7 de diciembre de 2013

Material defectuoso

Pasan los días como siglos y siempre estamos en guerra.
He tenido tiempo para cagarme en el amor y para bendecirlo, he llorado mucho.
He ido a ver a Ana, he ido a ver a Fran y a comprar al día y al mercadona; el hachís es de 4lcorcón.
Soy como Mahoma y la puta montaña.
Pienso que Ángel no viene a verme no porque no quiera sino porque tiene miedo.
Puedo ver su estrés tras mis recriminaciones y también cómo le dejo en una tesitura difícil.
Pienso que le acobarda la posibilidad de intimar conmigo, justifico todas y cada una de sus postergaciones.
Pienso que él cree que la fuerte aquí soy yo y no sé si me queda fuerza ninguna.
No sé si pienso así con razón o porque soy realmente estúpida, en cualquier caso no debería quererle tanto.
No somos amigos de ninguna clase.
No viene a verme y no se fía de mí, estoy jodida.
En mi propósito de acercarme a él yo misma le alejo y quizá siempre fue así o lo parece, es complicado.
Mañana es su cumpleaños y puedo elegir entre escribirle como si nada o la nada más absoluta.
Un paso insignificante para el cosmos, un paso decisivo en mi evolución.
Para él debe tener una importancia vital no conseguir mantener la erección, me estreso yo misma al pensarlo.
Recuerdo la primera vez y me escucho de nuevo, recriminándole.
Recuerdo esta segunda vez a mi boca llena de pelos intentando ayudarle, sin conseguirlo.
Fumo mucho, lloro más.
Él me posterga, yo le quiero.
Yo le quiero, no lo demuestro.
Creo que lo demuestro, no lo consigo y me alejo.
Él se acerca, yo le quiero.
Le quiero y me acerco, le alejo.
Se va, tarda en volver.
Ya ha vuelto.
Mi boca lo intenta, no le digo nada.
Cualquier día me posterga de nuevo.
Le quiero mucho, fumo más.
No sé si escribirle, me da miedo no hacerlo.

5 de noviembre de 2013

Todos me dicen (II)

El novio de la Sandra se ha unido al club de Solo pienso dar los dos besos de rigor a Chafan, aunque jamás diré por qué lo hago y se ha convertido con el paso de los días en el amigo alcoholizado que me agrada tener cerca. Con él, aparte del cagüen dios Chafan, que no te he dicho na, perdona precedente a sus dos besos, hablo poco, lo justo para intentar dejar constancia a Ángel de mi dolor, alejándole.

Antes de que esto ocurra, justamente la noche anterior, la Sandra me prepara el cuerpo contándome cómo el padre de Ángel habló con ella y su novio hace un par de semanas. En esa conversación el buen hombre, entre chato y chato de vino, le dijo al novio de la Sandra que Ángel no hace nada y que por ello piensa que le dan miedo las mujeres. El novio de la Sandra, que al parecer me quiere más que ella, le replicó que tendrán que juntarnos a Ángel y a mí porque nos queremos mucho. El buen hombre, ante este argumento y dando vueltas a mi nombre, cayó en la cuenta de que por eso estuve con Ángel en el hospital. Dijo que yo soy así mu negra, que Ángel nos presentó y quiso después que se sentase allí con nosotros pero que él prefirió dejarnos solos. El novio de la Sandra le indicó que, efectivamente, soy la misma porque el propio Ángel le dijo que allí estuve con él.

Antes de que hable lo justo con el novio de la Sandra en el intento de dejar constancia a Ángel de mi dolor, me dedico a beber cuanta cerveza se me pone por delante y a escuchar en mi cabeza una y otra vez que a Ángel le dan miedo las mujeres. Una de las veces que salgo de mi ensimismamiento oigo cómo la Sandra ya no me habla del padre de Ángel sino del padre de Alberto, aquel Alberto con quien me estuve acostando durante algo más de cinco años. El hombre, de muy buen ver e íntimo amigo del padre de Ángel, saludó al novio de la Sandra días atrás y éste, al presentarle a la novia con carrito, me sacó a relucir. El hombre, al escuchar mi nombre y situarse, le dijo al novio de la Sandra que no sabe qué le hice a su hijo para que no haya vuelto a estar con ninguna.

Antes de cruzar el umbral de la puerta del bar donde intentaré dejar constancia a Ángel de mi dolor, alejándole, puedo ver la sonrisa de la Sandra y esto indica que me le voy a encontrar dentro. Por si no me ha quedado claro, mientras entramos, el amigo gay que no se me despega me dice que ahora sí que está buenorro y que le sientan muy bien las canas. Ambos le han visto, supongo que el novio de la Sandra también, pero yo sólo veo cómo cristiano ronaldo falla un rebote en el campo de Vallecas ya que el televisor es lo suficientemente grande como para que yo le distinga lamentándose.

Antes de que me sitúe en qué debo hacer y de qué manera, el novio de la Sandra me ha preguntado si quiero otra cerveza. A Ángel y a mí no nos separa el padre de Alberto, ni tampoco el suyo porque no están en el bar. Nos separan escasos tres metros con numerosas personas atravesadas delante, pero si yo he sido capaz de escucharle hablar con el Dañino sin que se mueva de su silla él seguramente ha debido oírme mientras hablo de pié con el gay de no me acuerdo. Cuando me sirvan la segunda cerveza veré cómo Ángel sale al patio junto a sus amigotes para echarse un cigarro. Y viste de negro, se le ha debido morir la simpatía.

Antes de venir a saludarme, prefiere entrar y mantenerse unos dos metros por detrás de mí hablando muy erguido a no se quién que se encuentra pegado a la barra. Tendré que ser yo, al escuchar con nitidez su voz detrás, quien chasquee los dedos al aire llamando su atención. Simula bien el parecer sorprendido al verme y se acerca a darme dos besos. Al gay, que le tengo a mi izquierda, no le besa ni le presta apenas atención. Será el gay, por su cuenta, quien entre y salga de la conversación que mantenemos cuántas veces le dé la gana hasta que la novia de un amigo de Ángel, sentada a mi espalda, se canse de tanto absurdo e intervenga para sentenciar que el 9 de noviembre es la Almudena, cansada quizá de que el gay haya dicho 7 fechas no acertando en ninguna.

Antes de percatarme de que no nos contaremos nada interesante me doy cuenta de que hablar habla mucho, gracias y de nada. Le preguntaré por su trabajo y después él me preguntará por el mío. Le diré que estoy allí para recoger al novio de la Sandra, a mi derecha, y él me dirá que está allí viendo el partido. Dejaré constancia de mi antimadridismo con una sola frase, tal y como acostumbro cuando se tercia, y me aburriré con él dentro de una conversación atlética que nada me aporta. Será entonces cuando el dolor se haga dentro de mí más profundo aún porque tan guapo y tan lejos, tan guapo y tan cerca. A la mínima ocasión que tengo sigo la conversación del novio de la Sandra, mucho más fresco en ideas, y esto provoca indirectamente que Ángel se quede un metro rezagado. Se acercará instantes después intentando decirle algo al novio de la Sandra, le haré hueco pero éste está muy entretenido en nuestro diálogo y no le hace caso por lo tanto se aleja volviendo a su silla y al cerveceo que se traen entre manos.

Antes de salir a echarme un cigarro soy consciente de lo que acaba de ocurrir y no me arrepiento puesto que el dolor no me deja ser persona razonable. El gay que no se me despega sale detrás de mí y, antes de que apague el cigarro en los baldosines del patio, salen la Sandra y su novio por lo que no habrá necesidad de volver a entrar. El novio de la Sandra lo ha pagado todo. Antes de acostarme, alrededor de las cinco de la mañana, dudo y vuelvo a dudar si escribirle o no un mensaje y finalmente no lo hago porque tanto porro y tanta cerveza no me dan opción.

Antes de escribirle, volveré a la ciudad y lloraré en un mar de angustias y desesperación al no estar segura de haber dejado constancia de mi dolor. Escribiré primeramente a bolígrafo el mensaje que pretendo enviarle, con la intención de liquidar todo aquello que resulte relativo en el mismo, conseguiré hilvanar varias frases entre media docena de tachones, me sonaré los mocos y abriré el wasap.

-La otra noche no te lo dije porque había gente, pero me dolió que me ignorases la última vez que hablamos por aquí.. no te entiendo y eso me duele más.. no sabía ni de qué hablarte en el bar..  (23:50)

-Pero porque dices que te ignore?  (00:24)

-Porque lo hiciste, te dije que a ver si te animabas a venir (ya sea a T o yo que se, vernos) y te hiciste el sordo.. (00:39)

-Es peor que la excusa ridícula de estar liao con papeles que me pusiste otra baza..y duele. (00:40)

-Bueno pues si crees que lo que busco son excusas estas en tu derecho.pero lo de los papeles y todo eso es verdad que no me invente (07:40)

-No te he llamao mentiroso, te he dicho lo que pienso y cómo me siento.. (08:50)

Son las 23:12 del mismo día y me acostumbré al silencio, ya dije que no era difícil.

30 de octubre de 2013

Todos me dicen

Ya me acostumbré al silencio, no era difícil. 

