8 de marzo de 2014

Bailar pegados es bailar

La vida me ha regalado un cuarto de hora de conversación con la madre de Ángel. 

Vela, asomando la cabeza en la sala donde me encuentro trabajando, me dice sonriente que ella ha vuelto indicándome que esta vez viene acompañando a una prima. Lo más rápido posible consigo que mi compañera me sustituya, no cuento con mucho tiempo por lo que me retiro los guantes y vuelo por el pasillo hacia las salas de espera. Asomo la cabeza en la primera, no distingo a las personas sentadas en las sillas y llego volando a la segunda. En la segunda no hay nadie y a mi regreso a la primera sala entiendo que debe tratarse de la mujer que habla con otra dándome la espalda, con el pelo completamente blanco. La escucho hablar y sí, es ella. Recojo mis alas porque vengo volando y la llamo por su nombre. En cuanto se gira a mirarme me apresuro a plantarle dos besos, sin dejarle levantarse, mostrando una amplia sonrisa que pretendo sea de alegría. 

-uy, eres tú? ...Chafan?

El uy también parece salir de su boca con cierta alegría, pero a su vez hace evidente que no me recuerda. Yo sí la recordaba perfectamente, el mismo corte de pelo antes teñido de caoba o negro y ahora absolutamente blanco. La misma cara, esta vez con doce años más encima. La encuentro mejor de lo que podía esperar tras mi conversación con Vela. Tan elegante como entonces, con muchas ganas de hablar conmigo y de contarme cosas. Me coge las manos y me arrima contra ella cariñosamente desde el principio, está contenta. Ángel me había dicho que hablaría con su madre a la mañana siguiente porque ya estaba acostada y ahora ella, por sí sola, me cuenta que Ángel entró en la habitación muy tarde y le pidió que no se asustara, que Chafan le había dicho que se podía quedar tranquila ya que todo estaba bien. Se muestra agradecida en su manera de tratarme y le explica a su señora acompañante que es que soy muy amiga de su hijo. Permito que me haga el resumen de lo que ya sabía por Vela y después me llena de información sacándome del invierno.

Se ha mostrado tan cómoda y confiada en su conversación conmigo que todavía me dura la perplejidad. Como ya hiciera con Vela, se ofrece a darme detalle del calvario de su enfermedad y de los trastornos de memoria que padece desde entonces. Afirma en un par de ocasiones que ella ya no es la misma. Intento animarla, como su hijo hizo conmigo la otra noche hasta que se fija, en un momento dado, que tengo un cigarrillo en la mano y dice que me está entreteniendo y que está encantada de haberme conocido. Yo entonces replico que ella y yo nos conocimos en casa de M y Ch, los padres del Alberto, pero no parece inmutarse. Pienso de pronto en sus pérdidas de memoria y termino diciendo que de eso hace ya mucho tiempo. No me recuerda o no me ha entendido porque comienza a hablar de mi pueblo y de la madre del Dañino, que también es muy amiga suya y no sé en qué momento decido salir a la calle a fumarme un cigarro porque no puedo con la vida. Comienzo a fumar con bastante ansiedad mientras pienso en que su elegancia va a salir por la puerta con sus dos señoras acompañantes de un momento a otro y algo tendré que decirles. No he apagado el cigarro cuando efectivamente ya la oigo de nuevo hablando. 

Se gira comprobando que efectivamente estoy ahí fumando y algo le digo que ya no recuerdo. No sé cómo ni por qué pero es ella quien se me acerca hablando con la misma confianza que mostró antes en la sala de espera. De nuevo nos encontramos charlando acerca de lo malita que ha estado y no sé por qué una de sus señoras acompañantes me sorprende gratamente al inmiscuirse en nuestro diálogo para recordarle que yo estuve en el hospital cuando estuvo ingresada. Ella entonces, mientras sigue tocándome sin soltarme, apenas interrumpe su relato para quedarse a medio giro contestando

-ya lo sé, si me lo dijo mi hijo!

Habla mucho, necesita ser escuchada. Habla con tanto sentimiento que va emocionándose mientras lo cuenta de forma que comienza a llorar recordando episodios, detallándome minuciosamente uno de ellos con Ángel como testigo en la cocina de su casa. Y la tengo ahí, agarrándome y explicándome cómo lloraba entonces Ángel intentando ayudarla a recordar y cómo ella no entendía nada. En ese momento sé que no escribiré a Ángel después contándole de este encuentro no vaya a reconocerme demasiado cerca y nos haga regresar de nuevo a capítulos de huida. Prefiero que sea ella quien le cuente y que sea lo que sea. La brillan los ojos y continúa llorando por momentos mientras las tres intentamos consolarla como buenamente podemos, creo que lo consigo alejándola del morir. Vuelve a mostrarse agradecida sin darme las gracias, ya me las dio su hijo dos veces la otra noche. 

