15 de julio de 2012

Mi espíritu imperecedero

Considero que estoy creciendo espiritualmente, ya era hora.

Los últimos acontecimientos aquí descritos y las renovadas emociones que siento dentro del corazón me llevan a esa conclusión. Veo mejor con el ventrículo izquierdo que con las gafas puestas. Creo también que no existe un ser sobre la faz de la tierra que consiga hacer replantearme éste, mi espíritu infinito. Ya amenacé, no hace mucho tiempo, con perdonar a diestro y siniestro la estupidez del prójimo así como encaramarme en la esperanza para ya nunca más volver a bajar. Ahora escribo esto desde esa perspectiva y sintiendo el frío de cada baldosa bajo mis pies descalzos.

Logro distinguir más claramente la importancia de cada una de las cosas que suceden a mi alrededor. Puedo comprender, por ejemplo, que algunas de ellas no importan absolutamente nada y que entonces nada pierdo por dejarlas atrás allá en lo oscuro. Ni la misma hipocresía de frente consigue ahora alterarme, algo sensacional teniendo en cuenta ciertos precedentes. Soy ya más consciente de lo que realmente significo y sé que valgo lo que no está escrito.

Partiendo de la base que la intención es algo primordial, no tengo ningún propósito en volverme atrás. Dicho esto, añado que así será haya o no fiesta. El miedo con sus cuernos puede aparecer de nuevo, no lo descarto, pero el miedo es la antítesis del amor y tengo muy presente que lucharé hasta llenarme de esto último. Así me vea sola en el continente aprenderé el idioma de las flores y disfrutaré la fotosíntesis.

Quizá continúo aún lejos del equilibrio, pero más lejos están ya las tinieblas y las ganas de morir. En ocasiones soy capaz de percibir la mentira con sorprendente facilidad y pronto conseguiré pintar la verdad de colores para alegrarme la vista. El amor que se reprime es el dolor que se arrastra y ya no me cabe ninguna duda al respecto, sólo tengo que averiguar cómo puedo escribir sobre el teclado y brincar de alegría al mismo tiempo.