28 de agosto de 2009

Sucede supongo

Sucede todo tan rápido que no me da tiempo a escribir y tampoco me apetece hacerlo. Supongo que esto es bueno. Tengo a gente extraña al otro lado del teléfono, Luis Alfredo, Pocholo, el Sergi. Me hablan de cosas que no me interesan lo más mínimo, pero les intento escuchar. Me hablan con más o menos gracia y yo empleo el tiempo con ellos. Al primero el burro delante para que no se espante, tras rechazarle ya dos veces, le veré el domingo en la mañana de rastro. Al parecer todo le parece estupendo y pretende pagarme luego un tapeo y qué sabemos. Me dice que ha vuelto de Andalucía y según Ana lo más lejano ha sido Burgos. Yo por mi cuenta ahora también estoy valorando Córdoba y Tarragona, no me decido. Del segundo todavía dudo con qué maestría me pidió el teléfono y la conversación que mantengo con él gira desde pretender mi asesoramiento para realizar una transferencia en internet a Muro, Saratoga y Medina Azahara la semana que viene en Alcorcón, entre otros. Inexplicable, sí, es posible que me acerque. Al niño le tiene abajo, en el parque, y según mi hermana María él debe estar en el salón de su casa sin nadie con quien salir. Y allí estoy yo, justo dónde no hay nadie, al otro lado. Al tercero de ellos ni le entiendo ni le comprendo pero ya va siendo hora y alguna vez he de llevar mi móvil encima, es lo lógico. Quedo y desquedo con ellos según decido inventarme actividades que no me procuro y de la necesidad de crearme necesidades me he ido creando necesidades absurdas para acabar siendo la misma contrariedad que he sido siempre. Y pasan los días como el agua por la fuente, sin pausa. El pensar en que quizá he de marcharme del trabajo firmando una baja voluntaria me hace no trabajar más que lo imprescindible, aunque siga caminando necesitada. Tengo el pensamiento en una conversación que no existe, perfeccionándola, incluso la pinto los ojos brillantes, muy brillantes y la hago moverse. A veces no estoy pensando en nada y la descubro ahí, inquieta. Transcurren las horas en el monitor y no sé qué pasa pero me pensaba acompañada y no es así. No paro de pensar y no me sirve y, aunque realmente sorprendente no hay nada, está ya aquí el hecho de pretender el cambio. No sé para qué escribo así si no hay dios que lo comprenda pero ahora voy a hablarte a ti aunque no sepa el qué decir.



Supongo que no sé querer. No sé querer y tú tampoco, casi nadie sabe realmente hacerlo. Acostumbramos a querer en silencio, a altas horas o en lo oscuro y por todo esto en las calles se suele querer poco y mal. Hay quien dice que quiere muchísimo pero es mentira, nunca se quiere lo bastante. Yo cuando quiero lo hago casi siempre en la sombra, desconfío. Alguna que otra vez me he dicho a mi misma que si te dejaras iba yo a quererte tanto o más, cuando por otra parte sé de sobra que si no te quiero otro poco es porque no me da la gana. He decidido marcharme y me hallo en una cuenta atrás de noches que no sirven para nada mientras me emborracho yo misma de amor en cada movimiento tuyo que me llega. Supongo que como no sé querer te acabaré echando la culpa, tengo cierta noción de cómo se ha de querer pero me desentiendo cuando me conviene, ya sabes. No pretendo follarme a nadie para sentirme mejor, aunque es posible que pueda llegar a parecer justamente lo contrario.

20 de agosto de 2009

Rebelde V

La forma más rápida de cambiar consiste en reirse de la propia estupidez, pues sólo así puede uno desprenderse de ella y seguir su camino.











No sé por qué lloro con el calor que hace, un día de estos me deshidrato.

