27 de septiembre de 2009

Si duele más la cura que la bala

La gente con la gripe A y yo con la lepra.

No me han admitido en ningún centro público de madrí, me englobo dentro de un listado de espera infinito repleto de indeseables como yo. Me siento como la última mierda y, aunque supongo que lo he sido siempre porque nací tarde y mal, realmente es ahora cuando lo estoy sintiendo.

No sé qué voy a hacer con mis días, ni siquiera puedo pensar con claridad o ver bien la pantalla. Creo que todo aquello que emprendo acaba fracasando y no sé para qué subsisto pero no tengo suficiente fuerza para tirarme al metro ni para luchar por nada. Hay millones de personas buscando trabajo y yo desprecio el mío, no lo quiero, mi propia vida no me gusta. Mañana lunes intentaré encontrar un sitio privado a sabiendas que, a estas alturas del calendario, debe estar ya todo completo tal y como me dijeron el viernes en uno de ellos.

Supongo que ahora tengo que ahorrar, opositar, rellenar el cupo de puntos por cursos realizados de los cuales ninguno me interesa lo más mínimo. Tengo que reinventarme sin tener ánimo alguno, sonreir, mirar hacia adelante donde nada hay que me invite a hacerlo.

Mañana lunes también sale a la venta la primera novela del Robe, El viaje íntimo de la locura, y me gusta pensar que quizá en algún momento de su lectura me sentiré acompañada. Me asombra con qué poco me conformo a veces y cuánto exijo cada vez que me parece.

24 de septiembre de 2009

Como los olivos sudan aceite

Voy a parasitar otro año más aquí en madrí, no me tiré a Su boca, y me voy a apuntar a bailes de salón.

Yo tampoco me lo explico.

Hoy estuve media mañana intentando constatar con el inem que, efectivamente, el despido disciplinario conlleva derecho a prestación por desempleo. Y compruebo, una vez más, que ya no se coge el teléfono en este país, se habla primeramente con una voz que, femenina o masculina, puede que ya haya muerto y, una vez que logras que te atienda un ser vivo, se graban las conversaciones por si se te ocurre amenazar a alguno de ellos de muerte o mandarle de vuelta a su país si no es espanya.

Nada va bien ya, en efecto.

Preguntas a los ojos de Uno con el que se te va la vida que por qué, por qué, por qué y no le da la gana de contestarte y, sin embargo, te ríes de otro durante poco más de diez minutos y en menos de cuarenta y ocho horas le tienes ahí como amigo en internet riéndote todas las imbecilidades que se te ocurra expresar. Puedes robar traperamente treinta y dos fotos porque Uno no se entera y el otro tampoco, como los vecinos de la chica a la que apuñalaron la otra noche en su domicilio de Bravo Murillo.

No hay justicia, no la hay.

La semana que viene veré a Mateo, con su cámara al hombro o en la mochila, y creo que la sesión de fotos la quiero en blanco en negro, como mi abuela paterna que enamoró a tres hombres y se casó con dos de ellos. Y es que a todo color he leído en internet que debería estar teniendo hijos desde los dieciocho pero nadie sabe que tuve uno y lo maté antes de que naciera.

Ni un malfollar siquiera.

21 de septiembre de 2009

El principio del fin

-Que Angel me quiera (...) sólo un poco-

Hace aproximadamente dos años yo me recitaba en silencio esas palabras mientras la chica del estante en el estanco, muy sonriente, me indicaba que pidiese un deseo y ataba en mi muñeca izquierda la pulserita gratuita y primeramente amarilla que he perdido este mismo fin de semana. Creo recordar que lo pedí de forma literal, tal y como he hecho desde entonces cuando, tanto Mario como Susana, me han ido preguntando por su misterioso significado y su evidente decadencia. Susana, este verano, al comprobar el mísero estado de la ya no amarilla, me indicó que ella misma me la arrancaría sin que yo me diese cuenta. Recuerdo suplicarla entre risas que no lo hiciera y recuerdo también el decirla que si tardaba tanto en desprenderse quizá se cumpliera el deseo.

El viernes me estoy fumando un cigarro con Mario alrededor de las nueve de la noche y la pulsera sigue conmigo, yo misma la coloco ya que se ha enredado como tantas otras veces con la cadena de plata, entre la concha que me traje de Port Lligat y la otra que me arranqué de un bolso. Bajo a casa a cenar, ceno poco y me ducho rápido. Me miro en el espejo del baño unos segundos antes de salir de casa, me veo bien aunque he intentado disimular las ojeras con un poco de maquillaje y creo que funcionará tan sólo un par de horas, el tiempo justo para haberme bebido dos o tres copas y olvidar el asunto. Estoy completamente segura que la pulserita llega conmigo a la fiesta, su cordón con unos catorce nudos de vez en cuando me hace cosquillas cerca de la palma de la mano.

