6 de diciembre de 2014

El dinero que te salva es el mismo que asesina

He vuelto a prestar dinero creyendo que existía la intención de devolvérmelo, a idiota no me gana nadie.

He adelgazado tanto que me sostienen dos alambres como piernas, pendo de un hilo, el que ahora sale de la chusta del porro que me estoy fumando.

No he vuelto a follar ni había vuelto a fumar tampoco. Ya no me follará nunca más como si se fuera a acabar el mundo y no siento nada. Lo que siento es que haya sido necesario ver volar lejos de mí otros doscientos treinta euros, tras los quinientos setenta y cinco que se llevó volando la Vela hace meses -que ya nunca jamás ha vuelto a velar por mí-, para darme cuenta que sigo siendo la misma idiota de toda la vida.

Trescientos euros, veinte, treinta, veinticinco por treinta y tres, quinientos setenta y cinco, mil doscientos, doscientos treinta, yo es que soy idiota.

Voy a hacerme responsable de lo que digo, siendo mi propósito de olvido lo principal, no felicitando a Ángel en su próximo cumpleaños. Siendo gratis y maestra de la contradicción le recordaré durante todo el santo día, pero no lo sabrá al saberme intentando olvidar. Podría decirle cosas absolutamente maravillosas, pero no le diré nada. Se lo he dicho a Bea, soy idiota.

Estoy decidida a no volver a perder ni tiempo ni dinero. Hablando de qué calor hace ya o cómo llovía anoche se nos va la vida. El dinero que se va no vuelve. He escrito en billetes de todo menos amor y nunca jamás nadie respondió nada ni he vuelto a leerlo. Se van, tiempo y dinero, se van volando ya que pueden.

Todo está muy claro, cada uno en su lugar, los idiotas hacen idioteces y muchos parisinos en París. De Málaga a Malagón. Manejando un automóvil de los noventa con camisetas del dos mil siete malgastando mi tiempo en trabajos forzados mientras la gente vuela con mi dinero.

Le debo nueve mil euros a mi viejo y no se me olvida, vivo sin vivir en mí. Lo estoy pasando mal aquí solita en lo alto del alambre, está Maricarmen un alambre más allá con su posible divorcio. No me queda lejos tampoco una parra a la que me subo sin dudarlo cuantas veces considero. En esa parra es Ángel quien me acompaña, no sale ningún otro volando con mi dinero.

Fumo en el coche de siempre, con los mismos pensamientos de sol de invierno de siempre. Jamás volverá. Pasó, solo el pensamiento queda. Todo fluye menos mis lágrimas. Me cagaría en árabe en su puta madre echándole un ñordo bien gordo, pero ganas de llorar no tengo. Este último desperre me ha dejado un sabor a tortilla francesa más fría que la luna de mi auto a las dos y una constituciones.

Son unos hijos de puta, vuelan dejándome aquí abajo.

23 de noviembre de 2014

Una canción como un cupón de los ciegos

El otoño está dejando caer unas hojas que no piso y la pena está dejando paso a la rabia, ya no puedo sentirme más ridícula.

Abdul está en Burdeos, camino de los alpes suizos, y yo estoy en un sofá a quinientos metros escasos del sofá donde me sentaba antes. Ahora vivo en una casa con tres balcones, bañera y gastos de luz y gas desconocidos hasta el momento.

Ángel me menciona porque parece ser que Rufo vivió durante años en 4lcorcón, muy cerca del bar donde yo tenía la costumbre de comprar hachís. La Sandra en esa conversación pretende facilitarle el número de teléfono de Bea para que Rufo pueda llamarla, pero Ángel lo rechaza indicando que será él quien acompañe a Rufo al pueblo en navidad para que éste último pueda hablar con Bea, sin mencionarme en absoluto.

Tanto la Sandra como Bea y Susana están de acuerdo en que tanta implicación de Ángel en este asunto parece guardar con disimulo su deseo de acercarse a mí, siendo una hipótesis tan enrevesada que prefiero no darla por válida.

Abdul me dice que me quiere tres o cuatro veces por semana y yo le digo que se cuide. Dice que los días que estuvo conmigo transcurrieron muy rápido y que regresará con la intención literal de no salir de mi cama. Mientras me hace reír añade que se está poniendo muy tonto echándome de menos. Yo por mi parte hago el tonto barajando hipótesis angelicales sin atreverme a mencionarlo.

Ángel me dijo la última vez que nos vimos que agotará el subsidio por desempleo si continúa recibiendo ofertas de trabajo tan paupérrimas como hasta ahora y Abdul me dijo la última vez que hablamos por teléfono que prefiere trabajar en lo que sea sin recurrir al cobro del subsidio por desempleo francés al que tiene derecho por si en el futuro estando juntos nos hace falta ese dinero.

9 de noviembre de 2014

Se volvió gusano la mariposa...

... cansada de volar y no poder arrastrarse al fondo de las cosas...


Continúan ocurriendo cosas, no las cosas que yo quiero que ocurran sino otras muchas.

Lo que yo quiero que suceda tal vez no lo haga nunca. Ya no tengo veintidós años y la vida por delante, tengo treinta y tres y cierta prisa. Me pregunto a ratos en qué momento claudicaré conformándome con acabar siendo cualquier espectro de mí misma con otra persona al lado. Tal vez esta insistente esperanza mía de verme en una futura felicidad angelical me lleve a dormir sola el resto de mi vida, aún es pronto para constatarlo. Veo más probable perder antes la cabeza que esta esperanza. El dolor me curte, pero no se apacigua ni me aleja.

Yo misma le pedí que no volviese a hablarme de su amigo Rufo y está siendo obediente, ahora habla de estos asuntos con la Sandra. Y Bea, todavía sorprendida por lo simpático y agradable que estuvo Ángel con nosotras la última tarde que nos vimos, me lo ha contado. Me hallaba tranquila dando por hecho que su amabilidad y simpatía últimas eran positivas para mi propósito y ahora resulta que toda su intención parece concentrarse en buscar compañera a Rufo lo antes posible. Al parecer le dijo a la Sandra con todas las letras que a Rufo le gusta Bea, por lo que al ser un gusto recíproco no me sorprendería tener otra boda más en un futuro no lejano. He provocado yo misma este giro suyo sin intención de hacerlo, mi intención era avanzar y/o comprender y ahora comprendo lo que no quiero.

Por otra parte, raro es el día en el cual no tengo noticias de Abdul. Me llama y me escribe con más frecuencia de la que necesito, a veces me hace reír con tanta atención sobre mí y otras veces me agobia. No sabe absolutamente nada de Ángel porque no me ha preguntado acerca de mis sentimientos y porque desde siempre consideró a Alberto como el único obstáculo entre nosotros. Dice haber conseguido un catálogo con los hoteles y moteles de la zona próxima a su trabajo francés para que volvamos a vernos allí en un par de semanas, pero según explica son demasiado caros y estoy de acuerdo. Está dispuesto a volver aquí en blablacar otra vez y asegura tener cosas importantes que contarme, dice que lo hará mirándome a los ojos. También dice que tendremos tiempo en un futuro para viajar gastando dinero y que aún no ha llegado ese momento.

He vuelto, por tanto, a los llantos de otras épocas. Lloro al comprobar mi equivocación en cuanto a los posibles motivos de la agradable simpatía de Ángel y lloro comprobando mi facilidad de avance al relacionarme con cualquier otra persona que no sea él. A falta de ganas de gritar lloro desconsoladamente. Quisiera ordenar la química de mi cuerpo, pero he olvidado la fórmula. No consigo tampoco encontrar las capacidades de reacción y supervivencia que utilicé con veinte años, creo que las he perdido. Lo que no pierdo son mis ganas de acercarme a él, esas ganas de volver a sentirme estupenda como cada vez que estamos juntos. Nunca he aceptado bien perder, tenía solo cinco o seis años jugando con varios de mis herman@s sobre la misma mesa donde comíamos y lloraba con insistencia cuando perdía.

2 de noviembre de 2014

Siguiendo la ruta de un pájaro herido

Cómo no le voy a querer si es todo delicadeza.

Supuestamente Bea y yo estamos allí para conocer al nuevo crío que la Sandra ha traído al mundo, pero en realidad el niño nos importa muy poco por más que Bea me diga lo contrario estando solas. A Bea le es mucho más interesante el Rufo, que cuando se marcha del bar de la terraza en la que nosotras nos encontramos, emplea un rato en saludarnos. Primero a mí, contándome culerías de la sangre caliente y distintos quehaceres laborales. Después a Bea, a quien nombra ante mi grata sorpresa. Se despedirá de nosotras no sin antes advertirnos que cambia de bar porque en el siguiente estarán ya Ángel y el resto.

Bea quiere que nos vayamos a ese otro bar cuanto antes, pero yo no tengo prisa. Primero mearé en el baño de mujeres entreteniéndome leyendo distintos nombres grabados en la puerta. Después veré el empate del atleti por el televisor mientras pido otra cerveza. Cuando termino de beber entonces ya cruzamos Su pueblo andando, al compás del carrito que transporta a las dos criaturas de la Sandra. Su novio está en nuestro pueblo, supuestamente buscando a tres de sus perros tras finalizar la cacería. En el trayecto la Sandra nos habla del nuevo negocio que ha instalado su hermano asando pollos, con detalles que ni a Bea ni a mí nos importan lo más mínimo.

Ocupamos la única mesa de la terraza que se encuentra libre, Bea dice que tendremos frío pero no la hacemos mucho caso. Es la última en sentarse y por lo tanto deberá entrar a pedir bebida. Cuando regresa nos cuenta que no tiene ganas de volver al interior en busca del aperitivo con patatas. Nuestro amigo común sale a la terraza y no tarda en acercarse a saludarme, pero como me habla mientras teclea en su teléfono yo no tardo en olvidarme de su presencia provocando que se aleje en un par de minutos. El de la conserva de tomates también acude buscando besos y sin pretenderlo le despacho rápido tras dárselos y cruzar unas palabras. La tarde se vuelve fresca y pienso entrar en calor bebiendo.

Al poco rato me hallo tan tranquila en la silla, inmersa en un diálogo con Bea de algo que no recuerdo, y siento que alguien contacta delicadamente con mi húmero izquierdo. No viene con voces o aspavientos como el resto. Levanto la vista y es Ángel, que me mira a los ojos sonriente. Me incorporo para besarle y comprobar que huele tan bien como siempre. Regreso a mi posición inicial en la silla mientras habla conmigo con una calma y un bienestar que me intriga enormemente así que le sigo en todo aquello que me cuenta y todo lo que dice está muy bien dicho y después saluda también a Bea, sin nombrarla, diciéndonos alegre que a la Sandra no la besa porque la ve con frecuencia. La niña de ésta, que no es tonta como su madre, no ha querido besarnos a ninguna de nosotras pero a Ángel le da no solo un beso sino dos mientras se ríe en mi cara loca de contenta. Ángel le pide otro beso y su ese suena suave y se me deshace en la boca.

A ellas realmente no les interesa todo aquello que él viene contando, lo que viene a ser su vida desde que no nos vemos. Me interesa mucho más a mí por lo que no despego mis ojos de cada uno de sus movimientos. Está cómodo y está tranquilo, guapo como él solo. Se ha dado cuenta que ellas le ignoran y no parece importarle, me sostiene la mirada charlando apacible. Hablamos de unas cosas y de otras y conversamos de todas. Lleva tanto rato ahí firmemente parado al lado de mi silla que llega un momento en el que Bea interrumpe su conversación con la Sandra para decirle que haga el favor de sentarse porque le está poniendo nerviosa viéndole ahí de pié.

