Cuatro años sin su saliva es mucho tiempo, sobre todo teniendo en cuenta que no hay nada, absolutamente nada, que me guste más que su boca. Éste ha sido nuestro segundo período más largo sin besarnos y he escrito mucho en todo este tiempo. El primer período, que abarcó algo más de un lustro, lo elegí yo. No he pedido explicaciones ahora porque tampoco él las pidió entonces. Hace un mes que regresó a mi paladar como si nunca se hubiera ido y entiendo que con esto me basta.
Fui yo quien decidió que paseásemos hasta allí, él debía estar ya durmiendo o eso dijo. Yo me encontraba apagando el motivo de nuestra charla en el lateral del escalón sobre el que estábamos sentados, mientras él me revolvía la conversación esquivando mi mirada unas veintisiete veces. Regresó a mí en silencio, como si ya todo estuviese dicho. Yo, como le quiero como siempre y mejor que antes, tampoco dije nada. El silencio nos pertenecía y ese silencio permitió que se escucharan mis gemidos, mientras él jugaba con sus dedos en mi entrepierna, maya abajo. Sabía que, aunque hubiesen transcurrido más de cuatro años, esa noche tampoco follaríamos por lo que intenté absorver cada lametazo suyo en mi cuello, cada beso en mi pezón derecho, cada mordisco en el izquierdo, cada uno de sus suspiros. Mi culo no conoce de él más que cuartos de hora y esta vez procedió a guardarlo ante los inexistentes peatones, tachándolo de fofo minutos después, martirizándome. Le hice saber que no puede oler mejor ni dejarme con tamaña calentura y lo odié un poco mientras maldije que minutos antes pareciera dormirse escuchándome. Pensé que los besos también son míos justo antes de que me enseñase los dientes y me cogiera en brazos. Me hizo girar. Giramos. El mundo dio vueltas a nuestro alrededor y yo en sus brazos. Esos brazos eran los suyos. No podía ser más feliz. Doce años atrás o al principio me hubiese dedicado a vomitar la ansiedad. Ya no. Dijo que debíamos irnos ya, y yo pensé en un futuro inmediato marchando calle arriba sin su mano sobre la mía. Solicité un minuto para adecentarme, me lo concedió, y el futuro tardó un instante en llegar con sus manos a metro y medio. Horas más tarde, entraba el otoño en nuestras vidas.
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