La pulsera se me cae a lo largo de la noche, una noche en la que no es la una de la madrugada y Angel ya ha llegado. Una noche en la que todos están bebiendo mucho y yo quizá más que nadie, todo son risas y me parece que vuelvo a volar en un pasodoble. Sí me consta que Pocholo viene a pegarse a mí en varios momentos y que no le presto mucha atención y a Angel, que se encuentra algo más allá, ninguna. César es la primera persona que me dice que no siga bebiendo pero no puedo parar de hablar y no le hago caso mientras el novio francés de Noelia me besa por enésima vez en la cara repitiéndome la subida de ego que viene aplicándome toda la noche. Son ya muchas horas y muchos besos y me encuentro, acto seguido, riéndome con Amparo de no sé el qué cuando Angel se acerca a mí tocándome en el brazo con pulsera o sin ella. Viene extremadamente sonriente y de no haber luna estoy segura que salió en ese instante.

No sé cómo le recibo ni qué es lo que digo porque estoy borracha pero sí sé que Él, lo primero que hace es plantarme dos besos y lo segundo preguntarme animado que qué pasa con Toledo. Yo no sé ni dónde está el norte ni dónde está el sur porque tengo la felicidad cegándome delante y le explico de mala manera, atropellándome, que aquél día fue un día malísimo, que me hacía ilusión irme a Toledo pero que tardé poco en irme a la mierda. Él, muy explicativo, me indica que no puede aportarme mucha información y se ayuda de las manos para contarme que el polígono industrial está allí, Buena Vista aquí y yo no sé qué otro sitio algo más allá. No tengo idea ya de todo lo no poco que me relata pero sé que yo asiento y le sigo la conversación. Puede que la pulsera se me cayera en ese rato o puede que no.

No tengo ánimo ni fuerza ninguna para hablarle de Córdoba ya que antes de comer supe que no me aceptaron y que he de quedarme en madrí capital. No estoy segura tampoco de explicarle los motivos por los que dejo de trabajar, pero sé que la conversación va derivando y que pide ayuda a la novia de su amigo y que ésta le da la razón, Él nunca contesta sms, y que seguidamente el amigo hace lo propio. Hablamos de chorradas que nada importan pero Él sonríe todo el tiempo y ha sido Él quien ha venido expresamente a hablarme y se mantiene en todo momento muy simpático y muy agradable.

No sé cuánto tiempo transcurre pero Él y sus amigos se marchan y yo me dejo llevar por César y salimos de allí a recargar las copas. Mientras César me carga la que le indico será la última que me beba, me quedo dormida en el sofá. En un principio me despierto y me río, las palabras del francés se mezclan con la sonrisa de Angel en mi cabeza y creo que digo cosas sin mucho sentido. Mi hermano Pedro, Noelia y César me piden que no me duerma y sólo cuando mi hermano me promete que me llevará a casa sin entretenerse por el camino acepto levantarme del sofá y agarrarme de su brazo. Doy las buenas noches y salgo sin ver la puerta, cuando me despierto harta de dormir son las cuatro de la tarde y en la cama la pulsera no está.

Me miro de nuevo en el espejo del baño, me como una magdalena y decido ir a los toros. No pienso en lo que ocurrió el año pasado, me veo con ánimo suficiente como para ver matar a siete. Llamo a Fran y le pido que me compre la entrada. Lo primero que hago al ver a Mario es contarle que ya se me ha caído la pulsera, la sangría que él mismo ha fabricado está deliciosa y hay suficientes barras de pan, queso y chorizo para todos. Canto y aplaudo la vergüenza nacional porque estoy feliz y con Fran cerca no puedo dejar de reirme. Matan ante nuestros ojos a cuatro toros, cuatro, y me voy de allí muy contenta porque no tengo pulsera y porque Angel sonríe continuamente en mi cabeza.

Me doy cuenta que el barça está goleando a Su atleti cuando debe haberse terminado la primera parte del partido. Alguien me acompaña al puesto ambulante más cercano y ceno un perrito caliente. Comienzo a beber vodka a menor velocidad que la noche anterior y transcurren varias horas sin deslumbrarme. Pocholo regresa varias veces a dejarme saliva en los oídos, el pelo le huele peor que mal, pelo que continuamente me roza los labios y me dan arcadas. Su hijo está ya con él y yo me alegro mucho pero comienza a incomodarme, siento que me persigue. A su tercera o cuarta venida de la noche le digo claramente que no quiero que se ofenda pero que no pretendo que ni él ni nadie sea mi sombra, que me está agobiando. Insiste en fumarse un porro conmigo y allí mismo le dejo.

