28 de diciembre de 2009

Pisando fuerte

Nos encontramos en el bar de Mario, a dos calles de mi casa, porque no hay tareas mejores que hacer y porque Mario no quiere salir de la barra. Mientras la chica simpática nos está hablando, la puerta de la calle se abre a su espalda. Entran varias personas porque alcanzo a ver sus perfiles y, no sé por qué extraña fuerza de la naturaleza, Él clava sus ojos en los míos cuando aún se encuentra cruzando el umbral de la puerta. Retira la mirada enseguida, pero yo también Le he visto. Susana toca mi rodilla izquierda por debajo de la mesa y recita a Mahoma y su montaña. No transcurre un minuto de reloj y Su mano toca por dos veces mi espalda, me llama. Es Él, me está tocando.

No ha venido a verme a mi aunque lo parezca. Ha venido a meterse con su amigo Enrique porque también es mío. Ha venido a darnos literalmente la espalda a ambos mientras estamos hablando y ha venido a mirarme por debajo de Su barbilla, escondiéndome Su mentón, tras una barba de dos semanas. Ha venido a decirme que Enrique sale en busca de la Eli y que no hay que salir a ver a nadie, como hace Él. Ha venido a decirme también que le ha tocado la lotería siendo mentira y ha venido a retirarme la vista siempre que se me ocurra mirarLe.

No sé para qué se presenta. A Mahoma le pueden dar por culo si se descuida y la Eli seguro que tiene más tetas que la que esto escribe. No me dice nada de que ahí mismo, fuera, está mi coche aparcado -con coco atrás- detrás de un coche idéntico al suyo. Tampoco menciona nada acerca de mis ojeras ni de qué tal estoy si bien, mal o regular y eso que se apresura a saludarme antes de que lo haga Enrique. Me observa cuando no Le estoy mirando y me repite que estuvo dos meses sin probar alcohol para que no se me olvide. Le es más sencillo llevar la contraria al amigo que mantener cierto diálogo conmigo.

Qué gana de conflictos es ésta. Le pasa algo, le conozco para saber que no está cómodo. Esta vez no me mira la boca, lo hace desde allá arriba, altivo, extravagante. Que pueda incomodarle mi amistad con Enrique, o que pueda llegar a celarLe, me divierte aunque es triste tener conversación con alguien que Él mismo me ha dado a conocer y, sin embargo, no saber la forma de acercarme a Él cuando es cuanto quiero. Hoy no he pisado el bar en todo el día por quedarme con la ilusión de encontrármeLe dentro. Con qué poco me conformo.

Ha venido, aunque de no estar Enrique entre ellos cuatro quizá no hubiera estado aquí. En cualquier caso, si ha venido aquí, a dos calles de mi casa, puede hacerlo cuantas veces quiera, solo o acompañado. Lo díficil era que se presentara y sin embargo ahí ha estado, con esta nueva distancia la cual estira, arrogante. Quizá ni Él mismo sepa por qué ha venido pero yo le he visto, nada más llegar, adivinarme. No sabe que le escribo hasta sin ganas, sólo sabe clavarme los ojos como por arte de magia y putearme. No tiene ni idea de lo cansada que estoy ni yo de su propósito.

10 de diciembre de 2009

Querida milagros

-¿qué es lo que se siente?? en cualkier caso felicidades, bébete la tarde o un algo...y ke cumplas muchos más-

Este es mi mensaje enviado. Tardó en enviarse más de cuarenta minutos, su envío propiamente dicho estuvo ejecutándose en forma de sobre en movimiento durante tres cuartos de hora, con mis ojos incrédulos fijos en la pantalla. Cuántos, no son pocos los minutos sin verte. Absurdo el tiempo sin ti y sin tiempo contigo. Oh sí, podría enviarle mensajes fantásticos y decido enviarle esa puta mierda desganada que incluso se resiste a despegárseme.

Esperaba verLe, que saliera, y lo único que he visto son billetes saliendo de mi cartera. He vuelto a repetir por enésima vez cómo es el olor indefinible de un nevadito y he vuelto a odiar ese sitio porque no Le tengo allí a tres metros. No avanzo nada más que para llegar al canasto de las pipas y tampoco tengo ánimo de paso base ninguno. Procuro mantener todo esto en el fondo de mi bolso mientras escucho cómo la novia del Dañino me cuenta que se casa con él en mayo y que no habrá fiordos en noruega. Mientras el vodka con limón hace su trabajo yo me río unas cuantas veces y con lo simpática que soy me gano el asistir a su despedida de soltera. A todos aquellos que no me interesan lo más mínimo les encanto. A Él no sé cómo tratarlo ni qué viene a representar ya en esta nada. De un tiempo a esta parte me viene dando más tristeza que rabia y entonces me pregunto si ya me estaré acercando al único final que conozco o qué más necesito para comprobar que esto es un vacío inmenso sin probabilidades de llenarse de otra cosa que no sea aire. En este ceda al paso que me habita no sé dónde termina el respeto por las señales y dónde empieza el masoquismo, sigo sintiendo que he hecho tantas cosas acelerada que ahora no me canso cediendo, aunque no importa, dentro de nada me sentiré distinta desembragando o seré capaz de tirar del freno de mano.

-si prendiésemos fuego a la estupidez no habría quien pasara frío este invierno-

Esto es lo que yo misma me he contestado hoy en el facebook. Y no me he enviado la bulería que tengo incrustada en la cabeza porque entonces daría como miedo. La vida es un contratiempo, vaya que sí lo es, y a mi me pilla ahora mismo con agujetas de mambo en una sola de mis piernas, la derecha.

Así no se puede ir ni a echar de comer a las gallinas, aunque finalmente el empujón para salir de la capital no va a ser tal y me marcho sólo el tiempo justo y necesario. También puede ser que no vuelva a vivir aquí nunca más, ahora mismo no lo sé ni me importa ni tengo ganas de ir a ningún sitio.

-voy a vaciar el cenicero-

Obvio la parte en la que he ido y he vuelto de pillar en 4lcorcón con el depósito del coche en reserva, es mejor olvidarlo.

4 de diciembre de 2009

Y el fútbol como fuente de lucidez

Me bebo dos o tres latas de cocacola diarias pero no he vuelto a fumar hachís. Sigo sin encontrarme bien, estoy viciada.

Cualquier cosa que hago me acaba creando vicio y ese vicio me dura todo lo que yo consiento que dure hasta que cierto día opto por no viciarme, o conozco un vicio nuevo, y entonces me olvido absolutamente del vicio anterior como si nunca lo hubiese tenido y me dedico por completo al nuevo.

Este nuevo vicio de no fumar hachís me sale bastante económico porque cuatro o cinco porros diarios hay que pagarlos a razón de más de tres euros el gramo y la cocacola del día, muy al contrario, se paga a diecinueve céntimos la unidad. La diferencia es considerable.

El vicio de pensarLe todavía no se me ha quitado porque soy la persona más consentida que conozco y pensar es completamente gratis. Podría coger la costumbre de llamarle a todas las horas del día y de la noche, y así hasta que cambiase de número de teléfono o me dijese mierda con todas sus letras, pero por el momento opto por seguir en silencio que es mucho más rentable. Quizá algún día me salga caro, quién sabe.

El vicio de madrugar, el de comer con postre, el de hacer el amor, o el de salir a repartir currículum de folio y medio no los contemplo todavía. Vicios de cierto provecho no tengo ahora ninguno, es verdad. Por el momento, y mientras las cocacolas diarias sean tres y no siete, estoy medianamente conforme con mis vicios actuales. Los actuales me permiten pensar que podría ser todo mucho peor, no veo reflejo de ellos aún en mi cara o eso creo.

En unos días volveré al vicio de la marihuana y al de no hacer la cama. Dejaré los del adsl y el insomnio. Un amigo de mi hermana se quedó sin trabajo hace unos meses y ahora sin matrimonio. No tiene dónde caerse muerto y se va a caer aquí en esta habitación. Lo siento por él, a veces pienso que de aquí no hay escapatoria. Yo, por mi parte, no tardaré en coger el vicio de cagarme en dios y en la virgen porque mi padre empleará parte de sus horas de pensionista de pueblo en recordarme que no soy nadie.

Quizá allí, con el pozo bajo las baldosas, constate de una vez por todas que necesito renovarme. Quizá no. Pretendo probar el vodka con sprite, ahorrar y respirar mejor. En principio cuento con tres meses para ello. No son muy altas las aspiraciones, al menos por el momento, pero aunque no se trate de pruebas muy difíciles puede que no las lleve a cabo nunca porque me encuentre viciada con otras cosas distintas aún por determinar.

30 de noviembre de 2009

Si yo tuviera una escoba

La letra del primer fado que escuché en directo se me ha olvidado. Ya no pienso tanto en los fados, tampoco en mi madre.

No me ocurre lo mismo con la peor pesadilla que recuerdo, cuando yo contaba con unos doce años.

En esa pesadilla ella se encontraba en un altillo que, décadas atrás, había servido como salón de baile. Se encontraba barriendo calaveras. Aún puedo ver de forma muy precisa los cráneos y el polvillo que levantaba con la escoba. Yo llegaba hasta el altillo tras recorrer pasillos interminables y perseguida por el enano del videojuego del bar con hacha incluido. Siempre he pensado que este sueño tuvo lugar porque yo, por aquel entonces, la robaba monedas para pagarme el vicio. Ella se lamentaba, barriendo, sin mirarme a la cara. La otra noche soñé también con ella, no sé dónde estábamos ni qué me decía pero ella estaba allí conmigo, estoy segura. Me desperté pensando que todo lo que ella me había dicho era muy importante pero me dormí de nuevo y lo he olvidado absolutamente todo, ni siquiera consigo verla.

Ahí sigue, barriendo.

Sé que pronto olvidaré que la he soñado, tal y como ha sucedido con la letra del primer fado que escuché en directo.

28 de noviembre de 2009

Un espejo de cristal

Provengo de otro sitio que no puedo c@ntar, por eso no doy ni las buenas noches.

Ayer me decidí, por fin, a distraerme y pensé en Él bastante menos que otras veces. Supongo que esto es bueno. Pasé toda la tarde con Ana y me entretuve, pagando una y otra vez con la tarjeta de débito, riéndome de esto y de aquello, fumando y robando pendientes. Supongo que esto último no tiene perdón de dios pero también entiendo que, con todos los sitios a los que puede acudir, dios no creo que estuviese con nosotras en el Plaza Norte.

Hablé con ella de fantasías tales como irme con Luis Alfredo a Cuba por menos de quinientos euros o meterme dentro de ese preciso y precioso vestido de noche rojo en la hipotética confirmación de Fran. No tratamos acerca de nada importante aunque no hay nada más importante que nuestras ganas de reirnos. Sigue diciéndome que Luis Alfredo, el cual continúa siendo su jefe, y yo terminaremos liándonos. Lo que no sabe es que eso ya ha sucedido ni yo pienso contárselo. No quiero que me vea necesitada, quiero que me vea reirme siempre.

Me preguntó por Él, por Ángel, mientras yo buscaba la S, de desasosiego, en el jersey que después terminé comprando. La expliqué poca cosa, aunque la dije toda la verdad, que la última vez que hablamos todo lo que me dijo es que se había vuelto muy eclesiástico y que en la penúltima terminamos discutiendo por ver quién de los dos es más desconfiado. No la expliqué que tenía tres fotos y las cosas más claras (cosas y fotos que sigo teniendo) porque lo que realmente tenía eran ganas de cambiar de tema.

No sabía yo que después me entrarían también ganas de cambiar de blog pero heme aquí.

22 de noviembre de 2009

Y me come la apatía

No estoy bien, y no sé si alguna vez llegaré a estarlo, pero ya no quiero contárselo al mundo. Es más, creo que esta puede ser la última vez que lo haga, al mundo le importa una mierda cómo me encuentro. Paso del ánimo al desánimo, y viceversa, con demasiada velocidad y frecuencia y el llevar más de una semana sin probar el hachís puede que tenga algo que ver pero qué importa.

Sé que yo misma debo salir de esta situación pero no tengo ganas. También sé que debo volver a la oficina del inem y quizá acudir nuevamente al centro de salud pero me da pereza. La locura siempre me atrajo pero ahora, que estoy más cerca de ella que nunca, compruebo que no mola tanto como pareciera. He hecho tantas, pero tantas, cosas mal que me duele la cabeza. Me encuentro tan cansada que no espero siquiera explicarme pero sé, hasta donde me conozco, que sólo voy a cambiar algunas cosas porque me es más fácil seguir así que buscar alternativas.

He vuelto a llorar y, de tantas veces como ya lo he hecho, no me hace sentirme mejor. Será normal o no, será para siempre o se me pasará mañana, viene a dar lo mismo. No me cambiaría por nadie aunque, como ahora, piense que mi vida es un cúmulo de fracasos. Prefiero fracasar una y mil veces más antes que ser como el resto, se pueden meter por el culo sus malditos protocolos y su felicidad creada.