Se sienta a mi lado y allí veremos cómo otro le viene sirviendo botellines a buen ritmo sin que él haga intención de regresar junto a ellos. Se siente bien e incluso se permite en una ocasión adivinarme el pensamiento, asombrándome en su forma de hacerlo. Ignora en todo momento lo último que le dije y yo tampoco le hablo de ello. Se comporta como si nada le hubiese dicho y yo hago lo mismo. Bea está tiritando de frío y él, que se encuentra en manga corta, finalmente me dice que vuelve dentro a seguir el partido del Barça porque allí es cierto que comienza a hacer frío. Entraré poco después a mear dos o tres cervezas en el baño y a pedir otra más en la barra. El Rufo se encuentra dos metros más allá y desde allí intercambia conmigo nuevamente culerías de la sangre caliente mientras no consigo distinguir los dientes de Luis Suárez en la pantalla plana del televisor. Cuando regreso a la terraza con los botellines en una mano y el aperitivo de aceitunas, cebolletas y pepinillos en vinagre en otra, pido paso a Ángel que se encuentra atravesado en mi camino de pie, junto a una mesa llena de amigotes. Rodeándose me deja pasar, diciéndome divertido que ya he comprobado que el partido continúa cero a cero como antes me había dicho. Salgo del bar sonriente y pocos minutos después salimos del pueblo.

No cumplo lo que digo. Dije que estaba intentando olvidarle, pero no es cierto porque yo no he intentado apenas tal cosa. No se si con su comportamiento acepta que le esté olvidando o no quiere que le olvide. En todo caso no he hecho siquiera intención de olvido. Cuando me hablaba del bocadillo que come deprisa y corriendo mientras está de caza yo no pensaba en otra cosa que no fuese imaginarle a él, vestido de verde claro verde oscuro y gorra marrón, sentado entre matorral y jara limpiándose las buceras con la manga verde llena de migas. Le veo echando mano de la cantimplora, ahora somnoliento y si quiero ilusionado. Hace que luego le vea tirando la caña pescando en el pantano de mi pueblo, habiendo pagado antes la licencia correspondiente según cuenta. Sé que Abdul pesca en completa y genuina anarquía y por necesidad, aunque ni le menciono. Yo no olvido nada, hay cosas que Ángel dice que ya me las sé, otras no. Sigue siendo el mismo niño que me guiñaba el ojo y me llevaba de la mano en eternas noches de verano del siglo pasado. El mismo de entonces, capaz de removerme por dentro ya no siempre, ahora en según qué situaciones. El que siempre quise, desde el primer momento. El que yo sabía que era bueno de antemano pero no adiviné que fuese cobarde. Él, el único por el que no dejan de nacerme nuevos y buenos sentimientos.

29 de octubre de 2014

Me subo a lo más alto de la locura


No sé con cuántos más tendré que follar hasta olvidarme de esta pena.

Estos días con Abdul han transcurrido según lo esperado. Mucho porro, mucho sexo y mucha risa, pero muy pocas ganas de comer. No ha habido día en el cual no haya terminado como una perra en la cama, desde la primera noche hasta la última tarde. Al parecer las hay más putas que yo y pretenden vivir a su costa en un piso de París. Él quiere que yo un día le diga que le estoy echando de menos y que quiero irme con él. Me cuenta cómo pesca y cómo caza cuando no tiene comida y lo cuenta entusiasmado, simulando los episodios vividos y es todo fibra y energía. Todas las vidas que a mí me faltan las ha vivido él, ha sido capaz de perder cuarenta y dos mil euros en varios días de casino o dormir en una tienda de campaña con gotera allá por Noruega sin una triste lata de sardinas en la mochila. Tiene un antojo amoratado bajo uno de los ojos, el cual me explica que desaparece entre los meses de enero y abril y aparece para permanecer en su rostro el resto del año. Me parto y me mondo. Me habla del hijo egipcio de Carmina Ordoñez mientras yo mojo el tanga pensando que quien está jugando con mis pezones es Cayetano Rivera. Lo vuelvo a mojar cuando con una canción me muestra el abecedario árabe que se canta en las guarderías. No hay presidente de gobierno del estado espanyol en la última década que no haya compartido mesa con él. No hay reto que se le resista y convivir tan cerca con alguien que posee una seguridad tan desbordante llega a darme miedo. Habiendo vivido bastante más que yo me deja sin palabras y todo se me vuelven preguntas. Él sabe manejar siete idiomas y las cuatro patas de la cama, cuatro angelitos que la acompañan, incluso hablándole de yogures le entran ganas de follar. Y follar hemos follado. Hemos follado mucho y hemos follado bien. Quisiera follar con él todos los días del resto de mi vida, pero tanto follar no ha hecho que me olvide de esta pena.

Estos días con Abdul han transcurrido según lo esperado. Me ha dejado alegre el corazón y una china bastante decente sobre la mesita de noche. He perdido la cuenta de los porros que me he fumado desde que pisó esta casa. Ha fregado los platos, me ha traído el desayuno en bandeja a esta cama, ha cambiado la bombilla de la entrada y me ha cogido de la mano llevándome por esas calles durante cuatro días. Me habla de todo, habla mucho y deprisa, mientras yo apenas le he llamado guapo e hijo de puta. Me gusta mucho más follando que hablándome de su viaje a Cuba y folla bastante mejor de lo que cocina habiendo sido buen cocinero en Sitges. Dice y comparto que somos energía y puedo ver la suya a través de sus pupilas. Me habla también del Alberto, mi único novio a sus ojos. Dice que el Alberto se ha borrado el tatuaje con mi nombre en chino de su gemelo izquierdo, comprobando asimismo que en mi cuerpo no hay más que la señal de su esperma sobre mi ombligo. A veces parece que pone yo en árabe y otras veces no se sabe lo que pone. Como tampoco sabe lo que desayuno me llena la nevera comprando de todo un poco y como le sobra compra condones y me trae de regalo unas chanclas. Me deja con la boca abierta, me ha salido una llaga en el labio y desde que se fue esta mañana juego con ella y la punta de la lengua. Los besos en la estación no saben a nada y tampoco huele a él ya esta casa. Ya no están secándose sus calzoncillos al sol en la repisa de la ventana, ni mis toallas secan su cuerpo. Tampoco tengo ya la tableta de hachís más grande que he visto en mi vida en completo y gratuito usufructo. Vuelven a estar los platos sin fregar, la basura sin sacar y mi estómago continúa sin lograr abrirse. Por otra parte, por fin, la televisión vuelve a estar apagada. Mañana la desenchufo, ahora me haré otro porro sobre esta cama, donde ayer estuvimos nosotros dos y la gran fumada. Una cama a la cual no parece querer venir el que más deseo que lo haga. Una cama que suena más cuando yo estoy debajo que cuando yo estoy encima. Un suelo ayer limpio y ahora lleno de mierda. Una pena larga y muy negra.

Estos días con Abdul han transcurrido según lo esperado. Falta su risa ahora en el sofá y sobran condones, no quiso llevárselos. Dice que si yo quiero él puede buscar trabajo en esta ciudad y apuesta porque en menos de un mes lo consigue. Dice que si yo me voy con él al fin del mundo en menos de quince días estamos viviendo en Francia cobrando mil quinientos euros mensuales en conjunto como prestación social con llave de piso en mano. Dice también que tengo que ser yo la que eche a andar, los polvos sí los echamos juntos. No tiene miedo a nada y me da mucha envidia. Se ha olvidado una camisa dentro del armario, señal inequívoca de que quiere volver. Entrega todo lo que tiene y pide todo por favor. Folla como nadie me ha follado, no sé si volveré a follar igual. Tiene gustos idénticos a los míos y otros a años luz, me gusta mucho pero no me gusta tanto. Tanto follar me ha dejado una risa de la que estoy muy agradecida, pero no me ha follado tan bien como para olvidar que Él no parece querer venir. El primero me ha cambiado la bombilla de la entrada siendo electricista el segundo. Consiento involucrarlo a cada rato, aunque le olvido por unos momentos mientras Abdul no lleva puestos los calzoncillos y se pasea por mi casa. No hay color, otras muchas veces estaba oscuro.

19 de octubre de 2014

Mentira no se borra, mentira no se olvida

Nunca jamás encontraré a alguien que no mienta.

Este horario de trabajo apenas me permite comprar en mi tiempo libre por lo que el martes, tal vez el jueves, rondando las cinco de la tarde me ausento unos minutos para salir en busca de la tinta negra que necesito para que mi impresora acepte escanear. Recorro escasos doscientos metros y encuentro a mi hermano Pedro sentado en un banco. No sé si me ha visto antes que yo le vea, según le miro se levanta y se acerca a saludarme. Me da todo tipo de explicaciones mientras noto cómo no me sostiene la mirada. Dice que la pareja de hermanos rumanos que le acompañan en el banco viven en la casa alquilada de nuestra difunta abuela. También dice que su novia está mirando ropa en esa tienda cercana y según explica llevan así todo el día. Le pregunto entonces, mientras sigue con los ojos puestos en el infinito, si han comido en la ciudad y contesta afirmativamente explicándome dónde comieron. El corazón me late muy deprisa, mi hermano querido me está doliendo y apenas me mira a los ojos. Le hago saber mi propósito de compra, dejándole allí tras decirle que a mi vuelta seguimos hablando. Ojalá se hubiera acabado el mundo atrapándome en el interior de esa tienda, pero no lo hizo. Cuando regreso compruebo que sigue sentado en el mismo banco, me mira sonriente y me hace explicarle dónde se encuentra exactamente mi lugar de trabajo. Mientras se lo estoy explicando aparece su novia haciendo extraños aspavientos que no comprendo, casi a mi espalda. Nos damos dos besos y ella también me pregunta dónde trabajo exactamente. Cuando termino de nuevo la explicación, ella dice que siempre pensó que era en ese mismo sitio. Sin yo mencionar palabra ella añade que no me han llamado porque mi hermano se dejó el móvil en casa a lo que éste balbucea algo parecido a lo que ella acaba de decir. Siento por dentro que no me han querido avisar de su día en la ciudad, que me están mintiendo, por lo que decido irme de allí lo antes posible y eso hago repartiendo besos procurando disimular mi profunda decepción. En el trayecto de regreso a mi lugar de trabajo hago tremendos esfuerzos por no echarme a llorar y lo consigo notando cómo mis ojos vuelven a su normalidad antes de cruzar la puerta de entrada. Un par de días más tarde Pedro me escribe diciendo que Julio Anguita está hablando en televisión y, ahora sí, antes de contestarle, lloro sin remedio al darme cuenta de que es la primera vez que me escribe a pesar de que tiene wasap en el móvil desde hace meses. Soy entonces totalmente consciente de su mentira al vernos y del por qué era incapaz de mirarme a los ojos de forma contínua, entendiendo también que mi hermano querido con semejantes actuaciones dejará de serlo y al pensar en mi madre ya sí que no puedo controlar el llanto.