Me he convertido en una inútil, cosa lógica no habiendo realizado otro ritual que el de mis pensamientos rondándole. Ya no quiero pensarle, aunque le pienso. Sigo pensándole mucho, pero ya me deshago de él de vez en cuando. Cuando lo consigo, lo siguiente que ven mis ojos son sus apellidos en un listado, un wasap de su hermana calificándome de chica fuerte o mierda puta por doquier. Antes sentía señales cuando encontraba detalles semejantes y ahora siento lástima de mí misma. Ana viene acompañándome en todo este largo proceso y hablamos más de mi miseria existencial que de su embarazo.

La semana pasada la niña de la Sandra cumplió veinte o treinta días de vida, cosa lógica porque llegó a este mundo mientras Ángel me mostraba el candado que acababa de cerrar. Me acerqué a conocer a la criatura junto con Mario y Bea. Esta última llegó a cogerla en brazos, la acunó durante un rato y la prestó una atención constante. Mario quizá hizo alguna pregunta a la recién parida y yo apenas me acerqué al carrito.

Olvidé que la niña existía en cuanto nuestro amigo común apareció en escena. De forma sorprendente decidió repartirnos solamente dos besos, siendo ambos para mí,  y se sentó con nosotros a mi izquierda. Hablamos de los niños en general, del suicidio de un joven conocido esa misma mañana en particular y de mierda puta. Bebimos cervezas hasta perder la cuenta.

El padre de Ángel tampoco tardó en aparecer, el cual me pareció que ignoraba a la Sandra mientras ésta repetía su nombre acortándolo cariñosamente. Se entretuvo, sin embargo, en hacerle saber a nuestro amigo común que Ángel se había ido con ánimo de ver, junto con Rufo, los animales cazados en el pueblo próximo. El buen hombre creo que no reparó en mí en ningún momento y, para mi alivio, tampoco hizo intención de acercarse al carrito.

Cuando nos cambiamos de mesa, una vez dentro del bar, el que apareció fue Rufo. Se mostró contento al vernos y tras darme dos besos volví a escuchar dónde había pasado la tarde con Ángel. No quise preguntar por él ni tampoco incomodarlo. Se mantuvo, como siempre, muy amable y simpático conmigo. Pronunció mi nombre y me gustó cómo sonaba. El carrito, el cual ambos ignoramos, nos separaba mientras hablábamos. Seguí bebiendo.

La Sandra, que viene acompañándome en todo este largo proceso de la forma que más la conviene, me envió un wasap al día siguiente diciendo ayer vi a angel por la noche. No sabe de qué manera me retorció el estómago, quizá lo hizo a propósito. No parece tampoco entender que los bares no son buen lugar para una criatura tan frágil y yo no pienso decírselo. No contesté al mensaje ni he vuelto a saber de ella. 

Como soy una inútil, empleé la tarde allí sin fuerzas para provocar que mi presencia llegase a oídos angelicales. Ni me lo propuse ni hice intención tampoco en avisarle de antemano. Decidí optar por el mismo silencio que él me dedica y duele. Es mejor no verle en estas condiciones, con esta sensación de pérdida de tiempo tan inmensa y tanto dolor y tan profundo. Él desconoce cómo me siento y parece que tampoco quiere saberlo.

24 de septiembre de 2013

Huelo hasta una mancha en la pared (II)

Huele a incienso y es tarde, hechos que no me impiden reflexionar. Leyendo aquí tanta vivencia y tanta inmundicia llego a la irreversible conclusión de haber rozado el máximo grado de estupidez. He matado el tiempo junto a gente que después no tarda en alejarse de mí a la velocidad de la luz una vez conseguidos sus propósitos. He gastado fuerza y sobre todo energía en intentos de entendimiento con gente sin alma, gente variable y gilipollas de toda estatura y peso. Algunas de las noches en las que estos intercambios tuvieron lugar estaban en el olvido, hice bien en escribirlas porque ahora me sirven para jurarme el no volver a vivirlas. Teniendo en cuenta a aquellos con los que más trato y dando paso a la contabilidad también malgastada a lo largo de los años, tan solo César, Fran, Ana y Ángel siguen contando a día de hoy con verdadero aprecio por mi parte. Y quiero bastante más al último, el único que me ha hecho entrar en el reino de los cielos.

Huele a amistad todo esto que él me ofrece. Se acerca sonriente como acostumbra, sorprendiéndome observando con detenimiento el escenario, y no tardan en unirse a nosotros Rufo y otro que poco importa. Me cuenta, entre otras cosas, que solo están ellos tres y me sorprende porque otros años acudieron lo menos diecisiete. Se acerca enseguida a hablarle una señora que los cincuenta ya no los cumple, pintada como una puerta, y trata con ella cosas que no oigo aunque lo intento. Poco después no sé qué hablo con Rufo y él se aleja dejándome con sus dos amigos durante unos minutos. Cuando regresa se coloca a más de un metro de mí y entonces ya doy por terminada la charla, diciéndoles que más tarde les invitaré a una copa en nuestro garito.

Huele a conveniencias ajenas durante el par de horas siguientes y me muevo, cual gilipollas, de un lugar a otro sin llegar a encontrarme cómoda en ninguno. Conversaciones de mi gusto tampoco encuentro y pienso un par de veces en irme a dormir la media borrachera antes de completarla. El novio de Amparo llega a decirme que se ha fijado antes en cómo he ido retrasando mi posición para no aparecer en una de las fotos y yo le explico vagamente mi estado de ánimo. Aparecen poco después mi hermano Pedro y Rata, mi primo, y entonces sí que me entretengo hablando con ellos. Mi hermano tampoco tiene ganas de muchas estupideces y doy por hecho que en un rato marcharemos los dos juntos calle abajo al igual que subimos. Se unen al grupo Belén y César, pegado a otra gilipollas que ahora no recuerdo. Belén, que todo lo observa, no tarda en hacerme el comentario más certero de la noche

-allí tienes a tu amigo-

Huele a abandono por parte del que no importa, puesto que al mirar donde Belén me indica solo está Ángel muy animado hablándole a Rufo que le escucha tan serio como siempre. Apuro mi copa y César me pregunta si voy a por otra. Afirmo con la cabeza y pretende que le espere, pero pienso en que debo ir ahora o nunca por lo que le pido a Bea la llave del garito y la digo que me voy allí con aquellos. Ángel me confirma que se han quedado los dos solos porque el otro se ha ido a dormir, sus copas aún contienen un par de tragos pero aceptan de buen grado el venirse a por otro whisky. Andamos despacio, aunque no tardamos en llegar sin interrupción de ningún tipo. Rufo es sensato y nos entendemos fácilmente por lo que no tengo a quién maldecir por el hecho de no poder quedarme sola con Ángel como era mi propósito.

Huele tan bien como siempre y tiene tantas ganas de reírse y decir tonterías que no salgo de mi asombro. Rufo le dice en una ocasión que se está pasando y es también él quien le aclara mi intención en lo que estoy diciendo. Esto ocurre una vez, dos veces, quizá tres. O no me entiende o no me quiere entender, muy probablemente lo segundo. Nos enredamos en conversaciones absurdas y políticas como ya ocurriera el año anterior hasta el punto de que no sé cómo salir de ellas, no se cansa de indagar ni de sonreír. César viene con otros gilipollas, cargan sus copas y me hace saber que se lleva la llave, volviéndonos a quedar los tres solos. Rufo también es amable y conversa tranquilamente intentando razonar, pero Ángel se muestra en todo momento inquieto y sin darnos cuenta no se le ha ocurrido otra cosa mejor que cerrar el candado que continuaba encima de la barra. Nos lo enseña, entre sorprendido y travieso, y no sé ni lo que digo pero él permanece tan contento. Rufo después nos deja solos porque se está meando, pero cuando me doy cuenta de su ausencia ya entra de nuevo por la puerta. Cuando Ángel sale a mear, entre Rufo y yo se forma una conversación de personas normales. Cuando soy yo la que ha de ir a mear al olivar primero arranco un trozo del papel de cocina y luego les pido que no se les ocurra abandonarme allí porque no tengo forma de poder cerrar. No me fío porque a él todo le hace mucha gracia, pero Rufo asiente escuchándome.

Huele a vómito y orina por donde quiera que piso, busco la sombra que forma la luna con las olivas situadas más abajo y procuro abrir bien las piernas para no mancharme las botas. Me subo los pantalones despacito pensando en cuánto tiempo más tendrán pensado emplear allí dentro conmigo. No creo que pretendan irse enseguida dejándome sola y desde allí puedo escuchar la música, entendiendo que los demás tardarán aún en llegar. A mi regreso Rufo y su seriedad no se han movido de la barra pero Ángel está cotilleando, como quien roba exámenes, unos apuntes que anotó el novio de Amparo esa misma tarde y que continuaban encima de la mesita. Se ríe de sus propias impertinencias como si tuviera siete años y regresa enseguida a la barra preguntándome cuántos hemos alquilado el local. Respondo sin dudarlo que posiblemente trece o catorce y me dice divertido que no, que ha leído dieciocho. Poco antes o después saca su móvil y le escribe a nuestro amigo común, también concejal, para que éste le resuelva cuántos son ellos en el padrón municipal. En estas situaciones me entran verdaderas ganas de matarle a golpes, pero me dedico a beber sin apenas pausa.