Angel no confía en mi y hace bien porque cualquier noche me veo intercambiando jadeos con cualquier indeseable, riéndole a la vida sin motivo ni razón, aparentando tener más fuerza de la que nunca seré capaz de juntar, zorreando descaradamente, mintiendo. Me queda lejos el amor pues no me lo tengo ni a mi misma, ojala me doliera mucho más de lo que lo hace y un día de éstos reventase y acabáramos con esto.

Borges, creo que estando ya ciego perdido, escribió una vez todo lo que ahora no me sale. Supongo que esto quiere decir, al menos por hoy, que ya todo está escrito.

17 de noviembre de 2009

The show must go on

Su amigo, llamémosle Pablo, es una buena persona pero en una de cada tres conversaciones menciona a Angel y eso no puede ser porque me hace plantearme todo el rato quiénes somos y de dónde venimos. Angel en su casa cenando con él y más amigos. Angel montando en un taxi. Angel en un local de Chueca esquivando guiños. Angel y yo hace un par de meses a las ocho de la mañana y él esperando. Angel que no está en facebook ni lo va a estar nunca. Angel cazando, Angel en el pueblo y Angel tarde, noche y madrugada.

Pero decía que Pablo es buena persona. Es el primero dispuesto a pagar las copas, el primero en invitar, el primero en estudios y modestia, el primero en salir a la calle en mi búsqueda para comprobar qué tal me encuentro, el primero, horas después, en preguntarme públicamente qué tal estoy hoy, y el primero en decir que tenemos que vernos más veces. Tengo mucha suerte, sobre todo porque Angel, al ser como es Él, no le ha dicho que me ha postergado lo menos tres veces ni sus pocas intenciones -o nulas- de quedar conmigo. Estoy segura que, de esto, Pablo no sabe absolutamente nada. Mientras le escucho y me Le imagino aquí o allá pienso en que quizá jamás le haya hablado de mi, o quizá unas cuantas veces, y por eso Pablo le menciona tanto. Sea como sea Él no deja de ser un punto que nos une, punto inevitable por otra parte.

Después de bebernos mi barrio en forma de cañas de cerveza con limón, él, nuestra amiga común con la cual conviví de adolescente, la hermana de ésta y yo nos cruzamos la puerta del sol para acceder a la calle Barcelona e irnos a sentar en el mismo bar donde, hace unos días con Luis Alfredo, llegué a perder la cuenta de la cantidad de sangría que me estaba bebiendo. Ninguno de ellos quiere decidir a qué sitio entrar y entonces decido yo porque se me hacen eternas las indecisiones. Esta vez no fue muy diferente y es que en esta ocasión pierdo la cuenta de las veces que me levanto para ir al servicio. Creo que a los tres les gusta el bar tanto o más que la sangría.

El taxista que nos lleva a la fiesta de la soltería me dice en una mezcla de portugués que no sabe si será mejor subir por la castellana y yo, que le acabo de preguntar para qué lleva tres botellas semivacías de agua bajo mi asiento, le pido a Pablo que le explique el trayecto más corto. Si al taxista se le ocurriese bajar los seguros del coche y violarme o matarme a golpes, yo les oiría a los tres atrás gritar de impotencia y poco más puesto que nos separa una mampara de cristal con un grosor que asusta. Por si acaso, yo decido entretenerle para que no piense en la mampara y le hago que me busque otra canción de D12 en el cd que estamos escuchando.

Una chica muy sonriente, nada más entrar al local, me coloca en la solapa de la camiseta el número 36 sin preguntarme antes si me casé la semana pasada o si acaso tengo pensamientos de ello. Nos colocan los números correlativos y me río de Gabriela porque el suyo tiene rima. Poco después me encuentro hablando con el 28 porque le veo ajustarse su número y me hace gracia pensar que ha entrado poco antes de nosotros y que no le había visto hasta el momento. Afirma ser fotógrafo y, como me sucede siempre en madrí, me pregunta de dónde procede mi acento al hablar. Yo en ese momento recuerdo que aquellos que me colocan en Andalucía me suelen terminar aburriendo y como éste se me hace guapo decido probar y ver qué me dice. Quizá soy de Murcia, pero no está seguro porque igualmente podría ser de Badajoz. Me gusta, definitivamente. Mientras le explico, divertida, me doy cuenta que su número marca mi edad pero es entonces también cuando me acuerdo que los emparejados debían acudir con algo rojo, como su camiseta. No da tiempo a más, quien ha llegado hasta nosotros evidentemente es su pareja con dos copas y una sonrisa torcida.

No sé qué tiempo ha transcurrido pero yo estoy en la calle, de pié, apoyada en el capó de un toyota corolla rojo sangre. Algo más allá varios numerados hablan en medio de un debate acerca de Sergio Ramos y, casualmente o no, a mi me llegan las ganas de vomitar la cena. Tengo tiempo de irme a sentar en el escalón de la ferretería colindante, de vomitar tres veces seguidas y de regresar al toyota antes que Pablo salga a buscarme. Mi nombre en su boca me suena a la paz en la tierra. Debo tener cara de haber vomitado o quererlo hacer porque me pregunta seguidamente y más de una vez cómo me encuentro y si necesito algo. Huele bien y quisiera abrazarlo pero ni lo hago ni le digo porque, aunque me pusiera a explicarle, estoy segura que no me entendería, no siento mi lengua y trago con sabor a vómito.

Mientras me asegura que regresará con mi abrigo yo asiento con la cabeza y recuerdo que hubo un cantante que, al parecer, se ahogó en su propio vómito y entonces pienso que yo no tendré esa suerte.

13 de noviembre de 2009

Sin mover las manos ni los pies

Yo antes llegaba hasta aquí, a estas mismas teclas, rebosante de información y con cientos de palabras con tendencia a enredarse y enquistarse en mi cabeza. Las soltaba según me iba pareciendo, lo hacía deprisa siempre, sin pausa, supongo que con el fin de desquitarme aunque esto lo consiguiera muy pocas veces. Era como si tuviera muchísimas cosas que decir aun no habiendo entendido nada acerca de lo vivido. Era algo extraño pero era algo mío. Se llama ansiedad.

Me han bastado tres fotos, tres, para entender lo que no está escrito. Son secuencias, las tres, de mi borracha conversación con Angel en septiembre, la noche de la pérdida de mi pulsera hablándole de Toledo, de Cuenca y quién sabe si de Córdoba y otros mundos. Son imágenes tomadas por Susana con alevosía, en las que aparecemos en primer plano, relatando, y de las que mi borrachera y yo no teníamos constancia hasta ahora. Son ejemplos, las tres, de todo aquello que pasa y no pasa y me importa una mierda no saber escribirlo porque no lo necesito. Tengo las fotos.

El haberlas visto y vuelto a ver me aporta la serenidad necesaria para, horas después de haberme encontrado con ellas, poder acercarme a darle dos besos y mirarle a los ojos. Nos encontramos en Su bar de siempre el sábado por la tarde. Él, además de fijarse en la serenidad de mis ojos, también se queda mirando mi boca porque de ella salen cosas muy interesantes y no así de la suya que todo lo que dice es que se ha vuelto muy eclesiástico. Lo que me dice siempre es igual de absurdo. No tiene importancia.

Ahora que sé tantas cosas me permito el no escribirlas, siempre he sido así de irrazonable, son muchos años de perfeccionamiento y a egoista no me gana nadie. Por otra parte, este sitio cada vez es menos mío.

Me gustaría mucho más saber de Sus besos y no de Sus fotos pero, por el momento, es lo que hay. Unas cuarenta y algunas. Tres de ellas conmigo, riéndome, mirándome, sonriéndome, rozándome. Tocándome la espalda, el brazo. Yo lo que tengo son tres fotos, una lección y ninguna queja.

Me gustaría mucho, sí, llenar de Sus besos mis noches y creo que, ahora sí, he comprendido. No juega conmigo al escondite, como pensé cuando no nos veíamos por ningún sitio, ni a las prendas porque yo misma le vi subirse los pantalones en cero coma cinco segundos. Tampoco juega al teléfono roto, aunque no me llame nunca y siga sin entender la mitad de lo que me dice, ni a los médicos, por mucho que siempre le duela algo. Simple y sencillamente, como a él le gusta, juega al tú la llevas.

Creo que ya entendí, pero lo que Él no sabe es que a mi la pena ésta ya me estorba, puede irse preparando.

Su amigo, que parece que es mío, me ha invitado a una fiesta de solteros este sábado a la que Él no asistirá o no creo que asista pudiendo irse al pueblo a matar ciervas. De todos modos, no hay de qué preocuparse, poco importa, no pienso casarme con nadie.

6 de noviembre de 2009

Dónde tienes el dolor

El sábado pasado pude follarme a otro pero me da pereza el narrar.

Última y no tan últimamente, todo lo que me incumbe pertenece al pasado, resurge de éste, lo merodea o se le aproxima, qué cansancio. Esta vez quien se acercó con sus propósitos fue Elumos, pero qué más da, qué más da su nombre y sus ganas de follar si yo bastante tengo con las mías.

Como Elumos y el Alberto son amigos desde antes que yo me encaprichara de su chapa del che guevara, éste me estuvo contando que el Alberto no hace mucho tiempo le había regalado todos los cds originales que sucesivamente me fui dejando en su casa. De mi cadena de música no mencionó nada ni yo le pregunté.

Le escuché y sólo me reí comentándole que entonces estaría bien contento porque eran muchos, no le dije que yo he llevado los discos de Alberto a varias tiendas de segunda mano y que no me los compran.



Me jode venir tan feliz aprobando mis parciales de reciprocidad no vengativa y que me vuelvan otra vez estas ganas de verles a todos saltar por los aires.
,
Cuánta simpleza, cuánta necesidad creada y qué miserables somos todos.


hoy, dos años después, tampoco me importaría

30 de octubre de 2009

Hoy tengo ganas de ti

Nos encontrábamos en la plaza de Lavapiés con la idea de cenar en un hindú pero me apetecía más subir andando a Sol, atravesando el mercadillo inca de Jacinto Benavente, para comer tostas a la bilbaína en la calle Barcelona y eso fue lo que hicimos.

No existe sangría más tonta que la que se bebe en esa calle, me faltan ya dedos de la mano para contar las veces que he terminado borracha y sentada en esas terrazas. No había vuelto por allí desde una noche de este verano con César. En esta ocasión mi acompañante es Luis Alfredo y lo que quiere es empotrarme en la pared de enfrente y clavármela, pero tiene que conformarse con amenazar con tirarme los trastos si continúa bebiendo aprovechándose de que mientras él se ha bebido dos vasitos y medio yo ya me estoy terminando la segunda jarra.

Cuando regreso por segunda vez del baño me doy cuenta que me ha costado mucho abrir el pestillo de la puerta y que debo permanecer sobria al menos hasta decirle que pague la cuenta. Tiene ganas de meterme mano, se lo leo en los ojos, y a mí esa posición me gusta y entonces juego a que sé seducir riéndome hasta con mi vaso. No sé por qué le cuento el percance con la guardia civil en la provincia de Granada, supongo que porque me está viendo fumar hachís y porque me apetece echarle la culpa de todo al Alberto. Si no recuerdo mal al rato me fumé otro.

No son las dos de la madrugada y ya no veo el reloj. Siguen los juegos, yo intento descifrar los carteles que tengo a tres metros porque no llevo puestas las gafas que el otro día la óptica me aconsejó no quitarme y Luis Alfredo comienza a preguntarme muchas cosas y muy seguidas. En un momento dado yo no sé qué pasa que me está besando las manos, besa una y después la otra, y se las lleva a la cara de forma que me hace cosquillas con su barba de unos días.

Nos vamos de allí no sé bien cómo, andamos, y de pronto estamos en la plaza de la cuesta del congreso debatiendo si apareceríamos en cibeles o en neptuno. Creo que me equivoqué exactamente de la misma manera que con el miki vasco aquél, pero miki no me llevó por todo el paseo del prado masajeándome la cabeza ni me dijo tantas tonterías. Todo lo que sale de su boca hasta que llegamos a la cibeles es una incógnita pero yo me siento muy feliz dentro de mi tontería y todo me parece muy bien, excepto el búho que tardará en pasar treinta y cinco minutos.

Creo que es Luis Alfredo el que menciona Chueca. En menos de un cuarto de hora estamos en la misma plaza, le voy contando algunos episodios vividos en ese barrio y al poco rato nos encontramos dentro del Black and White y he abierto la puerta del baño de la primera planta y me han recibido tres pollas laterales haciendo necesidades. No es ahí cuando me besa, para eso hemos de bajar a la planta de abajo donde no hay espectáculo en directo pero se crea.

No sé bien por qué, mientras le estoy reclamando que no me escucha, comienza a recorrer mi cuello a besos. Tengo el codo izquierdo apoyado en la barra y mi culo encima de un taburete, estoy muy agusto. Abandona mi cuello, me come la oreja y como no le interrumpo me llega a la boca, le pruebo porque quiero probarle y no está malo. Me excitaba el intercambio de lenguas sin que en ningún momento abandonasen sus manos mis rodillas, creo que se dio cuenta hasta el camarero.