Abdul también me miente, pero dejo que lo haga porque me dice cositas que nadie más está dispuesto a decirme y porque ya sé que nunca jamás encontraré a alguien que no mienta. Me escribe y me llama día sí y día también. Hay noches en las que lleva a cabo ambas cosas. Me dice tantas cosas y de forma tan seguida que me es fácil distinguir la verdad de la mentira. Vendrá el jueves a pasar unos días conmigo antes de regresar a la vendimia francesa, pero cuanto más me habla y más medias verdades en él percibo menos ganas tengo de que venga. Me gustan, eso sí, sus respuestas cuando le digo que esto o aquello que ha dicho es mentira. Me gusta que me diga que me quiere y lo especial que soy, aunque me cuesta creerlo. Me gusta mucho, sobre todo, cuando dice que al vernos nuestros ojos hablarán entre ellos y sabrán qué decirse. Pero al leer esto también pienso inevitablemente en Ángel, ese que según sus amigos nunca escribe a nadie, y me doy cuenta que la última vez que hablamos a través de facebook fue él quien comenzó la conversación conmigo al igual que semanas atrás lo hizo por wasap. Me doy cuenta también que al ser tan tajante con él en esa última conversación seguramente le alejé aún más de lo que estaba. Me pregunto una y otra vez cuándo aparecerá alguien que, sin saberlo, evite que yo tenga pensamientos angelicales de esperanza y me respondo a mí misma diciéndome que nunca aparecerá nadie al igual que nunca jamás encontraré a alguien que no mienta. Me veo dispuesta a follar para olvidar ya que beber no me sirve. Me veo dispuesta a escuchar mentiras como si no existiese verdad en este mundo. Me veo eternamente enamorada de alguien que no quiere o no puede tenerme cerca. Me veo, en definitiva, en el interior de un bosque tan inmenso y tan espeso que no consigo llegar hasta la cabaña que todo bosque tiene y que toda persona encuentra.

2 de octubre de 2014

Cada palabra que leas mi alma atravesará

Ha vuelto a dirigirse a mí por escrito y por su cuenta. Él que, según dice y confirman sus amigos, nunca escribe a nadie. El mismo Ángel que me ha escrito cuatro o cinco veces por sorpresa y cuando ha creído conveniente.

Podrían haberse abierto las puertas del cielo para que yo entrase y me quedase dentro para siempre, pero no ha sido así. Esa puta puerta sigue cerrada y no se oye nada al otro lado. Me ha escrito un sábado por la noche con la intención de saber quién de mis amigas es la que está interesada en su amigo Rufo, cuestión que pretende sonsacarme a base de preguntas eliminatorias desde que le hablé del asunto este verano. No ha existido desde entonces ni una sola noche en la que hayamos hablado y no haya intentado averiguarlo.

Su torpeza es de una inocencia de tal calibre que me produce ternura, por lo que respondo su primer texto entre risas ya que me ha escrito él, quien nunca escribe a nadie, y yo le quiero. Acto seguido vuelve a escribirme preguntándome si estoy en el pueblo o en la ciudad donde trabajo. Me sorprende, quedándome un momento pensativa imaginándome al Rufo tentándole para acercarse al pueblo y así salir de dudas. Me animo y le respondo que no estoy en el pueblo, pero que es probable que me acerque el próximo fin de semana. Asimismo le pregunto a él si acaso está en el bar con Rufo o cómo es la cosa. 

Tarda veintidós minutos en contestar que sí, que está con Rufo obviando que se encuentran bebiendo dentro del bar. Añade también que Rufo le pregunta que dónde vive mi amiga. Tengo autorización de Bea para poder hablar de su procedencia y poco más, por lo que esta vez tardo yo más de media hora en responder que vive en 4lcorcón. Esta respuesta aparece en mi teléfono como enviada pero no recibida en el suyo, mientras yo sí recibo las amenazas de Bea para que tan sólo aporte lo ya hablado con él en verano.

Vuelvo a escribirle repitiendo los mismos argumentos que me escuchó en agosto, tal y como Bea me pide, y de mi propia cosecha -constatando que esos argumentos también han quedado enviados pero no recibidos- añado también que haga el favor de no preguntarme más por este tema porque yo bastante tengo con intentar olvidarme de él y encontrar apaño como para encontrárselo a los demás. Lo escribo literalmente con la intención de que lo lea estando completamente sereno a la mañana siguiente.

Al día siguiente, domingo, quien me despierta es Bea martilleándome a mensajes. Son las dos menos cuarto y yo hasta entonces dormía plácidamente. Contesto los mensajes de ella tras comprobar que no tengo noticias de él. Seguidamente compruebo que existió conexión angelical a las once y media de la mañana, motivo por el cual vuelvo a escribir a Bea para que se olvide del asunto explicando que ya aparece mi texto como recibido en su teléfono y que habiéndose conectado no parece querer volver a escribir.

28 de septiembre de 2014

Qué gusto da viajar cuando se va en exprés

Como si no tuviese bastante con un pretendiente ahora me han salido otros, cualquier noche me meto en el asombro y no vuelvo a salir.

Me incorporo a la fiesta dos horas después de salir del trabajo, pero lo hago contenta. Bebo un par de copas dentro del local y me uno a los demás camino del baile. A los pocos metros nos cruzamos con la Sandra, su novio y su niña sonriente desde dentro del carro. El novio de la Sandra me llama Miamor con mucho entusiasmo ante la risa nerviosa de Bea y antes de darnos dos besos. Yo no sé dónde mirar por lo que esquivo la mirada de la Sandra y me pongo a hablar sola porque la niña no comprende mis preguntas ni puede contestarlas. No tarda el novio de la Sandra en contarme que aparcará a ambas dos en casa y que regresará ya que Ángel y el resto le esperan al lado de la barra. Al dejarles atrás, mientras no escucho a nadie, pienso en que debo procurar que ni Ángel ni dios consiga bajarme de la más alta estima en la que estoy subida. Al poco rato de llegar observo mi alrededor y comienzo a sentir cierta inquietud que se diluye inmediatamente cuando Ángel aparece de la nada y se acerca a saludarme. Trae la sonrisa de los domingos aun siendo viernes y no hay cosa que más me guste. Enseguida me está contando asuntos y pareceres laborales tan habituales en él que ya no me interesan, pero es evidente que está disfrutando con la conversación y quiero morir. Disfruta aún más haciéndome rabiar y cuanta más rabia me da más consistentes son mis golpes en su hombro al explicarme. Cualquier cámara oculta sin sonido podría hacer ver que le estoy contando chistes y nada más lejos de la realidad, no sé por qué se ríe tanto si no tiene gracia. Le interrumpo varias veces y él a mí, como si se nos fuese la vida en esas cuestiones patrias. Parece muy cómodo envuelto en toda esa no sustancia que suelta por la boca y antes de que sea capaz de llevarle a un terreno bastante más interesante, después de media hora de charla, primeramente me indica que me estoy perdiendo todas esas fotos que Belén está haciendo a diestro y siniestro. Como no por ello consigue deshacerse de mí poco después me pregunta cómo se llama aquél de allí que está hablando con nuestro amigo común. Lo sé pero no lo recuerdo y así le respondo por lo que me suelta con todas las letras que lleva varios años hablando con él y llamándole Tío y que se va para allá a saludarle. Me deja muda y con muchas horas por delante. Después invito al local a nuestro amigo común o a no se cuál de ellos tras hablar un rato y Ángel también se apunta junto al resto. Se atravesará en alguna que otra conversación de las que mantengo con terceros para llamar la atención contradiciéndome o no se para qué, me cansa y parece encantado. Le tengo lejos y el vaso siempre cerca y semivacío. A las cinco en punto decido marcharme a dormir la borrachera sin mirar atrás, introduciendo un cubo azul debajo de la cama a sabiendas de lo que me va a suceder poco después de apagar la luz.  

El marido de Maricarmen pide, ruega, grita y patalea hasta que el sábado consigue que me siente a su lado. Ninguno de los dos presta atención a la corrida de toros que estamos presenciando. Él ha pagado y yo asisto gratis, ambos queremos seguir bebiendo. Yo tomo asiento para que se calle y dejemos de llamar la atención, pero él continúa siendo el centro sin proponérselo. Tiene muchas ganas de hablar y a su mujer en casa. Tiene una borrachera que le hace hablar mucho y deprisa y también tiene a su hijo de siete años a su izquierda diciéndole que está borracho porque se lo nota en los ojos. Quiere desahogarse y dejo que lo haga porque soy incapaz de adivinar lo que va a decirme. Llega un momento en el cual todo alrededor desaparece y sólo quedan allí sus palabras en mi oído y su mano en mi rodilla. Durante una hora larga me cuenta lo que ha sido su vida en los diez años que hace que nos conocemos. Dice que se unió a Maricarmen a través de una apuesta y que con el paso de los años está viviendo lo que denomina un error. Dice que desde un principio quien le gustó fui yo y que así se lo hizo saber a mis hermanos. Dice que Maricarmen se metió en su cama cada noche y no paró hasta hacerle padre. Dice que llevan más de medio año durmiendo en camas separadas y que su relación no tiene remedio ni cura. Dice barbaridades tales como que yo debería ser la madre de ese niño o que sabe que Maricarmen a mí me quiere mucho pero que él me quiere más. Intento que entre en razón y que deje de pensar así pero es en vano ya que jura y perjura que hablará conmigo también cuando esté sereno. Afirma haber pedido mi número de teléfono varias veces a mis hermanos y relata la negativa de ellos a dárselo. El amigo gay que toda mujer quisiera tener se acerca para hacerle saber que el niño ha desaparecido. Tardará en encontrarlo unos diez minutos, tendrá que tropezarse un par de veces antes, y será un tiempo que yo aprovecharé para pegarme a Mario no dejándole espacio para el regreso.

Regresará de nuevo a mi oído al bajarnos del coche, para repetirme que hablará conmigo estando sereno. Esto ocurre poco antes de que el amigo gay que toda mujer quisiera tener venga a advertirme que ese negro que se encuentra un poco más allá en el grupo de su hermano quiere conocerme desde el momento en el que nos ha visto bajar del coche. No distingo los colores y entro en el local dispuesta a seguir bebiendo. Me siento en una silla mientras los demás no dejan de moverse, tan solo el primo de Bea me acompaña alrededor de la mesa. No he bebido ni dos tragos cuando el amigo gay que toda mujer quisiera tener insiste en que me levante y salga a conocer al negro que no deja de preguntarle por mí. El negro con su cuerpo atlético y pelo y barba estilizados me mira desde detrás de unas gafas con montura de pasta negra a las cuales solo les falta un trozo de esparadrapo en la junta para ser gafas de auténtico tonto del recreo. Mientras me habla pienso en gafas aún más esperpénticas pero no consigo imaginármelas. Creo que algo de conversación tenemos y cuando me aburre digo algo y regreso dentro volviéndome a sentar en la silla que antes abandoné. Al poco rato el local se despeja nuevamente y ya está el negro allí alrededor de la mesa haciéndome preguntas que no recuerdo. Contesto sin mucho afán, desde que puse los ojos en Patrick Kluivert me gustan los negros sin gafas. Parece que se lo huele, aunque no se las quita, y comienza a pluralizar la conversación cuando el primo de Bea abre el botellín de su cerveza y vuelve a sentarse a mi lado. De pronto el negro me pregunta que de qué planeta he venido, lo que me transporta al barrilete cósmico de Diego Armando Maradona y me da la risa. Continúa diciendo que soy la chica más guapa que ha visto durante las fiestas, confesión que provoca que el primo de Bea se atragante a medio trago haciendo el ruido y amago de escupir espuma por la boca. Me quedo en blanco con tanto halago y no recuerdo cómo salgo de allí. 