Huele a fin de verbena porque cinco o seis, o quizá ocho o nueve, entran por la puerta. Nosotros allí seguimos hablando subnormalidades por nuestra cuenta y Ángel se dedica casi exclusivamente a llevarme la contraria y a preguntarme acerca de gentes que ya no están y de quienes incomprensiblemente aún retiene los nombres. Rufo está cansado y no me extraña. Los demás siguen llegando, colocándose todos más allá alrededor de la mesita. Alguien viene hasta mí, me alarga la llave y consigo abrir el candado. Ellos dos se han terminado sus copas y dicen que ya se marchan, sé que les despido sin besos y sonriente pero no sé ni lo que decimos. No sé tampoco cuánto tiempo transcurre hasta que yo también decido salir de allí, supongo que no mucho y a nadie le importa.

Huele la basura que no tiré el viernes cuando llego al piso el domingo. Pido hamburguesa y empanadillas a domicilio y veo en diferido el partido del Barça en Vallecas a través de un canal en ruso de youtube. La tarde la había empleado entera en alejar del pensamiento toda expectativa o recuerdo angelical y, como no quería pensar, también veo la rueda de prensa del Tata Martino posterior al partido mientras hago la digestión de la cena. Una vez tendida en la cama, sin sueño, envío todos los juramentos que establecí durante la tarde a la mierda y cojo el móvil.

-Estoy pensando que anoche nos enredamos hablando tontunas sin fin pero me gustó el rato ahí con vosotros..  (0:45)

Al instante ya está en línea y escribiendo, pero como soy idiota no doy tiempo a su respuesta y añado

-Y tanto beber no te dije que a ver si te animas a pisar x aquí, aunque según veo no tienes intenciones.. (0:46)

-Porque dices que nos enfadamos?si solo estuvimos hablando de tonterias  (0:47)

-Pero bueno... digo enredar o enRRedar.. de enrredarse a hablar! (0:50)

Huele a silencio desde entonces y a equivocación. No me harto.

10 de septiembre de 2013

A esta parte esta noche ha venido

No hemos terminado de llegar y el novio de la Sandra ya me ha divisado desde su posición, la esquina izquierda de la barra. Noto su mirada y no tardo en corresponderla, sonriendo, y como me interesa mucho más la conversación que puedan darme él y su acompañante que lo que voy hablando con el amigo gay que es mejor no tener y Maricarmen, me acerco a ellos enseguida. El novio de la Sandra se muestra encantado de haberme conocido, me abre los brazos con ímpetu y me planta dos besos a pesar de que se muestra siempre tan reticente a darlos. Yo respondo ante este detalle sonriendo ampliamente para que su acompañante me vea bien los dientes. Después de una pausa en la que algo nos decimos ya sí hago intención de dar besos al otro. Se trata de Rufo, el casi inseparable amigo de Ángel, y he marcado esa pausa entre ambos a propósito para que sepa qué clase de persona tiene delante. Hemos cargado los vasos en el maletero del coche del amigo gay que es mejor no tener y hemos llegado bebiendo la calle abajo. Mario, Bea y Susana se nos unirán poco después. Por lo pronto, Maricarmen y el gay se quedan a dos metros de distancia de nosotros pero yo hablo animada depositando mi ya medio litro de vino con limón en lo alto de la barra y sacándome un cigarro del bolso. No pienso moverme de allí hasta que me harte. El novio de la Sandra me observa divertido y lo primero que hace, ante mi sorpresa, es hablarme de Ángel. Le menciona en cuanto me acoplo a ellos como si fuese una lástima que él no esté allí y me cuenta, haciendo partícipe al Rufo, que por la tarde han estado tirando al plato todos juntos y que después le dejaron con otros bebiendo botellines en el pueblo. De alguna forma me digo interiormente que puedo lograr que se arrepienta de no haber salido, cojo aire y comienzo a disfrutar. Me veo de alguna manera obligada a preguntarle al novio de la Sandra por ella, parece disgustado por el hecho de que tendrá que desplazarse a la capital debido a su próximo parto y parece también agobiado porque ella le llama cuando está trabajando. También pregunto al Rufo si tiene trabajo y algo comento sobre mi propia situación. Poco a poco el novio de la Sandra va enlazando una conversación detrás de otra y yo le sigo derrochando personalidad para que el Rufo, más callado, perciba cómo me desenvuelvo dándome igual el tema. Al poco rato, mientras seguimos bebiendo, el novio de la Sandra vuelve a sacar a relucir a Ángel y me pregunta si he hablado con él. Como los dos me clavan los ojos esperando contestación, respondo que algo hablamos una semana atrás pero que no he vuelto a saber de él. Rufo, mirando su reloj, me informa que seguramente esté ya durmiendo la borrachera, pero el novio de la Sandra pretende que sea yo quien le llame por teléfono a esas horas para que se una a nosotros. Saca del bolsillo su móvil con teclas y acto seguido nos enseña su pantalla rajada donde aparecen, aunque no lo creyéramos, 84 llamadas perdidas. Dice tranquilamente que son todas llamadas de la Sandra y sin inmutarse introduce nuevamente el móvil en el bolsillo agarrándose a la copa. Rufo y yo nos miramos riendo por no llorar y la conversación de la llamada desaparece. Vuelven a mencionar a Ángel no sé por qué y yo aprovecho para preguntar por su madre para que el Rufo tome buena nota. Las conversaciones siguen derivando y cuando se hace más que evidente la borrachera del novio de la Sandra y todo es un reír, éste me interrumpe para decir en primera persona que me quiere mucho. Seguidamente también se lo repite al Rufo por si no le ha quedado claro. Yo espero que éste último, aparte de asentir, esté apuntándolo todo aunque no diga nada. Poco después el novio de la Sandra pretende participar en la foto de otra gente y no le dejan por lo que me insiste una y otra vez hasta que cedo y les hago una foto a ambos con mi teléfono. El gay y Maricarmen se acercan más a nosotros y entonces el novio de la Sandra me deja junto a Rufo diciéndonos que se va a comprar tabaco. No paro de beber y de reírme y mientras le estamos viendo alejarse el Rufo rápidamente me habla de Ángel otra vez, repitiéndome lo que ya sé, que allí se quedó bebiendo y también dice que ellos dos se han presentado donde ahora estamos sin cenar siquiera. Me quedo en blanco y decido hablarle del tiro al plato que también ha mencionado. Él, siempre tan sumamente serio, parece estarse divirtiendo esta noche y eso me agrada. En cada silencio mínimo giro la conversación a mi antojo y se muestra muy entretenido participando. Apuro lo que me queda en el vaso mientras el gay hace lo mismo con el suyo y entonces el Rufo se ríe claramente de Maricarmen que apenas ha empezado a beber. Le indico que es probable que nos veamos después y que nosotros nos vamos a recargar los vasos, haciéndole saber que el novio de la Sandra se encuentra un poco más allá en la misma barra. Acepta y nosotros nos alejamos. Mientras subimos calle arriba mantengo de forma interna la confianza en que casi todo lo hablado allí va a llegar a oídos angelicales porque he trabajado para ello. Al regresar con nuestros litros llenos nos uniremos a Mario, Bea y Susana que ya han llegado y prefieren pagar cuatro euros por cada vaso de tubo. Cuando pienso que el novio de la Sandra y el Rufo ya han debido irse y me encuentro apurando ya el cuarto litro de vino vuelven a hacer acto de presencia acercándose directamente a hablar conmigo sin distinguirse quién de los dos viene sonriendo con más ganas. Me vuelven a pegar la risa y algo hablo con uno y también con el otro, convirtiéndome en el centro de atención del alrededor sin habérmelo propuesto. Rufo, en un momento dado, incluso me cuelga su brazo al hombro para escuchar lo que sea que yo le esté contando. Se marchan al rato con la misma alegría con la que llegaron dejándome con una tontería encima bastante considerable. Más tarde los demás, que no han hablado con nadie, se interesarán por saber acerca del intercambio que hemos mantenido los tres y los motivos de tanta risa. No tardará alguno de ellos en decir lo bien que se lo pasaron la noche anterior, justo cuando yo no estaba, ni tampoco tardaré en volver a alejarme para hablar con otro muy simpático.

30 de agosto de 2013

Nadie te va a alcanzar, no tienes rival

No me ha hecho el vacío completo y prometo estarle agradecida. En el fondo sé que busco un imposible pretendiendo que me quiera comportándome como una zorra. Quizá llegue a quererme, no será tarde. Por lo pronto él viene, me saluda, sonríe, dice que va a volver tras ir a pedirse una copa pero no vuelve. Le divisaré de vez en cuando a cinco metros, entretenido, y la noche siguiente volverá a saludarme de nuevo, tan sonriente.

Necesito, de alguna manera, romper la dinámica del silencio en la que quedamos inmersos y decido escribirle al cabo de unos días. Contesta en tan solo dos minutos y tan explicativo que me hace gracia. No me le merezco y veo lógico el sufrir aún más hasta conseguirlo. También siento que es la persona más pura que he conocido y eso me asusta. Le reconocí como tal, sin saberlo, desde el primer momento. Entonces me miró a los ojos y aceptó venirse conmigo. Seguimos siendo los mismos, quince años más viejos.