Me estuvo hablando de cosas que debían estar muy bien para contarlas porque recuerdo no dejar apenas de sonreir, aunque en concreto no recuerdo nada. No tengo intención ninguna de follármelo, de eso no tengo duda, aunque él insistiera nuevamente en cibeles en que me fuese a dormir a su casa. Yo me sentía bien y poco más, soy puta como todas.

Luis Alfredo me entrega seis euros frente al banco de espanya afirmando que es todo lo que lleva encima y me abre la puerta trasera del taxi que me llevará a casa. Me despide con un beso y mucha prisa, me estoy meando. El taxista no tiene treinta años, es simpático y conduce rápido. Le indico cómo llegar al santander más cercano a mi casa. De un respingo salgo del taxi y me dispongo a sacar dinero en el cajero. Antes de que se abra la ranura que me concede los billetes me he meado encima, he llenado de orina las mayas que llevo puestas y he encharcado mis botas.

Llego haciendo ruidos extraños hasta la puerta de mi habitación, como borracha perdida. Antes de tirarme en la cama leo dos sms en la bandeja de entrada de mi móvil

04:17
-Donde andas? Me he despertado y veo que no has venido.

05:27
-Yo acabo de llegar, a pesar del "triste" final me encanta tu conversacion y tu forma de besar aunque ha sido efimera

28 de octubre de 2009

Te lo repito en el estribillo

Luis Alfredo me habla nervioso por teléfono.

A mi no me gusta hablar por teléfono pero me gusta bastante más, cuando me habla así y le pongo nervioso, que cuando se pone a hablarme en plan hijo de puta porque entonces sólo quiero que el falso techo se le caiga en mal sitio.

Mientras nos encontrábamos jugando al oído con todos los días de la semana yo estaba, al mismo tiempo, abriéndome la cama y al gusto se me fueron unas cuantas cosas pero me sigue oliendo raro y mal. Creo que por esto principalmente no le cojo el teléfono la mitad de las veces que me llama, ni sé lo que quiero yo ni sé lo que quiere él. Y no me gusta hablar por teléfono, me gusta comer y cenar gratis y mirar a los ojos. Cenaremos mañana jueves.

Estoy dejando transcurrir los días como quien deja algo que no le incumbe. Ellos continúan pasando, impertérritos, devolviéndome a la más absoluta nada de la que provengo y a la que me dirijo y vomitando todas las horas, unas detrás de las otras. Sólo me he masturbado dos veces este mes, no estoy nada bien, oh no. Tan sólo he concedido algunos minutos, no muchos, a la coherencia y he adquirido contrareembolso un par de cursos a distancia para no moverme de la cama y ocupar las horas muertas, todas aquellas en las que Él no viene ni se me ocurre a mí ir a buscarLe.

No sé qué es lo que voy a hacer, ni por qué hago esto o lo otro y no hago nada. No sé ni qué fue de mí ayer siquiera. No sé nada, ni lo que querré mañana con cena y sin ella. Sé que Luis Alfredo me dio a leer el marqués de Sade, que nos bajará a Fran con novia y a mí a Marrocco en su coche y que es la persona más oscura y avariciosa que conozco desde que tengo razón. Yo, de la avaricia he de aprender y de la oscuridad también porque en este puto vacío no se ve una mierda. Además, quiero salir mañana por si el sábado quiero y no puedo, sólo por joder o no sé.

Yo lo que realmente quería era volver al insti y chocarme con un buenorro que me tirara los libros y todo lo tirable, pero esto es lo que hay.

22 de octubre de 2009

Hay que comprarse un tractor

Voy poquito a poco desperezándome.

Sé que no puedo permanecer así, entre lamentos. Algo tengo que hacer. De vez en cuando me echo en brazos de un viejo hermético con camisa blanca recién planchada bailando merengue y también en brazos del mismo destino que me va poniendo en el camino encuentros que no espero.

La otra tarde, se abrieron las puertas del tren en Tribunal y entró en el vagón un íntimo amigo de Esta condena, metido en una camisa naranja cual guantánamo. Se llama Rufo y es feo, pero me da igual porque es amigo. No le sonreí ni me inmuté, le ignoré completamente como quien ve a un feo cualquiera y le di la espalda, que no abrazo, mientras me dispuse a seguir con el sudoku rebosante de rabia. En fin.

Supongo que luz casal tendrá razón y un nuevo día brillará y se llevará la soledad y todo lo que me está estorbando junto a estos álbunes de fotos que no terminan nunca.

Supongo, imagino, entiendo.

Y me postulo, entre otras cosas me postulo, continuamente, no contra la pared ni bajando al moro sino con premeditación, creo que es una necesidad. Yo, desayunar caliente, comprar el periódico o ver la tele no pero postularme sí, lo necesito. Quisiera tener otras necesidades pero no las tengo, ni tampoco el tiempo de creármelas. Tengo que mirar a los ojos a Maricarmen, que me está hablando. La gente quiere que les mires a los ojos y les digas que sí que sí.

Me está enseñando las fotos de su boda y La casa, su casa. Lo último que me enseñó fue la liga cuando nos acercamos a cortársela. Me postulo. Después de haber hecho el recorrido protocolario por toda la casa, decido que quiero la terraza de doscientos metros y también la cochera de ladrillo visto del tipo deja la leña en su sitio y ven aquí. Me gusta mucho el porche, y sobre todo el patio que queda en la parte trasera de la casa, me encanta. La digo que todo es muy bonito, que sí que sí.

Maricarmen y yo siempre hemos hablado poco.

Siempre he querido creer que esto es así por el respeto que me tiene. Con trece años, yo no los habría cumplido, me hizo llorar. Enfiló aquella noche mi calle en dirección a mi casa refunfuñando lo que fuera y amenazando con presentarse en mi portal y decirle a mis padres que yo fumaba tabaco. Lloré, cómo lloré, pero en mi casa no llegó a entrar. Mientras se disponía, poco tiempo después, a echarle encima a otra chica una piedra de quince kilos yo era quien estaba detrás para arrebatársela de las manos. Cuando yo me sentía como un bicho amarillo, a los quince, ella zorreaba con todo aquél que revolotease alrededor y para mí ella representaba todo lo prohibido en luces de neón y por las noches, cuando me presignaba cinco veces tapada hasta la barbilla, le rezaba al aire para que a mí se me pusieran las tetas como las de Maricarmen, quería como fuera ponerme su top azul y atármelo al cuello.

Si te metes con Maricarmen, te has metido en un lío. Esto lo sé desde que fumo y como no quiero problemas con ella nos respetamos mutuamente y siempre estoy de su parte. Yo en mi adolescencia estaba viva que te mueres y ella me abría caminos que hubiera tardado siglos en trazar por mi cuenta. Que si mi madre es pobre y mi padre alcohólico o que si asómate tú y ya verás qué culo y esas cositas. Con más de veinte años tuve que tirarme literalmente a su cuello, cuello de no me entra el top azul, para que no reventara a hostias a la cornuda de turno que se había acercado a pedirla explicaciones. Con veinticuatro me dijo en el colmo de una borrachera que a ella lo que realmente la gustaba era follar, follar mucho y bien, decía. A partir de esas borracheras se me van cayendo los recuerdos con simetría a los años.

Ella, ajena a mi transcurrir de estos veintiocho, me está mirando y me mira entre divertida y recelosa. No sé de qué estamos hablando, no tiene ninguna importancia. De hecho, si yo tuviera intención de hablar con ella no sabría por dónde empezar. Es más apropiado enseñar las fotos bonitas, las caras por menos baratas, las otras caras, las más caras, las máscaras y un largo etc. Yo me voy quedando sin ganas y sin huella dactilar al mismo tiempo. Los tres años a pelo cruzan a la carrera la estancia donde nos encontramos y entonces ella sacude enérgicamente y con cierta vergüenza ajena la delantera del jersey al niño, me indica que ha estado jugando en el patio que queda en la parte trasera y que se ha manchado y yo la digo que sí que sí y no le hago cocos al niño porque no me sale.

Poco después pasamos, del plano meramente visual, al plano humano y compruebo que el recién casado forma parte de la decoración del salón con mando a distancia incorporado, que el niño no deja de gritar ni de morderme en distintas partes de la espalda y que las fotos no se acaban. Se la sale la carne por debajo del suéter, su carne cuelga y a su pecho no hay top que lo sujete, pero en las fotos no, en las fotos está muy guapa. Ese que no deja de rascarse los huevos mientras te habla despega los ojos del televisor con las mmmxxiiiimágenes de cogidas de toros divertidas y me hace saber que tendré que ver más de trescientas. Entonces me siento mal y pienso en que la felicidad se mide por los metros de terraza y me siento aún peor.

Yo quisiera decirla que sí que sí, que está muy bien eso de que en una foto salga cogiendo las arras y en otra distinta soltándolas, que me parece estupendo, pero como no sé mentir me da la risa y no digo nada. Todo es tan, pero tan, absurdo. El fotógrafo me parece una estafa y no sé el precio ni lo pregunto. La señalo una en la que ella aparece en primer plano mostrando una mueca rara que yo intento imitar y ella me sitúa en la anécdota en sí, de las más de trescientas que seguro tiene acumuladas en algún lugar de su memoria y que no voy a escuchar.

Supongo, imagino, entiendo.

Me postulo, es lógico; ella es la que se casa, ella se hace las fotos que estima convenientes. Desde luego y por supuesto. Ella me las enseña y yo tengo que verlas, sí, sí, me las está enseñando. Lo raro y lo ilógico es que ella me mirase a los ojos y me dijera la verdad, que se han casado para poder hipotecar esa casa con el patio que queda detrás. Yo no la pregunto por no meterme en un lío.

Maricarmen y yo siempre hemos hablado poco.

-El niño no descansa, ¿verdad?
-no, pues no te creas, últimamente pasa muy buenas noches

20 de octubre de 2009

Dolor de muelasNOLEER

-creo que he matado a un hombre-

-¡cómo, explícate!-

-sí, esta noche, mientras dormía, lo he matado, soñé y he matado a un hombre-

-tú lo que estás es subnormal-

-no, te juro que lo daban por muerto y en ese momento desperté y fui consciente que un hombre ha muerto a raíz de una conversación que yo misma mantuve anoche-

-¿qué es lo que hablaste anoche?-

-mucho y mal, hablé mucho y mal y yo misma ví ante mis ojos cómo lo mataban-

-¿qué te has fumado?-

-tres porros hoy, sólo tres, lo juro-

-mucho juras tú-

-es cierto, lo he matado-

-tú no has matado a nadie, sólo era un sueño-

-sólo era un hombre, querrás decir-

-un sueño-

-un hombre-

-un sueeeeeeeeeño-

-imagina que mato a un hombre cada noche-

-cosas más raras se han visto-

-sí-

-sí-

-¿sí? pero lo mismo me dijiste con el negro de la sexta, con Tia María, el abuelo ahorcado y ese cabrero. A mi tío un día de estos le va a pasar algo-

19 de octubre de 2009

There is not future

-Me he fumado toda la marihuana que me traje, tampoco era tanta.
-Dije que no iba a volver a consumir hachís, pero he hecho trampa.
-No me queda papel.


Son estos, y en ese orden, los asuntos que ahora me atañen, aunque parece que hay vida ahí fuera.

Hay vida porque de vez en cuando se dirigen a mí diciéndome cosas como un eulo, si sólo compro papel, -se te ha caído un papel, guapa, si quieren verme la cara, o -después de ella estaba yo, si quieren cruzármela. César me espera a la puerta del baño de señoras, como ha de ser. Acabamos de salir de ver Ágora desde la tercera fila de los cines de Alberto Aguilera. He llorado en una escena concreta en la que el esclavo le toca las tetas a la filósofa protagonista, mientras ella no puede obrar remedio, pero él mismo se pierde en la fe de sus glúteos y rehúsa abusar de ella. Tardamos en salir de la sala porque la gente es lerda y yo me estoy meando. En los espejos del baño me veo igual de viva que la chica que está a mi espalda mirándome las botas. Una vez en la calle, César y yo comentamos si Amenábar realmente será el legionario romano que quedaba en segundo plano hasta acabarnos remontando a siglos antes de cristo, donde no estaban ni rouco ni el del bigote y cara abdominal que fue presidente por mayoría absoluta acosta de almunia detrás de pancartas, donde sólo estaba un tal judas escribiendo que yo traicionar no sé. Yo me guardo la mostaza del burger en el bolso mientras él me cuenta unas cosas y otras y participando en todas ellas se me olvida que estoy medio muerta en vida. Incluso me atrevo a decirle que quizá el año próximo me vaya a Londres, cosa que no había pensado nunca antes de esta mañana. Tras mucho hablar y más reir me acompaña a la parada del bus. Viajo sola durante un rato, sólo respiramos dos y estamos tan lejos, y en ese mientras tanto pienso que la vida no es ir al cine, follar, comer palomitas y colarte si puedes.

Los meses venideros no sé en qué emplearlos ni de qué vivir, ni cuántos porros llegaré a fumarme.

