30 de noviembre de 2009

Si yo tuviera una escoba

La letra del primer fado que escuché en directo se me ha olvidado. Ya no pienso tanto en los fados, tampoco en mi madre.

No me ocurre lo mismo con la peor pesadilla que recuerdo, cuando yo contaba con unos doce años.

En esa pesadilla ella se encontraba en un altillo que, décadas atrás, había servido como salón de baile. Se encontraba barriendo calaveras. Aún puedo ver de forma muy precisa los cráneos y el polvillo que levantaba con la escoba. Yo llegaba hasta el altillo tras recorrer pasillos interminables y perseguida por el enano del videojuego del bar con hacha incluido. Siempre he pensado que este sueño tuvo lugar porque yo, por aquel entonces, la robaba monedas para pagarme el vicio. Ella se lamentaba, barriendo, sin mirarme a la cara. La otra noche soñé también con ella, no sé dónde estábamos ni qué me decía pero ella estaba allí conmigo, estoy segura. Me desperté pensando que todo lo que ella me había dicho era muy importante pero me dormí de nuevo y lo he olvidado absolutamente todo, ni siquiera consigo verla.

Ahí sigue, barriendo.

Sé que pronto olvidaré que la he soñado, tal y como ha sucedido con la letra del primer fado que escuché en directo.

28 de noviembre de 2009

Un espejo de cristal

Provengo de otro sitio que no puedo c@ntar, por eso no doy ni las buenas noches.

Ayer me decidí, por fin, a distraerme y pensé en Él bastante menos que otras veces. Supongo que esto es bueno. Pasé toda la tarde con Ana y me entretuve, pagando una y otra vez con la tarjeta de débito, riéndome de esto y de aquello, fumando y robando pendientes. Supongo que esto último no tiene perdón de dios pero también entiendo que, con todos los sitios a los que puede acudir, dios no creo que estuviese con nosotras en el Plaza Norte.

Hablé con ella de fantasías tales como irme con Luis Alfredo a Cuba por menos de quinientos euros o meterme dentro de ese preciso y precioso vestido de noche rojo en la hipotética confirmación de Fran. No tratamos acerca de nada importante aunque no hay nada más importante que nuestras ganas de reirnos. Sigue diciéndome que Luis Alfredo, el cual continúa siendo su jefe, y yo terminaremos liándonos. Lo que no sabe es que eso ya ha sucedido ni yo pienso contárselo. No quiero que me vea necesitada, quiero que me vea reirme siempre.

Me preguntó por Él, por Ángel, mientras yo buscaba la S, de desasosiego, en el jersey que después terminé comprando. La expliqué poca cosa, aunque la dije toda la verdad, que la última vez que hablamos todo lo que me dijo es que se había vuelto muy eclesiástico y que en la penúltima terminamos discutiendo por ver quién de los dos es más desconfiado. No la expliqué que tenía tres fotos y las cosas más claras (cosas y fotos que sigo teniendo) porque lo que realmente tenía eran ganas de cambiar de tema.

No sabía yo que después me entrarían también ganas de cambiar de blog pero heme aquí.

22 de noviembre de 2009

Y me come la apatía

No estoy bien, y no sé si alguna vez llegaré a estarlo, pero ya no quiero contárselo al mundo. Es más, creo que esta puede ser la última vez que lo haga, al mundo le importa una mierda cómo me encuentro. Paso del ánimo al desánimo, y viceversa, con demasiada velocidad y frecuencia y el llevar más de una semana sin probar el hachís puede que tenga algo que ver pero qué importa.

Sé que yo misma debo salir de esta situación pero no tengo ganas. También sé que debo volver a la oficina del inem y quizá acudir nuevamente al centro de salud pero me da pereza. La locura siempre me atrajo pero ahora, que estoy más cerca de ella que nunca, compruebo que no mola tanto como pareciera. He hecho tantas, pero tantas, cosas mal que me duele la cabeza. Me encuentro tan cansada que no espero siquiera explicarme pero sé, hasta donde me conozco, que sólo voy a cambiar algunas cosas porque me es más fácil seguir así que buscar alternativas.

He vuelto a llorar y, de tantas veces como ya lo he hecho, no me hace sentirme mejor. Será normal o no, será para siempre o se me pasará mañana, viene a dar lo mismo. No me cambiaría por nadie aunque, como ahora, piense que mi vida es un cúmulo de fracasos. Prefiero fracasar una y mil veces más antes que ser como el resto, se pueden meter por el culo sus malditos protocolos y su felicidad creada.

Angel no confía en mi y hace bien porque cualquier noche me veo intercambiando jadeos con cualquier indeseable, riéndole a la vida sin motivo ni razón, aparentando tener más fuerza de la que nunca seré capaz de juntar, zorreando descaradamente, mintiendo. Me queda lejos el amor pues no me lo tengo ni a mi misma, ojala me doliera mucho más de lo que lo hace y un día de éstos reventase y acabáramos con esto.