Antes de despedirnos dice quedar encantada de haberme visto y que le hablará a Ángel acerca de lo buenas amigas que tiene. No sé por qué añade que espera que éste se case pronto para tener nuera de compañía y yo, entendiéndola desde lo más profundo, no disimulo mi sonrisa preguntándole si tiene ganas de ser abuela. La encanta y vuelvo entonces a dejarla invadir mi espacio, mientras la conversación deriva en su hija supongo que por ser la única que tiene pareja. Después de decir que espera verme en mi pueblo y tras mostrarme una vez más las bolsas con sus compras comienza a alejarse elegante, junto a las demás señoras risueñas, dejándome con ganas de volver a verla. 

4 de marzo de 2014

Y yo que soy de los malos quisiera volverme bueno

Si antes lo escribo, antes tengo que venir aquí a rectificarlo.

No es un hijo de puta, su madre es buena y él un bendito que llegó a este mundo una docena de días antes que yo en el mismo hospital y dos años después de que su madre abortara en su primer embarazo a los veintisiete. Ya cavilaba yo que eso de que el primer embarazo de esta señora fuese a los treinta y un años había sido una pérdida de memoria ocasional o algún inútil transcribiendo sus resultados. Mientras yo me hallaba en el séptimo sueño, mi amiga Vela velando por mí le explica a la buena mujer que ella es Vela, velando por Chafan que tiene libre los lunes por la mañana (la tienen hecha una esclava a más de ciento ubres por sábado) aunque ella también conoce a Ángel. La madre le explica que bien temprano por la mañana, mientras yo me hallaba en el quinto sueño, su hijo la había preguntado que dónde iba. Ella con el cuestionario de citación sin rellenar y metidito en un sobre dentro de su bolso le respondió con la calle donde trabajo y entonces él la dijo que ahí trabaja su amiga Chafan y que iba a ser quien le hiciera la prueba. La buena señora menciona su miedo y habla de su hospitalización reciente, que aprovecha Vela para velar por mí y recordarle que Chafan se juntó con Ángel en el hospital cuando estaba ingresada a lo que la madre responde con que ya lo sabía porque también se lo había dicho su hijo, a quien vuelve a citar para explicarle a Vela distintos detalles familiares que le ocurren a la gente buena cuando pierde la cabeza.

Como él desde por la mañana temprano ya tenía mi nombre en sus labios, pronunciándome de tan aquella manera, y Vela me debe dinero pero es que yo la debo favores, me vuelvo a animar tras la información recibida en la tarde, diríase como a través también del resultado de deshojar paranoicas margaritas, y tras llegar a casa encaramada en unos tacones a pantalón ceñidos me lío el séptimo porro del día y agarro el wasap por los huevos. Todo ello tras haber mandado a tomar por culo a Luis Alfredo por pesao rondando el mediodía, aunque él replique que ha sido por estúpido. Son las nueve y veinte y ahora puede leerme, pienso para dentro. Le digo que su madre puede quedarse tranquila ya que no existe nada que revisarle, que yo no trabajo los lunes pero que estaba Vela en mi lugar. Él me lo agradece mucho y ahora entiende que se trataba de Vela, quizá la confusión de memoria de la madre le hiciera perderse o no sé. La recuerda de hace ya años, la mencionó la primavera anterior cuando me recordó una anécdota. Me pregunta seguidamente que yo qué tal estoy y entonces me abro el pecho y le contesto que yo no estoy bien pero que aquí sigo luchando. Me pregunta mucho y varias veces y le termino diciendo cosas importantes como que hice cambios de vida con el intento de sentirme mejor pero que he ido empeorando, que tenían su riesgo y lo estoy viviendo. Le digo también que he perdido la confianza en mí misma, la purita verdad oiga.

Es bueno, siempre lo ha sido conmigo. Desde por la mañana, bien temprano. Desde el comienzo de este año, lo antes posible. Intenta animarme y lo consigue. Me cuenta que de todo se sale y que hay rachas malas y vendrán las buenas, me dice que al menos tengo trabajo y que le mire a él en el paro. Dice que espera que lleguen tiempos mejores y cuando la conversación se pierde en abstractos profesionales y entendía que esa otra frase era la definitiva del adiós, tras mandarle un beso, esta vez de forma inesperada me contesta que igualmente y también me pide que no me raye. Él es bueno. Una vez hace ya años le dije que su comportamiento me estaba rayando y me contestó preguntándome qué era eso de mi rayar. Esta vez tocaba que me preguntase cuáles eran los cambios a los que me refería y qué tanto de malos habían sido. Él me cambió la vida, pero eso todavía no se lo he dicho. Siempre dentro de mí lo supe, él es bueno.