Antes, antiguamente, quería con todas mis fuerzas llorar y no lo conseguía, ahora no hago otra tarea. Repiquetea insistentemente en mi cabeza la idea de crearme necesidades nuevas para así dejar de lamentarme por aquello que me falta. A veces llegan a mí ideas cojonudas pero otras veces me esmero en no servir ni para pensar siquiera, desde que supe acerca de los pensamientos elevados me encuentro en vilo.

Vilo debe quedar poco más allá de la puerta de Su casa.

Una puede cambiarse el corte de pelo o cambiar el diseño de este sitio cuarenta veces o pasar tres veces seguidas por la misma gasolinera y no darse cuenta que algo está ocurriendo mientras tanto o un poco más allá. Puedes saltar por los aires y/o ver esa luz.

La luz es muy importante, hay que verla como sea.

César me contó, hace dos semanas y media, que cierta noche antes que él abandonase madrí, se encontraba sorteando bares en La Latina junto a compañeros de trabajo. En escena apareció una compañera suya que iba a su vez acompañada de otras gentes en cuyo grupo se encontraba un ejemplar que, al presentarles, le suelta en la cara que él, osease, César, se encontró presente en el concierto de Medina Azahara muy bien acompañado por una chica morena, española seguro. Le cuenta que nos vio a unos metros y que reparó en nosotros. Que yo vestía ya no me acuerdo del color y que bebíamos vino van y vino vienen. Puede que este ejemplar en particular, porque haberlos haylos, sea más gay que espinete porque da la casualidad que César está de muy buen ver aunque esto no deja de ser una señal, como un ceda al paso.

Hay que fijarse mucho y bien en las señales, la vista al detalle.

Yo seguramente en aquel mientras tanto me encontraba liducidando, si es que acaso esto existe, acerca de los tontos, los tintes y los tintos de verano pues en eso me mantuve hasta las tantas, valga la redundancia, lo que tengo claro es que en cuanto pueda me presento en La Latina con el César y lo más españolita posible.

Lo dicho, la luz es muy importante y hay que verla lo mejor posible aunque yo de lucidez, lo que se dice lucidez, voy muy justa pero prometo parar en la próxima gasolinera. En la próxima.

16 de agosto de 2009

Vivo sin vivir en mi

Han sucedido unas cuantas cosas pero nada que me importe más que el hecho de habernos visto de nuevo este viernes y que todo fuese distinto. Ni para mal ni para bien, distinto. Desde entonces me siento minúscula, se me ha cerrado el estómago y no sé qué hacer con mi vida, el desamparo se me queda corto y de la soledad mejor ni hablo porque se me cae encima.

1.
Se casa Maricarmen el sábado que viene con ése que no deja de rascarse los huevos mientras te habla. Estamos de despedida de soltera sorpresa, mañana será la despedida oficial y entonces no habrá posibilidad ninguna de salir del pueblo. Son alrededor de las siete de la tarde y no me aguanto la sed ni el orgullo, me acerco a indagar a Susana en cuanto la veo sola porque al amigo gay que toda mujer quisiera tener le ha faltado tiempo durante la tarde para decirme que ésta ha visto ya dos veces al Alberto y no me ha dicho al respecto absolutamente nada. La pregunto, absurdo invento, si acaso este hecho se debe a algo en concreto o simplemente no la ha dado la gana. Creo que la sorprende, me indica que apenas hemos coincidido para contarme y que no se trata más que de esto, dice que le nota muy decaído y que Alberto la explicó que no, que se encuentra bien pero que quizá el cambio de aspecto sea porque ha madurado. No la creo, al amigo gay tampoco pero éste me ha dicho que ella en ambas ocasiones corrió a su encuentro y lo veo probable porque Susana ha adelgazado más de veinte kilos. Sigo escuchándola y su siguiente comentario me petrifica,

-Lo que no sé si sabes es que a Angel le han sacado grasa de un hígado-

El mío, mi hígado, creo que sigue ahí en su sitio pero el corazón se me descuelga y mientras le localizo, como no quiero alterarme, me da la risa y la digo que sí, que sí, que le vi hace unos días y que me lo ha contado todo.