14 de octubre de 2009

Miro en mi diario tu fotografía (en italiano)


california 2009



Creo que ya sé lo que se me había muerto: el thc que venía trayendo dentro del cuerpo. He salido unos días de madrí y los he aprovechado consumiendo tanta marihuana como he considerado necesaria, quería fumar y quería quitarme esto que llevaba y que estaba sustituyendo a lo muerto. Creo que lo he conseguido, ahora los parámetros están restablecidos y, aunque octubre sea como agosto, sonrío más en consecuencia.

Este año habrá, como muestra la imagen, cosecha también en noviembre, inesperada y gratamente.

No he hecho otra cosa más que fumar y querer fumarme y cuando no estaba fumando es porque estaba deseando hacerlo. He fumado mucho y bien y esto es motivo de alegría. Tan solo existe el paréntesis del domingo (día del señor), en el que tras recibir varias señales de humo, me acerqué a Cañamero básicamente a apagar el brasero, que me lo dejé encendido con quince años.

Eran aquellos años en los que me fumaba manzanilla mezclada con hierbabuena, hoja de eucalipto machacada, poleo y otros restos de tabaco encontrados en la escalera, la misma donde me veía con Enrique. Época en la que yo portaba cascabeles en las botas y hacía pompas con chicles de menta, no sabíamos lo que era un cine pero todavía cundían los días, con desayunos interminables, salto aleatorio de clases, horas de estudio desaprovechadas, intercambio de ropa para salir de fiesta hoy sí hoy también y notas a papel en cualquier parte. Compartí con Carmen muchas noches, muchas risas y alguna que otra confidencia en aquellos años; compartimos la necesidad y se la llevó el tiburón, el tiburón. Hace unos meses su hermano buenorro chulito de pueblo me localizó en el tuenti y de ahí el hotmail y el teléfono han hecho el resto.

Quería que nos viésemos y yo acepté, encantada, porque estaba fumada y feliz y porque todavía no me entra en la cabeza que el pasado nunca jamás regresa, se lo llevó el tiburón, el tiburón. Dudaba antes de llegar a Cañamero, entre curva y curva, si no era mejor pararme y fumar pero decidí finalmente no fumar nada, no pares sigue sigue. Allí, primero me choqué con la puerta de un armario constatando íntegramente mi equivocación y luego ya le di dos besos a su hermano. También estuve presenciando el paseo de cientos de personas subidas a caballo pasando en procesión camino del monasterio de Guadalupe. Carmen y yo iba de peregrina y me cogiste de la mano hablábamos, mientras su hermano buenorro chulito de pueblo, junto al feo de su cuñado, pedía cubatas a las seis de la tarde en un castúo local poco inteligible y cada loco con su tema, yo hablé más con los caballos que con ellos y terminé negándome a subirme a varios.

Nos volveremos a ver porque es muy buena chica y me es simpática pero el hecho siquiera de pensar que ella y yo, en algún momento de la vida, estuvimos juntas y sentíamos el mundo de forma parecida me deja boquiabierta, por ser un poquito más suave. Que su hermano es muy guapo y un poquito más duro eso lo sabemos todos pero creo que, a día de hoy, no existe ni un sólo punto más en el que pudiéramos estar en concordancia. Ella, sin embargo, me dijo en varios momentos puntuales que me encontraba igual que entonces y que no he cambiado nada. Yo no podía decir lo mismo y me sentí muy extraña en todo momento, pero no pares sigue sigue como si no me hablasen a mi y le hablaran a otra o viviese otra realidad.
.
Cuando regresé, no había terminado de llegar y ya estaba fumando. Apuré los restos que encontré en un chivato para poco antes de pasar el pueblo de Angel hacer un alto en el camino, y esta vez fue diferente. No me encontraba en el parque de las tetas vallecano con Luis Alfredo ahí poniendo nombre a las casas, pero no me fue necesario porque sé de memoria dónde empieza y dónde termina cada calle, he restregado parte de mí en varias de ellas y no preciso adentrarme. Esta vez no llegué en bicicleta ni llovía como cuando meneaba el brasero, tampoco entré a la busca y captura de un espejo lateral izquierdo de opel corsa gris, ni para dar vueltas en moto a cada una de las fuentes como si estuviera loca. Esta vez decidí pasar de largo, pero aún así tragué saliva al dejar atrás el cementerio y el campo de fútbol, en cuya hierba me depositó una noche en la que sí había luna.

En Madrí, al tomar clases de baile, si no tienes pareja te adjudican al viejo jorobado, al que nadie tiene ni quiere cerca, y lo hacen sin el menor reparo. El primer día sí, me he reido mucho sinceramente, pero de volver a suceder ya no va a tener gracia ninguna ni sé cómo se escribe swing, yo quiero swing, tú gozas swing, swing, swing, moviendo las caderas. Por otra parte, los plazos de matrícula se amplían y con esto mi esperanza aumenta aunque mi ánimo, muy al contrario, disminuye y es que tengo otros objetivos y muy concretos como fumar hierba, soñar que vuelo, enamorarme de otro y sorprenderme a mí misma. Evidentemente, en escribir bien no tengo propósito y, por el momento, el primero y el último los llevo de puta madre, terminé de leer la otra noche los infortunios de la virtud fumadísima.

5 de octubre de 2009

Busco me

Son varias y muy diversas las personas aconsejándome que procure que este año en blanco no sea para mí un año de mera transición. Esto me hace pensar en que la sensación de pérdida de tiempo es una de las peores sensaciones que se pueden tener.

Ninguna de estas personas sabe que mi interés, ya sea en este año o en los sucesivos, es conseguir hallar ese punto de no retorno que no encuentro en mí pero que, sin embargo, sí les veo a ellos permitiéndoles hacer borrón y cuenta nueva. Un vacío más grande que éste que me ocupa no lo contemplo y me jode el pensar que aumente, pero aunque me siento así ese punto de no retorno no llega. No sé qué es lo que me falta para alcanzarlo, quisiera -a ratos- llegar a él y quizás se trate de entregarlo todo y sentir la derrota más absoluta para luego, ya sí, poder comenzar de nuevo.

De ser así creo que esa entrega no estoy dispuesta a darla ahora, aunque de este modo quizá yo misma me esté procurando este no final. Me da igual, ahora no toca, qué puedo yo entregar si tengo una desconfianza que no me cabe en el cuerpo, ahora no es tiempo de entrega. No es que piense que mi tiempo está bien empleado, ni muchísimo menos, más bien no dejo de perderlo pero si esta no entrega es la razón, por la cual el punto de no retorno no llega, entonces yo asumo las consecuencias.

El hecho de que mis veinticuatro meses con derecho a prestación hayan comenzado a contar a partir del presente mes y el no saber qué hacer con mis días no tienen, repito, no tienen apenas cabida en mi pensar si lo comparo con el cúmulo de pensamientos que barajo respecto a mi misma historia de siempre. No sé si alguna vez me cansaré de tanta cábala, si me debilitaré al verLe mojándome el tanga como acostumbro o si, por el contrario, todo lo que entregaré será mala hostia. Tampoco sé si me llegaré a emborrachar lo suficiente hasta llegar a rozar ese deseado punto.

Es posible que esté equivocada en mis puntos de apoyo y es también algo probable puesto que me equivoco mucho. En algún sitio escuché una vez que cuando no es posible pensar con la cabeza, se ha de pensar con el corazón y viceversa. Pero yo, que soy egoista por naturaleza, la pequeña de ocho y negándome a ser un puto número, casi siempre me inclino a pensar por propia conveniencia e incluso a veces lo hago sólo con el dedo corazón de la mano derecha, siendo éste un punto muy a tener en cuenta.

Todo es relativo y ahora mismo pienso que quizá ese punto de no retorno no tenga por qué darse y pueda llegar a ser coma la mitad de las veces. Para algunos media vida es tener cincuenta años, para otros son dos años porque se han hecho muy largos, media vida puede ser la estrategia de un polvo o lo que dura una misa. Una media vida puede ser cualquier cosa menos una vida entera, así supongo que todo consiste en el punto que se le quiera dar a las cosas.

Entiendo que yo me resisto al punto y final porque creo que todavía nos sobra suficiente vida para que nos comamos el uno al otro la boca, el orgullo, la paciencia, las perdices que uno cazaría y el otro removería a fuego lento en la cazuela. Creo que merece la pena seguir haciendo lo que me plazca, punto y coma, es lo que hago siempre y lo que mejor sé hacer y si ahora creo que toca esperar, espero y punto.



ya no me divierto pienso algunos días
y al otro día no hay sol que me acueste
me echo a correr buscando no se qué
pensando que tal vez es posible reponerse
...y busco me busco y no me encuentro

BB

2 de octubre de 2009

Sácame algún día del corral

Se ha muerto algo dentro de mi, pero aún no logro saber de qué se trata.

Espero que esto que ya no tengo, y antes creo que sí tenía, no sea la esperanza por eso de que es lo último que se pierde. Una cosa es no tener ilusión ni ánimo de mejora o muleta con la que sostenerme y otra muy distinta es no tener esperanza alguna. No me la encuentro, si es que me queda, pero me gustaría que aquí siguiera.

Llevo unos días pensando si quizá me habré muerto yo sin darme cuenta. Quizá ya no estoy ni mal ni bien, sólo resfriada y de ahí la pérdida de todo sentido.

Camino hacia la oficina del inem que me corresponde y confundo la numeración de la calle, asciende en sentido contrario, recorro enteramente la misma y me acerco a leer el cartel din a4 que se sostiene en el cierre metálico. Traslado por reforma, no evidencio malestar ninguno y continúo caminando. Pregunto en la primera parada de autobús que encuentro, el preguntado me habla con seguridad y obedezco indicaciones. Se ha equivocado pero qué importa, no tengo nada más que hacer y tampoco prisa.

Intento, mientras guisa su ensalada, explicar a Luis Alfredo este estado mío de no interés generalizado, no lo consigo ni me comprende. Cambio de tema, sin más. Mientras bebo de mi vaso me pregunto interiormente si habrá alguien más lejos que yo de la tierra escuchando a los demás. Pienso también que ya no siento absolutamente nada, por más libros del Marqués de Sade que me compre o más hipotéticos casos de acostarnos que me ejemple.

Si hubiera sabido que Mateo sigue siendo tan sumamente imbécil ni siquiera me hubiera molestado en mencionarle. Me es totalmente indiferente si, al contrario de lo que parecía su propósito esta mañana, después no me ha llamado por olvido, venganza o mala suerte. Por mí puede tocarle la lotería o recibir una paliza inmerecida que, en cualquier caso, yo no creo que me inmute.

Ojala que detrás de este desabrimiento venga algo que al menos me sea interesante en algún sentido, aunque sea laboral. No quisiera seguir perdiendo el tiempo tampoco.

27 de septiembre de 2009

Si duele más la cura que la bala

La gente con la gripe A y yo con la lepra.

No me han admitido en ningún centro público de madrí, me englobo dentro de un listado de espera infinito repleto de indeseables como yo. Me siento como la última mierda y, aunque supongo que lo he sido siempre porque nací tarde y mal, realmente es ahora cuando lo estoy sintiendo.

No sé qué voy a hacer con mis días, ni siquiera puedo pensar con claridad o ver bien la pantalla. Creo que todo aquello que emprendo acaba fracasando y no sé para qué subsisto pero no tengo suficiente fuerza para tirarme al metro ni para luchar por nada. Hay millones de personas buscando trabajo y yo desprecio el mío, no lo quiero, mi propia vida no me gusta. Mañana lunes intentaré encontrar un sitio privado a sabiendas que, a estas alturas del calendario, debe estar ya todo completo tal y como me dijeron el viernes en uno de ellos.

Supongo que ahora tengo que ahorrar, opositar, rellenar el cupo de puntos por cursos realizados de los cuales ninguno me interesa lo más mínimo. Tengo que reinventarme sin tener ánimo alguno, sonreir, mirar hacia adelante donde nada hay que me invite a hacerlo.

Mañana lunes también sale a la venta la primera novela del Robe, El viaje íntimo de la locura, y me gusta pensar que quizá en algún momento de su lectura me sentiré acompañada. Me asombra con qué poco me conformo a veces y cuánto exijo cada vez que me parece.

24 de septiembre de 2009

Como los olivos sudan aceite

Voy a parasitar otro año más aquí en madrí, no me tiré a Su boca, y me voy a apuntar a bailes de salón.

Yo tampoco me lo explico.

Hoy estuve media mañana intentando constatar con el inem que, efectivamente, el despido disciplinario conlleva derecho a prestación por desempleo. Y compruebo, una vez más, que ya no se coge el teléfono en este país, se habla primeramente con una voz que, femenina o masculina, puede que ya haya muerto y, una vez que logras que te atienda un ser vivo, se graban las conversaciones por si se te ocurre amenazar a alguno de ellos de muerte o mandarle de vuelta a su país si no es espanya.

Nada va bien ya, en efecto.

Preguntas a los ojos de Uno con el que se te va la vida que por qué, por qué, por qué y no le da la gana de contestarte y, sin embargo, te ríes de otro durante poco más de diez minutos y en menos de cuarenta y ocho horas le tienes ahí como amigo en internet riéndote todas las imbecilidades que se te ocurra expresar. Puedes robar traperamente treinta y dos fotos porque Uno no se entera y el otro tampoco, como los vecinos de la chica a la que apuñalaron la otra noche en su domicilio de Bravo Murillo.