Poco antes de media noche nos vamos a casa porque algunos tienen que cenar y ducharse y otros solo nos vamos a cambiar de ropa. En el trayecto en común le pregunto al amigo gay que toda mujer quisiera tener si debería quedarme puesto el sombrero negro porque parece que me trae suerte. Mientras me quedo sola y sigo caminando pienso sonriente en el marido de Maricarmen y pienso en el negro, después los pómulos vuelven a su sitio cuando pienso en Ángel. Un par de horas más tarde ya estoy bebiendo otra vez y allí está de nuevo éste último, protegido por el amiguismo grupal en el que tan bien se mueve. Su amigo Elmalo le hace saber, al encontrarse de espaldas, que acabo de llegar. No veo bien de lejos pero su descaro se ve a leguas y Bea está allí para confirmarme en palabras lo que me ha parecido ver en silencio. Debe ser que tuvo bastante con la charla de la noche anterior porque esta vez no hace ni intención de acercarse y yo me entretengo con unos y otros. Me paso la noche dándoles la espalda cada vez que están cerca y me dedico a concentrarme en la conversación telefónica con Abdul procurando así no perder la sonrisa. Será uno de ellos que poco importa el que se autoinvite a venir al local a rellenar la copa y los demás se le unirán, Ángel incluido. Una vez allí dentro va a procurar mantenerse en todo momento ocupado hablando con sus amigotes y guardando distancia, lo que me hace sentir ridícula. Pienso en que ojalá que desapareciesen todos mientras otro de ellos me está hablando acerca de la gran cantidad de tomates que tiene en su huerto con los cuales hará conserva. Converso con todos y cada uno excepto con él y cuando ya la situación me da vergüenza llamo su atención para preguntarle si piensa tomar algo. Pronuncia mi nombre dos veces al explicarme por qué no quiere beber más, mostrándose agradecido por mi ofrecimiento. Cuando ya no quiero seguir hablando con los demás me retiro con mi copa y me siento en la única silla que veo libre. César no tardará en acercar la suya a mi lado y comienza a hablarme de cosas que me entretienen haciéndome reír. Nuestro amigo común será el que después nos diga que ya se marchan y entonces Belén pedirá hacer una foto en la que salgamos todos juntos. Alguien sale en busca de un amigo del negro para que nos sirva de fotógrafo. Nos hace tres fotos a través del móvil de Bea y de forma muy seguida. Nuestro amigo común me pide que se las envíe y yo respondo que no tengo su número ni llevo el móvil encima. Le propongo enviárselas a Ángel y que éste las comparta pero entonces replica que no las recibirá nunca puesto que Ángel no envía nada ni contesta. Ángel solo sabe reírse y Bea arregla la situación disponiéndose a apuntar el número de nuestro amigo común para enviárselas ella misma. Antes de salir por la puerta Ángel vuelve a pronunciar mi nombre diciendo adiós con la mano y el de la cosecha de tomates me hace saber que ambos volverán la noche siguiente ya que han quedado en ver al novio de la Sandra nuevamente junto a la barra.

La tarde siguiente amaneceré observando que, efectivamente, en el móvil se encuentran tres fotos en las cuales Ángel aparece lejos de mí y borraré inmediatamente una de ellas en la que Belén le mira embelesada rodeándole el cuello con su brazo en el colmo de una confianza que no se tienen. Él mira sonriente a la cámara y Belén no tiene culpa de que él sea infinitamente guapo y haya que mirarle, pero yo borro la foto para no odiar. Aparecen también en el teléfono diez llamadas perdidas junto a un mensaje del mismo número de la vendimia francesa

-Hola guapa q tal te estoy llamando y no me contesta bueno no pasa nada.perdona si te he molestado adios solo por saber como estas Chafan vale cuidate.

La tarde transcurre sin más sobresaltos y la noche se nos echa encima sin darme tiempo a pensar. Cuando llegamos al baile soy consciente de que debería hablar con una tía de Ángel ya que, tras realizarse unas pruebas conmigo hace varias semanas, ven necesario realizar otro tipo de estudios más específicos en el hospital y deseo tranquilizarla porque yo le quiero y es su tía. Me acerco a él que, según me ve llegar, avanza dos pasitos para encontrarse conmigo como si estuviese dispuesto a besarme delante de todo el mundo pero no lo hace aunque yo sonría disponible. Pregunto por su tía ya que en su momento la mujer me explicó que acudiría a este evento y será él quien me lleve hasta donde ella se encuentra abandonándome allí en cuanto nos saludamos. La buena mujer me explica que fue él quien acudió veloz a su casa para explicarla todo aquello que yo le conté por escrito tras hacerse aquellas pruebas, agradeciéndome mi gesto tranquilizante de entonces y de ahora. Alguien de su familia interrumpe la conversación entre nosotras y decido dejarles deseándola mucho ánimo. Mientras busco con la mirada a César y los demás, encuentro a Ángel observándome y me acerco de nuevo a hacerle el resumen de lo que hemos hablado. No tarda en abandonarme de nuevo en cuanto el de la cosecha de tomates me da conversación. Éste le hace regresar a nuestra tertulia para que añada esto o lo otro, pero termina desesperándome con tantas idas y venidas y no tardo en unirme a Bea que se encuentra un poco más allá. No vuelvo a verles y un par de horas después me marcho dispuesta a dormir sin pena ni gloria. Ya en la cama responderé el mensaje de Abdul con la intención de que vuelva a ponerse en contacto conmigo.

10 de septiembre de 2014

En el amor todo es empezar

Algunas cosas están cambiando, llegué a pensar que no lo harían nunca.

Continúo con bastante dolor acumulado dentro del cuerpo pero sin rastro de rencor, estoy creciendo mucho y deprisa. También cabe decir que a la misma velocidad con la que suelto caprichos agarro necesidades, pero esto ahora no importa. Lo importante es la declaración de amor que recibí la otra noche pasadas las cuatro de la madrugada.

No escuché su llamada la primera vez ni tampoco la segunda. Me estaba duchando mientras sonaba la tercera y no quise descolgar la cuarta desnuda. Decidí masturbarme y acostarme tarde y cuando quise volver a la realidad ya me había dormido. Pasadas las cuatro volvió a sonar el teléfono y lo cogí no sin antes imaginarme que le habría sucedido cualquier catástrofe y necesitaba mi ayuda. 

Comenzó diciendo que había tenido un sueño muy raro donde él y yo compartíamos el disfrute de la tarde en una cala de la costa de Barcelona cuyo nombre he olvidado. Llevábamos la ropa puesta y él me cogía una mano entre las suyas y hacía calor. Como yo no encontraba la extrañeza del sueño por ningún sitio añadió muy serio que está enamorado de mí y tenía la necesidad de hablarme antes de dormir. Dijo que aparezco en sus pensamientos constantemente y todos los días desde hace años y yo, a falta de porros, a duras penas conseguí liarme un cigarrillo. 

Me preguntó si estoy necesitada de amor ya que él está dispuesto a darme todo el amor que hasta ahora se me haya negado. Me hizo reir, ¡cuántos años han transcurrido sin escuchar promesas semejantes!.Dijo que mira con mucha frecuencia aquella fotografía en la que salimos los dos juntos y que entonces se imagina que está conmigo y eso le hace sentir mejor. Y yo que me alegro. Al parecer en mis ojos y en mi boca es donde se concretan sus anhelos. Parece estar seguro de querer pasar el resto de su vida conmigo, insistiendo que lleva algo más de dos años durante los cuales no ha sido capaz de sacarse esa idea de la cabeza.

Sus palabras no cayeron al vacío. Le fui desnudando mentalmente mientras me decía cositas, todo un logro. Le imaginé también follándome con mucho amor y lo hacía bien. A la mañana siguiente regresé de las vacaciones al trabajo con una sonrisa que arrastré cuanto pude recorriendo el pasillo. Ahora, con el transcurrir de los días, sigo teniendo ganas de verle y espero que no se me quiten. Ya le he advertido que no necesito mensajes diarios, mensajes con los que llegó a agobiarme tiempo atrás, ni tampoco preciso una llamada matinal diaria como está dispuesto a hacer. Quiero que venga a verme y que lo haga cuanto antes, se lo he dicho y así lo ha prometido. Ahora está en Bélgica, bajará a la vendimia francesa el mes próximo y después le meteré en mi casa si todo sigue como hasta hoy.

17 de agosto de 2014

Tranquila, mañana te cegará el sol

Atraviesa entera la pista de baile para venir a saludarme, no es la primera vez en la vida que lo hace. Ni siquiera me había dado tiempo a divisarle en la lejanía. Quizá me viese minutos atrás hablando con el hermano de Elfeo. Quizá escuchó a Pocholo llamarme Cosa Bonita o le viera abrazándome contra su pecho en el colmo del regocijo o cogiéndome la cara entre sus manos más de una vez. Quizá no viese nada, no se lo pregunto.

Atraviesa entera la pista de baile para venir a saludarme, llega sonriente y yo le quiero todavía mucho por lo que también sonrío. Inmediatamente siento ahí que esta historia sigue viva dentro de mí. Trae ganas de hablar y dejaré que lo haga. Tras ponerme al día acerca de su situación laboral, la cual poco ha variado, aparece el primer silencio, el cual aprovecho para regresar a mi mundo que no es otro que el de las necesidades. Le pregunto si tiene posibilidad de conseguir papel de fumar y le advierto que tengo pensado fumar con Pocholo, quien se encuentra a su espalda y que con sus aspavientos musicales acaba de tirar literalmente al suelo sin querer a otro desconocido aún más borracho. Mientras Pocholo ayuda al otro a levantarse del suelo yo dejo espacio a éste que nos explica que el borracho se ha caído solo. Ángel me dice que sí que puede conseguirme ese papel. Vente, añade, y yo le sigo.

Atravesamos ambos la pista de baile, todos los que allí están me ven llegar tras él. Pregunta a quien no tiene, pero sí tendrá la hermana de éste que me entregará siete papeles. Mientras estoy dando las gracias y guardándolos en el bolsillo trasero derecho de mi pantalón nuestro amigo común se acerca saludándome. A éste le explico sinceramente que le encuentro una mejoría física que no acierto a definir y entonces Ángel aprovecha para criticarle cuanto puede. Tiene ganas de reirse y podré disfrutar cada una de las veces que lo haga. Nos deja solos unos minutos, no le interesan las municipalidades que yo curioseo al también concejal. Vuelve impetuoso diciendo que nos invita a una copa, nuestro amigo común lo rechaza y yo acepto de buen grado.

Le acompaño a la barra y allí seguimos hablando sin importancia. Al otro lado se encuentra el novio de la Sandra, que me tira besos sonriente desde la distancia y me pega la risa. Ángel a mi lado, sin yo preguntarle, comienza a explicarme por qué no acudió a esa fiesta donde un año atrás nos desnudamos y me hace concentrar en él los cinco sentidos. Tiene más ganas de hablar que nunca, parece que le han dado cuerda. Confunde de lugar antiguas anécdotas y se ríe de varias de mis expresiones pareciendo encantado. Yo también lo estoy, sigo dependiendo de él, aunque hablemos de gentes y cosas que no me interesan. Nos interrumpirá su primo y luego César a quien le presento; también el novio de la Sandra con quien me dejará sola unos minutos y Bea que pide perdón por si interrumpe.