2 de marzo de 2014

Todo aquel que piense que está solo y que está mal

Anoche me animé y tras bajar a la puerta del portal para recibir mi dosis de hierba invité a subir a casa a mi camellito. Mi camellito es una criatura que vino al mundo en el sureste colombiano y se introdujo en mi mundo propio justamente la otra noche. Las anteriores siete u ocho veces que me suministró hierba a cambio de dinero no tuvieron la menor relevancia, solo tengo en cuenta la primera y esta última. La primera, la primordial, tuvo lugar con mi intuición rebosante y mi vestido de todo el mundo mirándome en un parque no lejos de casa, una noche de verano en la que yo buscaba hierba y él compartía litrona con otros tres o cuatro gilipollas a quienes bordeé rápido. Mi camellito hablaba con ese acento latino que me gusta ya tú sabes y desbordó mi intuición por completo al regalarme un cogollito, ganándose con ello el pasar a ser mi camellito particular.

Anoche me animé y tras bajar a la puerta del portal para recibir mi dosis de hierba invité a subir a casa a Juan Pablo Segundo, sí, esta vez no me inventé una fiebre que me impidiera salir al más allá de la placita del barrio. Todo le resultaba curioso, estupendo y bien, no habíamos acabado de llegar y ya estaba soltando su cazadora sobre el sillón. Mi intuición nunca jamás ha fallado. Tiene veintitrés años y le saco setecientos cuarenta y cinco botellones de ventaja, pero quiere llevarme al lago porque en esta ciudad resulta que existe un lago. Yo no sé muy bien lo que me explica porque no dejo de fumar, pero en ocasiones la coherencia se manifiesta en sus frases y me tiene con los cinco sentidos puestos en lo que acaba de decir ya tú sabes. Juan Pablo Segundo dice que a él no le gusta estar solo porque estando solo él mismo se pregunta y se contesta como si fuese Juan Palomo. Quiere llevarme a todos los sitios y quizá vaya con él. Sí, al Obelix también me va a llevar, aquel sitio donde la ensalada la servían en barreño y la hamburguesa era tamaño tortilla de patatas. Juan Pablo Segundo dice que lo cerraron hace una década, pero que me llevará y cuando pasemos por la puerta me dirá mira, aquí estaba el Obelix.

Anoche me animé de forma que asistiré al carnaval en su fiesta grande con el amigo gay que toda mujer quisiera tener a veces. Me di cuenta hace unos días que la madre de Ángel acudirá al centro donde por suerte o desgracia sigo trabajando, para realizarse la prueba de pdpcm precisamente el lunes por la mañana. Ella asistirá montadita en un autobús entre casi un centenar de ubres paisanas suyas y yo no seré quien se las toque ni parece que vaya a verla nunca dentro de otra casa que no sea aquella del Alberto, años a, porque los lunes por la mañana me dedico a dormir cuando los gatos me lo permiten. El caso es que esa carta de citación se depositó en su buzón de correo hace un par de semanas, buzón delante del cual Ángel entra y sale cuantas veces quiere porque allí sigue. Esa carta se ensobró a metros escasos de mi quehacer diario y no pienso mencionarle nada al respecto ni creo que él vaya a hacerlo; yo he preferido liarme la manta a la cabeza y festejar el carnaval como si estuviese contenta.

La otra mañana me desesperé y busqué en el programa informático del pdpcm la ficha de la asistencia de su madre en el cribado anterior. Aunque él no me cuente nada yo lo sé todo. A la buena mujer la bajó la regla siendo niña a los trece años, posee estudios primarios y realiza sus labores. Tuvo un aborto y algún inútil se equivocó al rellenar qué edad tenía en su primer embarazo ya que figura treinta y uno y teniendo en cuenta que no habrá mentido en su fecha de nacimiento no cuadran las cuentas si tiene actualmente sesenta y dos años a no ser que Ángel sea un hijo de puta y eso no puede ser porque yo sé que su madre es ella. Ella tenía treinta y uno en su otro embarazo, no en el primero, y yo aborté mi único con veintitrés y me llevo dos. Para no enfermar pensando preguntándome y contestándome yo solita voy a liarme un porro y al carnaval acudiré sin máscara, finalmente no he ido al chino a comprar antenas y monos de trabajo para el disfraz de hormiga obrera que con tanta risa aceptó compartir conmigo el amigo gay que toda mujer quisiera tener a veces.