No hay justicia, no la hay.

La semana que viene veré a Mateo, con su cámara al hombro o en la mochila, y creo que la sesión de fotos la quiero en blanco en negro, como mi abuela paterna que enamoró a tres hombres y se casó con dos de ellos. Y es que a todo color he leído en internet que debería estar teniendo hijos desde los dieciocho pero nadie sabe que tuve uno y lo maté antes de que naciera.

Ni un malfollar siquiera.

21 de septiembre de 2009

El principio del fin

-Que Angel me quiera (...) sólo un poco-

Hace aproximadamente dos años yo me recitaba en silencio esas palabras mientras la chica del estante en el estanco, muy sonriente, me indicaba que pidiese un deseo y ataba en mi muñeca izquierda la pulserita gratuita y primeramente amarilla que he perdido este mismo fin de semana. Creo recordar que lo pedí de forma literal, tal y como he hecho desde entonces cuando, tanto Mario como Susana, me han ido preguntando por su misterioso significado y su evidente decadencia. Susana, este verano, al comprobar el mísero estado de la ya no amarilla, me indicó que ella misma me la arrancaría sin que yo me diese cuenta. Recuerdo suplicarla entre risas que no lo hiciera y recuerdo también el decirla que si tardaba tanto en desprenderse quizá se cumpliera el deseo.

El viernes me estoy fumando un cigarro con Mario alrededor de las nueve de la noche y la pulsera sigue conmigo, yo misma la coloco ya que se ha enredado como tantas otras veces con la cadena de plata, entre la concha que me traje de Port Lligat y la otra que me arranqué de un bolso. Bajo a casa a cenar, ceno poco y me ducho rápido. Me miro en el espejo del baño unos segundos antes de salir de casa, me veo bien aunque he intentado disimular las ojeras con un poco de maquillaje y creo que funcionará tan sólo un par de horas, el tiempo justo para haberme bebido dos o tres copas y olvidar el asunto. Estoy completamente segura que la pulserita llega conmigo a la fiesta, su cordón con unos catorce nudos de vez en cuando me hace cosquillas cerca de la palma de la mano.

La pulsera se me cae a lo largo de la noche, una noche en la que no es la una de la madrugada y Angel ya ha llegado. Una noche en la que todos están bebiendo mucho y yo quizá más que nadie, todo son risas y me parece que vuelvo a volar en un pasodoble. Sí me consta que Pocholo viene a pegarse a mí en varios momentos y que no le presto mucha atención y a Angel, que se encuentra algo más allá, ninguna. César es la primera persona que me dice que no siga bebiendo pero no puedo parar de hablar y no le hago caso mientras el novio francés de Noelia me besa por enésima vez en la cara repitiéndome la subida de ego que viene aplicándome toda la noche. Son ya muchas horas y muchos besos y me encuentro, acto seguido, riéndome con Amparo de no sé el qué cuando Angel se acerca a mí tocándome en el brazo con pulsera o sin ella. Viene extremadamente sonriente y de no haber luna estoy segura que salió en ese instante.

No sé cómo le recibo ni qué es lo que digo porque estoy borracha pero sí sé que Él, lo primero que hace es plantarme dos besos y lo segundo preguntarme animado que qué pasa con Toledo. Yo no sé ni dónde está el norte ni dónde está el sur porque tengo la felicidad cegándome delante y le explico de mala manera, atropellándome, que aquél día fue un día malísimo, que me hacía ilusión irme a Toledo pero que tardé poco en irme a la mierda. Él, muy explicativo, me indica que no puede aportarme mucha información y se ayuda de las manos para contarme que el polígono industrial está allí, Buena Vista aquí y yo no sé qué otro sitio algo más allá. No tengo idea ya de todo lo no poco que me relata pero sé que yo asiento y le sigo la conversación. Puede que la pulsera se me cayera en ese rato o puede que no.

No tengo ánimo ni fuerza ninguna para hablarle de Córdoba ya que antes de comer supe que no me aceptaron y que he de quedarme en madrí capital. No estoy segura tampoco de explicarle los motivos por los que dejo de trabajar, pero sé que la conversación va derivando y que pide ayuda a la novia de su amigo y que ésta le da la razón, Él nunca contesta sms, y que seguidamente el amigo hace lo propio. Hablamos de chorradas que nada importan pero Él sonríe todo el tiempo y ha sido Él quien ha venido expresamente a hablarme y se mantiene en todo momento muy simpático y muy agradable.

No sé cuánto tiempo transcurre pero Él y sus amigos se marchan y yo me dejo llevar por César y salimos de allí a recargar las copas. Mientras César me carga la que le indico será la última que me beba, me quedo dormida en el sofá. En un principio me despierto y me río, las palabras del francés se mezclan con la sonrisa de Angel en mi cabeza y creo que digo cosas sin mucho sentido. Mi hermano Pedro, Noelia y César me piden que no me duerma y sólo cuando mi hermano me promete que me llevará a casa sin entretenerse por el camino acepto levantarme del sofá y agarrarme de su brazo. Doy las buenas noches y salgo sin ver la puerta, cuando me despierto harta de dormir son las cuatro de la tarde y en la cama la pulsera no está.

Me miro de nuevo en el espejo del baño, me como una magdalena y decido ir a los toros. No pienso en lo que ocurrió el año pasado, me veo con ánimo suficiente como para ver matar a siete. Llamo a Fran y le pido que me compre la entrada. Lo primero que hago al ver a Mario es contarle que ya se me ha caído la pulsera, la sangría que él mismo ha fabricado está deliciosa y hay suficientes barras de pan, queso y chorizo para todos. Canto y aplaudo la vergüenza nacional porque estoy feliz y con Fran cerca no puedo dejar de reirme. Matan ante nuestros ojos a cuatro toros, cuatro, y me voy de allí muy contenta porque no tengo pulsera y porque Angel sonríe continuamente en mi cabeza.

Me doy cuenta que el barça está goleando a Su atleti cuando debe haberse terminado la primera parte del partido. Alguien me acompaña al puesto ambulante más cercano y ceno un perrito caliente. Comienzo a beber vodka a menor velocidad que la noche anterior y transcurren varias horas sin deslumbrarme. Pocholo regresa varias veces a dejarme saliva en los oídos, el pelo le huele peor que mal, pelo que continuamente me roza los labios y me dan arcadas. Su hijo está ya con él y yo me alegro mucho pero comienza a incomodarme, siento que me persigue. A su tercera o cuarta venida de la noche le digo claramente que no quiero que se ofenda pero que no pretendo que ni él ni nadie sea mi sombra, que me está agobiando. Insiste en fumarse un porro conmigo y allí mismo le dejo.

Me cruzo con Angel algo después, voy a recargar pero él tiene su copa rebosando y me indica que más tarde se vendrá. Más tarde, en un momento dado, César me indica que vea algo, me lo dice divertido cogiéndome del brazo. Me asomo donde me dice y lo que veo es un claro de gente y Pocholo tirado en el suelo boca arriba con los brazos y las piernas abiertas. Creo que suena Rosendo y César me dice cayéndose de la risa que Pocholo está así porque le tengo enamoradito perdido, yo me desentiendo porque me caigo pero de la lástima. Miro alrededor y todo el mundo le está viendo, me alejo.

Al rato falta poco para que la fiesta finalice y compruebo que Angel está a tan solo unos pasos, se encuentra de espaldas y decido acercarme. Le pregunto cómo ha quedado el partido puesto que en casa simplemente he visto el 4-2, me dice que han ganado y le miro con sorna, acabo entendiendo que me habla de un partido que han jugado esa misma mañana. Nos encontramos prácticamente gritándonos porque la música no deja oírnos y tanto él como yo nos justificamos señalando el escenario. Algo me dice y yo tengo que contestarle pero no me llega la voz, le indico que nos vayamos algo más allá. Está de acuerdo y como me precede compruebo que adonde se dirige se encuentra Pocholo por lo que le indico con señas que cambie el rumbo y no pone objeción ninguna.

Ahí hablamos de lo que sea que nada importa y yo enlazo y le comento que sé que la noche anterior hablamos de Toledo pero que no sé si se enteró de algo porque me harté de beber y no recuerdo la conversación. Me dice que sí y me pregunta seguidamente por qué me quiero ir de madrí. No le hablo de nada de lo que debiera contarle, le digo simplemente que en madrí no puedo comprar propiedad ninguna y que ahora veía la oportunidad de salir y estudiar fuera. Él también me miente, me pregunta si conozco la casa de su tía cuando de sobra sabe que he comido allí dos veces, me llena de explicaciones sin que yo le pregunte y me cuenta que ahora vive en el mismo bloque pero distinto piso, vive alquilado junto con su amigo, tal y como me explicó que haría este invierno.

Me cuenta que se mudó al poco tiempo, cuánto paga, quién se lo alquila, cuántos coches tienen que aparcar, que no pasa frío y que ahora lleva más de un mes solo porque su amigo trabaja en levante. La crisis económica parece nuestra razón de ser cuando su grupo de amigos, tres, le dicen, ya sin música y desde allí a lo lejos, que se marchan en busca de copas. Les dice que se esperen y sorprendentemente les indica a voces que nos vamos los cinco porque yo invito.

Por el camino me dedico a incomodar a uno de ellos diciéndole que en internet comentó que no asistiría por irse a otro sitio. No cito ni dónde ni de qué manera y es Angel el que pregunta si ha sido en el facebook. Llegamos y, hablando de unas cosas y otras, Angel comenta que tiene ascendentes familiares en La Habana (léase mato por ir a Cuba), yo no puedo ser más feliz porque le he preguntado si va a marcharse ya mismo y me ha dicho que no y le he pedido que entonces me acompañe después a fumarme un porro y ha aceptado.

Cuando salimos por la puerta está amaneciendo, son cerca de las ocho de la mañana. Le pregunto quién conduce y como conduce Él entiendo que no está borracho y le indico que nos marchemos por ahí a fumar. Les indica a los amigos que después volverá y echamos a andar. No sé por qué me cuenta que ha cenado alcachofas y antes de encontrar unos escalones donde sentarnos ya estamos hablando de nuevo del colesterol y su puta madre. Se sienta a mi lado y le pido un cigarro, le he pedido ya cuatro o cinco a lo largo de la noche pero no me dice nada. Le indico que le he engañado, que no tengo hachís y llevo un mes sin fumar, creo que tampoco se inmuta.

Comienza a confundirse la noche con el día y como sé que no hay mucho tiempo, mientras sus pupilas siguen a los coches que se marchan y Él habla sin mirarme a los ojos, le digo que quiero comentarle algo. Le hago saber que no entiendo por qué en su día me dijo que su intención era la de ser amigos y llevarnos bien si luego no ha procurado esto. Me voy metiendo yo misma en un callejón sin sentido y la conversación comienza a alterarse, se muestra molesto e incómodo, a partes iguales. Todo comienza a enredarse y Él no se está quieto, se defiende diciéndome que le hablo de cosas que pasaron hace muchos años y que no recuerda nada. Su chulería me saca de quicio y le digo que no entiendo por qué miente. Él estira las piernas y niega que esté mintiendo y me dice con todas las letras que yo le doy muchas vueltas a las cosas, que Él cree que siempre nos hemos llevado bien y que si a mí me molesta que a veces no me salude Él es así y siempre lo ha sido. Le digo que no le creo y se muestra muy a la defensiva, alterado, y me parece captar en su forma cierto pasotismo.

Me indigna y, como no quiero enfrentar nada de tan chulo que le veo, le pongo varios ejemplos de una amistad que él mismo eligió pero que a veces no ha sido, él se desentiende y me insiste en que no recuerda. Como es más listo que yo me dice que si yo le hablase del año anterior sí recordaría pero que estoy removiendo cosas que él ya no sabe, me desespera y no me gusta que me chulee de esa forma. Mantiene su postura y en un momento dado comienza a enumerarme lo que sabe de mí de un tiempo a esta parte, haciendo hincapié en que me fui a Ibiza pero no sabe si con amigos o con amigas. Yo le digo con sorna que todo lo que sabe es porque yo misma me he ocupado en decírselo y no por haberme preguntado. Me pregunta con cierto sarcasmo si acaso siempre hablamos de Él y le respondo mirándole fijamente que prácticamente sí. Esto creo que le colma y entonces se levanta de pronto y me dice que piense lo que quiera, que es tarde y que mejor nos vamos.

No me da la gana y le hago sentarse de nuevo. Le reconozco que desde hace un tiempo sí lo veo todo más normal pero que durante un tiempo así no fueron las cosas, que mi intención es comprender. Se cierra y sigue sin mantenerme la mirada, niega que sea él quien maneje la situación entre nosotros como yo le digo, sí dice recordar aquella conversación de la amistad pero la cambia de sitio, yo le contradigo y él insiste en colocarla en otro sitio. Cuando se expresa generalizando en sus explicaciones me trata como chica y a mi eso me suena de lo más despectivo, a su tercer chica se lo digo y me explica que es una manía que ha cogido, le digo que me importa poco y desde entonces a cada chica le sigue mi nombre disculpándose divertido.