Borges, creo que estando ya ciego perdido, escribió una vez todo lo que ahora no me sale. Supongo que esto quiere decir, al menos por hoy, que ya todo está escrito.

17 de noviembre de 2009

The show must go on

Su amigo, llamémosle Pablo, es una buena persona pero en una de cada tres conversaciones menciona a Angel y eso no puede ser porque me hace plantearme todo el rato quiénes somos y de dónde venimos. Angel en su casa cenando con él y más amigos. Angel montando en un taxi. Angel en un local de Chueca esquivando guiños. Angel y yo hace un par de meses a las ocho de la mañana y él esperando. Angel que no está en facebook ni lo va a estar nunca. Angel cazando, Angel en el pueblo y Angel tarde, noche y madrugada.

Pero decía que Pablo es buena persona. Es el primero dispuesto a pagar las copas, el primero en invitar, el primero en estudios y modestia, el primero en salir a la calle en mi búsqueda para comprobar qué tal me encuentro, el primero, horas después, en preguntarme públicamente qué tal estoy hoy, y el primero en decir que tenemos que vernos más veces. Tengo mucha suerte, sobre todo porque Angel, al ser como es Él, no le ha dicho que me ha postergado lo menos tres veces ni sus pocas intenciones -o nulas- de quedar conmigo. Estoy segura que, de esto, Pablo no sabe absolutamente nada. Mientras le escucho y me Le imagino aquí o allá pienso en que quizá jamás le haya hablado de mi, o quizá unas cuantas veces, y por eso Pablo le menciona tanto. Sea como sea Él no deja de ser un punto que nos une, punto inevitable por otra parte.

Después de bebernos mi barrio en forma de cañas de cerveza con limón, él, nuestra amiga común con la cual conviví de adolescente, la hermana de ésta y yo nos cruzamos la puerta del sol para acceder a la calle Barcelona e irnos a sentar en el mismo bar donde, hace unos días con Luis Alfredo, llegué a perder la cuenta de la cantidad de sangría que me estaba bebiendo. Ninguno de ellos quiere decidir a qué sitio entrar y entonces decido yo porque se me hacen eternas las indecisiones. Esta vez no fue muy diferente y es que en esta ocasión pierdo la cuenta de las veces que me levanto para ir al servicio. Creo que a los tres les gusta el bar tanto o más que la sangría.

El taxista que nos lleva a la fiesta de la soltería me dice en una mezcla de portugués que no sabe si será mejor subir por la castellana y yo, que le acabo de preguntar para qué lleva tres botellas semivacías de agua bajo mi asiento, le pido a Pablo que le explique el trayecto más corto. Si al taxista se le ocurriese bajar los seguros del coche y violarme o matarme a golpes, yo les oiría a los tres atrás gritar de impotencia y poco más puesto que nos separa una mampara de cristal con un grosor que asusta. Por si acaso, yo decido entretenerle para que no piense en la mampara y le hago que me busque otra canción de D12 en el cd que estamos escuchando.

Una chica muy sonriente, nada más entrar al local, me coloca en la solapa de la camiseta el número 36 sin preguntarme antes si me casé la semana pasada o si acaso tengo pensamientos de ello. Nos colocan los números correlativos y me río de Gabriela porque el suyo tiene rima. Poco después me encuentro hablando con el 28 porque le veo ajustarse su número y me hace gracia pensar que ha entrado poco antes de nosotros y que no le había visto hasta el momento. Afirma ser fotógrafo y, como me sucede siempre en madrí, me pregunta de dónde procede mi acento al hablar. Yo en ese momento recuerdo que aquellos que me colocan en Andalucía me suelen terminar aburriendo y como éste se me hace guapo decido probar y ver qué me dice. Quizá soy de Murcia, pero no está seguro porque igualmente podría ser de Badajoz. Me gusta, definitivamente. Mientras le explico, divertida, me doy cuenta que su número marca mi edad pero es entonces también cuando me acuerdo que los emparejados debían acudir con algo rojo, como su camiseta. No da tiempo a más, quien ha llegado hasta nosotros evidentemente es su pareja con dos copas y una sonrisa torcida.

No sé qué tiempo ha transcurrido pero yo estoy en la calle, de pié, apoyada en el capó de un toyota corolla rojo sangre. Algo más allá varios numerados hablan en medio de un debate acerca de Sergio Ramos y, casualmente o no, a mi me llegan las ganas de vomitar la cena. Tengo tiempo de irme a sentar en el escalón de la ferretería colindante, de vomitar tres veces seguidas y de regresar al toyota antes que Pablo salga a buscarme. Mi nombre en su boca me suena a la paz en la tierra. Debo tener cara de haber vomitado o quererlo hacer porque me pregunta seguidamente y más de una vez cómo me encuentro y si necesito algo. Huele bien y quisiera abrazarlo pero ni lo hago ni le digo porque, aunque me pusiera a explicarle, estoy segura que no me entendería, no siento mi lengua y trago con sabor a vómito.