Me cruzo con Angel algo después, voy a recargar pero él tiene su copa rebosando y me indica que más tarde se vendrá. Más tarde, en un momento dado, César me indica que vea algo, me lo dice divertido cogiéndome del brazo. Me asomo donde me dice y lo que veo es un claro de gente y Pocholo tirado en el suelo boca arriba con los brazos y las piernas abiertas. Creo que suena Rosendo y César me dice cayéndose de la risa que Pocholo está así porque le tengo enamoradito perdido, yo me desentiendo porque me caigo pero de la lástima. Miro alrededor y todo el mundo le está viendo, me alejo.

Al rato falta poco para que la fiesta finalice y compruebo que Angel está a tan solo unos pasos, se encuentra de espaldas y decido acercarme. Le pregunto cómo ha quedado el partido puesto que en casa simplemente he visto el 4-2, me dice que han ganado y le miro con sorna, acabo entendiendo que me habla de un partido que han jugado esa misma mañana. Nos encontramos prácticamente gritándonos porque la música no deja oírnos y tanto él como yo nos justificamos señalando el escenario. Algo me dice y yo tengo que contestarle pero no me llega la voz, le indico que nos vayamos algo más allá. Está de acuerdo y como me precede compruebo que adonde se dirige se encuentra Pocholo por lo que le indico con señas que cambie el rumbo y no pone objeción ninguna.

Ahí hablamos de lo que sea que nada importa y yo enlazo y le comento que sé que la noche anterior hablamos de Toledo pero que no sé si se enteró de algo porque me harté de beber y no recuerdo la conversación. Me dice que sí y me pregunta seguidamente por qué me quiero ir de madrí. No le hablo de nada de lo que debiera contarle, le digo simplemente que en madrí no puedo comprar propiedad ninguna y que ahora veía la oportunidad de salir y estudiar fuera. Él también me miente, me pregunta si conozco la casa de su tía cuando de sobra sabe que he comido allí dos veces, me llena de explicaciones sin que yo le pregunte y me cuenta que ahora vive en el mismo bloque pero distinto piso, vive alquilado junto con su amigo, tal y como me explicó que haría este invierno.

Me cuenta que se mudó al poco tiempo, cuánto paga, quién se lo alquila, cuántos coches tienen que aparcar, que no pasa frío y que ahora lleva más de un mes solo porque su amigo trabaja en levante. La crisis económica parece nuestra razón de ser cuando su grupo de amigos, tres, le dicen, ya sin música y desde allí a lo lejos, que se marchan en busca de copas. Les dice que se esperen y sorprendentemente les indica a voces que nos vamos los cinco porque yo invito.

Por el camino me dedico a incomodar a uno de ellos diciéndole que en internet comentó que no asistiría por irse a otro sitio. No cito ni dónde ni de qué manera y es Angel el que pregunta si ha sido en el facebook. Llegamos y, hablando de unas cosas y otras, Angel comenta que tiene ascendentes familiares en La Habana (léase mato por ir a Cuba), yo no puedo ser más feliz porque le he preguntado si va a marcharse ya mismo y me ha dicho que no y le he pedido que entonces me acompañe después a fumarme un porro y ha aceptado.

Cuando salimos por la puerta está amaneciendo, son cerca de las ocho de la mañana. Le pregunto quién conduce y como conduce Él entiendo que no está borracho y le indico que nos marchemos por ahí a fumar. Les indica a los amigos que después volverá y echamos a andar. No sé por qué me cuenta que ha cenado alcachofas y antes de encontrar unos escalones donde sentarnos ya estamos hablando de nuevo del colesterol y su puta madre. Se sienta a mi lado y le pido un cigarro, le he pedido ya cuatro o cinco a lo largo de la noche pero no me dice nada. Le indico que le he engañado, que no tengo hachís y llevo un mes sin fumar, creo que tampoco se inmuta.