Soy consciente que el orgullo de ambos no da pie a aclarar nada, enredándonos una y otra vez con uno de los malditos ejemplos que yo aporto. Le repito varias veces que no se trata de aclarar ese ejemplo en concreto, tengo intención de preguntarle qué es lo que quiere de mí pero no me da tiempo porque él vuelve una y otra vez a negar recordar algo. Creo que sí lo recuerda porque después de aquello cuando nos encontramos me saludó preguntándome si estaba enfadada, sabe perfectamente lo que hizo pero se niega a decirme. Antes de incorporarnos me pregunta no sé cómo que si he aclarado algo y le respondo mirándole a los ojos que no mucho pero que algo sí me deja claro, que todo le da igual y que le importa poco. Creo que no contesta directamente, creo que se mueve como cansado y achaca la hora mirando el reloj, las ocho y media.

Vamos andando hacia donde partimos y nos cruzamos a César que se va a dormir, yo me río con él por la hora que es y ambos le despedimos sin pararnos. En unos metros Él debe continuar andando hacia adelante pero yo he de tomar la esquina. Cojo la esquina continuando andando sin más preámbulo y absolutamente en silencio. Desde su posición dice algo como "bueno... Chafan...", en lo que venía a ser su hasta luego conciliador, pero no lo termina porque yo no me rodeo siquiera a verle la cara, me marcho enfadada conmigo misma y con Él, por ese orden. No sé si se queda allí parado o si continúa andando, yo lo que siento es que me he equivocado y que pido imposibles, me da rabia ser tan torpe y sentirle tan dentro. Continúo andando hasta casa.

Cuando el domingo me levanto de la cama compruebo que, aparte de la pulsera, he perdido la voz y desde entonces me encuentro afónica. Antes de montarme en el coche y regresar a madrí encuentro una llamada perdida en mi móvil y un sms, ambos de Pocholo que me dice que lo siente mucho.

17 de septiembre de 2009

Rebelde VI

El pasado es un tren que ya se fue.
El futuro es sólo una idea.
El ahora es un regalo que la vida te da.
Procura vivir el presente con la experiencia del pasado y la esperanza del futuro.








Me da miedo el día de mañana.

No hablo del futuro en general, me refiero a mañana viernes. Se trata de un viernes de vértigo con su posible batacazo. Mañana sabré si alguna, varias, o ninguna de las únicas cuatro opciones gratuitas donde finalmente solicité plaza va a acogerme o no. Al gusto yo misma reduje el mapa de espanya a cinco comunidades de las diecisiete o dieciocho existentes. Supongo que termino haciendo esto mismo con todas las cosas.

He comprobado, no hace más de diez minutos, que en caso de no obtener plaza en centro público existe un centro privado, al cual podría acercarme andando diariamente, justo en el número uno de Su misma calle. No sé si sigue abierto el plazo de solicitud en ese centro, ni siquiera había contemplado la posibilidad de tenérmelo que pagar de no habérmelo comentado anoche Mario. Soy un desastre y eso lo saben los chinos, hoy mismo me han visto guardar mis chanclas en la caja de las botas recién compradas y salir de la tienda con éstas puestas. Supongo que también lloverá este fin de semana.

A este fin de semana lo llevo esperando más de un mes. Podría ser el último del año en que Le miro a la cara, podría ser el primero del resto de mi vida fuera de madrí, podría ser el fin de semana en el cual logre ponerle voz a todo esto, podría ser aquél en el que dije a mi hermana María que me estrellaría por la carretera, sí joder, sí, mañana (futuro cercano) podría ser el principio del fin y los finales siempre me han dado miedo.

En efecto, tengo muy malas ideas.

16 de septiembre de 2009

En la arena he dejado mi barca

Ya la he dicho a mi hermana Barna que Catalunya queda autodescartado.

La he dicho la verdad, que prefiero dejarlo y pensar que allí se vive mejor a presentarme allí y constatar que hay la misma mierda que en el resto de espanya. Ella me ha preguntado si el resto de la familia sabe de mi proceder porque nadie la ha dicho res de res. A ella la gusta creer que me enseña palabras y yo la dejo que crea lo que quiera. También me ha dicho que aunque yo me piense que estoy eligiendo libremente, entre comillas, ella está rezando a diario para que aquél de allí arriba interceda y escoja por mí lo mejor para mi futuro. La contestaré mañana mismo no vaya a ser que se la ocurra a la virgen el bajar a verme. De la última vez que la virgen y yo nos encontramos no tengo buen recuerdo, hice justamente lo contrario de lo que ella me aconsejó y así me ha ido. A nadie en su sano juicio se le ocurre ir por la vida diciendo a todo el mundo que la virgen del cubo está instalada en el ángulo que forman sus dedos índice y anular pero, sea como fuere, eso mismo fue lo que me dijo aquel hombre y entonces la virgen me tocó la frente y me espetó en menos de cinco minutos lo que después sería mi futuro a medio plazo. Me dio la risa pero qué pocas ganas de reirme me entran ahora siendo como soy incapaz de recordar si el dicho de que Él llevase pendiente/s sucedió antes o después que este otro Él se hiciera los agujeros para llevarlos. Como a la virgen no he vuelto a verla para preguntárselo directamente se me representa una y otra vez aquel preciso instante en que Él se tocaba la oreja y me explicaba que se había hecho uno y, como le gustó, a la semana siguiente se había hecho el otro. Por otra parte, de nada veo que me haya servido el chupárselos porque sigo estando igual que estaba, entre dos aguas, entiendo que ya naufragando, aunque parezca que navego como si tal cosa.

Vivir todo esto sin droga alguna ya no sólo da pena sino que empieza a oler.

14 de septiembre de 2009

En una humilde morada

Estoy cambiando mis hábitos.

Transcurridos unos quince días sin consumir hachís, anoche fumé tantos porros que me fue imposible contabilizarlos. Supongo que la noche lo requería porque no había llegado a escuchar tanta tragedia junta en toda mi vida.

Pocholo había estado llamándome salteadamente durante la semana, aunque yo opté por coger su llamada sólo un par de veces porque no quiero que me agobie, quiero que me siga haciendo gracia. Acepté ir con él al concierto de Miguel Ríos anoche sábado aunque le repetí varias veces que me importaba poco no asistir al mismo. Le llamé desde la boca de metro para que así pudiese calcular el tiempo que tardaría en llegar, veinte minutos, pero al llegar a los torniquetes de entrada me di cuenta que sólo llevaba quince céntimos en el monedero por lo que salí de nuevo a la calle y me acerqué al cajero más cercano. No podía imaginarme que tan sólo iba a gastarme lo que valía el billete de ida, un euro con veinte.

Llego a Alcorcón central con más de veinte minutos de retraso y allí está de pie, solo, con la camisa verde pistacho abierta hasta medio pecho y con un olor a vino que invita a alejarse de él. No me da tiempo a reaccionar y ya me ha cogido la cabeza entre sus manos, me ha plantado dos besos y me ha dicho guapa y preciosa. Seguidamente me da un abrazo eufórico que me hace rozar las pestañas con el pelo de su pecho, me río, no huele mal pero debe llevar horas bebiendo. Me coge de la mano sin dejar de hablar ni un momento y me hace cruzar la calle, tras él, con el semáforo en rojo. Los coches nos pitan pero creo que no los oye o no le importa. Se para en mitad de la carretera y entrecorta todo lo que pretende contarme, apresurándose a decirme que lo ha pasado muy mal, que no me voy a creer la mitad de lo que ha vivido estos días, y que menos mal que estoy allí con él porque no se encuentra nada bien.

Yo llevo, como siempre, el bolso colgado en un brazo y en la otra mano llevo una palestina que, en caso de pasar frío, me servirá de abrigo. Antes de llegar a la otra acera ya me ha dicho que por la noche es mejor que salga sin bolso y me ha quitado la palestina y se la ha echado al hombro. Le pido que por favor no me lleve tan rápido y él, haciéndome caso y sin soltarme la mano, vuelve a abrazarse a mi y a decirme que estoy guapísima y que está encantado de que yo haya ido. La gente con la que nos cruzamos nos mira con evidente extrañeza y a mi eso me gusta porque me hacen sentirme mejor persona de lo que soy. Comenzamos a alejarnos del centro del pueblo y, por lo tanto, de la zona que me es conocida, dice que subiremos a su casa y que ya desde ahí saldremos.

Su casa aún hipotecada es una monería de sesenta metros cuadrados extremadamente original. Antes de cruzar el umbral de la puerta me fijo en que ha dejado la luz encendida así como en las flores que ha dibujado sobre la pared derecha en gotelé. Una bola espejo de discoteca proyecta no se sabe el qué en color rojo sobre el salón y la cocina americana, una planta enredadera acompaña al puente de ladrillo visto que separa los dos habitáculos, lanchas de pizarra de su olivar del pueblo forran el muro de carga, hay cuernos de cabra sobre la pared que sostienen pequeños cactus, llaves de kilo y medio colgadas en el pasillo, la terraza llena de flores, todo precioso, mire donde mire está todo lleno de detalles. Le digo que necesito comer algo antes de beber y no tarda cinco minutos en extraer del frigorífico tranchetes, embutido de todo tipo, pan de sandwich y mantequilla. Dejo mis cosas sobre una silla y al volverme ya tiene enchufada la parrilla eléctrica sobre la encimera.

Enciende la televisión y la cadena de música al mismo tiempo, quita el sonido de la primera y sube el de la segunda. Mientras cambio de posición las rebanadas de pan me acerca el disco que está sonando, de Miguel Ríos, y el libro que se ha comprado, El sueño de una noche de verano, de Shakespeare. A mi me dan ganas de besarle la frente pero me contengo. Me lee malamente el resumen que consta en la portada trasera y me pregunta qué es onírico. Me besabraza y me dice que su casa es mi casa. Tiene kalimotxo mezclado ya en la nevera y a veces bebe directamente de la botella y a veces lo hace de mi vaso. Mientras yo me acondiciono el sandwich ya tostado él está en el medio del salón imitando al guitarrista y cantando a viva voz las maneras de vivir que yo conozco por Rosendo. Cuando me dispongo a cenar le pido que baje la música y me doy cuenta que sobre una de las mesas hay una pecera de unos treinta litros, me hace saber que el cocodrilo que está encima fue un regalo de mis sobrinas a su hijo. Le pregunto por el niño, le cambia la cara y apaga la música.

Me dispongo a comerme el sandwich sentada en el sofá donde él mismo me ha colocado una silla delante para apoyar el plato y mi vaso, y entonces se arrodilla a mi lado y me dice muy serio que cree que antes de final de año se habrá vuelto loco, que cree que no le falta mucho para ello. Apoya sus manos en mis rodillas y me cuenta que lleva siete días sin saber dónde está el niño, que él mismo le llevó el domingo pasado con su madre y le compró un teléfono móvil para poder hablarse pero que esto sólo ocurrió el lunes, que después han debido retirarle el teléfono y no sabe dónde se encuentra ni cómo está. Se atropella en sus explicaciones porque está visiblemente afectado, me cuenta que ha puesto dos denuncias pero aún no le han dicho nada, que el jueves durmió en un calabozo porque una pareja de municipales le sacó esposado de esa misma casa tras que ella le denunciara por violencia de género, que asistió a un juicio rápido el día anterior, viernes, y que le han dejado en libertad vigilada tras constatar la existencia de sus propias denuncias hacia ella.

Tengo que reirme porque me explica que cuando compareció ante la juez, esposado pasillo adelante, sus pantalones se fueron cayendo de la cintura a los tobillos, pues le habían retirado todas las prendas susceptibles al suicidio, siendo incapaz de sujetárselos con sus propias manos. Recordaba frases preciosas referidas a la libertad que otros habían escrito en las paredes del calabozo e incluso me explicó que fue incapaz de cagar hasta llegar a esa casa. No me había terminado el sandwich y ya me estaba pasando el primer porro. Me sitúa y una de las veces que habló conmigo por teléfono entre semana, en la cual me dijo que no podía contarme nada, resulta que se encontraba detrás de un zarzal haciendo vigilancia en la casa de sus suegros. Antes de levantarme e ir al baño me dice que él está como Marco que buscaba a su madre y que no va a consentir que esa mujer le quite la infancia a su hijo tal y como habían hecho sus padres con ella.

Al regresar del baño, que es como volver de la alhambra, me hace saber que el todavía marido de su hermana está abajo, en el parque que está frente a la casa, rodeado de yonkis y que ya no reconoce ni a sus sobrinos ni a nadie. Me da el nombre de todos los medicamentos que tomaba esa mujer cada mañana después de desayunarse medio litro de café y uno de cocacola. Afirma que él no está bien pero que ella está mucho peor y me lo explica con ejemplos de todo tipo. Calcula los meses que lleva sin convivir con ella, dieciseis, y me cuenta que mientras ella chateaba en la habitación del niño con unos y con otros él dormía en ese sofá y se ponía el despertador para ver Viki el Vikingo. El tercer porro lo fabrico yo mientras él busca en el diccionario ya no sé qué palabra.