-¿ahhhh síííííí, has hablado con Él?
-sí, sí, estuvimos hablando y me estuvo explicando toda la enfermedad- la digo mientras me alejo al arrastre de Fran

Son las diez, las once, las doce, y quiero salir de allí cuanto antes. Ya no me apetece seguir cantando, mucho menos vitoreando algo que no me interesa lo más mínimo. Procuro mantener la calma, estamos más de quince personas alrededor de una mesa, estamos cenando, en teoría nos iremos al término de la cena. Noelia se ocupa de echarme sepia en mi plato, lo acompaña de algo de lechuga, yo hago lo propio con ella después, un pincho moruno que dejo a medias. Recuerdo una rodaja de chorizo en el paladar y que Noelia rellenaba una y otra vez mi vaso de sangría. Brindis y más brindis de cerveza con limón, sí, cerveza con limón bien fría. César me posiciona, soy yo, ahí, bebiendo cerveza.

Salimos de allí cuando ya debiéramos habernos ido hacía rato. No conduzco, voy atrás de un 206, con Fran al lado de Maricarmen que va vestida de folklórica. Ese que no deja de rascarse los huevos va secuestrado en otro coche vestido de torero, creo que va con César. Mario también está, en otro coche distinto. Soy la única de todo el acompañamiento que ha optado por ir toda de blanco aunque bien sabíamos todos que sólo era necesaria la camiseta. Se me indica esto una vez, dos veces, tres veces. Se corta una tela y se hacen con la misma pañuelos rojos que terminan siendo demasiado cortos y casi todos optan por atárselo al cuello. Yo no dudo y le pido a Mario que me lo ate en el brazo, para ahogarme tengo tiempo. Noelia se coge el pelo con el suyo. Sobran dos pañuelos, Noelia se coge uno a la cintura y me alarga el otro para mi otro brazo. Se supone que somos pamplonicas aunque no pasemos de ser una panda de gilipollas.

Sigo con mi ritual de hace meses de beber por la noche vodka con limón. Recuerdo un par de paseos a la barra, reirme mucho con Fran y también un pasodoble con César en el cual se le antoja hacerme volar en sus brazos por un momento dándome unas cuantas vueltas. Me mareo y el corazón todavía no me lo encuentro. No veo bien a los músicos, mucho menos a Angel. Le pido a Mario que se venga conmigo de nuevo a la barra. Cogemos ticket. Mario me pregunta si LE he visto, me río, no, no he visto a nadie, me cuesta trabajo ver la verbena. No sé qué cara tengo pero Mario me hace saber que se encuentra a tres metros y que está con una tía. Me asomo donde me dice y efectivamente, encuentro una espalda morena y un corte de pelo que desconozco e inmediatamente el corazón se deja caer en mis tobillos. Creo que voy a llorar, no sé si lo digo en alto pero entonces Mario me coge la mano y me lleva dos metros más allá, cerca de Él, allí pediremos. Según me apoyo en la barra, Su primo, que no sé de donde sale, me choca el codo, le miro, nos damos dos besos y, mientras me mantengo de espaldas a Él y esa tía, Su primo y yo hacemos un intercambio en el cual yo le tacho de mala persona por irse a dormir ya para levantarse a cazar palomas y él a mí me llama sinvergüenza porque le digo que no asistiré la noche siguiente. Mientras nos sirven las copas Mario me indica que, allá adelante, los músicos están hablando con Fran, que acaba de ganarse una camiseta por simular la cara más extraña. Recuerdo dar un par de saltos en el intento de conseguir ver algo. En uno de esos saltos veo claramente que LEs tengo al lado y que la tía de pelo desconocido es su tía carnal, con quien entiendo que sigue viviendo.