Tanta interrupción me hace volver a mi mundo de necesidad. Le recuerdo que cuando hablamos meses atrás no me encontraba bien y que las dos veces posteriores en que nos hemos visto y no me ha preguntado siquiera aún me siguen doliendo. Entonces confunde las veces y las formas hasta que me cansa y ya no sonrío. Es ahora cuando rememora al detalle qué fue lo que hizo en ambas situaciones y parece entender lo que no debió hacer. Añade que tengo razón (a una persona se le pregunta qué tal está y más aún sabiendo que la última vez esa persona estaba mal) y que tengo derecho a enfadarme por ello (mi seriedad produce tremendos efectos desde tiempos inmemoriales). Enfadada no estoy, le indago si acaso no me preguntó adrede porque no le interese mi estado y esto lo niega firmemente. Creo que nos hemos entendido, aunque no sabe decirme el por qué de ese comportamiento o no quiere decirlo. Procura después que hablemos de aquel bajón y por agarrarme a esta no evolución como fuente de los bajones me repite, como ya hiciera años atrás, que le doy demasiadas vueltas a las cosas y que no hay que pensar tanto. Me desespera su simpleza, intenta empatizar conmigo con su propio ejemplo no evolutivo pero no me sirve. Debatimos ampliamente, pero ya amaneció hace un rato y Bea regresa para llevarme con ella y llevarse dos besos de él.

Podríamos habernos visto la noche siguiente y seguir hablando, tal y como le propuse, pero a pesar de aceptarlo con agrado y antelación ya después en directo no se acercó ni para darme las buenas noches. Necesito que me quieran y él no está dispuesto a hacerlo, no puedo evitar llorar mientras escribo.

22 de junio de 2014

Hay en el vacío un reflejo mío

El amigo gay que toda mujer quisiera tener conversa conmigo en la esquina derecha de la barra. Estamos en esa misma esquina, ni un poco más allá ni un poco más acá, porque así lo ha querido Belén que es lo más egoísta que ha parido madre pero ninguno de los cuatro restantes dice nada ni yo tengo ganas de discutir. No han transcurrido ni cinco minutos de nuestra llegada a la verbena y el amigo gay que toda mujer quisiera tener me dice riéndose, al oído, que tenemos a Ángel y al Rufo justamente detrás de nosotros. Me mantengo dándoles la espalda y le digo serenamente que me da igual. Le sorprende y entonces especifico que si quiere saludarme lo hará porque yo no tengo pensado hacerlo. Yo no miento nunca, pero las cosas nunca son como yo quisiera. Sin ojearles siquiera enseguida me doy cuenta que él está hablando muy impetuoso con el ya marido de su pueblo de la ya mujer del mío que nos acompañan esta noche. Me separo de la barra tras dejar en ella la botella del refresco y me sitúo sin intención ninguna diametralmente opuesta a ellos y respetando el puto círculo. La ya mujer me observa con detenimiento, Belén también lo hace, Mario prefiere silbar al infinito y el amigo gay que toda mujer necesita sigue dándome conversación. En un momento dado éste se calla, el círculo que formamos es más círculo que nunca y según dirijo la mirada al frente el Rufo me mira también agradando su gesto. Entonces taconeo cruzando el círculo y me acerco a saludar. Doy dos besos al Rufo, que enseguida me pregunta que qué tal. Respondo que bien y espero unos segundos a que Ángel, embocado en el oído del ya marido, recoja la evidencia de que estoy ahí pegada a ellos. Nos miramos y le pregunto qué tal por inercia antes de darnos dos besos. Creo que no dice nada, embocándose de nuevo en su conversación. Vuelvo entonces a colocarme en el lugar del círculo que me corresponde ahora, justo a la derecha del Rufo que, sin perder tiempo, me vuelve a preguntar qué tal me van las cosas remarcando literalmente que no me ve desde semana santa. Como se muestra siempre tan agradable conmigo conversamos un rato acerca de nuestros respectivos trabajos y algo del verano y de la vida. Hace hincapié en que ellos dos acaban de llegar y yo le explico lo propio. Sonríe un par de veces, pero me agoto mentalmente mientras Ángel no se calla en lo que sea que esté debatiendo por lo que me giro a hablar, ya sea con Mario o con el amigo gay que se encuentra a mi derecha. Una vez que Ángel termina el debate se alejan, terminándose ahí mi aportación nocturna. Transcurren las horas como el tragar, rápidamente. Me entretengo con la posición de la luna más que con el escenario. Cambiaremos de sitio tantas veces como Belén estime conveniente no siendo muchas y ellos se situarán a unos diez o quince metros y serán varias las ocasiones en las que le distingo observándonos, pero esto ya no deja de ser basura visual sin nitidez ni sentido ni razón. Bailaré entonces mucho y reiré más, porque el amigo gay que toda mujer quisiera tener también baila. Éste me dirá que el grupo de cuarentones que tenemos detrás no me quita la vista de encima y yo siento pena y un poco de asco al darme cuenta que es cierto. El aire por momentos me trae frío y quiero irme al coche, pero nos iremos cuando Belén quiera por lo que no pronuncio palabra. Una vez dentro del coche gay, con Belén de copiloto, diré la verdad y es que no tengo pensamientos de volver a pisar otra vez esa verbena.

Me levanto tarde y porque mi padre tiene que comer, no sabe freírse un huevo. Vuelvo a acostarme tras dejar en funcionamiento el lavavajillas y me despierto poco antes de las seis de la tarde. Compruebo entonces que la ya mujer del ya marido me ha enviado una foto de la noche anterior, el caso es que salgo bien pero me doy lástima. La Sandra, cuyo coche ya se da por perdido, me escribe pidiendo que me acerque a por ella al pueblo de Ángel. No veo su nuevo embarazo desde semana santa porque no ha vuelto desde entonces, pero contesto enseguida diciendo que lo siento, que allí no me vuelven a ver el pelo. También llego a añadir, horas más tarde, que no quiero volver a verle. La novia de mi hermano Pedro me saca de la inmundicia en la que me encuentro, sentándose conmigo un par de horas en el patio. Conduzco sin música de vuelta a la ciudad, aparcando en la misma calle donde habito. Al entrar en el portal me aseguro que sigo sin recibir la invitación de boda de Noelia, por más que su hermana ayer me asegurase que debo tener la mía junto con la de Vela. Deshago el bolso y a continuación me siento aquí a escupir letras.

31 de mayo de 2014

Se le nota en la voz, por dentro es de colores

El hermano de Julián es como una caja de sorpresas fabricada para mí, no salgo de mi asombro.

Fue el primero en aceptar mi propuesta lanzada con apellidos al aire para acudir a la gira de conciertos de Extremoduro. Me propuso asistir al concierto de Cáceres en concreto y me encantó la idea puesto que se trataba del casi inmediato mes de mayo. Esta misma idea se continuó en diversos mensajes privados en los que todo era un reír y un planear. Cierto día pidió mi número de móvil a su hermano y seguimos en contacto en ambos sitios. Los distintos intercambios de palabras auguraban que todo saldría a pedir de boca como así fue.

Me recogió en coche a diez minutos escasos de mi casa, en los jardines de esta ciudad a mitad de mañana. Me situó su posición desde lo lejos alzando los brazos agitadamente y comencé de nuevo a sonreír para ya no dejar de hacerlo en todo el fin de semana. Él llevaba en un pendrive la música que había preparado para escuchar durante el trayecto, pero no llegó a conectar el aparato. Me senté a su lado, tras dejar mi escaso equipaje en el maletero, y me indroduje inmediatamente en el maravilloso mundo del sosiego de los sentidos. Sigue siendo la única persona capaz de acunarme mientras me habla, todavía no me creo la suerte que tengo de tenerle cerca y ya han pasado siete días.

Condujo el coche por debajo de 90 km/h, aunque no me habría importado llegar con él a Cáceres montada en una vespino. Habíamos decidido previamente parar en Trujillo y una vez allí, tras recorrer a pié tres cuartas partes de la extensa zona medieval que él desconocía, nos sentamos a comer en una de las terrazas de la plaza. Bajo la sombra de los toldos y del cálculo que realicé a propósito pude comprobar que toda opinión suya es para tenerla en cuenta, llegando a la conclusión de que con más gente así en el mundo éste podría cambiar a mejor antes de que anocheciera.

En el resto del trayecto pude embelesarme con su gusto (que es el mío) por todo aquello que queda fuera de la versión oficial que se ofrece de diferentes temas, entrando en Cáceres con toda la tarde por delante antes de ubicarnos en el destino esperado. Supe indicarle dónde aparcar y en qué emplear las horas. Recorriendo a pié las calles empedradas del tercer conjunto monumental de Europa pudimos continuar charlando de todo aquello de lo que no me canso. Le gustó, por supuesto, más que Toledo y eso que su gusto se acerca mucho más a los árboles milenarios que a las piedras. Alabó mi labor de guía así como varias de mis respuestas ante sus preguntas y en El corral de las cigüeñas volvimos a hacer parada para descansar bebiendo frío.

Fueron cinco años interna en el instituto los que viví en esa ciudad, conociéndome hasta el último rincón de la parte antigua por lo que no quedó edificio hecho con el oro del Perú sin visitar. Le gustó especialmente un aljibe del subsuelo cacereño con entrada gratuita, por lo que le insistí en buscar imágenes en internet para ver el otro aljibe árabe, el principal que abasteció de agua a toda la noble ciudad ubicado bajo el suelo de un palacio y museo que encontramos cerrado. Lo buscó un par de días más tarde, no tardando en hacérmelo saber agradecido. Todos los sucesos históricos que salieron de mi boca lo hicieron con la intención de corresponder a su interesante y más que agradable compañía.

Decidimos trasladarnos en coche hasta el estadio del Cacereño tres horas antes del comienzo del concierto, dado que previamente el atleti jugaba la final de champions y las pantallas televisivas gigantes instaladas en el recinto para tal fin presuponían que sería difícil acceder a aparcamientos cercanos. Dejamos el coche y que los vítores a Simeone nos rodearan. Camisas rojiblancas por doquier y letras de canciones que me sé de memoria se entremezclaban al paso de personas y coches. Nos sentamos en el trozo de acera que nos pareció más conveniente y me zambullí junto a él en conversaciones difíciles de olvidar acerca de la vida y del amor. Tras apurar el último litro de vino y diez minutos antes de la hora fijada nos unimos a la cola kilométrica del puente peatonal que cruza hasta el estadio.

Nada importaron ya los lamentos colchoneros próximos al minuto cien de partido. Apenas dediqué el pensamiento de condolencia medio minuto a Ángel, mientras seguía al hermano de Julián entre las gentes con el propósito de acercarnos al escenario. Con el corazón que se me salía por la boca era incapaz de dejar de sonreír, doliéndome los mofletes de tanto hacerlo. El hermano de Julián procuró en todo momento que mi visión escénica fuese la adecuada, evitando con los brazos que los que saltaban alrededor pudiesen llegar a pisarme. Pensé que me iba a morir de amor cuando Robe, al término de la canción de apertura, nos dio las buenas noches. Lloré de felicidad poco después, entre la tercera o la cuarta, sin poder acompañar los versos con la voz durante un rato.

