31 de enero de 2013

Todos los días te tienes que levantar

He encontrado trabajo y volveré a salir de la capital en unos días sin fecha de retorno.

Los dos últimos años invertidos y los novecientos euros que me quedan en el banco por fin van a obtener cierto alivio. Estoy contenta, aunque no es para tanto. Guardo cierto temor a no saber ejercer esta nueva labor eficazmente y mi contratación dependerá de esa eficacia. En las prácticas cordobesas me dedicaba a prestar escasa y diseminada atención y este mes de febrero deberé trabajarlo gratuitamente a la espera de que mi desempeño profesional me brinde un contrato anual a partir de marzo.

Mientras much@s a mi alrededor se casan, tienen hij@s o ambas cosas, mis intenciones ahora se concentran en encontrar un estudio o pisito en alquiler a bajo precio para lograr pagarlo de forma desahogada y sin tener que relacionarme con nadie. El hecho de no haber vuelto a saber de Ángel y la cantidad de canas que encontré ayer bajo las capas de mi pelo me sugieren que estaré sola toda la vida. Cuanto antes me acostumbre a apagar luces y disfrutar del silencio, mejor.

Saber que de ser contratada tendré la obligación de trabajar en sábado -cosa hasta ahora inédita- no me supuso disgusto ni lamento alguno. Es más, al escucharlo inmediatamente pensé que contaría entonces con la excusa perfecta para no asistir a las bodas de junio y agosto. Es evidente que necesito y aspiro a grandes cambios, aunque vivir a sesenta kilómetros del pueblo quizá no vaya a proporcionarme los suficientes.

A veces imagino que ya estoy allí; en ocasiones pienso que transcurrirán tres días seguidos sin haber comido nada decente, porque soy frecuentemente inestable y otras veces fantaseo con que es él quien entra conmigo por aquella puerta porque soy verdaderamente idiota. En cualquier caso veo un refugio, un espacio propio, personal, sin nadie que me cambie las cosas de sitio ni que me diga que es miércoles y debo fregar la cocina. No sé si tendré internet o ganas de hablar por teléfono, pero desde aquí ya puedo ver las velas y oler el incienso.

21 de enero de 2013

Se acabaron ya las flores, las lechugas y el jamón

La soledad no está tan sola, no, es mi prima hermana.