Comienza a confundirse la noche con el día y como sé que no hay mucho tiempo, mientras sus pupilas siguen a los coches que se marchan y Él habla sin mirarme a los ojos, le digo que quiero comentarle algo. Le hago saber que no entiendo por qué en su día me dijo que su intención era la de ser amigos y llevarnos bien si luego no ha procurado esto. Me voy metiendo yo misma en un callejón sin sentido y la conversación comienza a alterarse, se muestra molesto e incómodo, a partes iguales. Todo comienza a enredarse y Él no se está quieto, se defiende diciéndome que le hablo de cosas que pasaron hace muchos años y que no recuerda nada. Su chulería me saca de quicio y le digo que no entiendo por qué miente. Él estira las piernas y niega que esté mintiendo y me dice con todas las letras que yo le doy muchas vueltas a las cosas, que Él cree que siempre nos hemos llevado bien y que si a mí me molesta que a veces no me salude Él es así y siempre lo ha sido. Le digo que no le creo y se muestra muy a la defensiva, alterado, y me parece captar en su forma cierto pasotismo.

Me indigna y, como no quiero enfrentar nada de tan chulo que le veo, le pongo varios ejemplos de una amistad que él mismo eligió pero que a veces no ha sido, él se desentiende y me insiste en que no recuerda. Como es más listo que yo me dice que si yo le hablase del año anterior sí recordaría pero que estoy removiendo cosas que él ya no sabe, me desespera y no me gusta que me chulee de esa forma. Mantiene su postura y en un momento dado comienza a enumerarme lo que sabe de mí de un tiempo a esta parte, haciendo hincapié en que me fui a Ibiza pero no sabe si con amigos o con amigas. Yo le digo con sorna que todo lo que sabe es porque yo misma me he ocupado en decírselo y no por haberme preguntado. Me pregunta con cierto sarcasmo si acaso siempre hablamos de Él y le respondo mirándole fijamente que prácticamente sí. Esto creo que le colma y entonces se levanta de pronto y me dice que piense lo que quiera, que es tarde y que mejor nos vamos.

No me da la gana y le hago sentarse de nuevo. Le reconozco que desde hace un tiempo sí lo veo todo más normal pero que durante un tiempo así no fueron las cosas, que mi intención es comprender. Se cierra y sigue sin mantenerme la mirada, niega que sea él quien maneje la situación entre nosotros como yo le digo, sí dice recordar aquella conversación de la amistad pero la cambia de sitio, yo le contradigo y él insiste en colocarla en otro sitio. Cuando se expresa generalizando en sus explicaciones me trata como chica y a mi eso me suena de lo más despectivo, a su tercer chica se lo digo y me explica que es una manía que ha cogido, le digo que me importa poco y desde entonces a cada chica le sigue mi nombre disculpándose divertido.

Soy consciente que el orgullo de ambos no da pie a aclarar nada, enredándonos una y otra vez con uno de los malditos ejemplos que yo aporto. Le repito varias veces que no se trata de aclarar ese ejemplo en concreto, tengo intención de preguntarle qué es lo que quiere de mí pero no me da tiempo porque él vuelve una y otra vez a negar recordar algo. Creo que sí lo recuerda porque después de aquello cuando nos encontramos me saludó preguntándome si estaba enfadada, sabe perfectamente lo que hizo pero se niega a decirme. Antes de incorporarnos me pregunta no sé cómo que si he aclarado algo y le respondo mirándole a los ojos que no mucho pero que algo sí me deja claro, que todo le da igual y que le importa poco. Creo que no contesta directamente, creo que se mueve como cansado y achaca la hora mirando el reloj, las ocho y media.

Vamos andando hacia donde partimos y nos cruzamos a César que se va a dormir, yo me río con él por la hora que es y ambos le despedimos sin pararnos. En unos metros Él debe continuar andando hacia adelante pero yo he de tomar la esquina. Cojo la esquina continuando andando sin más preámbulo y absolutamente en silencio. Desde su posición dice algo como "bueno... Chafan...", en lo que venía a ser su hasta luego conciliador, pero no lo termina porque yo no me rodeo siquiera a verle la cara, me marcho enfadada conmigo misma y con Él, por ese orden. No sé si se queda allí parado o si continúa andando, yo lo que siento es que me he equivocado y que pido imposibles, me da rabia ser tan torpe y sentirle tan dentro. Continúo andando hasta casa.

Cuando el domingo me levanto de la cama compruebo que, aparte de la pulsera, he perdido la voz y desde entonces me encuentro afónica. Antes de montarme en el coche y regresar a madrí encuentro una llamada perdida en mi móvil y un sms, ambos de Pocholo que me dice que lo siente mucho.

17 de septiembre de 2009

Rebelde VI

El pasado es un tren que ya se fue.
El futuro es sólo una idea.
El ahora es un regalo que la vida te da.
Procura vivir el presente con la experiencia del pasado y la esperanza del futuro.