Me da miedo adentrarme en el recuerdo de la parte trasera de mi coche no vaya a ser que encuentre algún detalle o gesto que me perturbe, aunque quizá allí quede algo, mancha o pelo, para llevarme a la boca. No voy a buscarlo, no debo hacerlo. Debo buscar el momento adecuado para expresar esto que me arde, aunque sea mojándolo con lágrimas pero ha de salir.

A veces pienso que él quiere ir despacio, muy despacio, y a veces que no quiere nada. A veces sonrío y otras me cago en la puta. En ocasiones le siento conmigo y en otras lejos, muy lejos. Todavía hay cosas que no comprendo y deseo someter a la razón todo aquello que acontece, aun sabiendo que es inútil. En definitiva, tan pronto me hago preguntas absurdas como existenciales, sigo inquieta.

4 de agosto de 2013

Y decidió batirse en duelo con el mar

Volvió a agradecer mi preocupación por sus asuntos familiares. No sé si alguien le ofrece algo semejante aunque quizá sí porque cuenta con muchos recursos. Pretendía, con ello, ganarme el cielo de su lengua y no me imaginaba a ésta de otro modo que no fuese húmeda y apacible. Tiene más faltas de ortografía que defectos y le quiero. En esos días le quería muy cerca, que se pegase a mí y no se separase nada más que para ir a cagar o a la espera de caza nocturna. Quería que llegase ese día y no veía el momento, pero la ley de atracción se reía de mí confundiendo mi discurso interno.

Volvió después a decirme que su madre está mejor.aunque va la cosa despacio, y ya no dijo nada más. Yo, desde ese momento, tampoco volví a dirigirme a él. Pretendiendo, con ello, detener el tiempo quedándome en los días en los que pensaba que había vuelto a mí. Supongo que de este modo le tenía más cerca, aunque sin catarle ni olerle. Regresé de nuevo a ese vacío existencial en el que lo único que importa es mi anarquismo, no siendo éste suficiente. 

Volvió a desaparecer durante semanas en el silencio como ha hecho siempre. Hizo que me plantease de nuevo la vida en soledad, que pensase en follarme a quienes todavía ni conozco, que se me quitasen las ganas de verle no fuese a tener intenciones de alejarse aún más. Me hizo sentir ridícula, inútil, poca cosa insignificante, y no lo sabe. Sabe que le quiero, claro que lo sabe, pero no sabe hasta qué punto ni tampoco lo poco que tardo en querer matarle a golpes.

Regresó a mi pueblo hace aproximadamente un mes, tomándose algo en el bar que más frecuento, esta vez con motivo de recoger a la Sandra preñada ya que ésta -el egoísmo personificado- no se llevó coche porque no la dio la gana y su novio no debía tener a otro a quien pedirle el favor. Lo supe por ella, de él no había vuelto a tener noticia. Ella, cuando se aburre, me escribe. Él, por mucho que llegue a aburrirse, no opta por hacerlo.

Se marchó anoche de mi campo de visión instantes después de haber tenido el placer de reconocerlo entre todos los demás, pero algo por dentro me dijo que todo estaba bien. Yo ya sabía por la Sandra que él acudiría allí anoche y que lo haría junto al novio de ella y de nuestro amigo común. Yo ya también sabía que tanto Mario como Bea solo pretendían salir para beberse un par de copas, por lo que decidí sacar yo también el coche y hacer la noche por mi cuenta. Las cuentas me salieron redondas, la risa fácil y las conversaciones frescas.

Regresó alegrándome la vista minutos después, en el primer viaje que realicé a la barra del bar junto con Mario. No esperé a llegar a ésta para tocarle en la espalda. Se rodeó al instante y pareció sorprenderse gratamente. Recuerdo mi tono sosegado al hablarle, pero los dos besos a nuestro amigo común se me representan de forma más nítida que los suyos. Les dije, dirigiéndome a él, que enseguida regresaría ahí con ellos y así fue. A mi regreso hablamos de su trabajo, su quehacer diario, su madre y su motivo de encontrarse allí, por este orden. Al rato, una veinteañera, vestida con la típica ropita que se vende en la calle san francisco, frente a mí y justamente a la izquierda de Ángel se le queda mirando. Él, al tenerla tan cerca, la miró y pareció conocerla, dándola dos besos precedido de una cierta indecisión y un hola. Ella, guapa, comenzó a hablar de lo más animada con él y no se callaba, por lo que decidí tras un par de minutos irme al lado de Mario. No habíamos vaciado media copa cuando uno solo de sus dedos ya estaba tocando mi escápula derecha. Inmediatamente me hizo saber quién era esa guapa veinteañera y vino para quedarse.

No se movió de mi lado nada más que para ir a mear y echamos el resto de la noche juntos, que fue toda entera. Echamos palabras por la boca, muchas, unas detrás de otras y en relativa calma. De pié y sentados, aquí y allá. Echó ratos esperando a que yo terminase mi charla con ésta o con aquél, sin moverse de mi lado, y yo eché de menos el cogollo de marihuana que dejé aquí en la ciudad y también le explicaba quiénes eran unos y quiénes eran otros. Echamos muchas risas también en todos los sitios donde estuvimos y alguna mentira. Echamos varios paseos en coche y otros los echamos andando, uno de ellos al pilón para beber del chorro de agua de sierra. Y no echamos un par de polvos porque anoche hicimos el amor, con h de hacerlo bien. Me da unos abrazos que dios tirita y yo le quiero. Pensaba que nunca jamás se iban a dar tales circunstancias pero en ellas me encontré anoche y, como en las mejores noches de mi vida, sin gastarme un euro. Oh, sí.

Volvió a pagarme copas y a llenarme el pantalón de lefa como en otras ocasiones y volvió a mi boca como si nunca se hubiera ido. Tan cerca y tantas veces. Completamente desnudo huele estupendamente y al decírselo sonreía como si estuviéramos en carnavales. Me tiene absolutamente entregada como quizá comprobase cada vez que me cogía la cara para mirarme a los ojos viendo a los míos incapaces de apartarse de sus labios. Me preguntó si me estaba tomando algo, en supuesta referencia a evitar embarazos, a lo que contesté con la incoherencia sí y tú tienes? a su vez ininteligible por la hipnosis, por lo que introdujo a continuación su barca en mi charca por primera vez en esta vida, la recibí gustosa, le di las gracias al cielo y remamos en la misma dirección durante algo más de una hora hasta que abrió por fin los ojos y me comentó sorprendido

-ya es de día!

No encuentro palabras y espero resistir los próximos doce días a su más que posible silencio. 

9 de junio de 2013

Me pintaba las manos y la cara de azul

-Hacercate mañana que si que voy a estar.hoy estoy esquilando unas ovejas de mi padre y no se si voy a poder ir

Ese mañana llega demasiado rápido y solo me ha dado tiempo a tomarme tres o cuatro pastillas, por lo que minutos antes de abandonar mi puesto de trabajo me tomo otra. No quiero ansiedad, le quiero a él. Se trata de Él y si me dice que me tire a un pozo, antes de que me diga que es broma, yo me tiro. Llevo puesta la misma ropa de ayer; salgo taconeando y llego a la parada de autobús indicada sin complicaciones. Observo que son dos las líneas que pueden dejarme en el destino hospitalario y compruebo la frecuencia de paso de ambas. Decido no coger el autobús que ya se acerca y me resguardo del aire para liarme un cigarrillo bajo el portal de caja madrí. Miro el reloj varias veces mientras fumo compulsivamente esperando al próximo autobús que tampoco tarda en llegar. Pago un euro y dos céntimos para llegar al final de la línea sin habérmelo propuesto. El conductor no es feo y me indica que espere diez minutos y él mismo me devolverá gratis a mi destino, reiterando que la legalidad marca que debería pagar otro billete por ello. Le pregunto dos veces cuánto tiempo se emplea andando desde allí y finalmente me responde que son los mismos diez minutos que tarda él en dar la vuelta y comenzar de nuevo su ruta, por lo que decido irme por mi cuenta taconeando. Mientras cruzo el puente blanco y peatonal, ya frente al hospital, me dedico a hacer pompas con mi chicle de menta. Le escribo una vez que estoy dentro del recinto, indicándole en qué puerta me encuentro.