Sesión plenaria. Viernes, 21:00h. Aparco el coche en la plaza empedrada y apago el motor. Intento cuatro o cinco veces incrustar lo que me resta de cigarro en la ranura derecha del cenicero del coche. Se resiste. La plaza está vacía y escucho el aire y el silencio de la noche. Doy otra calada al cigarro y miro por el espejo retrovisor, la puerta principal del ayuntamiento está abierta y la luz está encendida. El aire da miedo. Vuelvo a intentar incrustar lo que me queda del cigarrillo aún humeante en la ranura del cenicero y esta vez lo consigo. Cojo mi bolso y también la carpeta con la documentación. Me subo la cremallera del abrigo y me ajusto el cuello alto del jersey. Hace un frío de cojones. Saco la llave y me bajo del coche. El fuerte viento me zarandea tanto a la izquierda como a la derecha. Llego no sin dificultad hasta la puerta del hall y me meto dentro. Procuro devolver a mi pelo la normalidad y me giro, indiferente, hacia los papeles expuestos en el tablón de anuncios. Oigo voces arriba, aunque ya es la hora no parece tener prisa en hacerles bajar. A través de las cristaleras del hall observo la recepción en penumbra y que la sala de plenos contigua sí tiene la luz encendida. Entro y recorro el mostrador de la recepción en busca de algo interesante que llevarme al bolso. Cojo cinco caramelos de fresa con nata y cuatro de café, echando un vistazo a los calendarios y panfletos turísticos de la comarca. Oigo desde esa ubicación cómo una de las concejales hace la pelota al secretario, Mercenario a todas luces. Recuerdo cómo acudió a interrumpirme no se qué conversación en septiembre con Ángel dirigiéndose lanzado a plantarme los dos únicos besos que me va a dar en esta vida. Es el mismo que no paga alquiler por la casa municipal donde habita, ni paga luz, ni paga agua ni contribución ninguna. Recuerdo describirle a Ángel, una vez que Mercenario se alejó de nosotros, qué clase de persona acabábamos de tener delante. Sonrío porque Ángel también sonríe en mi recuerdo. Devuelvo mi pensamiento a la recepción del ayuntamiento y escucho el arrastre de sillas en el piso de arriba, ya bajan y parece que están todos. Regreso a mi pose anterior frente al tablón de anuncios del hall. Han entrado a la sala, me ha parecido verles a través de los cristales. Les sigo tras un par de minutos. Doy las buenas noches en general y creo que algunos contestan, me da igual. Mercenario, haciéndose pasar por Imparcial, hace entonces su entrada en la sala. Sí, estamos todos. El señor alcalde me pregunta si existe alguna probabilidad de la asistencia de César y, como no la hay, se decide a abrir el pleno con visible entusiasmo. No hay nadie, absolutamente nadie, entre las tres filas de asientos destinados al público. Incluso mi padre, media hora antes, me había dicho que no le hace ninguna gracia saberme con ánimo de asistencia y participación pero todo ello no me impide, con Mercenario y el alcalde a mi derecha y otros cuatro concejales en frente, conseguir hacer palidecer en un par de ocasiones a su ilustrísima. Me procuro divertir en todo momento con su torpeza por no cagarme en su puta madre mientras se suceden los artículos y las leyes que poco me importan. Y ahora me abstengo, ahora lo apruebo, ahora me vuelvo a abstener. Tengo a la sala en vilo, tengo la documentación, tengo las fechas, las ganas y el coraje, tengo las razones y una copia de solicitud vecinal con fecha de entrada veraniega cuyo original, tanto el señor alcalde como Mercenario, dicen haberse debido traspapelar. Yo me sigo divirtiendo, tengo la inteligencia y el vocabulario, tengo la serenidad, el buen uso de la ironía y nueve asuntos que tratar en Ruegos y preguntas. Tengo muchas cosas que decir y muy bien dichas, en resumen, tengo de todo menos compañía. El alcalde está inquieto, el alcalde está nervioso. Al alcalde no le gusta esa pregunta. Ni esa. Me permito, en un momento dado, preguntar a Mercenario si está tomando nota de todo lo que allí se está desarrollando y mientras asiente me indica, sin dejar de escribir

-lo que pasa es que hablas muy rápido

La sesión se convierte en un pulso verbal entre el señor alcalde y una servidora de la distinción. Recuerdo extractos plenarios de la anterior legislatura en los cuales Fran ocupaba mi sitio y yo veía, desde la segunda fila de asientos públicos, cómo el ambiente se enrarecía y todo era crispación dentro de la sala. Lo contrasto mental y rápidamente con la situación actual en la que estoy solita, haciendo un paréntesis ante mi séptima pregunta y sin la necesidad de alzar la voz en ningún momento. Estoy solita, pero estoy bien. El señor alcalde desconoce por dónde le vienen los golpes y soy yo la que está allí para disfrutarlo. Ningún otro de los presentes está anotando absolutamente nada, ni siquiera han desenfundado sus bolígrafos y, sin embargo, Mercenario y yo lo estamos apuntando supuestamente todo. Solicito copia de dos documentos en concreto porque dudo de la información que deriva en boca del alcalde. Mercenario intenta echarle una mano con información dispersa, me canso de divagar e insisto en mis convicciones de tal modo que me apodero del asombro y de la absoluta atención de la sala desde principio a fin. Finalmente, el señor alcalde recobra el color de cara porque tengo hambre y ya no tengo más preguntas por lo que, nervioso, a las 22:17 da por concluida la sesión.