Con el corazón, ya sí, saliéndoseme del pecho, me acerco a Él, mientras la habla a ella a los ojos. No sé qué me dice porque yo ya estoy repartiendo besos. Recuerdo comer paella con el Alberto en casa de esa tía, recuerdo que la caía muy bien como novia de vecino. No tardo ni dos minutos en recriminarLE. Le suelto la grasa de su hígado allí mismo y me pone una cara extraña merecedora de camiseta mientras lo niega, dice que nadie le ha sacado nada, parece dispuesto a explicarse. Me siento sumamente imbécil y le insisto en que a mí me extrañaba pero que es lo que me han dicho. Me cuenta de nuevo todo su proceso real que no escucho pues estoy pensando en que esto mío es acoso y derribo. Mario, que no sé si está siguiendo la conversación, me indica que se va para adelante, le digo que sí, que ahora le sigo pero coloco mi copa en la barra y me dispongo a dialogar. Él la dice a su tía, de nuevo mirándola a los ojos, que la ecografía parece que no pero duele un poco. Y me dice a mí que ya está bebiendo. Alucino y me cuenta muy razonablemente que le dijeron ya los resultados porque Él quería beberse un algo en estas fiestas, que ya se los entregarán formalmente. Me acuerdo del rollito enfermera paciente y bebo de mi vaso. Evidentemente ninguno de los dos sabe de qué coño hablarme por lo que hablamos de gilipolleces como la fecha de las siguientes fiestas y de las mías, que le repito que no son el 20, son el 21, cosa que sabe de sobra. La única noche de mis fiestas que estuve con Él nos revolcamos por el suelo a besos y manos hasta pisar una mierda y pringarnos con la misma. La pregunto a ella qué tal la va y no salimos del bien, bien. Él me observa y les digo a ambos, sin que me pregunten, que yo estoy de despedida de soltera, que por ahí están un torero y una folklórica y no sé qué de San Fermín. Ella pregunta quién es quien se casa, yo digo que dudo que la conozca y nombro a Maricarmen mirándole a Él que, a todo esto divertido, me pregunta que entonces dónde está el toro y me hace repetirle nosequé para lo cual se inclina demasiado y le rozo con los labios el lóbulo de su oreja, miseria perpetuamente deliciosa. Reparo también en que la camisa que Él lleva puesta es exactamente la misma que utilizó el año pasado en estas mismas fechas, camisa que ya le he visto cuatro o cinco veces e incluso también en algunas fotos, busco en ella un posible desgaste que no encuentro. La tía dice algo lo cual yo enlazo con que anoche dicen que hubo mucha gente. Le pregunto a Él al respecto y su contestación literal es que le estoy preguntando a alguien que ha venido hoy mismo, que no lo sabe. Ah, sí, sí, que tú empiezas las vacaciones ahora, yo las acabo. Puede ser ésta la última noche y no puede ser todo más patético. Se esmera en explicarme que, al parecer, la orquesta de la noche anterior repetía respecto al año pasado y que la de esta noche estuvo en unas fiestas de julio, para lo que me pregunta si estuve allí. Le digo que no muerta de pena.