-Vale ahora bajo

He tenido tiempo de mirar el reloj una sola vez, ya viene y no son las 14h. Mientras se acerca pienso lo mismo de siempre: no hay nadie que me resulte más apetecible sobre la faz de la tierra. Los primeros cruces de palabras caen en el olvido, solo retengo que su madre se encuentra algo mejor, que está despierta y creyendo que mañana ya estará en casa. En el primer silencio le hago saber que quisiera fumarme un cigarro de forma que, mientras bajamos unas escaleras, me va contando que hemos de alejarnos porque el guardia de seguridad le tiene ya amenazado con los metros de distancia que debe respetar. Yo me fijo en que nos separa un escaso medio metro y en sus zapatillas deportivas. Cuando decide frenarse seguimos hablando y constato que, de vez en cuando, se separa de mí y se planta de frente. Desde allí me pasan más inadvertidas las canas de sus patillas y entiendo que a él le ocurre lo mismo con mis ojeras. Hace que sonría continuamente, sigue muy comunicativo y el cielo es azul clarito. Es más responsable que yo, más sensato y mucho más explicativo. Esto último me sigue resultando absolutamente placentero y me hace rogarle a los dioses que nunca termine de hablarme a los ojos. No es ahí cuando mojo el tanga, lo hago poco después en cuanto roza mi mano al entregarme su mechero blanco cuyos dibujitos o letritas me da vergüenza detenerme a observar. Como me he empeñado en fumar domingo liado, aunque sea viernes, todavía va a tener que dejarme el mechero un par de veces más. Antes de que regresemos bajo techo frente a  la puerta principal va a contarme que su tía vive en mi misma calle, que un tío suyo murió de cáncer y otro es policía, que su padre se prejubiló a causa de una hernia discal y la duramadre y que su hermana sigue trabajando y va a pedirse una excedencia. En algún momento escupo el chicle de menta sobre el césped. De nuevo frente a la puerta del hospital las palabras se las lleva el viento y no sé cuánto tiempo permanecemos allí de pie, pero no nos trasladamos hasta después de decirme en el colmo de la animación que me invita a tomar algo. Yo tomaría su polla con la mano izquierda y me la llevaría a la boca con mucho gusto pero como el aire es molesto, y esto no puedo decirlo en voz alta, le sigo el paso de buena gana mientras hago que se ría para mí

-Tan facha como eres y ahora resulta que no hiciste la mili

No sé por dónde me lleva porque no hago intento ninguno en despegarme de sus ojos. Sus ojos marrones, el cielo azul y su madre tendrá problemas de memoria y retención de datos. Abre la puerta de la cafetería y me deja entrar primero. Puede que no esté lejos el día en que se ponga a explicarme algo y no termine nunca de tantas preguntas como le hago. Le sigue gustando sorprenderme, por lo que acabo escuchando unas tonterías muy grandes. Yo me río, él se ríe y el camarero debe pensar que somos gilipollas o invisibles. Pierdo la cuenta de las veces que me dice que allí el tiempo se le hace muy largo y de las cosas que hace para no aburrirse. Casi nunca se queja de nada, pero hoy me cuenta lo poco que le gusta el olor de los hospitales y los enfermos paseantes con gotero y vida que se agota. Yo admiro las dimensiones y el diseño de la cafetería porque necesito desprender por un momento mis ojos de los suyos y tomar oxígeno. Nos encontramos hablando del novio de la Sandra y primo suyo, como si se me fuese la vida en ello. Yo, mientras no sé lo que digo, me hallo recordando que días atrás en esa puta boda el novio de la Sandra le decía a otro en mi presencia que soy la mejor de toda Extremadura. De esto no pronuncio palabra y, mientras él me cuenta que éste le está ayudando con las ovejas y las alpacas, yo continúo recordando cómo se empeñó en incluir también a Badajoz, aunque manifesté que ya era más que suficiente con la provincia. En esta situación estamos cuando, de pronto, un señor bajito y calvo se acerca a él y le pregunta que si ha comido. Yo calculo que deben ser alrededor de las 14:30h antes de percatarme de quién se trata, pensando también en que si los que tienen cara de buena persona se cayeran al suelo este hombre no se levantaría nunca.

-No ... come tú si quieres, estoy aquí hablando ... bueno, esta es Chafan ... él es mi padre 

No sé si antes o después de que yo le plante dos besos le hace saber al buen hombre que soy de mi pueblo. La poca o mucha importancia que yo tenga quizá la piensa pero no la dice. Yo pongo cara de circunstancias hospitalarias y, como soy muy agradable cuando quiero, le indico que ya me ha dicho Ángel que ella está algo mejor. El buen hombre no sabe qué decir y su gesto se contrae pareciendo poner en duda tal mejoría. Algo dice pero habla también bajito y no le entiendo. Le indica a su hijo, sonriendo, que ella se ha empeñado en pasear por el pasillo un rato antes y yo vuelvo a decir por segunda vez en el día que lo principal es que se encuentre animada y dispuesta. Creo que el hombre asiente pero no sé qué pasa que, al momento, desaparece y no tardo dos minutos en olvidarme de él sugiriéndole a Ángel que nos sentemos. Así lo hacemos y mientras todavía estoy colocándome visualiza al padre de nuevo y le ofrece en alta voz que se siente allí con nosotros. Entiendo que el hombre ha debido pedir algo de beber y retiro inmediatamente mi bolso del asiento próximo para dejarle sitio, pero el buen hombre lo rechaza con gestos y se aleja aún más para no volver a hacerse presente. Desde su misma aparición en escena he estado muy pendiente de posibles extrañezas angelicales o paternales hacia mi persona, no encontrando ninguna. Es más, me fue posible percatarme del positivo interés y seguimiento visual a mi cara mientras yo trataba con su padre. Permanece inalterado y simpático y creo que mojo el tanga de nuevo mientras me cruzo de piernas. Tan pronto me habla de la venta de su coche, como del decathlon, los manantiales o las piedras en el riñón. Ha apurado su cerveza bastante antes que yo la cocacola, pero me muestro decidida a dar sorbitos y a dejar que se deshagan los hielos. No pide otra, está muy entretenido hablando. Tampoco mira el reloj, ni siquiera me fijo si lo lleva sobre la muñeca. Le cuento que al llegar me he pasado de parada y aparte de reírse de mí me dice con todas las letras que me llevará de vuelta en su coche. Algo comento pero él insiste en que va a hacerlo. Como ya no le puedo querer más, quiero que no existan los viernes de dolores, que todos los viernes sean como éste y de ser así me comprometo de por vida a lavar a mano sus calzoncillos.

Supongo que salimos por la puerta, aunque bien saben los dioses que yo salgo flotando. Que no me pregunten que cuánto tardamos en llegar hasta el vehículo o de qué fuimos hablando en el trayecto; sí reparo en que anda con los pies hacia fuera y le capto fijándose en cómo el aire acaba de dejar al descubierto la tira derecha de mi sujetador blanco. Antes, dentro aún de la cafetería, le dije que el coche que vendió, del mismo color y marca, lo sigue teniendo mi hermano Luis y ahora, al acercarnos a su coche actual, le comento que es exactamente igual al que tiene mi hermano Pedro. Creo que no se inmuta. Antes, dentro también de la cafetería, me he liado otro cigarrillo y ahora, observando la matrícula de su coche actual, me advierte que dentro no se fuma por lo que, comprobando la hora la cual no memorizo, me decido a pedirle el mechero de nuevo y me enfrasco en otra conversación donde lo que menos importa son las palabras. Me hago allí varias preguntas interiores como que por qué le veré tan sumamente atractivo, si enrollaremos lengua con lengua al llegar o en algún semáforo o si ésta será la amistad de la que me habló algunas veces. A esta batería de preguntas añado ahora otra respecto al color de los asientos de su coche. Creo que me pongo el cinturón de seguridad antes de entrar en la carretera. No lo hago antes de salir del recinto porque voy de lo más entretenida con una chapa metálica que su madre le ha colocado sobre la guantera donde aparecen la Virgen de Guadalupe y San Cristobal junto a una frase del buen viaje o la buena guía que no retengo porque me acaba de esclarecer que la chapa está torcida. Inmediatamente, tras decírmelo, me doy cuenta de la veracidad del asunto pero, como su madre me da lástima y también le quiero mucho y quiero que se ría para mí, me hago la ciega para después oh, sí, es cierto, sugiriéndole después que no se lo diga a las demás personas porque no se nota. Espero que me recuerde cada vez que algún gilipollas le diga que la ponga recta.

La primera vez que el insignificante tráfico nos hace detenernos dedica un adjetivo calificativo peculiar a la chica que pretende incorporarse por la derecha con una berlingo, adjetivo que no había oído en mi vida y que me deja muda y pensante por mucho que siento su mirada esperando mi reacción. Estoy de suerte y consigo dar dos vueltas completas a una rotonda tras su duda en una dirección que finalmente no es prohibida. Vuelve a esperar una reacción concreta en mí cuando le hablo por algún motivo del corte inglés y me pregunta si tiene armería. En la radio suena una canción detrás de otra pero si me preguntan por ellas en el trivial perdería el reto, en este blog no aparece ninguna. No tengo que señalizar por dónde debe ir o qué dirección tomar hasta llegar a mi casa, tiene muy buena memoria. Mientras recorremos la calle con la larga muralla medieval a nuestra izquierda le hago conocedor de por dónde transcurren mis cinco o diez minutos andando al trabajo, el cual queda allá atrás entre calles adyacentes. Parece contento al darse cuenta que conoce exactamente dónde es y añade que ayer mismo estuvo a cien metros porque se acercó a recoger unas gafas graduadas para su tío no muerto. Quiero que todos los semáforos se pongan rojos, pero estando dentro de su coche con él tan sonriente de nada me sirve pedirle más sonrisas a la vida. Me pregunta que dónde quiero que me deje y como no quiero que me deje nunca no sé ni lo que digo. A escasos cuarenta metros del portal de mi casa se coloca en doble fila y como no sé tampoco lo que tengo que hacer le propongo darme dos besos como despedida. Me los da, creo que no suenan y son ya las 15:35h. Le digo sin pensar que me acercaré a verle otro día, cosa difícil puesto que comienza nuevamente a trabajar en la capital este mismo lunes. Le digo también que espero que su madre siga mejorando y le miento diciendo que me sobra tiempo para comer y volver al trabajo. Me bajo del coche sin darle las gracias por traerme y sin mirar atrás, prestando mucha atención para no torcerme un tobillo con los tacones sobre la acera empedrada.