Mercenario es el último que deja de escribir. Minutos antes le he dicho que me devuelva la copia de solicitud vecinal que ha tenido que leer en directo y cuyo original supuestamente se debió traspapelar meses atrás. Al proceder a devolvérmela me indica que se la preste para fotocopiarla, por lo que todos se marchan y yo debo esperar el regreso de la solicitud vecinal a mi poder. Oigo cómo sube escaleras arriba, la fotocopiadora está en su despacho. Vuelve a llegar el silencio y regreso a la sala de plenos para apagar las luces. Me entretengo en observar detenidamente los insustanciales cuadros que cuelgan de las paredes en recepción, no tengo intención de subir las escaleras. Desde arriba, Mercenario me dice que ya ha hecho la copia y me pide que suba para entregármela y enseñarme no se qué. Le digo, frente al último cuadro sin moverme siquiera, que me da pereza subir y oigo cómo regresa desde su despacho. Se queda parado en uno de los escalones a medio bajar, lo cual me sorprende. Ha frenado a varios metros de donde me encuentro y desde allí me sugiere que está a mitad de camino, incitándome de nuevo a seguirle hasta el piso de arriba y ofreciéndome de vuelta el documento estirando el brazo. Lo recojo y ante su insistencia le sigo sin mucho afán. Una vez dentro de su despacho, rápidamente toma su asiento y me invita a sentarme. Inmediatamente, al hacerlo, pienso en que no sé qué pinto allí con semejante imbécil y recuerdo el vistazo del último cuadro que cuelga sobre la pared en el piso bajo. Comienza a alargarme los distintos documentos que le había solicitado a lo largo de la sesión, se muestra muy diligente y simpático sin dejar de moverse en la silla giratoria. Quizá piensa que jamás he tenido despacho propio. Pretende hacerme creer que está en su verdadero interés la construcción de un parque infantil, acorde con mi petición al alcalde. Me muestra fotos aéreas, posible emplazamiento, ejemplos de equipamiento, peticiones a la Diputación, etc. En total creo que me muestra cuatro carpetas y distintos presupuestos. No tengo intención ninguna de cambiar de conversación pero de pronto, sin darme tiempo para pensar, le estoy explicando el verdadero motivo de mi llegada al pueblo: asistir el sábado noche a una fiesta. Soy consciente entonces de lo rápido que ha traspasado el límite de lo personal y eso, viniendo de Mercenario, no me gusta por lo que no tardo en meterme prisa a mí misma y salir a la calle.

Me meto en el coche, apuro el cigarrillo y el orgullo me hace ir cantando algo que no recuerdo en el trayecto de regreso a casa. Ya no me importa el frío. Estoy solita, pero estoy contenta. He hecho una muy buena entrevista por la mañana, un buen viaje por la tarde y mejor pleno por la noche. Estoy solita, pero voy a disfrutar mucho contándoselo todo a Mario un par de horas más tarde. A estas alturas del viernes noche todavía no le he visto y no me ha dicho que Bea se ha quedado finalmente en 4lcorcón. Tampoco he leído aún el sms de la Sandra contándome acerca de los vómitos que la retienen sin comas ni puntos en otra de las periferias del sur de la capital. Todavía desconozco que nadie, absolutamente nadie, va a hacer intención de acompañarme a la fiesta del sábado. Todavía he de sentirme sola otras seis o siete veces antes de que llegue el domingo.

17 de enero de 2013

Las muñecas de famosa se dirigen

La Sandra está embarazada. Poco después de nochebuena estuve escuchando sus lamentaciones, dudas, interrogantes y sospechas acerca de sus más que algunos posibles cuernos. Terceras personas, léase primo y cuñada de aquél por quien me abandonó como a la colilla de un cigarro, le hacían plantearse tal asunto. Yo misma había oído hablar al respecto a cuartas personas, sin sorprenderme lo más mínimo. Y ella, ante este comentario mío, me dijo y me repitió que de ser cierto pondría fin a su relación. Escuché y escuché su pesar, sus lágrimas y su monólogo poco después de nochebuena, escuché hasta terminarse la batería de mi teléfono. Pues bien, tras tragarme todo aquel repertorio ahora, tan sólo un par de semanas después, no parece existir persona más feliz que ella ni futuro más próspero que el suyo.