Decidieron parar durante veinte minutos, tras casi dos horas cercanas a la perfección del directo. Cogí la mano del hermano de Julián y atropellándome entre la gente me lo llevé lo más rápido que pude hasta los wc móviles. A nuestro regreso apareció en una de las pantallas gigantes el número de asistentes, próximo a los 16.000, y decidimos conjuntamente quedarnos rezagados atrás, donde podía distinguirse el césped verde bajo nuestros pies y era más difícil que alguien nos empujase. El grupo volvió a aparecer en escena con más fuerza aún si cabe y recuerdo al hermano de Julián, entusiasmado, diciéndome al oído que el repertorio musical que habían elegido colmaba todas sus expectativas. Cerca del final pudimos bailar Ama, ama y ensancha el alma como si estuviésemos solos en el mundo y me acabaron doliendo las manos de tanto aplaudir cuando Robe dijo sos queremos al despedirse. Sigo sin saber silbar.

Cerca de las cuatro de la mañana buscamos el albergue municipal que nos serviría de descanso nocturno. Acerté el número de la habitación que nos iban a dar, pero olvidé el pantalón de pijama y cerrar del todo la ventana situada sobre mi cabeza por lo que pasé frío y me desenamoré un poco. Cuando me harté de dormir el hermano de Julián ya hacía rato que estaba despierto. Al poco rato me dejó elegir mesa en el jardín del albergue, entre árboles y bajo un sol espléndido, y nos dispusimos a degustar el pa amb tomàquet y el café con leche. Me sorprendió nuevamente con conversaciones filosóficas y realmente creativas que no deberían terminarse nunca y al mediodía siguiente me escribiría

-que bueno estirar los huesos! Esta mañana no he podido escribirtelo pero no dejaba de pensar que estábamos mejor ayer con la conversación y el pantumaca!

En el viaje de vuelta nuestras conversaciones también me parecieron estupendas. El intercambio de pareceres me acabó aportando visiones de mí misma en las que nunca me detengo a pensar, aportes que no dudé en agradecerle de corazón. Me habló de lo que ellos hablan, de lo que ellos sienten, de lo que nadie suele hablar y de lo que cuesta trabajo decir. Enumeró también el por qué había decidido realizar ese viaje precisamente a Cáceres y concretamente conmigo y dijo quedar muy satisfecho de haber llevado a cabo ambas cosas a la vez. Me sumé a su satisfacción y le dije sinceramente que, estando de acuerdo, no será el último viaje que hagamos juntos.

Sueño que empieza otra canción, vivo en el eco de su voz, mmmmmmmmm entretenido. Sigo la estela de su olor que me susurra vámonos, mmmmmmmmm vente conmigo.

27 de abril de 2014

Una sola puerta, de tres, abierta

Tras varias horas con mi hermano Pedro en la sierra, vuelvo a casa poco antes de ponerse el sol. Entro en la cocina y meto en agua los espárragos, mi hermana Mayor se encargará de cocerlos. Compruebo el móvil que dejé abandonado sobre la mesa y encuentro cuatro llamadas de la Sandra. La escribo diciendo que acabo de llegar y me llama enseguida. Me indica que lleva más de una hora en el bar de Mario y que suba corriendo porque también está Ángel con ellos. Doy por hecho que ellos son el novio de la Sandra y ella misma, a la cual ha robado el coche algún hijo de puta, pero se atropella explicándome que cuando ya habían conseguido conductor el propio Ángel insistió en que quería acercarles él puesto que hacía mucho tiempo que no salía del pueblo y le apetecía tomarse algo en el nuestro. Añade que finalmente de ser tres pasaron a ser tres coches y que están todos allí desde hace más de una hora.

Tras varias horas con mi hermano Pedro en la sierra respirando aire puro, es hablar con la Sandra y contaminarme de nuevo. La repito que acabo de llegar a casa y que si tienen tanta prisa por irse que se vayan a la mierda. La Sandra se ríe, pero no deseo acelerar mi ritmo ya marcado y no lo hago. Cuelgo el teléfono y escribo a Maricarmen, que también por escrito insistía mucho en verme. Un cuarto de hora después llego con el coche y lo aparco a doscientos metros de la entrada del bar de Mario. Cuando echo a andar compruebo que alguien me saluda con los brazos a lo lejos, se acerca un poco más y veo que es Maricarmen teñida de rubia. Nos damos dos besos y le hago rodearse unas siete veces alabando su también nuevo corte de pelo, no tengo ninguna prisa por llegar al bar de tanto como me duele el alma.

Andamos despacio y comprobamos que hay mucha gente en las mesas de la terraza, no distingo a nadie pero entiendo que ellos deben ser los que se encuentran en la mesa del fondo, doce o catorce gilipollas con prisas. A él ni le veo ni le oigo pero distingo alguna de las voces y son ellos. Maricarmen y yo nos acercamos hasta las mesas, ella vestida de domingo y yo de coger espárragos. Mi hermano Mayor y mi cuñada se encuentran en la mesa del medio por lo que ignoro completamente a los gilipollas y simulo alegría por ver a la familia. Justo cuando me encuentro de espaldas hablando a la gilipollas de mi cuñada de no se qué, el novio de la Sandra pasa por nuestro lado para entrar en el bar dándome un golpecito en la espalda a modo de saludo. Acto seguido, Ángel se me acerca tocándome el brazo. Sonríe, yo no recuerdo qué hago, nos damos dos besos y le pregunto alegre si está allí para lo que ya sé que está, me responde que sí y no vuelve a sostenerme la mirada durante el escaso medio minuto más que dura nuestra conversación. En ese intervalo de tiempo yo observo la cantidad de canas nuevas que pueblan sus patillas, su esquive de ojos continuo sobre los míos y la prisa sin remedio que le arrolla. Después de decirme que ya se van a tomar algo a otro bar, me despide con la mano y se aleja detrás de sus amigotes no fuesen a dejarle atrás y se perdiera. Despacho rápido a la familia y entro en el bar en el que tan sólo quedan la Sandra y Mario sin tomar nada alrededor de una mesa. Mario instantáneamente huye hacia la barra y la Sandra me pregunta antes de sentarme que si he visto a Ángel. La contesto diciendo que hubiera sido mejor no haberle visto.

Media hora después llevo en el coche a la Sandra a su casa para recoger a su niña, abandonada con los abuelos desde hace hora y media. He procurado en todo momento ocupar el tiempo hablando de todo menos de Ángel pero en el trayecto hacia su casa ella misma saca el tema y me repite que Ángel insistió en ser él quien les llevase hasta allí, aunque otro que finalmente no viajó estaba dispuesto a hacerlo. Me explica que esto iba a suceder después de comer, que su novio llamó por teléfono a Ángel para decirle que ya estaban listos para marchar y que cuando colgó le preguntó a ella si me había avisado de su llegada. Ella le indicó que no había hablado conmigo aún y entonces el novio sugirió que me llamase y me lo dijera. Cuando Ángel se acercó a recogerles les indicó que finalmente se habían apuntado a la excursión los otros doce o catorce gilipollas. La Sandra añade que cree que no fue idea de Ángel el hacer el viaje en esas condiciones y yo la replico que probablemente sí lo fue dado su comportamiento esquivo al saludarme. La Sandra dice que le preguntará a su novio para averiguarlo y yo guardo silencio.

Regresamos poco después al bar y cojo a la niña en brazos al salir del coche, no la soltaré hasta que deje de haber gilipollas a la vista. Nos sentamos en la terraza y él y su séquito de gilipollas regresarán media hora más tarde. El que poco importa asoma la cabeza detrás del novio de la Sandra, que se encuentra a mi izquierda, para comprobar cómo se ríe la niña sentada sobre mis piernas. Yo juego con ella ignorando al resto del mundo como nunca jamás jugué con mis sobrinas porque mi cuñada es gilipollas. Hablo algo con el novio de la Sandra que sí me sostiene la mirada incluso cuando me explica que se van. Ángel, antes o después, aparece en mi lado izquierdo para cogerle la manita a la niña y decirle adiós pronunciando el ridículo diminutivo del nombre de la criatura. No tengo ninguna intención de mirarle y no lo hago. Vuelvo a hablar algo con el novio de la Sandra a cuya derecha está el novio gilipollas de la hermana de Ángel observándome. Después Ángel vuelve a aparecer detrás del novio de la Sandra indicándole que algún gilipollas deberá montarse con él para no volver solo conduciendo. Comienzan a alejarse todos en busca de sus coches sin repartir beso alguno y cuando Ángel en marcha baja de velocidad para que el padre se despida de su criatura desde la distancia, la Sandra se emociona con el atlético de madrid y comienza a aupar a la niña para que interactúe con Ángel los cantos de su afición. No le oigo ni me ocupo en mirar si él corresponde a la situación con risas o con indiferencia, me da vergüenza ajena y quiero que se larguen ya. Lo hacen.

Horas después, cuando me quedo sola y me he fumado cinco o siete porros, pienso en lo sucedido y me doy lástima, mucha. Pienso en él y me da rabia, bastante. Pienso en cuántas realidades puede haber acerca de una realidad y pierdo la cuenta. Pienso en la edad que tengo y me seco las lágrimas. Pienso en aquellos que hablan de la madurez y el proyecto de vida y me cago en su puta madre. Pienso en esta no obsesión, en este amor puro del que rara vez se manifiesta y me siento orgullosa de que por fin, por fin, soy capaz de aceptar en mi cabeza la idea de que merezco conseguir algo más que el escaso amor que recibo. Pienso en que por más puro que mi amor sea se le ha de sacar brillo y no lo hace. Pienso en que será otro olor, otra piel, otros ojos quienes lo hagan y lloro de nuevo, lloro mucho. Pienso en el cuarto de hora con su madre y en el escaso minuto ahora posterior con él. Vuelvo a pensar que quizá le den miedo las mujeres, como piensa su padre, o quizá sea un gilipollas como los que le acompañan. Pienso en la cantidad y calidad de tiempo y energía invertidos en acercarme a él no consiguiéndolo. Pienso en que pronto le escupiré esto a la cara importándome poco si me mira o no a los ojos. Pienso que llegará el día en que descubra lo que queda detrás de esa puerta, a la cual ya me empiezo a plantear que tarde o temprano tendré que llamar.

8 de marzo de 2014

Bailar pegados es bailar

La vida me ha regalado un cuarto de hora de conversación con la madre de Ángel. 

Vela, asomando la cabeza en la sala donde me encuentro trabajando, me dice sonriente que ella ha vuelto indicándome que esta vez viene acompañando a una prima. Lo más rápido posible consigo que mi compañera me sustituya, no cuento con mucho tiempo por lo que me retiro los guantes y vuelo por el pasillo hacia las salas de espera. Asomo la cabeza en la primera, no distingo a las personas sentadas en las sillas y llego volando a la segunda. En la segunda no hay nadie y a mi regreso a la primera sala entiendo que debe tratarse de la mujer que habla con otra dándome la espalda, con el pelo completamente blanco. La escucho hablar y sí, es ella. Recojo mis alas porque vengo volando y la llamo por su nombre. En cuanto se gira a mirarme me apresuro a plantarle dos besos, sin dejarle levantarse, mostrando una amplia sonrisa que pretendo sea de alegría. 

-uy, eres tú? ...Chafan?