25 de mayo de 2013

Si a tu ventana llega la primavera

Tengo marihuana y muchas ganas de florecer.

Ha vuelto a sonreírme, ahora lo hace todo el rato. Ahora ya no sólo es que se abran las puertas del cielo mientras transcurre su sonrisa, sino que me meto para dentro para no volver a salir hasta que traspone. Aparte de no dejar de moverse, tampoco se calla y llega y habla cuanto quiere. No sé si también quiere besarme, no se lo puedo preguntar mientras me río.

Hoy arranqué un pensamiento del arriate, era azul.

Ha vuelto a la capital; tres meses en el paro mientras el país se derrumba. Ahora le pregunto a diario por su madre con amor y me contesta con consuelo. Aparte de votar a rajoy, es muy bueno conmigo, se ríe gratis para mí y volaremos juntos. No tengo ninguna duda, es Él.

Mañana tal vez por fin todo sea mejor.

Ha vuelto a escribirme, cada vez lo hace más rápido. Ahora dice que muchas gracias por preocuparme, quizá olvida que le quiero. Aparte de quererle mucho, le quiero libre y está hecho de oro puro. No importan los trescientos euros pagados y sí las más de cuatrocientas razones que me llevaron a hacerlo.


21 de febrero de 2013

Unas ganitas de contarte a lo que sabe

Tengo ya lugar propio en el que dormir y luces que apagar. Cuarenta y cinco metros cuadrados me acogen, con suerte cincuenta. Sólo tiene dos puertas; la de salida y la de entrada al baño, pero nunca fui de dar portazos. Medio ikea sin estrenar ante mis ojos, la contraseña wifi de mi casero y el florero con amapolas llamaron mi atención de inmediato. Me decidí y aquí estoy, tirada en el sofá, con los pies en lo alto de la mesa y fumándome un cigarrillo sin THC puesto que el medio chivato de marihuana que traje terminó en el cubo de basura la primera noche.

Tengo ya de qué quejarme. A una de mis compañeras de trabajo le huelen los pies a torta del Casar, el trato a los pacientes es frecuentemente inhumano y tengo que esconderme, tanto para utilizar de forma personal la impresora como para cortar de forma profesional los dedos a los guantes de látex. Dedos que corto con un cuchillo, el único utensilio cortante que he encontrado, y dedos que posteriormente utilizo para que la caries y microbios de unos no perjudiquen a otros y terminen haciendo aún más rico a quien no va a pagar mis servicios prestados este mes.

Tengo ya tantas ganas de follar que comienzo a preocuparme. Me masturbo como antaño, con idéntica frecuencia y resolución. También busco concienzudamente posibles coincidencias con Ángel en el chat sin conseguirlo, continuando abierta de mente y piernas para él como siempre. Tengo una pena en el alma y voy a terminar besando a cualquier pendejo que me haga reír, arrepintiéndome después en cuanto amanezca. Hace tanto tiempo que le espero sin que llegue, que no me tiro por la terraza porque no tengo.

Tengo que llenar la nevera y hacer amigos. Los tres huevos, la lechuga y el cartón abierto de tomate frito piden a gritos compañía y en esta ciudad seguro que habrá guapos por lo que alguno habrá que desee provocarme genuinos orgasmos. Huelga decir también que debo engordar antes de que alguien me rechace por escuálida y me hunda en la miseria.

Tengo también dos despedidas de soltera a corto plazo y muy pocas ganas de asistir. Si no fuesen personas con las que voy a continuar coincidiendo una y otra vez diría sinceramente a los organizadores que no tengo intención de acompañarles. Nada saben los futuros matrimonios de mi propósito el día de sus bodas, me lo guardo como si de guante de látex en el bolsillo se tratase.

31 de enero de 2013

Todos los días te tienes que levantar

He encontrado trabajo y volveré a salir de la capital en unos días sin fecha de retorno.

Los dos últimos años invertidos y los novecientos euros que me quedan en el banco por fin van a obtener cierto alivio. Estoy contenta, aunque no es para tanto. Guardo cierto temor a no saber ejercer esta nueva labor eficazmente y mi contratación dependerá de esa eficacia. En las prácticas cordobesas me dedicaba a prestar escasa y diseminada atención y este mes de febrero deberé trabajarlo gratuitamente a la espera de que mi desempeño profesional me brinde un contrato anual a partir de marzo.

Mientras much@s a mi alrededor se casan, tienen hij@s o ambas cosas, mis intenciones ahora se concentran en encontrar un estudio o pisito en alquiler a bajo precio para lograr pagarlo de forma desahogada y sin tener que relacionarme con nadie. El hecho de no haber vuelto a saber de Ángel y la cantidad de canas que encontré ayer bajo las capas de mi pelo me sugieren que estaré sola toda la vida. Cuanto antes me acostumbre a apagar luces y disfrutar del silencio, mejor.

Saber que de ser contratada tendré la obligación de trabajar en sábado -cosa hasta ahora inédita- no me supuso disgusto ni lamento alguno. Es más, al escucharlo inmediatamente pensé que contaría entonces con la excusa perfecta para no asistir a las bodas de junio y agosto. Es evidente que necesito y aspiro a grandes cambios, aunque vivir a sesenta kilómetros del pueblo quizá no vaya a proporcionarme los suficientes.

A veces imagino que ya estoy allí; en ocasiones pienso que transcurrirán tres días seguidos sin haber comido nada decente, porque soy frecuentemente inestable y otras veces fantaseo con que es él quien entra conmigo por aquella puerta porque soy verdaderamente idiota. En cualquier caso veo un refugio, un espacio propio, personal, sin nadie que me cambie las cosas de sitio ni que me diga que es miércoles y debo fregar la cocina. No sé si tendré internet o ganas de hablar por teléfono, pero desde aquí ya puedo ver las velas y oler el incienso.

21 de enero de 2013

Se acabaron ya las flores, las lechugas y el jamón

La soledad no está tan sola, no, es mi prima hermana.

Sesión plenaria. Viernes, 21:00h. Aparco el coche en la plaza empedrada y apago el motor. Intento cuatro o cinco veces incrustar lo que me resta de cigarro en la ranura derecha del cenicero del coche. Se resiste. La plaza está vacía y escucho el aire y el silencio de la noche. Doy otra calada al cigarro y miro por el espejo retrovisor, la puerta principal del ayuntamiento está abierta y la luz está encendida. El aire da miedo. Vuelvo a intentar incrustar lo que me queda del cigarrillo aún humeante en la ranura del cenicero y esta vez lo consigo. Cojo mi bolso y también la carpeta con la documentación. Me subo la cremallera del abrigo y me ajusto el cuello alto del jersey. Hace un frío de cojones. Saco la llave y me bajo del coche. El fuerte viento me zarandea tanto a la izquierda como a la derecha. Llego no sin dificultad hasta la puerta del hall y me meto dentro. Procuro devolver a mi pelo la normalidad y me giro, indiferente, hacia los papeles expuestos en el tablón de anuncios. Oigo voces arriba, aunque ya es la hora no parece tener prisa en hacerles bajar. A través de las cristaleras del hall observo la recepción en penumbra y que la sala de plenos contigua sí tiene la luz encendida. Entro y recorro el mostrador de la recepción en busca de algo interesante que llevarme al bolso. Cojo cinco caramelos de fresa con nata y cuatro de café, echando un vistazo a los calendarios y panfletos turísticos de la comarca. Oigo desde esa ubicación cómo una de las concejales hace la pelota al secretario, Mercenario a todas luces. Recuerdo cómo acudió a interrumpirme no se qué conversación en septiembre con Ángel dirigiéndose lanzado a plantarme los dos únicos besos que me va a dar en esta vida. Es el mismo que no paga alquiler por la casa municipal donde habita, ni paga luz, ni paga agua ni contribución ninguna. Recuerdo describirle a Ángel, una vez que Mercenario se alejó de nosotros, qué clase de persona acabábamos de tener delante. Sonrío porque Ángel también sonríe en mi recuerdo. Devuelvo mi pensamiento a la recepción del ayuntamiento y escucho el arrastre de sillas en el piso de arriba, ya bajan y parece que están todos. Regreso a mi pose anterior frente al tablón de anuncios del hall. Han entrado a la sala, me ha parecido verles a través de los cristales. Les sigo tras un par de minutos. Doy las buenas noches en general y creo que algunos contestan, me da igual. Mercenario, haciéndose pasar por Imparcial, hace entonces su entrada en la sala. Sí, estamos todos. El señor alcalde me pregunta si existe alguna probabilidad de la asistencia de César y, como no la hay, se decide a abrir el pleno con visible entusiasmo. No hay nadie, absolutamente nadie, entre las tres filas de asientos destinados al público. Incluso mi padre, media hora antes, me había dicho que no le hace ninguna gracia saberme con ánimo de asistencia y participación pero todo ello no me impide, con Mercenario y el alcalde a mi derecha y otros cuatro concejales en frente, conseguir hacer palidecer en un par de ocasiones a su ilustrísima. Me procuro divertir en todo momento con su torpeza por no cagarme en su puta madre mientras se suceden los artículos y las leyes que poco me importan. Y ahora me abstengo, ahora lo apruebo, ahora me vuelvo a abstener. Tengo a la sala en vilo, tengo la documentación, tengo las fechas, las ganas y el coraje, tengo las razones y una copia de solicitud vecinal con fecha de entrada veraniega cuyo original, tanto el señor alcalde como Mercenario, dicen haberse debido traspapelar. Yo me sigo divirtiendo, tengo la inteligencia y el vocabulario, tengo la serenidad, el buen uso de la ironía y nueve asuntos que tratar en Ruegos y preguntas. Tengo muchas cosas que decir y muy bien dichas, en resumen, tengo de todo menos compañía. El alcalde está inquieto, el alcalde está nervioso. Al alcalde no le gusta esa pregunta. Ni esa. Me permito, en un momento dado, preguntar a Mercenario si está tomando nota de todo lo que allí se está desarrollando y mientras asiente me indica, sin dejar de escribir