El mundo jamás resolverá su inmundicia si la cigüeña continúa llegando en estas condiciones. Como el test de la farmacia todavía no conversa, fui la primera persona parlante conocedora de la noticia. El padre de la criatura no parecía estar en condiciones de cogerle el teléfono, quizá le hizo lo mismo que a mí: diecisiete llamadas perdidas. Después, mientras tecleábamos y yo realizaba las típicas preguntas con la mente en blanco a través del chat, ella por fin consiguió dar con su paradero. Once minutos escasos duró su conversación, once. Ojalá pudiese resolver mi propia inmundicia en un cuarto de hora.

Ante personas así, que pasan del llanto a la risa como del churro al chocolate, no debo permitirme perder tiempo en intentar comprender. Es mucho más saludable decir que sí o que no, según sea el caso. Es más, compraré lo que mejor y más barato me parezca y se lo llevaré al hospital, a la casa o allí donde se encuentre el recién nacido, realizaré las típicas preguntas postparto procurando mantener la mente en blanco y saldré de allí cuanto antes a la menor ocasión. Intentaré hacer esto porque es lo más conveniente, espero no olvidarlo. Aunque, me temo, también seré carne de escucha en los próximos y largos meses teniendo en cuenta el desbarajuste en el que están inmersos.

Por mucho, muchísimo menos, yo decidí matar y eso hicimos a aquello que engendramos Alberto y yo sin habérnoslo propuesto. Jamás se me ocurriría continuar con algo tan importante albergando dudas semejantes a las descritas o viviendo un noviazgo a todas luces tambaleante como en su caso. Loca perdida tendría que estar para no tomar las precauciones necesarias formando parte de algo tan visiblemente inconstante. Pero ella es ella y yo soy yo. Y yo, que no tengo retrasos, ni novio ni con quien follar ya tengo suficientes surrealismos como para pensar en los suyos. No le he dicho nada de esto ni tengo pensado decírselo. Sí le he dicho que se asegure bien de lo que va a hacer, porque precisamente seguridad es lo que le va a hacer falta.

Como continúa en el podio del egoísmo, se comporta conmigo como si yo no tuviese vida. Ni tan siquiera me ha preguntado por mi última entrevista y le importa una mierda o menos con quién voy a hacer acto de presencia en esa fiesta ya que ha comenzado a sufrir mareos y achaques a raíz de constatar su embarazo y ya no piensa acompañarme. Toda ella son síntomas y estupideces que se alejan de cualquier interés que yo pueda tener en conversar. Debería alejarme de ella tal y como hice hace años ya que su compañía y nada vienen a ser lo mismo, pero en el fondo me da lástima. Lo mismo siento cuando recuerdo el comentario veraniego de Noelia, mientras contemplábamos la vía láctea con más de siete cuellos pendientes de mi reacción, por cierto chafan creo que a ti no te he dicho que me caso, bueno, que nos casamos.

Nada se puede esperar de quienes no ven más allá de sus uñas y ya voy acostumbrándome a que su indolencia me entre por un oído y me salga por el otro. He perdido ya la cuenta de las veces en las que esperaba cierto apego por parte de personas consiguiendo después tan solo vacío e indiferencia. Cada vez me sorprende menos evidenciar cambios repentinos en personas cercanas y me implico bastante menos que antes en todo aquello que me cuentan. Una buena parte de mí se difumina o se guarda al vivir estos procesos, no estoy segura. Quizá no es más que la realidad, golpeándome, sacándome del verdadero sentido y valor que tengo de las cosas y ofreciéndose como lo que es, un prostíbulo.

En el caso de Noelia, quien no me había fallado en veinte años, le ha cogido gusto al no compartir y me decepciona una vez detrás de otra hasta el punto de conseguir no inmutarme. El saber -al lado de Mario y la chimenea navideña- que ya comparte la hipoteca de un apartamento a las afueras de París junto al francés hizo que el supuesto hippismo de la pareja cayera a la lumbre como si nunca hubiese existido. Tal vez ese mismo futuro de cenizas aguarda a todas mis amistades y tan solo es cuestión de tiempo.