Mientras me asegura que regresará con mi abrigo yo asiento con la cabeza y recuerdo que hubo un cantante que, al parecer, se ahogó en su propio vómito y entonces pienso que yo no tendré esa suerte.

13 de noviembre de 2009

Sin mover las manos ni los pies

Yo antes llegaba hasta aquí, a estas mismas teclas, rebosante de información y con cientos de palabras con tendencia a enredarse y enquistarse en mi cabeza. Las soltaba según me iba pareciendo, lo hacía deprisa siempre, sin pausa, supongo que con el fin de desquitarme aunque esto lo consiguiera muy pocas veces. Era como si tuviera muchísimas cosas que decir aun no habiendo entendido nada acerca de lo vivido. Era algo extraño pero era algo mío. Se llama ansiedad.

Me han bastado tres fotos, tres, para entender lo que no está escrito. Son secuencias, las tres, de mi borracha conversación con Angel en septiembre, la noche de la pérdida de mi pulsera hablándole de Toledo, de Cuenca y quién sabe si de Córdoba y otros mundos. Son imágenes tomadas por Susana con alevosía, en las que aparecemos en primer plano, relatando, y de las que mi borrachera y yo no teníamos constancia hasta ahora. Son ejemplos, las tres, de todo aquello que pasa y no pasa y me importa una mierda no saber escribirlo porque no lo necesito. Tengo las fotos.

El haberlas visto y vuelto a ver me aporta la serenidad necesaria para, horas después de haberme encontrado con ellas, poder acercarme a darle dos besos y mirarle a los ojos. Nos encontramos en Su bar de siempre el sábado por la tarde. Él, además de fijarse en la serenidad de mis ojos, también se queda mirando mi boca porque de ella salen cosas muy interesantes y no así de la suya que todo lo que dice es que se ha vuelto muy eclesiástico. Lo que me dice siempre es igual de absurdo. No tiene importancia.

Ahora que sé tantas cosas me permito el no escribirlas, siempre he sido así de irrazonable, son muchos años de perfeccionamiento y a egoista no me gana nadie. Por otra parte, este sitio cada vez es menos mío.

Me gustaría mucho más saber de Sus besos y no de Sus fotos pero, por el momento, es lo que hay. Unas cuarenta y algunas. Tres de ellas conmigo, riéndome, mirándome, sonriéndome, rozándome. Tocándome la espalda, el brazo. Yo lo que tengo son tres fotos, una lección y ninguna queja.

Me gustaría mucho, sí, llenar de Sus besos mis noches y creo que, ahora sí, he comprendido. No juega conmigo al escondite, como pensé cuando no nos veíamos por ningún sitio, ni a las prendas porque yo misma le vi subirse los pantalones en cero coma cinco segundos. Tampoco juega al teléfono roto, aunque no me llame nunca y siga sin entender la mitad de lo que me dice, ni a los médicos, por mucho que siempre le duela algo. Simple y sencillamente, como a él le gusta, juega al tú la llevas.

Creo que ya entendí, pero lo que Él no sabe es que a mi la pena ésta ya me estorba, puede irse preparando.

Su amigo, que parece que es mío, me ha invitado a una fiesta de solteros este sábado a la que Él no asistirá o no creo que asista pudiendo irse al pueblo a matar ciervas. De todos modos, no hay de qué preocuparse, poco importa, no pienso casarme con nadie.

6 de noviembre de 2009

Dónde tienes el dolor

El sábado pasado pude follarme a otro pero me da pereza el narrar.

Última y no tan últimamente, todo lo que me incumbe pertenece al pasado, resurge de éste, lo merodea o se le aproxima, qué cansancio. Esta vez quien se acercó con sus propósitos fue Elumos, pero qué más da, qué más da su nombre y sus ganas de follar si yo bastante tengo con las mías.

Como Elumos y el Alberto son amigos desde antes que yo me encaprichara de su chapa del che guevara, éste me estuvo contando que el Alberto no hace mucho tiempo le había regalado todos los cds originales que sucesivamente me fui dejando en su casa. De mi cadena de música no mencionó nada ni yo le pregunté.

Le escuché y sólo me reí comentándole que entonces estaría bien contento porque eran muchos, no le dije que yo he llevado los discos de Alberto a varias tiendas de segunda mano y que no me los compran.



Me jode venir tan feliz aprobando mis parciales de reciprocidad no vengativa y que me vuelvan otra vez estas ganas de verles a todos saltar por los aires.
,
Cuánta simpleza, cuánta necesidad creada y qué miserables somos todos.


hoy, dos años después, tampoco me importaría