-lo que pasa es que hablas muy rápido

La sesión se convierte en un pulso verbal entre el señor alcalde y una servidora de la distinción. Recuerdo extractos plenarios de la anterior legislatura en los cuales Fran ocupaba mi sitio y yo veía, desde la segunda fila de asientos públicos, cómo el ambiente se enrarecía y todo era crispación dentro de la sala. Lo contrasto mental y rápidamente con la situación actual en la que estoy solita, haciendo un paréntesis ante mi séptima pregunta y sin la necesidad de alzar la voz en ningún momento. Estoy solita, pero estoy bien. El señor alcalde desconoce por dónde le vienen los golpes y soy yo la que está allí para disfrutarlo. Ningún otro de los presentes está anotando absolutamente nada, ni siquiera han desenfundado sus bolígrafos y, sin embargo, Mercenario y yo lo estamos apuntando supuestamente todo. Solicito copia de dos documentos en concreto porque dudo de la información que deriva en boca del alcalde. Mercenario intenta echarle una mano con información dispersa, me canso de divagar e insisto en mis convicciones de tal modo que me apodero del asombro y de la absoluta atención de la sala desde principio a fin. Finalmente, el señor alcalde recobra el color de cara porque tengo hambre y ya no tengo más preguntas por lo que, nervioso, a las 22:17 da por concluida la sesión.

Mercenario es el último que deja de escribir. Minutos antes le he dicho que me devuelva la copia de solicitud vecinal que ha tenido que leer en directo y cuyo original supuestamente se debió traspapelar meses atrás. Al proceder a devolvérmela me indica que se la preste para fotocopiarla, por lo que todos se marchan y yo debo esperar el regreso de la solicitud vecinal a mi poder. Oigo cómo sube escaleras arriba, la fotocopiadora está en su despacho. Vuelve a llegar el silencio y regreso a la sala de plenos para apagar las luces. Me entretengo en observar detenidamente los insustanciales cuadros que cuelgan de las paredes en recepción, no tengo intención de subir las escaleras. Desde arriba, Mercenario me dice que ya ha hecho la copia y me pide que suba para entregármela y enseñarme no se qué. Le digo, frente al último cuadro sin moverme siquiera, que me da pereza subir y oigo cómo regresa desde su despacho. Se queda parado en uno de los escalones a medio bajar, lo cual me sorprende. Ha frenado a varios metros de donde me encuentro y desde allí me sugiere que está a mitad de camino, incitándome de nuevo a seguirle hasta el piso de arriba y ofreciéndome de vuelta el documento estirando el brazo. Lo recojo y ante su insistencia le sigo sin mucho afán. Una vez dentro de su despacho, rápidamente toma su asiento y me invita a sentarme. Inmediatamente, al hacerlo, pienso en que no sé qué pinto allí con semejante imbécil y recuerdo el vistazo del último cuadro que cuelga sobre la pared en el piso bajo. Comienza a alargarme los distintos documentos que le había solicitado a lo largo de la sesión, se muestra muy diligente y simpático sin dejar de moverse en la silla giratoria. Quizá piensa que jamás he tenido despacho propio. Pretende hacerme creer que está en su verdadero interés la construcción de un parque infantil, acorde con mi petición al alcalde. Me muestra fotos aéreas, posible emplazamiento, ejemplos de equipamiento, peticiones a la Diputación, etc. En total creo que me muestra cuatro carpetas y distintos presupuestos. No tengo intención ninguna de cambiar de conversación pero de pronto, sin darme tiempo para pensar, le estoy explicando el verdadero motivo de mi llegada al pueblo: asistir el sábado noche a una fiesta. Soy consciente entonces de lo rápido que ha traspasado el límite de lo personal y eso, viniendo de Mercenario, no me gusta por lo que no tardo en meterme prisa a mí misma y salir a la calle.

Me meto en el coche, apuro el cigarrillo y el orgullo me hace ir cantando algo que no recuerdo en el trayecto de regreso a casa. Ya no me importa el frío. Estoy solita, pero estoy contenta. He hecho una muy buena entrevista por la mañana, un buen viaje por la tarde y mejor pleno por la noche. Estoy solita, pero voy a disfrutar mucho contándoselo todo a Mario un par de horas más tarde. A estas alturas del viernes noche todavía no le he visto y no me ha dicho que Bea se ha quedado finalmente en 4lcorcón. Tampoco he leído aún el sms de la Sandra contándome acerca de los vómitos que la retienen sin comas ni puntos en otra de las periferias del sur de la capital. Todavía desconozco que nadie, absolutamente nadie, va a hacer intención de acompañarme a la fiesta del sábado. Todavía he de sentirme sola otras seis o siete veces antes de que llegue el domingo.

17 de enero de 2013

Las muñecas de famosa se dirigen

La Sandra está embarazada. Poco después de nochebuena estuve escuchando sus lamentaciones, dudas, interrogantes y sospechas acerca de sus más que algunos posibles cuernos. Terceras personas, léase primo y cuñada de aquél por quien me abandonó como a la colilla de un cigarro, le hacían plantearse tal asunto. Yo misma había oído hablar al respecto a cuartas personas, sin sorprenderme lo más mínimo. Y ella, ante este comentario mío, me dijo y me repitió que de ser cierto pondría fin a su relación. Escuché y escuché su pesar, sus lágrimas y su monólogo poco después de nochebuena, escuché hasta terminarse la batería de mi teléfono. Pues bien, tras tragarme todo aquel repertorio ahora, tan sólo un par de semanas después, no parece existir persona más feliz que ella ni futuro más próspero que el suyo.

El mundo jamás resolverá su inmundicia si la cigüeña continúa llegando en estas condiciones. Como el test de la farmacia todavía no conversa, fui la primera persona parlante conocedora de la noticia. El padre de la criatura no parecía estar en condiciones de cogerle el teléfono, quizá le hizo lo mismo que a mí: diecisiete llamadas perdidas. Después, mientras tecleábamos y yo realizaba las típicas preguntas con la mente en blanco a través del chat, ella por fin consiguió dar con su paradero. Once minutos escasos duró su conversación, once. Ojalá pudiese resolver mi propia inmundicia en un cuarto de hora.

Ante personas así, que pasan del llanto a la risa como del churro al chocolate, no debo permitirme perder tiempo en intentar comprender. Es mucho más saludable decir que sí o que no, según sea el caso. Es más, compraré lo que mejor y más barato me parezca y se lo llevaré al hospital, a la casa o allí donde se encuentre el recién nacido, realizaré las típicas preguntas postparto procurando mantener la mente en blanco y saldré de allí cuanto antes a la menor ocasión. Intentaré hacer esto porque es lo más conveniente, espero no olvidarlo. Aunque, me temo, también seré carne de escucha en los próximos y largos meses teniendo en cuenta el desbarajuste en el que están inmersos.

Por mucho, muchísimo menos, yo decidí matar y eso hicimos a aquello que engendramos Alberto y yo sin habérnoslo propuesto. Jamás se me ocurriría continuar con algo tan importante albergando dudas semejantes a las descritas o viviendo un noviazgo a todas luces tambaleante como en su caso. Loca perdida tendría que estar para no tomar las precauciones necesarias formando parte de algo tan visiblemente inconstante. Pero ella es ella y yo soy yo. Y yo, que no tengo retrasos, ni novio ni con quien follar ya tengo suficientes surrealismos como para pensar en los suyos. No le he dicho nada de esto ni tengo pensado decírselo. Sí le he dicho que se asegure bien de lo que va a hacer, porque precisamente seguridad es lo que le va a hacer falta.

Como continúa en el podio del egoísmo, se comporta conmigo como si yo no tuviese vida. Ni tan siquiera me ha preguntado por mi última entrevista y le importa una mierda o menos con quién voy a hacer acto de presencia en esa fiesta ya que ha comenzado a sufrir mareos y achaques a raíz de constatar su embarazo y ya no piensa acompañarme. Toda ella son síntomas y estupideces que se alejan de cualquier interés que yo pueda tener en conversar. Debería alejarme de ella tal y como hice hace años ya que su compañía y nada vienen a ser lo mismo, pero en el fondo me da lástima. Lo mismo siento cuando recuerdo el comentario veraniego de Noelia, mientras contemplábamos la vía láctea con más de siete cuellos pendientes de mi reacción, por cierto chafan creo que a ti no te he dicho que me caso, bueno, que nos casamos.