Me da miedo el día de mañana.

No hablo del futuro en general, me refiero a mañana viernes. Se trata de un viernes de vértigo con su posible batacazo. Mañana sabré si alguna, varias, o ninguna de las únicas cuatro opciones gratuitas donde finalmente solicité plaza va a acogerme o no. Al gusto yo misma reduje el mapa de espanya a cinco comunidades de las diecisiete o dieciocho existentes. Supongo que termino haciendo esto mismo con todas las cosas.

He comprobado, no hace más de diez minutos, que en caso de no obtener plaza en centro público existe un centro privado, al cual podría acercarme andando diariamente, justo en el número uno de Su misma calle. No sé si sigue abierto el plazo de solicitud en ese centro, ni siquiera había contemplado la posibilidad de tenérmelo que pagar de no habérmelo comentado anoche Mario. Soy un desastre y eso lo saben los chinos, hoy mismo me han visto guardar mis chanclas en la caja de las botas recién compradas y salir de la tienda con éstas puestas. Supongo que también lloverá este fin de semana.

A este fin de semana lo llevo esperando más de un mes. Podría ser el último del año en que Le miro a la cara, podría ser el primero del resto de mi vida fuera de madrí, podría ser el fin de semana en el cual logre ponerle voz a todo esto, podría ser aquél en el que dije a mi hermana María que me estrellaría por la carretera, sí joder, sí, mañana (futuro cercano) podría ser el principio del fin y los finales siempre me han dado miedo.

En efecto, tengo muy malas ideas.

16 de septiembre de 2009

En la arena he dejado mi barca

Ya la he dicho a mi hermana Barna que Catalunya queda autodescartado.

La he dicho la verdad, que prefiero dejarlo y pensar que allí se vive mejor a presentarme allí y constatar que hay la misma mierda que en el resto de espanya. Ella me ha preguntado si el resto de la familia sabe de mi proceder porque nadie la ha dicho res de res. A ella la gusta creer que me enseña palabras y yo la dejo que crea lo que quiera. También me ha dicho que aunque yo me piense que estoy eligiendo libremente, entre comillas, ella está rezando a diario para que aquél de allí arriba interceda y escoja por mí lo mejor para mi futuro. La contestaré mañana mismo no vaya a ser que se la ocurra a la virgen el bajar a verme. De la última vez que la virgen y yo nos encontramos no tengo buen recuerdo, hice justamente lo contrario de lo que ella me aconsejó y así me ha ido. A nadie en su sano juicio se le ocurre ir por la vida diciendo a todo el mundo que la virgen del cubo está instalada en el ángulo que forman sus dedos índice y anular pero, sea como fuere, eso mismo fue lo que me dijo aquel hombre y entonces la virgen me tocó la frente y me espetó en menos de cinco minutos lo que después sería mi futuro a medio plazo. Me dio la risa pero qué pocas ganas de reirme me entran ahora siendo como soy incapaz de recordar si el dicho de que Él llevase pendiente/s sucedió antes o después que este otro Él se hiciera los agujeros para llevarlos. Como a la virgen no he vuelto a verla para preguntárselo directamente se me representa una y otra vez aquel preciso instante en que Él se tocaba la oreja y me explicaba que se había hecho uno y, como le gustó, a la semana siguiente se había hecho el otro. Por otra parte, de nada veo que me haya servido el chupárselos porque sigo estando igual que estaba, entre dos aguas, entiendo que ya naufragando, aunque parezca que navego como si tal cosa.

Vivir todo esto sin droga alguna ya no sólo da pena sino que empieza a oler.

14 de septiembre de 2009

En una humilde morada

Estoy cambiando mis hábitos.

Transcurridos unos quince días sin consumir hachís, anoche fumé tantos porros que me fue imposible contabilizarlos. Supongo que la noche lo requería porque no había llegado a escuchar tanta tragedia junta en toda mi vida.

Pocholo había estado llamándome salteadamente durante la semana, aunque yo opté por coger su llamada sólo un par de veces porque no quiero que me agobie, quiero que me siga haciendo gracia. Acepté ir con él al concierto de Miguel Ríos anoche sábado aunque le repetí varias veces que me importaba poco no asistir al mismo. Le llamé desde la boca de metro para que así pudiese calcular el tiempo que tardaría en llegar, veinte minutos, pero al llegar a los torniquetes de entrada me di cuenta que sólo llevaba quince céntimos en el monedero por lo que salí de nuevo a la calle y me acerqué al cajero más cercano. No podía imaginarme que tan sólo iba a gastarme lo que valía el billete de ida, un euro con veinte.

