30 de octubre de 2013

Todos me dicen

Ya me acostumbré al silencio, no era difícil. 

Me he convertido en una inútil, cosa lógica no habiendo realizado otro ritual que el de mis pensamientos rondándole. Ya no quiero pensarle, aunque le pienso. Sigo pensándole mucho, pero ya me deshago de él de vez en cuando. Cuando lo consigo, lo siguiente que ven mis ojos son sus apellidos en un listado, un wasap de su hermana calificándome de chica fuerte o mierda puta por doquier. Antes sentía señales cuando encontraba detalles semejantes y ahora siento lástima de mí misma. Ana viene acompañándome en todo este largo proceso y hablamos más de mi miseria existencial que de su embarazo.

La semana pasada la niña de la Sandra cumplió veinte o treinta días de vida, cosa lógica porque llegó a este mundo mientras Ángel me mostraba el candado que acababa de cerrar. Me acerqué a conocer a la criatura junto con Mario y Bea. Esta última llegó a cogerla en brazos, la acunó durante un rato y la prestó una atención constante. Mario quizá hizo alguna pregunta a la recién parida y yo apenas me acerqué al carrito.

Olvidé que la niña existía en cuanto nuestro amigo común apareció en escena. De forma sorprendente decidió repartirnos solamente dos besos, siendo ambos para mí,  y se sentó con nosotros a mi izquierda. Hablamos de los niños en general, del suicidio de un joven conocido esa misma mañana en particular y de mierda puta. Bebimos cervezas hasta perder la cuenta.

El padre de Ángel tampoco tardó en aparecer, el cual me pareció que ignoraba a la Sandra mientras ésta repetía su nombre acortándolo cariñosamente. Se entretuvo, sin embargo, en hacerle saber a nuestro amigo común que Ángel se había ido con ánimo de ver, junto con Rufo, los animales cazados en el pueblo próximo. El buen hombre creo que no reparó en mí en ningún momento y, para mi alivio, tampoco hizo intención de acercarse al carrito.

Cuando nos cambiamos de mesa, una vez dentro del bar, el que apareció fue Rufo. Se mostró contento al vernos y tras darme dos besos volví a escuchar dónde había pasado la tarde con Ángel. No quise preguntar por él ni tampoco incomodarlo. Se mantuvo, como siempre, muy amable y simpático conmigo. Pronunció mi nombre y me gustó cómo sonaba. El carrito, el cual ambos ignoramos, nos separaba mientras hablábamos. Seguí bebiendo.

La Sandra, que viene acompañándome en todo este largo proceso de la forma que más la conviene, me envió un wasap al día siguiente diciendo ayer vi a angel por la noche. No sabe de qué manera me retorció el estómago, quizá lo hizo a propósito. No parece tampoco entender que los bares no son buen lugar para una criatura tan frágil y yo no pienso decírselo. No contesté al mensaje ni he vuelto a saber de ella. 

Como soy una inútil, empleé la tarde allí sin fuerzas para provocar que mi presencia llegase a oídos angelicales. Ni me lo propuse ni hice intención tampoco en avisarle de antemano. Decidí optar por el mismo silencio que él me dedica y duele. Es mejor no verle en estas condiciones, con esta sensación de pérdida de tiempo tan inmensa y tanto dolor y tan profundo. Él desconoce cómo me siento y parece que tampoco quiere saberlo.