Nada se puede esperar de quienes no ven más allá de sus uñas y ya voy acostumbrándome a que su indolencia me entre por un oído y me salga por el otro. He perdido ya la cuenta de las veces en las que esperaba cierto apego por parte de personas consiguiendo después tan solo vacío e indiferencia. Cada vez me sorprende menos evidenciar cambios repentinos en personas cercanas y me implico bastante menos que antes en todo aquello que me cuentan. Una buena parte de mí se difumina o se guarda al vivir estos procesos, no estoy segura. Quizá no es más que la realidad, golpeándome, sacándome del verdadero sentido y valor que tengo de las cosas y ofreciéndose como lo que es, un prostíbulo.

En el caso de Noelia, quien no me había fallado en veinte años, le ha cogido gusto al no compartir y me decepciona una vez detrás de otra hasta el punto de conseguir no inmutarme. El saber -al lado de Mario y la chimenea navideña- que ya comparte la hipoteca de un apartamento a las afueras de París junto al francés hizo que el supuesto hippismo de la pareja cayera a la lumbre como si nunca hubiese existido. Tal vez ese mismo futuro de cenizas aguarda a todas mis amistades y tan solo es cuestión de tiempo.

Mientras, seguirán cantando a voz en grito la canción de veinte de abril del noventa, sonriéndome, como si no hablase de ellos el estribillo.

11 de enero de 2013

No me conoces, vine ayer de Marte

En el solsticio de invierno llamó por teléfono. Se llamaba Abdul y me daba besos en el gorro. Hacía casi ocho años que no había vuelto a saber de él y me sorprendió gratamente. Junto a Noelia y el francés, el Alberto y yo le conocimos en el primer viaje al Magreb. Al parecer el Alberto debió ocuparse, a nuestro regreso, de llevar las copias del carrete al chino y el sobre posterior a correos con supuestas fotos dentro.

Apareció el fin del mundo ante mí en nuestra primera conversación con el Alberto grabando el nombre de su pueblo sobre uno de los bancos de madera en popa, quien sabe si en proa, del ferry. Regresaron a mí recuerdos que ya tenía en el olvido y sensaciones que ya había dejado atrás. Dijo que me llamaba desde L'Hospitalet de Llobregat y a mí me daba la risa porque se llamaba Abdul y me daba besos en el gorro.

Me contó que hace un par de años, tras llamarme varias veces sin conseguir hablar conmigo, se presentó en el portal de mi antigua casa, la cual halló supuestamente escrita en el remite de esa carta que no recuerdo haber enviado. Como allí no estoy, dice que se entretuvo alegremente en charlar y definirme físicamente entre los convecinos que desconocían mi paradero. Me recordó también rápidamente su madridismo que preferí ignorar y todo fueron en él buenos deseos y promesas de seguir en contacto conmigo.

Lo que camino del pueblo parecía ser un reencuentro emotivo, con alguien absolutamente inesperado como pretendía puntualizar mi copilota hermana, se está convirtiendo en un desbarajuste tal que ahora incluso me ofrece invertir en Madrid aproximadamente 15.000 euros o la cantidad que yo estime conveniente para que después acuda de lunes a viernes y me coloque con faldita tras el mostrador de una supuesta empresa de muebles. Quiere una pasión turca o no sé qué le pasa.

Antes de fin de año hablamos lo menos diez o doce veces por teléfono, una noche llegué a pensar que se había vuelto loco si acaso no lo ha estado siempre. Pensé en brotes psicóticos y en la soledad del alma. No sé por qué me toca vivir semejante conglomerado de absurdos, uno detrás de otro. En todas esas llamadas, a pesar de preguntarle en concreto, solo supe que se llamaba Abdul y recordando sus besos en mi gorro me quedaba contenta y conforme. Nada supe de si le quedan aún todos los dientes, si está dispuesto a volver a pagar cervezas ni qué tal follaba con su expareja quien se largó supuestamente con un cubano.

Mientras yo me paseaba entre cañaverales intentando comprender, él no decía las cosas claras. A día de hoy continúa ignorando que estudio árabe y que tengo muchas ganas de follar, no sabe tampoco que tengo hambre de guapo ni que le cuelgo a propósito cuando no me apetece hablar. ¿Cómo puede ser que tras casi ocho años ahora, de la noche a la mañana, todo sea un llamarme como si fuese realmente a acabarse el mundo? Tampoco me responde a esto ni consigo saber su propósito.

-oye Chafan yo te he llamado pr saber si has llegao bien pero como n contsts n queria molestar bueno cuando acabs me das un toque pa saber si ests bien vale bona nit maja (3:07 - 22/12)

-hla chafita q tal guapa bien. ahh flz navidad prpct año nuevo bueno espero q t lo haya pasado bien ayer. bueno mona t djo y saludo a tu familia deu (18:32 - 25/12)

-porque m cuelgas sol quiero q hables cnmg me siento alegre cuando t oigo t voz si t no quiers n pasa na tq. y me enamore dt en la foto megustas y mx ers el sol dm vida dsd q t conoce ve en ts ojos algo especial ers 1chica como esa flor q no crece sin aGua t deseo l mejor. ah tienes a alguien aqui q si prucopa pr ti adios y ten cuidao mi niña te extraño pr ts momentos adeu (2:27 - 26/12)

-slo quiero ablar dm divorcio q me consejas d algunas cosas. perdname si t h muelestado gracias chafan eres 1belleza dsd d q t ve lo supe. vy enserio. ers m fvorita pr ser buena y agradable nena cuidat prfavr (2:54 - 26/12)

-chafan solo quiero q t cuides prfa n te vayas a tu rollo piensa q vales mas q nadie valorate q eres muy grand cuidate guapa (1:07 - 28/12)

El sms 2:54 - 26/12 es inmediatamente posterior a que yo flipe y le conteste al anterior diciendo que haga el favor de no decir esas cosas. Pues bien, el 28/12 por la tarde me cuenta que supuestamente el mensaje que me había hecho flipar lo había enviado un amigo suyo mientras él se afeitaba porque como él no dejaba de mencionarme el amigo optó por esa ocurrencia mientras esperaba que él apareciese afeitado. El muy imbécil después me pidió perdón por él y por todos sus compañeros y escogió el plan B si es que no transita ya por el F.

Quiere saber cuándo entro y cuándo salgo de casa, me lo ha dicho con todas las letras. Ya le he repetido que me deje tranquila y que esto no puede ser pero no sirve. No hemos hablado nunca de nada que merezca la pena pero, eso sí, me ha descrito al Alberto un par de veces como si yo no me le supiera. Entre unos sms y otros me he ido encontrando en el teléfono diferentes llamadas perdidas, un no tengo saldo de vodafone y un yamame si pueds (22:13 - 28/12)

-Q pasa chafan te llamo pa xarlar un plis cntgo pero aque t refieres d n podms hablar continuamente para que hablems en persona y si n quieres q te yame dimilo y ya esta. tampoco quiero molestar sabes bueno lo siento pr agobiarte vl perdn buenas nxes (23:14 - 29/12)

Desde que entramos en el nuevo año hemos vuelto a hablar varias veces y mi teléfono ha contabilizado más de media docena de llamadas perdidas. Como recordaba mis apellidos, al regresar a la capital me he encontrado también con su invitación de facebook. Ante mi sorpresa, se llama Abdul pero él no era quien me daba los besos en el gorro ni tampoco quien no se cansó de pagarnos botellines. Aquel era gordo e iba y volvía de Catalunya por motivos de trabajo y éste, sin embargo, era un buscavidas dentro del zoco de Tánger. Fue este Abdul quien nos consiguió una pensión de mala muerte en el primer viaje y a quien pagamos diversas cervezas y comidas en el segundo. El mismo que nos suministró a buen precio veinticinco gramos de hachís a cada uno jurando repetidas veces que no pasaría nada en nuestro trayecto de vuelta.

Físicamente es bastante más apetecible que el gordo, aquél cuyo nombre también puede ser Abdul y que sí me besaba en el gorro mientras charlaba conmigo acerca del por qué su mujer estaba durmiendo en casa y él mientras nos invitaba a sucesivas cervezas sin prisa por irse ni por obtener beneficio. Aquel gordo más tarde se empeñaría en llevarnos en su coche hasta nuestra pensión de mala muerte y, aunque ambos comparten el mismo acento catalanomarroquí y posiblemente el nombre, no tienen nada que ver. De aquél nada he vuelto a saber y a éste le he aceptado en facebook, principalmente porque conservo mis ganas de guapo intactas y porque me intriga.

Esta misma tarde hemos vuelto a hablar de nuevo. No me ha llamado desde su móvil, tampoco desde el móvil de su trabajo. Esta vez lo ha hecho desde una cabina, de ahí que yo haya atendido la llamada, y todo su empeño consiste en preguntarme si estoy bien, si en mi familia también están todos bien y en rezar a Alá para que pronto me encuentre de frente con una buena oferta laboral. Quien le entienda que le compre, yo no me entero de nada y la soledad del alma vuelve a hacerme cosquillas.