Mientras, seguirán cantando a voz en grito la canción de veinte de abril del noventa, sonriéndome, como si no hablase de ellos el estribillo.

11 de enero de 2013

No me conoces, vine ayer de Marte

En el solsticio de invierno llamó por teléfono. Se llamaba Abdul y me daba besos en el gorro. Hacía casi ocho años que no había vuelto a saber de él y me sorprendió gratamente. Junto a Noelia y el francés, el Alberto y yo le conocimos en el primer viaje al Magreb. Al parecer el Alberto debió ocuparse, a nuestro regreso, de llevar las copias del carrete al chino y el sobre posterior a correos con supuestas fotos dentro.

Apareció el fin del mundo ante mí en nuestra primera conversación con el Alberto grabando el nombre de su pueblo sobre uno de los bancos de madera en popa, quien sabe si en proa, del ferry. Regresaron a mí recuerdos que ya tenía en el olvido y sensaciones que ya había dejado atrás. Dijo que me llamaba desde L'Hospitalet de Llobregat y a mí me daba la risa porque se llamaba Abdul y me daba besos en el gorro.

Me contó que hace un par de años, tras llamarme varias veces sin conseguir hablar conmigo, se presentó en el portal de mi antigua casa, la cual halló supuestamente escrita en el remite de esa carta que no recuerdo haber enviado. Como allí no estoy, dice que se entretuvo alegremente en charlar y definirme físicamente entre los convecinos que desconocían mi paradero. Me recordó también rápidamente su madridismo que preferí ignorar y todo fueron en él buenos deseos y promesas de seguir en contacto conmigo.

Lo que camino del pueblo parecía ser un reencuentro emotivo, con alguien absolutamente inesperado como pretendía puntualizar mi copilota hermana, se está convirtiendo en un desbarajuste tal que ahora incluso me ofrece invertir en Madrid aproximadamente 15.000 euros o la cantidad que yo estime conveniente para que después acuda de lunes a viernes y me coloque con faldita tras el mostrador de una supuesta empresa de muebles. Quiere una pasión turca o no sé qué le pasa.

Antes de fin de año hablamos lo menos diez o doce veces por teléfono, una noche llegué a pensar que se había vuelto loco si acaso no lo ha estado siempre. Pensé en brotes psicóticos y en la soledad del alma. No sé por qué me toca vivir semejante conglomerado de absurdos, uno detrás de otro. En todas esas llamadas, a pesar de preguntarle en concreto, solo supe que se llamaba Abdul y recordando sus besos en mi gorro me quedaba contenta y conforme. Nada supe de si le quedan aún todos los dientes, si está dispuesto a volver a pagar cervezas ni qué tal follaba con su expareja quien se largó supuestamente con un cubano.

Mientras yo me paseaba entre cañaverales intentando comprender, él no decía las cosas claras. A día de hoy continúa ignorando que estudio árabe y que tengo muchas ganas de follar, no sabe tampoco que tengo hambre de guapo ni que le cuelgo a propósito cuando no me apetece hablar. ¿Cómo puede ser que tras casi ocho años ahora, de la noche a la mañana, todo sea un llamarme como si fuese realmente a acabarse el mundo? Tampoco me responde a esto ni consigo saber su propósito.

-oye Chafan yo te he llamado pr saber si has llegao bien pero como n contsts n queria molestar bueno cuando acabs me das un toque pa saber si ests bien vale bona nit maja (3:07 - 22/12)

-hla chafita q tal guapa bien. ahh flz navidad prpct año nuevo bueno espero q t lo haya pasado bien ayer. bueno mona t djo y saludo a tu familia deu (18:32 - 25/12)

-porque m cuelgas sol quiero q hables cnmg me siento alegre cuando t oigo t voz si t no quiers n pasa na tq. y me enamore dt en la foto megustas y mx ers el sol dm vida dsd q t conoce ve en ts ojos algo especial ers 1chica como esa flor q no crece sin aGua t deseo l mejor. ah tienes a alguien aqui q si prucopa pr ti adios y ten cuidao mi niña te extraño pr ts momentos adeu (2:27 - 26/12)