La tía ahora dice que se va a ir y yo veo necesario el irme antes que ella. No sé qué digo, no dejo de pensar en lo estúpida que estoy siendo, Le digo que me voy a ver qué están haciendo éstos y sé que entonces Él me despide con un hasta luego y que me nombra por mi nombre que se hace dulce en su boca y que mientras me alejo apuro mi copa y no tardo apenas nada en regresar a por otra. Algún inútil se ha terminado el vodka blanco, me lo sirven negro y compruebo que sabe a piruleta de fresa. No vuelvo a verLE y cada vez veo peor, al más feo de sus amigos le veo por lo menos cuarenta veces. También saludo a Su hermana porque no me queda más remedio, una ha pisado a la otra o yo no sé. La tengo allí hablando conmigo lo menos diez minutos, no sé nada de lo que me dice porque oigo fatal y me da vergüenza decirla constantemente que me repita, asiento con la cabeza, la acompaño y me encargo de decirla que yo me voy de madrí, que ya no aguanto más. No recuerdo darla más explicaciones y por si Mario la gustara la hablo de él y su similitud laboral. No sé por qué acabé después pidiéndole un abrazo al amigo gay que toda mujer quisiera tener, tampoco por qué me dio por maldecir a voces a los músicos cagándome en su puta madre mientras cantaban lo que fuera, maldiciendo la noche en general y lo gilipollas que soy en particular. César, que me había dicho hacía un momento que no tardaríamos en irnos, parece adivinarme, me indica que me cambie de coche con Mario si quiero quedarme un rato. Así lo hago pero sólo hay tiempo para ir a la barra con Bea y ella me dice que ya nos están esperando en el coche correspondiente, comparte mi frustración por su propia cuenta y todo se vuelve mierda. No quiero caminar sólo con ella.



2.
Estamos de regreso en apenas veinte minutos, el amigo gay no respeta su ele. Me dejan libre el asiento del copiloto puesto que Bea, atrás, me sentenció hace tiempo y con Raquel no cruzo palabra. No sé qué cojones hace ella en ese coche si se casó hace un mes y su marido se quedó de fiesta tan campante. Termino mi copa y lanzo el vaso de plástico por la ventana, presto un poco de atención y están planeando cómo largarse el día siguiente de la despedida oficial para volver a salir de fiesta. Quiero dormir o volar, no estoy segura. Mi hermana, Lamayor, dice que me desnudé rapidísimo, me eché en la cama y no paré de dar vueltas hasta unos minutos más tarde cuando me incliné a la orilla de la cama y vomité trocitos de sepia. Volví a vomitar después, teniendo ya abajo colocada una palancana. Dije varias veces que lo que quería era morime y que de esa noche no pasaba, me lo contó al día siguiente muerta de risa.

Yo sé que de camino a casa me quito primero un pañuelo rojo del brazo, tirándolo en mitad de la calle, y que hago lo mismo con el otro. Creo que iba mascullando algo mientras tanto. Sé que me despierto a las cinco y pico y que sólo está Juan viendo la tv. Bebo agua fría y me como tres o cuatro trozos de melón que está partido en el frigorífico. Sé que no voy a poder comer nada en todo el día, que me va a estallar la cabeza y no hay almax. Miro por enésima vez el móvil y nadie se ha dirigido a mí ni de promoción siquiera. Pienso en César que tuvo que salir para madrí durante la mañana pues trabajaba esta misma tarde, pienso en ello para intentar sentirme algo mejor aunque no lo consigo. Cerca de las seis estoy intentando masticar un melocotón, a las seis y cuarto aún no me lo terminé pero ya estoy rodeando la taza del water con ambos brazos, expulsándolo, se mezclan en mí sudores fríos y calientes y vuelvo a querer morirme. Creo que nos encontramos ante el día más caluroso del año, sí, esta es toda la conversación con mi padre. Pedro llega poco antes de las siete, me dice que ajo y agua y algo sólido, me dan ganas de vomitar otra vez pero esta vez no me queda nada. Cuando salgo de baño compruebo de nuevo el móvil, una llamada de Fran. Le llamo, está en su casa, no puedo acompañarle al compromiso que adquirí para con los festejos, estoy malísima, le explico que no he comido y no soy persona, que estoy muy débil y que creo que no asistiré a despedida ninguna, que quiero comer y dormir.