Llego a Alcorcón central con más de veinte minutos de retraso y allí está de pie, solo, con la camisa verde pistacho abierta hasta medio pecho y con un olor a vino que invita a alejarse de él. No me da tiempo a reaccionar y ya me ha cogido la cabeza entre sus manos, me ha plantado dos besos y me ha dicho guapa y preciosa. Seguidamente me da un abrazo eufórico que me hace rozar las pestañas con el pelo de su pecho, me río, no huele mal pero debe llevar horas bebiendo. Me coge de la mano sin dejar de hablar ni un momento y me hace cruzar la calle, tras él, con el semáforo en rojo. Los coches nos pitan pero creo que no los oye o no le importa. Se para en mitad de la carretera y entrecorta todo lo que pretende contarme, apresurándose a decirme que lo ha pasado muy mal, que no me voy a creer la mitad de lo que ha vivido estos días, y que menos mal que estoy allí con él porque no se encuentra nada bien.

Yo llevo, como siempre, el bolso colgado en un brazo y en la otra mano llevo una palestina que, en caso de pasar frío, me servirá de abrigo. Antes de llegar a la otra acera ya me ha dicho que por la noche es mejor que salga sin bolso y me ha quitado la palestina y se la ha echado al hombro. Le pido que por favor no me lleve tan rápido y él, haciéndome caso y sin soltarme la mano, vuelve a abrazarse a mi y a decirme que estoy guapísima y que está encantado de que yo haya ido. La gente con la que nos cruzamos nos mira con evidente extrañeza y a mi eso me gusta porque me hacen sentirme mejor persona de lo que soy. Comenzamos a alejarnos del centro del pueblo y, por lo tanto, de la zona que me es conocida, dice que subiremos a su casa y que ya desde ahí saldremos.

Su casa aún hipotecada es una monería de sesenta metros cuadrados extremadamente original. Antes de cruzar el umbral de la puerta me fijo en que ha dejado la luz encendida así como en las flores que ha dibujado sobre la pared derecha en gotelé. Una bola espejo de discoteca proyecta no se sabe el qué en color rojo sobre el salón y la cocina americana, una planta enredadera acompaña al puente de ladrillo visto que separa los dos habitáculos, lanchas de pizarra de su olivar del pueblo forran el muro de carga, hay cuernos de cabra sobre la pared que sostienen pequeños cactus, llaves de kilo y medio colgadas en el pasillo, la terraza llena de flores, todo precioso, mire donde mire está todo lleno de detalles. Le digo que necesito comer algo antes de beber y no tarda cinco minutos en extraer del frigorífico tranchetes, embutido de todo tipo, pan de sandwich y mantequilla. Dejo mis cosas sobre una silla y al volverme ya tiene enchufada la parrilla eléctrica sobre la encimera.

Enciende la televisión y la cadena de música al mismo tiempo, quita el sonido de la primera y sube el de la segunda. Mientras cambio de posición las rebanadas de pan me acerca el disco que está sonando, de Miguel Ríos, y el libro que se ha comprado, El sueño de una noche de verano, de Shakespeare. A mi me dan ganas de besarle la frente pero me contengo. Me lee malamente el resumen que consta en la portada trasera y me pregunta qué es onírico. Me besabraza y me dice que su casa es mi casa. Tiene kalimotxo mezclado ya en la nevera y a veces bebe directamente de la botella y a veces lo hace de mi vaso. Mientras yo me acondiciono el sandwich ya tostado él está en el medio del salón imitando al guitarrista y cantando a viva voz las maneras de vivir que yo conozco por Rosendo. Cuando me dispongo a cenar le pido que baje la música y me doy cuenta que sobre una de las mesas hay una pecera de unos treinta litros, me hace saber que el cocodrilo que está encima fue un regalo de mis sobrinas a su hijo. Le pregunto por el niño, le cambia la cara y apaga la música.

Me dispongo a comerme el sandwich sentada en el sofá donde él mismo me ha colocado una silla delante para apoyar el plato y mi vaso, y entonces se arrodilla a mi lado y me dice muy serio que cree que antes de final de año se habrá vuelto loco, que cree que no le falta mucho para ello. Apoya sus manos en mis rodillas y me cuenta que lleva siete días sin saber dónde está el niño, que él mismo le llevó el domingo pasado con su madre y le compró un teléfono móvil para poder hablarse pero que esto sólo ocurrió el lunes, que después han debido retirarle el teléfono y no sabe dónde se encuentra ni cómo está. Se atropella en sus explicaciones porque está visiblemente afectado, me cuenta que ha puesto dos denuncias pero aún no le han dicho nada, que el jueves durmió en un calabozo porque una pareja de municipales le sacó esposado de esa misma casa tras que ella le denunciara por violencia de género, que asistió a un juicio rápido el día anterior, viernes, y que le han dejado en libertad vigilada tras constatar la existencia de sus propias denuncias hacia ella.