El uy también parece salir de su boca con cierta alegría, pero a su vez hace evidente que no me recuerda. Yo sí la recordaba perfectamente, el mismo corte de pelo antes teñido de caoba o negro y ahora absolutamente blanco. La misma cara, esta vez con doce años más encima. La encuentro mejor de lo que podía esperar tras mi conversación con Vela. Tan elegante como entonces, con muchas ganas de hablar conmigo y de contarme cosas. Me coge las manos y me arrima contra ella cariñosamente desde el principio, está contenta. Ángel me había dicho que hablaría con su madre a la mañana siguiente porque ya estaba acostada y ahora ella, por sí sola, me cuenta que Ángel entró en la habitación muy tarde y le pidió que no se asustara, que Chafan le había dicho que se podía quedar tranquila ya que todo estaba bien. Se muestra agradecida en su manera de tratarme y le explica a su señora acompañante que es que soy muy amiga de su hijo. Permito que me haga el resumen de lo que ya sabía por Vela y después me llena de información sacándome del invierno.

Se ha mostrado tan cómoda y confiada en su conversación conmigo que todavía me dura la perplejidad. Como ya hiciera con Vela, se ofrece a darme detalle del calvario de su enfermedad y de los trastornos de memoria que padece desde entonces. Afirma en un par de ocasiones que ella ya no es la misma. Intento animarla, como su hijo hizo conmigo la otra noche hasta que se fija, en un momento dado, que tengo un cigarrillo en la mano y dice que me está entreteniendo y que está encantada de haberme conocido. Yo entonces replico que ella y yo nos conocimos en casa de M y Ch, los padres del Alberto, pero no parece inmutarse. Pienso de pronto en sus pérdidas de memoria y termino diciendo que de eso hace ya mucho tiempo. No me recuerda o no me ha entendido porque comienza a hablar de mi pueblo y de la madre del Dañino, que también es muy amiga suya y no sé en qué momento decido salir a la calle a fumarme un cigarro porque no puedo con la vida. Comienzo a fumar con bastante ansiedad mientras pienso en que su elegancia va a salir por la puerta con sus dos señoras acompañantes de un momento a otro y algo tendré que decirles. No he apagado el cigarro cuando efectivamente ya la oigo de nuevo hablando. 

Se gira comprobando que efectivamente estoy ahí fumando y algo le digo que ya no recuerdo. No sé cómo ni por qué pero es ella quien se me acerca hablando con la misma confianza que mostró antes en la sala de espera. De nuevo nos encontramos charlando acerca de lo malita que ha estado y no sé por qué una de sus señoras acompañantes me sorprende gratamente al inmiscuirse en nuestro diálogo para recordarle que yo estuve en el hospital cuando estuvo ingresada. Ella entonces, mientras sigue tocándome sin soltarme, apenas interrumpe su relato para quedarse a medio giro contestando

-ya lo sé, si me lo dijo mi hijo!

Habla mucho, necesita ser escuchada. Habla con tanto sentimiento que va emocionándose mientras lo cuenta de forma que comienza a llorar recordando episodios, detallándome minuciosamente uno de ellos con Ángel como testigo en la cocina de su casa. Y la tengo ahí, agarrándome y explicándome cómo lloraba entonces Ángel intentando ayudarla a recordar y cómo ella no entendía nada. En ese momento sé que no escribiré a Ángel después contándole de este encuentro no vaya a reconocerme demasiado cerca y nos haga regresar de nuevo a capítulos de huida. Prefiero que sea ella quien le cuente y que sea lo que sea. La brillan los ojos y continúa llorando por momentos mientras las tres intentamos consolarla como buenamente podemos, creo que lo consigo alejándola del morir. Vuelve a mostrarse agradecida sin darme las gracias, ya me las dio su hijo dos veces la otra noche. 

Antes de despedirnos dice quedar encantada de haberme visto y que le hablará a Ángel acerca de lo buenas amigas que tiene. No sé por qué añade que espera que éste se case pronto para tener nuera de compañía y yo, entendiéndola desde lo más profundo, no disimulo mi sonrisa preguntándole si tiene ganas de ser abuela. La encanta y vuelvo entonces a dejarla invadir mi espacio, mientras la conversación deriva en su hija supongo que por ser la única que tiene pareja. Después de decir que espera verme en mi pueblo y tras mostrarme una vez más las bolsas con sus compras comienza a alejarse elegante, junto a las demás señoras risueñas, dejándome con ganas de volver a verla. 

4 de marzo de 2014

Y yo que soy de los malos quisiera volverme bueno

Si antes lo escribo, antes tengo que venir aquí a rectificarlo.

No es un hijo de puta, su madre es buena y él un bendito que llegó a este mundo una docena de días antes que yo en el mismo hospital y dos años después de que su madre abortara en su primer embarazo a los veintisiete. Ya cavilaba yo que eso de que el primer embarazo de esta señora fuese a los treinta y un años había sido una pérdida de memoria ocasional o algún inútil transcribiendo sus resultados. Mientras yo me hallaba en el séptimo sueño, mi amiga Vela velando por mí le explica a la buena mujer que ella es Vela, velando por Chafan que tiene libre los lunes por la mañana (la tienen hecha una esclava a más de ciento ubres por sábado) aunque ella también conoce a Ángel. La madre le explica que bien temprano por la mañana, mientras yo me hallaba en el quinto sueño, su hijo la había preguntado que dónde iba. Ella con el cuestionario de citación sin rellenar y metidito en un sobre dentro de su bolso le respondió con la calle donde trabajo y entonces él la dijo que ahí trabaja su amiga Chafan y que iba a ser quien le hiciera la prueba. La buena señora menciona su miedo y habla de su hospitalización reciente, que aprovecha Vela para velar por mí y recordarle que Chafan se juntó con Ángel en el hospital cuando estaba ingresada a lo que la madre responde con que ya lo sabía porque también se lo había dicho su hijo, a quien vuelve a citar para explicarle a Vela distintos detalles familiares que le ocurren a la gente buena cuando pierde la cabeza.

Como él desde por la mañana temprano ya tenía mi nombre en sus labios, pronunciándome de tan aquella manera, y Vela me debe dinero pero es que yo la debo favores, me vuelvo a animar tras la información recibida en la tarde, diríase como a través también del resultado de deshojar paranoicas margaritas, y tras llegar a casa encaramada en unos tacones a pantalón ceñidos me lío el séptimo porro del día y agarro el wasap por los huevos. Todo ello tras haber mandado a tomar por culo a Luis Alfredo por pesao rondando el mediodía, aunque él replique que ha sido por estúpido. Son las nueve y veinte y ahora puede leerme, pienso para dentro. Le digo que su madre puede quedarse tranquila ya que no existe nada que revisarle, que yo no trabajo los lunes pero que estaba Vela en mi lugar. Él me lo agradece mucho y ahora entiende que se trataba de Vela, quizá la confusión de memoria de la madre le hiciera perderse o no sé. La recuerda de hace ya años, la mencionó la primavera anterior cuando me recordó una anécdota. Me pregunta seguidamente que yo qué tal estoy y entonces me abro el pecho y le contesto que yo no estoy bien pero que aquí sigo luchando. Me pregunta mucho y varias veces y le termino diciendo cosas importantes como que hice cambios de vida con el intento de sentirme mejor pero que he ido empeorando, que tenían su riesgo y lo estoy viviendo. Le digo también que he perdido la confianza en mí misma, la purita verdad oiga.

Es bueno, siempre lo ha sido conmigo. Desde por la mañana, bien temprano. Desde el comienzo de este año, lo antes posible. Intenta animarme y lo consigue. Me cuenta que de todo se sale y que hay rachas malas y vendrán las buenas, me dice que al menos tengo trabajo y que le mire a él en el paro. Dice que espera que lleguen tiempos mejores y cuando la conversación se pierde en abstractos profesionales y entendía que esa otra frase era la definitiva del adiós, tras mandarle un beso, esta vez de forma inesperada me contesta que igualmente y también me pide que no me raye. Él es bueno. Una vez hace ya años le dije que su comportamiento me estaba rayando y me contestó preguntándome qué era eso de mi rayar. Esta vez tocaba que me preguntase cuáles eran los cambios a los que me refería y qué tanto de malos habían sido. Él me cambió la vida, pero eso todavía no se lo he dicho. Siempre dentro de mí lo supe, él es bueno.

2 de marzo de 2014

Todo aquel que piense que está solo y que está mal

Anoche me animé y tras bajar a la puerta del portal para recibir mi dosis de hierba invité a subir a casa a mi camellito. Mi camellito es una criatura que vino al mundo en el sureste colombiano y se introdujo en mi mundo propio justamente la otra noche. Las anteriores siete u ocho veces que me suministró hierba a cambio de dinero no tuvieron la menor relevancia, solo tengo en cuenta la primera y esta última. La primera, la primordial, tuvo lugar con mi intuición rebosante y mi vestido de todo el mundo mirándome en un parque no lejos de casa, una noche de verano en la que yo buscaba hierba y él compartía litrona con otros tres o cuatro gilipollas a quienes bordeé rápido. Mi camellito hablaba con ese acento latino que me gusta ya tú sabes y desbordó mi intuición por completo al regalarme un cogollito, ganándose con ello el pasar a ser mi camellito particular.

Anoche me animé y tras bajar a la puerta del portal para recibir mi dosis de hierba invité a subir a casa a Juan Pablo Segundo, sí, esta vez no me inventé una fiebre que me impidiera salir al más allá de la placita del barrio. Todo le resultaba curioso, estupendo y bien, no habíamos acabado de llegar y ya estaba soltando su cazadora sobre el sillón. Mi intuición nunca jamás ha fallado. Tiene veintitrés años y le saco setecientos cuarenta y cinco botellones de ventaja, pero quiere llevarme al lago porque en esta ciudad resulta que existe un lago. Yo no sé muy bien lo que me explica porque no dejo de fumar, pero en ocasiones la coherencia se manifiesta en sus frases y me tiene con los cinco sentidos puestos en lo que acaba de decir ya tú sabes. Juan Pablo Segundo dice que a él no le gusta estar solo porque estando solo él mismo se pregunta y se contesta como si fuese Juan Palomo. Quiere llevarme a todos los sitios y quizá vaya con él. Sí, al Obelix también me va a llevar, aquel sitio donde la ensalada la servían en barreño y la hamburguesa era tamaño tortilla de patatas. Juan Pablo Segundo dice que lo cerraron hace una década, pero que me llevará y cuando pasemos por la puerta me dirá mira, aquí estaba el Obelix.

Anoche me animé de forma que asistiré al carnaval en su fiesta grande con el amigo gay que toda mujer quisiera tener a veces. Me di cuenta hace unos días que la madre de Ángel acudirá al centro donde por suerte o desgracia sigo trabajando, para realizarse la prueba de pdpcm precisamente el lunes por la mañana. Ella asistirá montadita en un autobús entre casi un centenar de ubres paisanas suyas y yo no seré quien se las toque ni parece que vaya a verla nunca dentro de otra casa que no sea aquella del Alberto, años a, porque los lunes por la mañana me dedico a dormir cuando los gatos me lo permiten. El caso es que esa carta de citación se depositó en su buzón de correo hace un par de semanas, buzón delante del cual Ángel entra y sale cuantas veces quiere porque allí sigue. Esa carta se ensobró a metros escasos de mi quehacer diario y no pienso mencionarle nada al respecto ni creo que él vaya a hacerlo; yo he preferido liarme la manta a la cabeza y festejar el carnaval como si estuviese contenta.