Alrededor de las siete y media tengo ya en el bolso todo aquello necesario para sobrevivir una semana en madrí, emprendo el viaje hacia la capital despidiéndome de Juan, que ahí sigue, pero a los nueve kilómetros o así me doy la vuelta en el arcén porque no tengo fuerza ni para sostener el embrague, me doy miedo y regreso a casa. A las diez comienza la despedida oficial pero no son las nueve y ya sé que no voy a ir a ningún sitio, siguen los sudores y el estómago cerrado. Fumo un par de cigarrillos, no más, me sobrevuela la amenaza de sufrir una crisis de ansiedad, es mejor quedarme en casa, no puedo permitirme en un día de otra ser el centro de atención. Doy explicaciones a diestro y siniestro dentro de mi casa, prometo intentar cenar algo. Me salgo a la calle y me siento a un fresco que no hace. Pedro, antes de marcharse a la despedida, se fuma un cigarro ahí conmigo,

-y tu amiga Bea ¿de qué va?-
-¿qué ha pasado ahora? ya te dije hace tiempo que es una tía chunga-
-y tan chunga. Su madre le ha dicho a Pocholo que sea la última vez que se acerca a su hija y que no le quieren ver cerca de ella siquiera-

Una tortilla francesa mínima, un vaso de leche y una manzana han llegado hasta aquí conmigo, estoy en madrí desde hace unas horas. He sacado las macetas de la bañera pero no he retirado el óxido, no quiero desmayarme. No he sido capaz de cocinarme nada, todo es un sudar. Ni siquiera he tenido fuerza para pasarme a ver a Fran antes de partir, ni he llamado a César porque no puedo repartir consuelo si no sé dónde lo tengo y mañana tendré que repartir sonrisas en el trabajo, tengo ya las llaves en el bolso.

9 de agosto de 2009

El sueño de una noche de verano

Podría ser más feliz pero no está mal.

Escucho literalmente cómo le dice a su único acompañante -voy a saludarLA, espera- y esa LA resulto ser yo, que estoy un poco más allá leyendo labios y llevo allí más de diez minutos de reloj notando cómo me está observando y cómo se sitúa cada vez más cerca de nosotros.

El respeto y la educación pueden llevar a cualquier persona a saludar a otra pero no sé qué otros motivos son los que le llevan a relatarme que padece colesterol y triglicéridos díficilmente pronunciables, a contarme su próxima ecografía -las cuales no se hacen sólo a embarazadas- y la entrega de sus resultados con fechas incluídas. Su saludo concadena, como otras veces, todo un rosario de explicaciones y yo, muy profesional, mientras le escucho hago balance y no le falta ni un solo diente y tratamos de la crisis económica y de lo que se va a ahorrar por no poder beber alcohol. A nadie, salvo a Él, le permito que me repita alrededor de siete veces que está bebiendo refrescos.

Me habla, me habla con ganas de hablar y no se calla, y en un momento dado pienso en echar a volar de felicidad porque me detalla sin venir a cuento que la última vez que nos vimos él estaba trabajando en Tudela. Sabe cuándo fue cuando nos vimos, dónde y con quién me encontraba y yo sigo viviendo de los detalles, su sola presencia me alegra el alma. No sabe que posiblemente me marche de madrí, ni que ahora le quiero mejor que antes, ni que he necesitado de él más que nunca, no sabe apenas nada de mí porque ni yo le explico ni él me pregunta.

Esta vez he podido comprender, gracias a su actitud conmigo, que en esta historia parece haber suficiente tiempo para cualquier cosa y creo que eso era justo lo que yo necesitaba vivir, con eso tengo bastante. Necesitaba de él, lo mío era ya pánico a que nunca más apareciera y lo ha hecho. No hace muchas noches yo valoraba, entre lágrimas, el hecho de no haberle visto nunca con una camiseta roja y de pronto le veo aparecer coloreado entre las gentes con una puesta. Deseaba que me mirase, necesitaba constatar que sigo siendo un algo, y desde que aparece no hace otra cosa. A dos metros de distancia no pretendía yo nada más que viniera a hablarme y él lo hace llenándome los oídos.

Es algo del todo extraordinario y yo, que ahí estoy riéndome con todos y con nadie al mismo tiempo, no tengo ningún derecho a tener queja alguna, es más, me paso la conversación sonriéndoLE a la vida y me permito incluso el lujo de preguntarle por su hermana.