Tengo que reirme porque me explica que cuando compareció ante la juez, esposado pasillo adelante, sus pantalones se fueron cayendo de la cintura a los tobillos, pues le habían retirado todas las prendas susceptibles al suicidio, siendo incapaz de sujetárselos con sus propias manos. Recordaba frases preciosas referidas a la libertad que otros habían escrito en las paredes del calabozo e incluso me explicó que fue incapaz de cagar hasta llegar a esa casa. No me había terminado el sandwich y ya me estaba pasando el primer porro. Me sitúa y una de las veces que habló conmigo por teléfono entre semana, en la cual me dijo que no podía contarme nada, resulta que se encontraba detrás de un zarzal haciendo vigilancia en la casa de sus suegros. Antes de levantarme e ir al baño me dice que él está como Marco que buscaba a su madre y que no va a consentir que esa mujer le quite la infancia a su hijo tal y como habían hecho sus padres con ella.

Al regresar del baño, que es como volver de la alhambra, me hace saber que el todavía marido de su hermana está abajo, en el parque que está frente a la casa, rodeado de yonkis y que ya no reconoce ni a sus sobrinos ni a nadie. Me da el nombre de todos los medicamentos que tomaba esa mujer cada mañana después de desayunarse medio litro de café y uno de cocacola. Afirma que él no está bien pero que ella está mucho peor y me lo explica con ejemplos de todo tipo. Calcula los meses que lleva sin convivir con ella, dieciseis, y me cuenta que mientras ella chateaba en la habitación del niño con unos y con otros él dormía en ese sofá y se ponía el despertador para ver Viki el Vikingo. El tercer porro lo fabrico yo mientras él busca en el diccionario ya no sé qué palabra.

En un momento dado, no son las doce, me indica que lo que suena allá fuera son los fuegos artificiales del fin de fiestas y me hace saber de su interés por participar en un bingo en la feria donde ha leído que sortean una moto a las doce y media. Quiere reencontrarse con el niño y regalársela, se le ilumina la cara y acto seguido me coge de la mano y me hace el recorrido del resto de la casa. Otra pecera enorme pero vacía ocupa espacio en la habitación de matrimonio y me cuenta que hace sólo unos días ha retirado las fotos que había colocado esa mujer sustituyéndolas él por otras suyas propias de persona sobria de hace más de veinte años. Separa a fuerza bruta el armario de la pared para que yo pueda ver cómo colocó en su día un frontal de azulejos precioso en tonos azules pero que esa mujer consideró inapropiados. Estos azulejos, las fuentes del baño, y más de la mitad de los adornos de la casa los ha ido consiguiendo él en distintos vertederos y contenedores de basura según me dice. De nuevo vuelven a mí ganas de abrazarle que se quedan en eso. En la habitación del niño no hay luz, ni tiene escalera para acceder al interior de la lámpara, de forma que no puedo ver al crío riéndose en esa foto, ni con él allí ni con el abuelo allá.

Nuevamente en el salón me cuenta que una de las denuncias que le ha puesto a ella es por suplantación de identidad ya que tras marcharse ha contratado diversas tarjetas de crédito a su nombre. Me cuenta que lo ha sabido hace relativamente poco cuando el banco le ha llamado reclamando pagos. Como la mayoría de términos no los conoce se apresura a mostrarme del interior de una caja de zapatos los extractos bancarios donde constan movimientos de todo tipo en esas tarjetas, siempre disminuyendo el saldo. Así mismo me entrega las copias de las denuncias y me besa las manos llevándoselas a la cara. Continuamos bebiendo y fumando mientras prosigue en sus explicaciones y al rato yo no sé qué digo o qué es lo que hago que de pronto me veo embutida en un abrazo, en el cual me levanta los pies del suelo y me da un par de vueltas, al estilo del pasodoble de César. Se le ve ciertamente muy contento de poder explicarle a alguien y me indica que para no perder la cabeza ha ido escribiendo todos y cada uno de los movimientos que ha ido haciendo desde que no ve a su hijo y me hace saber que esta noche también la escribirá y que seguro que dentro de un tiempo le gustará leerlo.