En un momento dado, no son las doce, me indica que lo que suena allá fuera son los fuegos artificiales del fin de fiestas y me hace saber de su interés por participar en un bingo en la feria donde ha leído que sortean una moto a las doce y media. Quiere reencontrarse con el niño y regalársela, se le ilumina la cara y acto seguido me coge de la mano y me hace el recorrido del resto de la casa. Otra pecera enorme pero vacía ocupa espacio en la habitación de matrimonio y me cuenta que hace sólo unos días ha retirado las fotos que había colocado esa mujer sustituyéndolas él por otras suyas propias de persona sobria de hace más de veinte años. Separa a fuerza bruta el armario de la pared para que yo pueda ver cómo colocó en su día un frontal de azulejos precioso en tonos azules pero que esa mujer consideró inapropiados. Estos azulejos, las fuentes del baño, y más de la mitad de los adornos de la casa los ha ido consiguiendo él en distintos vertederos y contenedores de basura según me dice. De nuevo vuelven a mí ganas de abrazarle que se quedan en eso. En la habitación del niño no hay luz, ni tiene escalera para acceder al interior de la lámpara, de forma que no puedo ver al crío riéndose en esa foto, ni con él allí ni con el abuelo allá.

Nuevamente en el salón me cuenta que una de las denuncias que le ha puesto a ella es por suplantación de identidad ya que tras marcharse ha contratado diversas tarjetas de crédito a su nombre. Me cuenta que lo ha sabido hace relativamente poco cuando el banco le ha llamado reclamando pagos. Como la mayoría de términos no los conoce se apresura a mostrarme del interior de una caja de zapatos los extractos bancarios donde constan movimientos de todo tipo en esas tarjetas, siempre disminuyendo el saldo. Así mismo me entrega las copias de las denuncias y me besa las manos llevándoselas a la cara. Continuamos bebiendo y fumando mientras prosigue en sus explicaciones y al rato yo no sé qué digo o qué es lo que hago que de pronto me veo embutida en un abrazo, en el cual me levanta los pies del suelo y me da un par de vueltas, al estilo del pasodoble de César. Se le ve ciertamente muy contento de poder explicarle a alguien y me indica que para no perder la cabeza ha ido escribiendo todos y cada uno de los movimientos que ha ido haciendo desde que no ve a su hijo y me hace saber que esta noche también la escribirá y que seguro que dentro de un tiempo le gustará leerlo.

Cuando son las doce y veinte entiende que, ya sí, debemos irnos. Extrae del frigorífico dos litros de kalimotxo semihelado y mete la botella en una bolsa de plástico con publicidad del alcampo. Me pregunta si prefiero beber champán ofreciéndome una botella que yo entiendo pertenecerá a su cesta navideña. Le pido que la guarde entre risas y le hablo de la sidra asturiana mientras salgo a llamar al ascensor. Esta vez, ya en la calle, me pide permiso para llevarme agarrada del brazo. Andamos bastante rápido y no hemos recorrido doscientos metros y se pregunta en voz alta si esa mujer habrá inscrito al niño en ese colegio como los años anteriores o qué tendrá pensado hacer. Trago saliva y me dispongo por vez primera a beber directamente de la botella. Andamos y andamos por calles que desconozco y cuando estamos llegando al recinto atravesamos un parque oscuro y siempre en dirección contraria a donde camina la gente. Teniendo la valla a unos metros coge impulso y traspone la botella de dos litros con su bolsa al interior, la recogeremos una vez dentro. No hemos llegado a la puerta y unos conocidos suyos con los que nos cruzamos le paran y nos dicen que el concierto ha terminado. Me da la risa y Pocholo me pide perdón siete veces antes de ir a recoger la botella, va él solo porque le digo que la arena del recinto se me mete en las chanclas.

Mientras me enciendo un cigarro veo cómo corre a por ella y cómo regresa también corriendo. Es ahí donde me doy cuenta que tanto Pocholo como Luis Alfredo tienen más de cuarenta años y se empeñan en tener quince. Cuando llega hasta mí me pide que nos sentemos en el banco más cercano y, como no tengo ganas de seguir andando, me parece buena idea. Tenía pensado hablarle del capítulo de Bea pero no había pensado que fuese él quien sacase ese tema, me pregunta por ella con el máximo respeto ya que supuestamente somos amigas y yo entonces le explico el por qué me quedé con él aquella noche y también que después de aquello ella no ha vuelto a mencionarme nada. Me explica su versión de lo ocurrido y yo le creo, se deja llevar y termina llamándola bizca, extraña, sosa y engreída pero yo tardo poco en cambiar de tema porque ella no me interesa y ya está todo más que claro.

La botella sigue menguándose y fumamos hachís a la velocidad de tabaco. No sé bien por qué pero termino hablándole que quizá me marche de madrí y que tengo pensado viajar a Cuba donde también se ofrece a acompañarme. No sale de su asombro porque con la calculadora del móvil soy capaz de decirle durante cuánto tiempo estará pagando la casa del pueblo que pretende comprarse. Nos encontramos intercambiando episodios similares que hemos vivido en Marruecos cuando llega el momento crucial en que se termina el papel de arroz. Mientras él se acerca a mear en una esquina yo muerdo una china de su piedra de hachís y me la guardo adosándola a mi teta izquierda. Me fijo en la hora, las tres y cuarto, y creo que es conveniente que me marche a casa. Quiere que me quede a dormir en la suya y que me marche el día siguiente o cuando yo quiera pero le insisto en que puedo irme en autobús y que sólo ha de acompañarme a la parada. Se empeña y finalmente accedo a volver a su casa para recoger la llave de su furgoneta ya que no quiere que me vaya sola.

En el interior del ascensor le comento que tenemos ambos los ojos hinchados tras tanto fumar pero no me hace caso porque no se calla. Entramos y lo primero que hace tras cerrar la puerta es localizar papel para hacerse otro porro, yo le repito que quiero marcharme mientras él coge su móvil que se encuentra sobre la mesa. Dice que tiene ocho llamadas perdidas de un amigo suyo al que no conozco y, aunque no le creo, no digo nada porque tengo sueño. Nos fumamos el que para mí es el penúltimo de la noche y bajamos a la calle. La furgoneta se encuentra aparcada a unos metros y antes de dejarme subir a ella retira mil y una cosas inservibles del asiento del copiloto dejándolas atrás. Me limpia el asiento aunque le digo que no es necesario y me pide perdón porque huele muchísimo a gasolina. Arranca y partimos. También debajo de mi asiento está lleno de cosas, extraigo una de ellas y se trata de un dinosaurio volador de goma cuya cabeza cuelga cortada. Me lo coge de las manos y, como debe habérsele olvidado que me ha dicho que urga entre basura, me comenta que posiblemente la cabeza se ha derretido por el calor y que es una lástima porque a su hijo le gusta mucho, yo asiento sin más.

Llegando a mi barrio se confunde de salida y realiza un cambio prohibido provocando el pitido de un par de coches. En mi calle le hago parar dos veces pues no veo bien y me es imposible situarme. Cuando finalmente aparca y nos bajamos juega conmigo para ver si consigo leer qué matrícula es aquella y qué figura escrito en aquella otra furgoneta, no veo una mierda y se asombra. Entonces me acuerdo de Angel porque me hizo lo mismo y miro de nuevo el reloj, el cual con Pocholo no se me para, las cuatro y media. Insiste en dejarme en casa y le permito acompañarme hasta el portal. Tengo mi coche aparcado justo ahí, lo reconoce y le acaricia el golpe del guardaruedas derecho. Me pregunta si está mi hermana dentro de casa y le digo que sí mientras me pregunto cuándo pretenderá irse. Me indica que no sabe si nos veremos el fin de semana próximo y yo le pido que se tranquilice mientras le intento animar diciéndole que seguramente pronto sabrá algo y que todo estará bien. Le doy las gracias por acompañarme hasta allí y antes que termine de hablar me coge de nuevo la cabeza pero esta vez me planta los dos besos en los morros, uno y dos, y con una fuerza que yo no sé de dónde le sale. Me da verdadera lástima pero ni le correspondo ni me dice nada. Sonreímos.

Subo a la casa de mi hermana donde habito, me dirijo a la cocina y compruebo que en el frigorífico no hay nada que pueda comer a esas horas. Bebo agua y ya en la habitación busco papel y me lío el porro que le he robado. Me lo fumo despacio mientras enredo en internet como he hecho siempre y mientras pienso en todo menos en Pocholo.

4 de septiembre de 2009

Ay pena, penita, pena

Está claro que si yo fuese parapléjica, menopáusica, o prisionera de guerra tendría otras cosas en las que pensar y no las que tengo.

Sé que el pasado, las noches de hace dos años, de hace siete, anoche mismo no vale para nada pero aún así, siendo consciente de ello, no sé de qué forma lograr incrustármelo en la cabeza. Ya sé que llorar no sirve, fumar tampoco ni beber ni follar siquiera pero ¿cuándo llegaré a sobreponerme, qué se supone que necesito, qué es aquello que no veo, tan lejos queda?

Hoy mismo me he sentido la mujer más desgraciada de toda la comunidad autónoma y quizá lo sea y no haya más vuelta de hoja. Pretendo escribirlo mientras lloro otro poco y es que hoy, tras varios días intermedios, he vuelto a llorar inmensamente, en silencio, de pura pena. Lloro sin que me duela nada, lloro frente al espejo, bajo las gafas de sol en el metro, en el medio de la autovía, a la entrada del hospital y después de comer boquerones en vinagre.

Ayer, tras un intercambio de sms con Luis Alfredo que no merece la pena transcribir, 15:16h:

-Angel, k pasa, k tal tod?si puedes acércat x VVV ste find, hay fiest, kisiera pregunt varias cosas d toledo ciudad, si no ya t llamo y m dices, ya texplicaré.1beso-

A las tres y media ya me encontraba dudando si no me habré vuelto completamente gilipollas sin darme cuenta. Al rato me dije a mí misma que no, que no soy gilipollas, que me era muy necesaria su información y en el caso de que no se presentase en VVV ya le había amenazado claramente con llamarle, que tenía pensado llevarlo a cabo y que valorase él su conveniencia. Me mantuve tranquila, ayer no lloré nada.

