22 de junio de 2015

Yo, que estudié al ser humano

Yo, que te espero.

Me cogí una triple borrachera tras el gol de Luis Suárez en la final de Berlín y pudieron presenciarlo Pocholo, el hermano de Elfeo y el camarero. Recuerdo que tras el partido entramos en ese salón a fumar y que nos sentamos. Discutíamos de política acerca de la inexistente izquierda y la lucha de clases; Pocholo se dormía y yo le despertaba dándole golpes en el brazo. El hermano de Elfeo era quien se desplazaba sustituyendo botellines y quien más ímpetu ponía en llevarme la contraria. Todo el calor del mundo me llegó de pronto y guardé silencio durante unos minutos, no podía desperdiciar la fuerza en palabras pues necesitaba toda para levantarme. Lo hice en silencio y poco más allá me tumbé en el suelo. Desde allí escuché el inmediato retroceso de sus sillas y sus preguntas. Al abrir los ojos vi a Pocholo abanicandome con un calendario. Pedí que me lo dejase, pesaba mucho y no tardó en alargarme el marca. También me pesaba la cabeza y me costó incorporarme, les pedí cinco minutos. No sé cómo llegué hasta la puerta. Cuando salí ví la parte trasera del coche del hermano de Elfeo con la puerta abierta. Insistía en que subiera para llevarme a casa, pero lo rechacé al necesitar que todo el aire del mundo me diese en la cara. No sé si le di las gracias. Le pedí a Pocholo, quien me sostenía, que me acompañase hasta aquellos escalones. Me llevó hasta allí con extremo cuidado y se sentó a mi lado. Le pregunté y me dijo que ya estaba todo pagado. Se escuchaba el incesante diálogo de los pájaros sobre los cables de la luz, no tardaría en amanecer. El camarero, que cerró el bar a nuestra salida, se resistía a dejarnos solos mientras Pocholo me preguntaba en un hilo de voz si ya era demasiado tarde para fumarnos un porro. Cuando creí haber recuperado los sentidos decidí irme a casa y Pocholo insistió tanto que me colgué de su brazo, acompañandome hasta mi calle. Allí me trató con toda la dulzura del mundo al decirle que continuaba el camino sola. Me dio dos besos y se quedó observando cómo me alejaba. He vuelto a verle este sábado en mi casa, antes de llevarse a mi hermano Juan a regar su huerto, y ha vuelto a llamarme chiquinina.

Susana dice que para la fiesta de inauguración de su piso me tiene reservado a un malagueño. Su novio me abre el abanico de posibilidades y me habla de cuatro o cinco solteros a elegir. El amigo gay que toda mujer quisiera tener dice que él también quiere una reserva y reímos los cuatro. Él y su enésima pareja, quien le llama por teléfono a todas horas, van a hacer una escapada a la playa y es posible que me una a ellos. Estoy de suerte, no me dejan pagar en toda la noche y no dejo de mear cerveza. El amigo gay que toda mujer quisiera tener menciona a Ángel y su relación conmigo en un ejemplo que no comparto y Susana, que ya está borracha, interrumpe para decirle que Ángel para mí es eterno y que es mejor que se calle. Desconozco la intención de ella al denominarlo eterno, pero ambos esperan mi comentario y con toda la indiferencia del mundo sólo digo que a Ángel hay que echarle de comer aparte. No tengo ninguna intención de hablar de Ángel con un gay que sólo es amigo a veces. Me doy cuenta poco después que el amor del que están hablando no es tal, es huída de la soledad y tergiversaciones varias, por lo que decido sin ninguna duda dedicarme a beber, reír y callar.