una mesa. Mario instantáneamente huye hacia la barra y la Sandra me pregunta antes de sentarme que si he visto a Ángel. La contesto diciendo que hubiera sido mejor no haberle visto.

Media hora después llevo en el coche a la Sandra a su casa para recoger a su niña, abandonada con los abuelos desde hace hora y media. He procurado en todo momento ocupar el tiempo hablando de todo menos de Ángel pero en el trayecto hacia su casa ella misma saca el tema y me repite que Ángel insistió en ser él quien les llevase hasta allí, aunque otro que finalmente no viajó estaba dispuesto a hacerlo. Me explica que esto iba a suceder después de comer, que su novio llamó por teléfono a Ángel para decirle que ya estaban listos para marchar y que cuando colgó le preguntó a ella si me había avisado de su llegada. Ella le indicó que no había hablado conmigo aún y entonces el novio sugirió que me llamase y me lo dijera. Cuando Ángel se acercó a recogerles les indicó que finalmente se habían apuntado a la excursión los otros doce o catorce gilipollas. La Sandra añade que cree que no fue idea de Ángel el hacer el viaje en esas condiciones y yo la replico que probablemente sí lo fue dado su comportamiento esquivo al saludarme. La Sandra dice que le preguntará a su novio para averiguarlo y yo guardo silencio.

Regresamos poco después al bar y cojo a la niña en brazos al salir del coche, no la soltaré hasta que deje de haber gilipollas a la vista. Nos sentamos en la terraza y él y su séquito de gilipollas regresarán media hora más tarde. El que poco importa asoma la cabeza detrás del novio de la Sandra, que se encuentra a mi izquierda, para comprobar cómo se ríe la niña sentada sobre mis piernas. Yo juego con ella ignorando al resto del mundo como nunca jamás jugué con mis sobrinas porque mi cuñada es gilipollas. Hablo algo con el novio de la Sandra que sí me sostiene la mirada incluso cuando me explica que se van. Ángel, antes o después, aparece en mi lado izquierdo para cogerle la manita a la niña y decirle adiós pronunciando el ridículo diminutivo del nombre de la criatura. No tengo ninguna intención de mirarle y no lo hago. Vuelvo a hablar algo con el novio de la Sandra a cuya derecha está el novio gilipollas de la hermana de Ángel observándome. Después Ángel vuelve a aparecer detrás del novio de la Sandra indicándole que algún gilipollas deberá montarse con él para no volver solo conduciendo. Comienzan a alejarse todos en busca de sus coches sin repartir beso alguno y cuando Ángel en marcha baja de velocidad para que el padre se despida de su criatura desde la distancia, la Sandra se emociona con el atlético de madrid y comienza a aupar a la niña para que interactúe con Ángel los cantos de su afición. No le oigo ni me ocupo en mirar si él corresponde a la situación con risas o con indiferencia, me da vergüenza ajena y quiero que se larguen ya. Lo hacen.

Horas después, cuando me quedo sola y me he fumado cinco o siete porros, pienso en lo sucedido y me doy lástima, mucha. Pienso en él y me da rabia, bastante. Pienso en cuántas realidades puede haber acerca de una realidad y pierdo la cuenta. Pienso en la edad que tengo y me seco las lágrimas. Pienso en aquellos que hablan de la madurez y el proyecto de vida y me cago en su puta madre. Pienso en esta no obsesión, en este amor puro del que rara vez se manifiesta y me siento orgullosa de que por fin, por fin, soy capaz de aceptar en mi cabeza la idea de que merezco conseguir algo más que el escaso amor que recibo. Pienso en que por más puro que mi amor sea se le ha de sacar brillo y no lo hace. Pienso en que será otro olor, otra piel, otros ojos quienes lo hagan y lloro de nuevo, lloro mucho. Pienso en el cuarto de hora con su madre y en el escaso minuto ahora posterior con él. Vuelvo a pensar que quizá le den miedo las mujeres, como piensa su padre, o quizá sea un gilipollas como los que le acompañan. Pienso en la cantidad y calidad de tiempo y energía invertidos en acercarme a él no consiguiéndolo. Pienso en que pronto le escupiré esto a la cara importándome poco si me mira o no a los ojos. Pienso que llegará el día en que descubra lo que queda detrás de esa puerta, a la cual ya me empiezo a plantear que tarde o temprano tendré que llamar.

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