Esta mañana me despierta el móvil una vez, dos, tres, no sé cuántas veces. Lo que debían ser las siete y veinte se han convertido en las ocho y diez. Me siento en la cama y pienso en el día que me espera. He de ir a Toledo y solicitar plaza en el sitio marcado que llevo en la carpeta porque ayer no me fue posible realizar la solicitud a través de la web sin certificado de usuario ni firma electrónica. He de volver lo antes posible a madrí e igualmente solicitar plaza a trescientos metros de la casa de César, debo hacerlo antes de las 14h. Bien. Mientras bebo directamente del tetrabrick de leche del interior del frigorífico, pienso en que Toledo siempre me ha parecido una ciudad triste, pienso en que está lleno de piedras y gente fea. Mientras bajo las escaleras con las llaves del coche en la mano, pienso de nuevo en el sms enviado ayer, pienso que Angel en esa ciudad estuvo estudiando cinco años y que parte de ellos entiendo -porque constancia no tengo- que debieron hacerse más largos porque Su novia -a la cual Su hermana me contó que quería mucho- le dejó de la noche a la mañana tras enamorarse de Su mejor amigo y éste de ella. Me coloco el cinturón de seguridad mientras intento descifrar si este episodio ocurrió dos o quizá tres años antes de encontrarse conmigo. En el semáforo frente al kiosko ya me encuentro nuevamente rememorando aquel primer mes de conocernos en el cual me iba presentando a todo su mundo aunque ya no sea capaz de distinguir y recordar sus caras. Antes de llegar al metro de aluche me digo varias veces que es la última vez en el transcurso del día que me dedico a revolver lo vivido. Observo que tengo el depósito en reserva y pienso en Él de nuevo en la gasolinera, no así en mi hermano Pedro. Cuando paso por la antigua cárcel, ahora oficinas de extranjería, alucino con la cola kilométrica que se prolonga a lo largo de la acera ya en la calle. Coloco el itinerario impreso de google map sobre mis piernas, también en la cajonera de mi puerta y sobre el asiento contiguo. He de procurar no pasarme la a-42 pero no hago el mínimo esfuerzo en sustraer mis gafas de la guantera. Recorro como tantas otras veces la avenida de Carabanchel Alto y, tras dejar a un lado Leganés y salir a la autovía, busco y rebusco en los paneles el enlace a dicha carretera. Al rato, pasados unos kilómetros, estoy segura de haber escogido el carril adecuado pero voy viendo al trasponer las salidas marcadas que los números de las mismas van en aumento, 19, 28, 33 y que los kilometrajes marcados en los paneles laterales sólo apuntan a provincias andaluzas. En el cuarenta y algo vislumbro la posibilidad de haberme equivocado, decido salir por el próximo área de servicio y volverme en busca de la m-40. Dicho área no es tal puesto que se trata de un camino de agárrate que vienen curvas, entiendo que será un cambio de sentido pero tras recorrer dicho camino durante unos minutos me doy cuenta que no es así pero que al menos me trae de vuelta dirección madrí. Distingo unas cisternas allá a lo lejos en lo que pueden ser reservas de agua, gasolina o energía nuclear, quizá se trate de un polígono de vete a saber dónde. A medida que voy acercándome comienzo a encontrarme resaltos de pasos de peatones, a uno de ellos lo reto y golpeo los bajos del coche. Entro en lo que bien puede ser un pueblo fantasma y en la segunda rotonda encuentro al abuelo de turno paseando al perro. El reloj del salpicadero marca las nueve y cuarto. Oiga, sí. El jubilado me explica izquierdas y derechas imposibles de memorizar y cuando estoy a punto de subir la ventanilla y dejarle hablando solo se pone a contarme la historia del pocero por lo que antes de que lo pronuncie me sitúo y estoy en Seseña. Doy la vuelta completa a la rotonda y me dirijo al lugar donde se encontraban las cisternas. Un guacamayo y el gordo de su acompañante hablan justamente en la entrada mientras fuman tabaco rubio. El gordo, muy español él, simplemente dice que es muy fácil y el guacamayo me explica en su idioma qué recovecos he de pasar antes de salir de allí. Parece mentira pero no lo es: el guacamayo se conoce qué pueblo encontraré detrás de cuál y así hasta llegar al enlace de la a-42 a la altura de Illescas. Me pongo en camino y voy comprobando que me lo ha especificado todo perfecto, se trata de una carretera nacional y paso por Endibias, Yeles y otros. En el 63 de la autovía cojo de nuevo el itinerario, distingo Toledo cada vez más cerca y cuando quiero darme cuenta tengo la Puerta de Bisagra a cien metros, me he pasado. La gente es fea pero muy amable y la ciudad no es grande. El polígono industrial que pretendo encontrar está mucho más allá de lo que aparenta el mapa al igual que lo está el reloj de mi propósito. Aparco al primer intento, como siempre, y pregunto al primer sujeto que se me cruza el cual afirma ir hacia el mismo sitio o tiene ganas de acompañarme. Antes de entrar al recinto apago mi cigarro y cuando llego hasta la ventanilla de secretaría cuento los empleados que hay dentro, dos, y la gente que me precede en la cola, once. La fea y diríase secretaria no me deja terminar de hablar y me suelta con todas las letras que ya está todo completo. Me habla de fotocopias compulsadas y de otros detalles, que ni yo llevo ni constan en su página web, la pregunto por qué no me explicó todo eso su compañero cuando llamé ayer y quisiera decirle lo fea que me parece pero me muerdo los labios, recojo la copia sellada que me entrega y me coloco las gafas de sol antes de salir de allí. No he llegado al coche y ya estoy llorando. En la rotonda del final de la calle huele a perro muerto, no sé cómo no me di cuenta al llegar. Enseguida me encuentro en paralelo con el puente romano sobre el río Tajo, la ciudad parece más limpia que la última vez que allí estuve y recuerdo entonces que no conseguí dormir nada aquella noche y que teníamos las campanas de la catedral a unos metros de distancia aunque no recuerdo si repicaban las horas. Encuentro salida dirección Ocaña pero no sé cómo hago que de pronto me veo inmersa nuevamente en una carretera nacional, consigo salir a la autovía a unos treinta kilómetros. Activo el aire acondicionado pues las ventanillas bajadas no me dejan escuchar bien al Fito con lo más lejos a tu lado. Compruebo que ya está otra vez el indicador de las revoluciones enganchado desde el arranque y que cuando tiene que marcar dos marca tres y así sucesivamente. En un momento dado, mientras el whisky barato, marca cuatro y pico cosa que nunca ha hecho. Me da por observar todo el cuadro, se ha consumido una raya de gasoil, el mercedes que me precede me conduce a ciento treinta y el calentador extrañamente se sitúa por encima de noventa. Desactivo el mp3 y me veo entonces a mi misma allá, en la avenida de América, tirando de la correa de servicios totalmente deshilachada como ya me había ocurrido otras veces. Me cambio al carril derecho y según desacelero la aguja del calentador mínimamente desciende. El coche continúa revolucionado y decido apagar el aire acondicionado, en unos minutos debo bajar de nuevo las ventanillas porque hace un calor de agosto. Me aburre seguir el ritmo de esa furgoneta por lo que la adelanto y mientras estoy en ello me percato que la aguja del calentador peligrosamente se acerca a la zona roja. Comienzo a sudar por activa y por pasiva, desacelero, meto cuarta y activo las luces de emergencia mientras no dejo de observar el cuadro. Busco paneles kilométricos pero no aparece ninguno, van a ser las doce y hace un calor de intenta pararte en una sombra pero no la hay. El sol está en lo más alto y le viene a dar igual si yo tengo prisa, calor, o miedo escénico. La aguja roza y amenaza la zona roja por lo que he de parar inmediatamente y ahí mismo. Saco el coche al arcén cuando ha terminado la cuesta abajo pero el arcén es mínimo, apago el motor y tardo en poder abrir la puerta. No pienso en ningún momento en el chaleco reflectante. Abro el maletero y extraigo de su caja uno de los triángulos de emergencia, lo monto por primera vez en la vida, lo cruzo y lo coloco en el arcén a una distancia más que prudencial. Regreso al coche mientras recuerdo el golpe mañanero en los bajos y lo primero que hago es agacharme a mirar bajo el motor, no veo mancha alguna de aceite o similar. Cuando cesa por momentos el ruido de los demás coches aprecio el escándalo que forma el ventilador del mío. En cuanto alguien más sensato que otros activa su intermitente y se cambia al carril izquierdo regreso al interior del coche para abrir el capó. Enciendo la luz de mandos y compruebo que la aguja del calentador ha descendido un algo pero no lo suficiente. Abro el capó y vuelvo a salir del coche. Cuando lo abro el vapor contenido dentro se ha hecho agua en la cubierta pero continúo sin ver goteo ninguno. El depósito del anticongelante se encuentra a una temperatura excesiva, tengo el móvil en la mano pero para qué llamar si sé que tengo que mirar el nivel de líquido. Maldigo a la cocacola sobrante de mi último viaje y regreso al maletero para recoger la única botellita de agua que sé que tengo en el interior del estuche de nunca limpiar. Cuando el ventilador deja de hacer ruido ya son las doce y cuarto y me dispongo con la mano izquierda a abrir el depósito del anticongelante, pienso que si me tengo que abrasar mejor será en esa mano porque no soy zurda para nada. Desenrosco la tapadera y compruebo que no quiere abrasarme, quiere que le eche unos cuatro litros y no tengo ni medio. Miro alrededor y a la lejanía, no veo ninguna gasolinera. Dudo y vuelvo a dudar en si continuar mi camino o llamar a una grúa. Vuelvo a mirar el reloj y mi sensación de pérdida de tiempo va en aumento. No pienso que de quemar el coche no tengo dinero para comprarme otro, todo lo más que pienso es que he de conseguir llegar sí o sí. Procedo. Más adelante elijo los carriles de m-30-centro urbano-legazpi y cuando ya no hay posibilidad de rectificar me doy cuenta que llegaré a Le-gaz-pi y no a plaza elíptica como pensé en un principio. La aguja del calentador está ascendiendo de nuevo peligrosamente y antes de entrar en el primer túnel ya tengo lágrimas en la barbilla. Aparezco frente al vicente calderón, me quito las gafas de sol, me enjuago las lágrimas y me sueno los mocos cuando suena Camarón en mi móvil y quisiera volverme pulga. Me lo acerco, es Pocholo por cuarta o quinta vez este mes, lo cojo. Hablo muy alto y le digo que voy conduciendo y no puedo hablar, no despego un ojo de la aguja del calentador mientras me dice no se qué de Miguel Ríos el fin de semana que viene, le repito y me dice que me cuide y que ya nos veremos. Cuando cuelgo quiero llorar pero no me sale. A la salida del túnel que da acceso a la Casa de Campo la aguja comienza a descender un poquito, respiro aliviada porque tal vez me dejará llegar a casa. Ya en el paseo de Extremadura marco a César, avísame. Entrando en el barrio llamo a mi hermana Lamayor, la cual creo que se acuesta con mi mecánico, me indica las posibilidades de lo que le está ocurriendo al vehículo, gritándome. Me grita creo que tres veces que no se me ocurra sacar el coche de madrí esta tarde, me recuerda que no tengo dinero y que vivo de caprichos. Se cierra el siguiente semáforo y según freno veo que sale humo de los laterales del capó pero no la digo nada, la repito dónde y cómo se encuentra la aguja, me excuso y cuelgo. Lloro mucho y muy abundantemente entrando en la calle del metro pero ya sé que sí llegaré a casa. Aparco frente al portal y apago el motor, compruebo que tengo la espalda mojada, recojo mi bolso y la carpeta de solicitudes y al salir del coche escucho de nuevo el ventilador. Son más de las 13h pero creo que me dará tiempo a llegar antes del cierre. Subo a la casa de mi hermana donde habito y nada más entrar me dirijo a la cocina, abro el frigorífico y me bebo rápido tres cuartos de litro de agua. Voy al baño y aunque tengo los ojos hinchados lloro otro poco, ahí pienso que quizá huelo mal pero que peor huele el día. Bajo a la calle y vuelvo a escuchar el ruido del ventilador, similar al que hace ahora el pc. Camino rápido hacia el metro sin mirar a quien me cruzo, marco a mi hermana María y me echo a llorar de nuevo inmediatamente. Me dice que ná es eterno y que un coche es un coche y yo entonces pienso en el otro extracto donde una pena quita a otra pena y un dolor a otro dolor. Hablo con una voz que ya no es la mía y entrecortada la digo que no me tiro por la terraza porque vivimos en un primero y que no he vivido nunca tanta mala suerte junta. Se ríe, se ríe pero es mi hermana. Mientras espero en el andén la llegada del metro hago un ensayo de lo que será el siguiente sms a Angel. Después, ya desde mi asiento, envío otro a Susana la cual ayer parecía tener intenciones de salir a VVV tras haberme notificado novedades mensajarianas aún desconocidas para mi. El sms que envío es parecido al que después enviaré a Angel pero no es igual,

-Suuuu, no voy a ir, stuve sta mañ n toled,ncontré k no hay plaz, para remate a la vuelta se m ha jodid el coch,no stoy bien,aki m kdo, pasalo bien-

Hace lo que Él, no contestar. Salgo del metro con la hora muy justa, me salta en el móvil una llamada perdida de César y el sms de su disponibilidad. Le marco y le digo que estoy llora que te llora porque la mala suerte me persigue, antes de irse a trabajar tiene el tiempo justo de tomarse algo conmigo por lo que quedo en llamarle a mi salida. Entro en el recinto acelerada y ciega, no veo el módulo de información, pregunto al personal del centro pero nadie sabe nada. Me pierdo en el pasillo que finalmente me indican hasta que encuentro otro puesto de información. Llego y sí, estoy a tiempo pero busco y no hay donde sentarse. Me doy cuenta que llevo las gafas de sol puestas y que estoy respirando por la boca porque estoy llena de mocos tras tanto llanto. Cuando por fin llega mi turno la señora que me atiende, muy amable, me hace saber que puedo solicitarlo allí mismo para todos los centros públicos de madrí si es mi deseo por lo que respiro más aliviada y la doy las gracias desde lo más profundo de mi veracidaz. Antes de salir por la puerta ya he vuelto a hablar por teléfono con César, concretando esquina, y con mi hermana María. Subo con dolor de flato por la calle donde vive César y nada más verle y comenzar a contarle me voy sintiendo como una a la que arropan en invierno. Nos sentamos en una terracita a la sombra y mientras prosigo el relato en mi desahogo él va alternando caras de consternación con risas laterales sobre su hombro izquierdo porque soy muy divertida cuando quiero. Paga lo que hemos bebido porque yo sólo tengo dinero para comprar tabaco y me indica cómo bajar desde ahí al metro más cercano. Nos despedimos y él se marcha al trabajo sin probar bocado, ya son más de las 14h. Cuando aún me falta la mitad de trayecto para llegar a casa modifico el borrador de mi siguiente sms. Espero semidormida a que llegue mi hermana María que no tardará, como algo por citar un verbo y regreso a mi habitación. Echada sobre esta misma cama Le envío,

-Oyes, olvida lo k dije xq no voy al pue, stuve en toled sta mañ y lo k tenía pensao allí no va a ser posibl, para remate a la vuelta se m ha jodido el coche...fatal. supong k no contestarás, k te vaya bien-

Cuando yo supongo, lo supongo por algo. Creo que no le envío beso alguno por simple y llana mala hostia aunque no estoy segura. César sale del trabajo a las 22h y no eran y cuarto cuando me ha llamado para ver qué tal acabo el día. César nunca me ha dicho que quiere que seamos amigos y llevarnos bien, ni me cela ni me nada, me ha procurado una nueva vida laboral que Él desconoce por completo y es que César me cuida que no es poco ni es fácil. No voy a ir a ningún sitio, podría acercarme finalmente a los conciertos que me propuso Pocholo pero realmente no tengo ganas de reirme, le he dicho a César que estoy aquí en la habitación buscando un documental de romanos y me ha aconsejado uno que no tardaré en buscar.