28 de junio de 2011

Al verde, verde melón

En nuestra última conversación virtual, aparte del correspondiente y tú cómo estás, me hizo tres preguntas directas, tres. Qué contenta me puse durante un par de horas, que si cuánto tiempo estaré lejos, que si volveré a estar cerca, que si tengo intenciones de seguir alejándome. Después, en vivo y en directo, nos hemos dado dos besos y me ha formulado varias más de la misma índole, aunque no recuerdo cuántas al estar tan atenta al olor que desprende y a lo mucho que se me arrima. Estoy por hacer una fiesta.

Antes casi nunca me preguntaba de forma directa y llegué a reprochárselo escupiendo mi impotencia. Ahora enlaza una pregunta detrás de otra, con aparente interés y con soltura, sabedor de que no se me sube a la cabeza principalmente porque no sé dónde la tengo. Después Bea me comentó lo que habíamos visto todos dada la nitidez de los hechos: casi la arolla en su afán de venir a saludarme.

No aspiro a gran cosa, quiero volver a sorprenderle observándome y, por qué no, también quiero que pase la noche conmigo. Aunque follásemos poco y mal, me gustaría mucho y que volviera a estremecerse mientras me besa, como antaño se estremeciera o estremeciese. Ya no son los veranos ni los besos como entonces, largos y estupendos.

Aunque todo o nada cambie, aunque regrese la ansiedad y la prisa por irme, y aunque sigamos viviendo noches en las que no hablamos, la esperanza aquí sigue.

1 de junio de 2011

No te metas en mi facebook

Yo alcancé más de trescientas cincuenta pulsaciones por minuto frente al teclado ascendente de la olivetti antes de haber cumplido los trece años y veo las cosas de una determinada manera. Él presenta una media de dos minutos y medio de tardanza por frase, para terminar elaborándolas del tipo

-no todavia no. es mas alante
-bueno hasta luego que mañna me lebanto a las 6

y las ve de otra. Lo sé porque me dedico a espiarle. Le espío de noche y le espío de día. Le vengo espiando desde hace tiempo, salteadamente, día sí día no y también hay noches que le espío tres y cuatro veces. No escribe absolutamente nada ni se dirige a nadie. Jugó algunas veces, eso sí, pero le pedí besos a cambio de jugar conmigo y ya ha dejado de jugar. Hizo también que la tierra girase en el sentido de las agujas del reloj al advertirme

-me alegro. divierte ya que yo no puedo

En definitiva, si no estuviera enamorada de él desde el preciso y primer instante en que sus ojos se clavaron en los míos, no se comprende que se me siga yendo la vida saltando a su muro. Un muro que es suyo, un muro que hay que saltar. Un muro lleno de silencios y de información, de hecho se muestra muy interesado en conocer quién se dedica a espiarle como si este sistema contemplase la posibilidad de decírselo.

Ni una sola de todas ellas, más de sesenta, me incomoda. Estoy completamente segura que ni una sola de todas ellas, más de sesenta, es capaz de decirle tanta tontería junta. Cada vez tardo menos en desvariar imaginándome situaciones con él que jamás parece que vayan a darse. He bebido más cerveza en estos últimos meses que en toda mi vida y ya me encargué de decírselo, como si le importara.

De forma casi diaria enredo con mis ganas de él y no cojo el teléfono al resto, fumo temprana y descaradamente y escucho una y otra vez, de la primera a la última, las seis nuevas canciones de Extremoduro como si me estuviesen dedicadas. Sé que no puedo continuar por mucho tiempo más viviendo de esta manera porque corro el peligro de morir de anemia, de risa o de una taquicardia. Ya veré qué puedo hacer, aparte de mojar el tanga cuando nos veamos.