21 de febrero de 2013

Unas ganitas de contarte a lo que sabe

Tengo ya lugar propio en el que dormir y luces que apagar. Cuarenta y cinco metros cuadrados me acogen, con suerte cincuenta. Sólo tiene dos puertas; la de salida y la de entrada al baño, pero nunca fui de dar portazos. Medio ikea sin estrenar ante mis ojos, la contraseña wifi de mi casero y el florero con amapolas llamaron mi atención de inmediato. Me decidí y aquí estoy, tirada en el sofá, con los pies en lo alto de la mesa y fumándome un cigarrillo sin THC puesto que el medio chivato de marihuana que traje terminó en el cubo de basura la primera noche.

Tengo ya de qué quejarme. A una de mis compañeras de trabajo le huelen los pies a torta del Casar, el trato a los pacientes es frecuentemente inhumano y tengo que esconderme, tanto para utilizar de forma personal la impresora como para cortar de forma profesional los dedos a los guantes de látex. Dedos que corto con un cuchillo, el único utensilio cortante que he encontrado, y dedos que posteriormente utilizo para que la caries y microbios de unos no perjudiquen a otros y terminen haciendo aún más rico a quien no va a pagar mis servicios prestados este mes.

Tengo ya tantas ganas de follar que comienzo a preocuparme. Me masturbo como antaño, con idéntica frecuencia y resolución. También busco concienzudamente posibles coincidencias con Ángel en el chat sin conseguirlo, continuando abierta de mente y piernas para él como siempre. Tengo una pena en el alma y voy a terminar besando a cualquier pendejo que me haga reír, arrepintiéndome después en cuanto amanezca. Hace tanto tiempo que le espero sin que llegue, que no me tiro por la terraza porque no tengo.

Tengo que llenar la nevera y hacer amigos. Los tres huevos, la lechuga y el cartón abierto de tomate frito piden a gritos compañía y en esta ciudad seguro que habrá guapos por lo que alguno habrá que desee provocarme genuinos orgasmos. Huelga decir también que debo engordar antes de que alguien me rechace por escuálida y me hunda en la miseria.

Tengo también dos despedidas de soltera a corto plazo y muy pocas ganas de asistir. Si no fuesen personas con las que voy a continuar coincidiendo una y otra vez diría sinceramente a los organizadores que no tengo intención de acompañarles. Nada saben los futuros matrimonios de mi propósito el día de sus bodas, me lo guardo como si de guante de látex en el bolsillo se tratase.