9 de abril de 2015

La quiero olvidar, pero nunca me suelta

He visto las tetas de la que fue mi suegra. Ha venido a enseñármelas y a clavarme los ojos desde lo más profundo de su verde. No he preguntado por Alberto, soy cobarde. Tampoco me importan sus operaciones de corazón ni su nieta mayor de seis años, pero de ellas sí hemos hablado. He descubierto que mientras ella, M y madre de Alberto, permanecía durante semanas en la UCI yo intercambiaba mensajes con Ángel al preocuparme por la suya. Ambas ingresadas e íntimas amigas. M me ha preguntado si tengo novio y he contestado que estoy solita después de tragar saliva. He sentido unas cuantas cosas, pero no he mencionado ninguna. Prolongué el tiempo que suelo emplear en responder a las preguntas para que no me hiciera muchas, siempre me pareció recibir una batería completa de ellas en nuestros encuentros. He procurado ser amable sin conseguir reunir la suficiente humildad para pedirle perdón, soy demasiado orgullosa. Quizá ella nunca me quiso para su hijo, pero aún hoy me sigue respetando y no lo merezco. Me entraron ganas de abrazarla, también muchas ganas de perderla de vista. La vida transcurre brutalmente rápido.