La otra mañana me desesperé y busqué en el programa informático del pdpcm la ficha de la asistencia de su madre en el cribado anterior. Aunque él no me cuente nada yo lo sé todo. A la buena mujer la bajó la regla siendo niña a los trece años, posee estudios primarios y realiza sus labores. Tuvo un aborto y algún inútil se equivocó al rellenar qué edad tenía en su primer embarazo ya que figura treinta y uno y teniendo en cuenta que no habrá mentido en su fecha de nacimiento no cuadran las cuentas si tiene actualmente sesenta y dos años a no ser que Ángel sea un hijo de puta y eso no puede ser porque yo sé que su madre es ella. Ella tenía treinta y uno en su otro embarazo, no en el primero, y yo aborté mi único con veintitrés y me llevo dos. Para no enfermar pensando preguntándome y contestándome yo solita voy a liarme un porro y al carnaval acudiré sin máscara, finalmente no he ido al chino a comprar antenas y monos de trabajo para el disfraz de hormiga obrera que con tanta risa aceptó compartir conmigo el amigo gay que toda mujer quisiera tener a veces.

28 de febrero de 2014

Golpe a golpe

No voy a hallar más camino que el que consiga yo misma trazar en este bosque inmenso en el que habito.

He conseguido sin proponérmelo que sea otro el que me acerque con su coche a unos metros del portal de mi casa. No pensé en Ángel mientras observaba el deseo en los ojos de éste, pensaba en lo puerca que es la vida, en la lista de la compra y en cosas que me importan más que todo lo que llegué a escuchar de su boca. Me sentí aliviada al cerrar la puerta del portal tras de mí, entrando sola. Me martillea a wasap casi todos los días desde hace semanas y no ha tardado en declararme sus intenciones, según él, antes de que otro se le adelante. No contesto casi nunca, me agobia y me hace pensar en lo puerca que es la vida.

Ayer, volviendo del trabajo calle arriba sintiéndome profundamente insignificante, llegué a casa cargando toda la desidia del mundo sobre mis espaldas y comprobé que a lo largo de la tarde se habían interesado por mí en el wasap de los cojones tanto César como Fran y Mario. Enchufé y encendí el portátil, abrí el correo y otra vez ese desconocido de buen ver me suplicaba amistad en facebook. Me entraron ganas de llorar de pena, pero la lista de la compra se entremetió en mis pensamientos antes de que lograse hacerlo.

Hoy mismo, volviendo del trabajo calle arriba sintiéndome profundamente desgraciada, llego a casa con todas las ganas del mundo de fumar marihuana y compruebo que a lo largo de la tarde ha vuelto a interesarse por mí Luis Alfredo, al que envié bien lejos hace meses. También se me hace extraño el no pronunciamiento diario por parte del que me acercó la otra noche a casa. No tardará en volver, pienso en voz alta. Me lío el primer cigarrillo y contesto a Luis Alfredo con la desgana que acostumbro. Cuando me lío el segundo y estoy a punto de echarme a llorar me interrumpe el sonido del wasap de los cojones y me lanzo rápido a por el teléfono porque me hallo pensando en Ángel, como si me hubiera escrito él alguna vez por su cuenta. Entonces abandono el segundo mensaje de Luis Alfredo sobre el sofá, que me habla de planear secuestrarme y no se qué más. Enchufo y enciendo el portátil, abro el correo y me ha escrito el cubano guapo y también el desconocido de buen ver que está deseando conocerme mejor. Cierro el correo y abro este estercolero comenzando a juntar letras.

El otro día le conté la verdad por el wasap a Ana, embarazada de siete meses y que no deja de vomitar. El médico de mi barrio me ha recetado antidepresivos sin mencionarme que lo eran y quiere verme en treinta días, fecha que vencerá pronto. No soy prisionera de guerra ni paralítica, pero lo que vivo es suficiente para no querer seguir viviendo. Durante varios días seguidos agoté mis existencias de tranquilizantes y con la nevera vacía y ninguna gana de comer fui a la consulta. Sobre todo tragar, tragar se volvía algo que no estaba dispuesta a hacer. Ana consiente tragar mucho más que yo y sin embargo nunca me habla del morir. Me pregunto a dónde se fueron mis ganas de luchar, quizá detrás de él, a cualquier parte.

Anoche mismo volví a tener a la Sandra, embarazada otra vez y con niña de cinco meses, al otro lado del teléfono. La semana pasada supe de su nuevo embarazo mientras me calentaba la cena. La tuve entonces colgada a la oreja durante más de veinte minutos contándome acerca de los cuatro predictor que había usado, acerca de su trabajo, acerca de su niña, acerca de ella y de sus pantalones y un largo etcétera sin preguntarme por mí siquiera, calentándome la cabeza, hasta que me hartó y la dejé hablando sola sobre la encimera. Viendo que no se callaba, decidí apagar el teléfono sin más. Cuando lo encendí de nuevo, al cabo de un rato, el aparato había registrado siete llamadas suyas en ese intervalo de tiempo. No hice ninguna intención de llamarla, anoche llamó otra vez ella por su cuenta.

Anoche tenía mejor estudiada la conversación que pretendía mantener conmigo y después de un leve repaso a sus cosas, ya que no debe tener a quién contárselas, me dio noticias angelicales. El novio de la Sandra, más amigo mío que ella misma y tal y como ya le aconsejó antes a su padre, le dijo a Ángel en persona que lo que tiene que hacer es juntarse conmigo y dejarse de tonterías. El novio de la Sandra, al contárselo a ella, añadió que Ángel no contestó absolutamente nada y que, con su amigo Rufo a un lado y él mismo al otro, sonreía escuchándolo. El novio de la Sandra piensa que yo a Ángel le gusto mucho pero que es tonto, y así mismo se lo dijo a ella. La Sandra, por su parte, tuvo también una conversación angelical posterior a esto. Ella le aconsejó echarse novia y tener hijos, incluso le metió prisa recordándole el arroz al fuego, y él contestó que está muy bien así, que hace lo que quiere y no da explicaciones a nadie y que tiene tiempo por delante. Me entraron ganas de colgar y cerré la conversación por teléfono no tardando mucho, ojalá ella se echase amigas tanto o más cornudas y me dejase tranquila.

Con el paso del tiempo he ido desgastando mis ganas de luchar, me sigo dando lástima. Yo, que era toda fuerza y coraje. He vuelto a las andadas, a no pensar en el universo infinito ni en la multitud de dimensiones y posibilidades. Tengo tanta necesidad de acercarle, sudadas ya las diferentes formas en las que lo he intentado, que soy capaz de maltratarle si me lo echo a la cara y viene como si nada. He de salir de esta maldita situación como sea, aunque aún no sé cómo hacerlo para salir de una vez por todas. Me pregunto para qué voy a hablarle del querer, habiendo constatado más de una vez que prefiere ignorar mis sentimientos. He vuelto a retroceder, como si nunca hubiera avanzado.

31 de enero de 2014

Tenía tanto amor guardado para ti

Muchas otras veces me he sentido sola, quizá no tanto como ahora que tengo más años que nunca.

Tanto Susana como Ana me aseguran que fantasean con marchar lejos, muy lejos, rompiendo con todo lo hasta ahora conocido. Ana dice que me llevaría con ella y aprenderíamos idiomas, y Susana por su parte afirma que sintió mucha envidia cuando me fui a Córdoba. El miedo, tal vez la cordura, atenaza a ambas y me lo cuentan a mí, que tal y como les digo ni siquiera tengo novio como lo tienen ellas. Yo insisto en que no es necesario marchar ya que aquí hay mucho por lo que luchar y mejorar. Ambas me hablan de esa posible mejoría como algo inalcanzable, describiéndola como algo que debieron realizar hace tiempo y no hicieron. Y es el tiempo y no otra cosa lo que a mí me aflige y conforme éste avanza veo más lejos toda mejora.

Tanto el tiempo transcurrido como el poco avance en mis propósitos considero que juegan en mi contra, dejándome en una posición bastante ridícula al calor de aquello que añoro y que rara vez se manifiesta. Se trata también de una lucha contra mí misma, contra la paciencia que no tengo, el amor que guardo y contra reloj. Susana me dice que tal vez tengo miedo al cambio. Y me lo dice a mí, que ya no soy la que era. Y me lo dice ella, que quiere cambiar y no lo hace.

Tanto en el plano profesional como en el sentimental tengo mucho que mejorar, importándome bastante más el segundo plano que el primero. Empeorar el primero es muy difícil, cualquier día lo cambio aunque pierda dinero. Mejorar el segundo tampoco es tarea sencilla, pero lo voy a seguir intentando. Espero no perder la dignidad, tanto en un plano como en el otro.

Tanto el silencio angelical como su falta de explicaciones me provocan una inestabilidad que no merezco, por momentos insoportable. No le culpo, no veo más culpa que la de mis propias decisiones. Me he equivocado tantas veces que perdí la cuenta y estoy aprendiendo a vivir con lo que quedó de mí después de la catástrofe. Él, que me hablaba hace unos meses de la posibilidad de verse en un futuro próximo como socio de la única empresa para la que ha trabajado, vuelve a estar en el pueblo sin trabajo y con todo el tiempo disponible para no verme.

Tanto asistir a entierros de gente conocida ha hecho que sepa cómo comportarme en este último, el entierro de una anciana que me despiojaba siendo yo niña junto a mi madre. Cada tres piojos mencionaban el hallazgo de una liendre en mi cabeza. Era una anciana que entraba y salía de mi casa cuantas veces quería, ayudándonos en todo lo que estuviera a su alcance. Y esta vez tras alcanzarle la muerte, mientras seguíamos al coche fúnebre camino del cementerio y me concentraba escuchando el rosario recitado por mi única tía materna, pensé que la anciana va a estar mucho mejor allá, descansando junto a mi madre, que aquí en este mundo lleno de piojos.

9 de enero de 2014

Cántaro a la fuente, bienvenido

Un año más y más de lo mismo.

Me comí seis de las doce uvas con las campanadas de fin de año y aún conservando piel y pipos dentro de la boca me dispuse a repartir besos a mis hermanos, uno en cada mejilla. No había terminado aún de hacerlo, transcurridos dos escasos minutos de la media noche, cuando ya estaba recibiendo sus buenos deseos para el nuevo año en forma de mensaje. No hubo para mí nadie más rápido que él, móvil en mano. Fue el primero, no el tercero ni el cuarto.

Tardé dos días, dos, en contestarle. Necesité salir de la resaca, dejar atrás la gastroenteritis y fumarme cuatro o cinco porros antes de

-Aquí ando contestando... yo espero que en este nuevo año estés igual de guapo que el año pasao y luego lo de la salud y todo eso.. ajajj. ..

Su mensaje de las doce y dos se había compuesto de una caricatura animal parecida al gato Isidoro, acabando de descorchar una botella de vino, acompañando a un breve texto de celebración. Tan solo merecía una sonrisa y eso procuré devolverle con ese texto dos días después.

No he vuelto a saber de él. Sí le he visto sosteniendo sobre las piernas a la criatura de la Sandra tras que ella me enviase tres fotos pocas horas después de que el sostén en cuestión tuviese lugar. Él está mirando a la cámara en una de ellas y yo le estoy mirando a él cada dos por tres. Le haría tantos hijos como me permitiera. Una noche me dijo que quería tener dos, lo que no dijo es que fuese a hacérmelos a mí.

Habrá que seguir peleando.