Quien da título a todo esto, aparte de W. Shakespeare, es Pocholo. Pocholo no puede dejar de sonreir ni un instante porque tiene la misma tirantez labial que el cura del pueblo. Pocholo tiene cuarenta y algunos años, un niño de siete, una expareja o exmujer a la que no sabe cómo nombrar, muchas ganas de fiesta y mucho más alcohol en sangre.

Para mí se trata de un buen amigo de mis hermanos y, desde aquella nochebuena del noventayocho en la que me secó las lágrimas que no se me caían, me resulta un personaje muy particular con sus más de cien kilos de peso, sus greñas desaliñadas sudándole la frente y su pelo en pecho de camisa abierta.

Para Bea es un tarado que de qué coño se ríe y, según llegó a contarme ella misma horas atrás en un porfavornoselodigasanadie, se trata de un acosador de película de miedo.

Yo, ante la historia que me cuenta y porque nos encontramos las dos solas, no tengo ninguna gana de tergiversaciones posteriores, la digo claramente que no entiendo por qué dramatiza detalles que no son más que piropos, que le conozco y que me apuesto una cena a que no la llegará a tocar un pelo. Después, tras la ya desaparición de Angel y su acompañante, dos horas más tarde, elijo quedarme más tiempo de fiesta, sóla con él, con Pocholo, porque ha llegado hace un rato en su furgoneta y ha escogido hacerme los aspavientos a mí, y no a Bea aunque camine a mi lado.

Es acercarse y entrarme la risa.

Sin dudarlo, ante su ofrecimiento de llevarme a casa, le indico al amigo gay que toda mujer quisiera tener que yo me quedo allí. A Bea no la doy ni las buenas noches. Durante la siguiente media hora paso frío pero no me importa, en un rato procedemos pocholamente a una sesión submarina en el interior de su vehículo al que le falta la carátula del cassette porque hay mucho hijo de puta pero que a la vez guarda en su interior la piedra de hachís más grande que hayan visto mis ojos, con amanecer en el horizonte incorporado.

Cree, y yo le discuto, que la homosexualidad provoca sida irremediablemente, y quiere echarse a la cara al amigo gay que toda mujer quisiera tener por constatar así, de algún modo, que las guarradas que encuentra él en la tv local son posibles. Cierto es que lo que cuenta son, en su gran mayoría, barbaridades pero a mí el escucharle hablar de la solterona de oro del pueblo e idear el encontrarse con ella en un callejón oscuro y follársela, me hace gracia y no miedo, máxime cuando me lo cuentan a dentadura completa, como es el caso.

Me divierte.

Me gusta decir cosas como que si Socorro, la mujer, tuviera polla, de recién nacida la hubieran llamado Rodolfo para toda la vida. Me gusta que los porros se líen rápida y manualmente, que si te apetece ir a treinta kilómetros por hora por la carretera comarcal lo puedas hacer muy tranquilamente, que todo sea un reir y un no parar, que las noches realmente buenas se prolonguen.

En el reloj del salpicadero van a dar las ocho y cuarto cuando Pocholo interrumpe lo que estoy contándole diciendo qué bonita eres. Soy entonces realmente consciente del tiempo y del espacio pero enseguida me echo a reir encantada porque acaba de pronunciar la frase que da título a mi realidad.

3 de agosto de 2009

Algo se muere en el alma


Todo sigue fluyendo.

También se ha muerto Bobby Robson, Freddy Mercury, Paco Martínez Soria, Vostell, el gato negro de copo blanco en el gaznate que merodeaba mi casa durante los últimos meses, el abuelo de Heidi y Norma Duval.

Norma Duval no está muerta, lo sé, pero me gustaría.

La sensación de que todo se te va y que ahí te quedas tú, en el medio de la nada, es muy pero que muy jodida. Es como el estar deseando verLe y no hacerlo, algo parecido.