6 de diciembre de 2014

El dinero que te salva es el mismo que asesina

He vuelto a prestar dinero creyendo que existía la intención de devolvérmelo, a idiota no me gana nadie.

He adelgazado tanto que me sostienen dos alambres como piernas, pendo de un hilo, el que ahora sale de la chusta del porro que me estoy fumando.

No he vuelto a follar ni había vuelto a fumar tampoco. Ya no me follará nunca más como si se fuera a acabar el mundo y no siento nada. Lo que siento es que haya sido necesario ver volar lejos de mí otros doscientos treinta euros, tras los quinientos setenta y cinco que se llevó volando la Vela hace meses -que ya nunca jamás ha vuelto a velar por mí-, para darme cuenta que sigo siendo la misma idiota de toda la vida.

Trescientos euros, veinte, treinta, veinticinco por treinta y tres, quinientos setenta y cinco, mil doscientos, doscientos treinta, yo es que soy idiota.

Voy a hacerme responsable de lo que digo, siendo mi propósito de olvido lo principal, no felicitando a Ángel en su próximo cumpleaños. Siendo gratis y maestra de la contradicción le recordaré durante todo el santo día, pero no lo sabrá al saberme intentando olvidar. Podría decirle cosas absolutamente maravillosas, pero no le diré nada. Se lo he dicho a Bea, soy idiota.

Estoy decidida a no volver a perder ni tiempo ni dinero. Hablando de qué calor hace ya o cómo llovía anoche se nos va la vida. El dinero que se va no vuelve. He escrito en billetes de todo menos amor y nunca jamás nadie respondió nada ni he vuelto a leerlo. Se van, tiempo y dinero, se van volando ya que pueden.

Todo está muy claro, cada uno en su lugar, los idiotas hacen idioteces y muchos parisinos en París. De Málaga a Malagón. Manejando un automóvil de los noventa con camisetas del dos mil siete malgastando mi tiempo en trabajos forzados mientras la gente vuela con mi dinero.

Le debo nueve mil euros a mi viejo y no se me olvida, vivo sin vivir en mí. Lo estoy pasando mal aquí solita en lo alto del alambre, está Maricarmen un alambre más allá con su posible divorcio. No me queda lejos tampoco una parra a la que me subo sin dudarlo cuantas veces considero. En esa parra es Ángel quien me acompaña, no sale ningún otro volando con mi dinero.

Fumo en el coche de siempre, con los mismos pensamientos de sol de invierno de siempre. Jamás volverá. Pasó, solo el pensamiento queda. Todo fluye menos mis lágrimas. Me cagaría en árabe en su puta madre echándole un ñordo bien gordo, pero ganas de llorar no tengo. Este último desperre me ha dejado un sabor a tortilla francesa más fría que la luna de mi auto a las dos y una constituciones.

Son unos hijos de puta, vuelan dejándome aquí abajo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Alegrate porque lo que vuela ya no pesa.
Tu también puedes volar cuando quieras, a lo mejor esta misma noche.

Anónimo dijo...

Tontapolla, marisabidilla, miau!

Anónimo dijo...

Nuestros fracasos están escritos de nuestro puño y letra con la tiranía de la realidad, y eso incluye el amor real, el saldo real de todas las cuentas, las sombrillas y el resto de las cosas. Porque no todo tiene una solución exacta, ni todo es venganza o justicia, y algunas heridas merecen también su nombre. Como los motoristas después de rodar por el asfalto, no pueden culpar ni a la lluvia, ni a los neumáticos, ni del todo a su propia torpeza, o a su falta de pericia.

Se extienden sobre una gran manta el avión siniestrado para construir aviones más seguros y mejores, pero a nadie en esos deprimentes hangares donde se investiga la muerte de los inocentes se le escapa que con esas piezas no se puede volver a construir el avión que se precipitó sobre el mar. Nada ni nadie, ni con todo el esfuerzo, el coraje y la pericia del mundo, podría volver a sentar a las víctimas del accidente en sus asientos,ni regresar al segundo antes de que el aparato entrase en barrena. En un avión fantasma, destruido, reconstruido en piezas, ni la más simpática de las azafatas puede servir café con galletitas.

Mira los surcos que dejas. Si ya no éstas haciendo llorar a otro, deberias.