-slo quiero ablar dm divorcio q me consejas d algunas cosas. perdname si t h muelestado gracias chafan eres 1belleza dsd d q t ve lo supe. vy enserio. ers m fvorita pr ser buena y agradable nena cuidat prfavr (2:54 - 26/12)

-chafan solo quiero q t cuides prfa n te vayas a tu rollo piensa q vales mas q nadie valorate q eres muy grand cuidate guapa (1:07 - 28/12)

El sms 2:54 - 26/12 es inmediatamente posterior a que yo flipe y le conteste al anterior diciendo que haga el favor de no decir esas cosas. Pues bien, el 28/12 por la tarde me cuenta que supuestamente el mensaje que me había hecho flipar lo había enviado un amigo suyo mientras él se afeitaba porque como él no dejaba de mencionarme el amigo optó por esa ocurrencia mientras esperaba que él apareciese afeitado. El muy imbécil después me pidió perdón por él y por todos sus compañeros y escogió el plan B si es que no transita ya por el F.

Quiere saber cuándo entro y cuándo salgo de casa, me lo ha dicho con todas las letras. Ya le he repetido que me deje tranquila y que esto no puede ser pero no sirve. No hemos hablado nunca de nada que merezca la pena pero, eso sí, me ha descrito al Alberto un par de veces como si yo no me le supiera. Entre unos sms y otros me he ido encontrando en el teléfono diferentes llamadas perdidas, un no tengo saldo de vodafone y un yamame si pueds (22:13 - 28/12)

-Q pasa chafan te llamo pa xarlar un plis cntgo pero aque t refieres d n podms hablar continuamente para que hablems en persona y si n quieres q te yame dimilo y ya esta. tampoco quiero molestar sabes bueno lo siento pr agobiarte vl perdn buenas nxes (23:14 - 29/12)

Desde que entramos en el nuevo año hemos vuelto a hablar varias veces y mi teléfono ha contabilizado más de media docena de llamadas perdidas. Como recordaba mis apellidos, al regresar a la capital me he encontrado también con su invitación de facebook. Ante mi sorpresa, se llama Abdul pero él no era quien me daba los besos en el gorro ni tampoco quien no se cansó de pagarnos botellines. Aquel era gordo e iba y volvía de Catalunya por motivos de trabajo y éste, sin embargo, era un buscavidas dentro del zoco de Tánger. Fue este Abdul quien nos consiguió una pensión de mala muerte en el primer viaje y a quien pagamos diversas cervezas y comidas en el segundo. El mismo que nos suministró a buen precio veinticinco gramos de hachís a cada uno jurando repetidas veces que no pasaría nada en nuestro trayecto de vuelta.

Físicamente es bastante más apetecible que el gordo, aquél cuyo nombre también puede ser Abdul y que sí me besaba en el gorro mientras charlaba conmigo acerca del por qué su mujer estaba durmiendo en casa y él mientras nos invitaba a sucesivas cervezas sin prisa por irse ni por obtener beneficio. Aquel gordo más tarde se empeñaría en llevarnos en su coche hasta nuestra pensión de mala muerte y, aunque ambos comparten el mismo acento catalanomarroquí y posiblemente el nombre, no tienen nada que ver. De aquél nada he vuelto a saber y a éste le he aceptado en facebook, principalmente porque conservo mis ganas de guapo intactas y porque me intriga.

Esta misma tarde hemos vuelto a hablar de nuevo. No me ha llamado desde su móvil, tampoco desde el móvil de su trabajo. Esta vez lo ha hecho desde una cabina, de ahí que yo haya atendido la llamada, y todo su empeño consiste en preguntarme si estoy bien, si en mi familia también están todos bien y en rezar a Alá para que pronto me encuentre de frente con una buena oferta laboral. Quien le entienda que le compre, yo no me entero de nada y la soledad del alma vuelve a hacerme cosquillas.