Cuando son las doce y veinte entiende que, ya sí, debemos irnos. Extrae del frigorífico dos litros de kalimotxo semihelado y mete la botella en una bolsa de plástico con publicidad del alcampo. Me pregunta si prefiero beber champán ofreciéndome una botella que yo entiendo pertenecerá a su cesta navideña. Le pido que la guarde entre risas y le hablo de la sidra asturiana mientras salgo a llamar al ascensor. Esta vez, ya en la calle, me pide permiso para llevarme agarrada del brazo. Andamos bastante rápido y no hemos recorrido doscientos metros y se pregunta en voz alta si esa mujer habrá inscrito al niño en ese colegio como los años anteriores o qué tendrá pensado hacer. Trago saliva y me dispongo por vez primera a beber directamente de la botella. Andamos y andamos por calles que desconozco y cuando estamos llegando al recinto atravesamos un parque oscuro y siempre en dirección contraria a donde camina la gente. Teniendo la valla a unos metros coge impulso y traspone la botella de dos litros con su bolsa al interior, la recogeremos una vez dentro. No hemos llegado a la puerta y unos conocidos suyos con los que nos cruzamos le paran y nos dicen que el concierto ha terminado. Me da la risa y Pocholo me pide perdón siete veces antes de ir a recoger la botella, va él solo porque le digo que la arena del recinto se me mete en las chanclas.

Mientras me enciendo un cigarro veo cómo corre a por ella y cómo regresa también corriendo. Es ahí donde me doy cuenta que tanto Pocholo como Luis Alfredo tienen más de cuarenta años y se empeñan en tener quince. Cuando llega hasta mí me pide que nos sentemos en el banco más cercano y, como no tengo ganas de seguir andando, me parece buena idea. Tenía pensado hablarle del capítulo de Bea pero no había pensado que fuese él quien sacase ese tema, me pregunta por ella con el máximo respeto ya que supuestamente somos amigas y yo entonces le explico el por qué me quedé con él aquella noche y también que después de aquello ella no ha vuelto a mencionarme nada. Me explica su versión de lo ocurrido y yo le creo, se deja llevar y termina llamándola bizca, extraña, sosa y engreída pero yo tardo poco en cambiar de tema porque ella no me interesa y ya está todo más que claro.

La botella sigue menguándose y fumamos hachís a la velocidad de tabaco. No sé bien por qué pero termino hablándole que quizá me marche de madrí y que tengo pensado viajar a Cuba donde también se ofrece a acompañarme. No sale de su asombro porque con la calculadora del móvil soy capaz de decirle durante cuánto tiempo estará pagando la casa del pueblo que pretende comprarse. Nos encontramos intercambiando episodios similares que hemos vivido en Marruecos cuando llega el momento crucial en que se termina el papel de arroz. Mientras él se acerca a mear en una esquina yo muerdo una china de su piedra de hachís y me la guardo adosándola a mi teta izquierda. Me fijo en la hora, las tres y cuarto, y creo que es conveniente que me marche a casa. Quiere que me quede a dormir en la suya y que me marche el día siguiente o cuando yo quiera pero le insisto en que puedo irme en autobús y que sólo ha de acompañarme a la parada. Se empeña y finalmente accedo a volver a su casa para recoger la llave de su furgoneta ya que no quiere que me vaya sola.

En el interior del ascensor le comento que tenemos ambos los ojos hinchados tras tanto fumar pero no me hace caso porque no se calla. Entramos y lo primero que hace tras cerrar la puerta es localizar papel para hacerse otro porro, yo le repito que quiero marcharme mientras él coge su móvil que se encuentra sobre la mesa. Dice que tiene ocho llamadas perdidas de un amigo suyo al que no conozco y, aunque no le creo, no digo nada porque tengo sueño. Nos fumamos el que para mí es el penúltimo de la noche y bajamos a la calle. La furgoneta se encuentra aparcada a unos metros y antes de dejarme subir a ella retira mil y una cosas inservibles del asiento del copiloto dejándolas atrás. Me limpia el asiento aunque le digo que no es necesario y me pide perdón porque huele muchísimo a gasolina. Arranca y partimos. También debajo de mi asiento está lleno de cosas, extraigo una de ellas y se trata de un dinosaurio volador de goma cuya cabeza cuelga cortada. Me lo coge de las manos y, como debe habérsele olvidado que me ha dicho que urga entre basura, me comenta que posiblemente la cabeza se ha derretido por el calor y que es una lástima porque a su hijo le gusta mucho, yo asiento sin más.

Llegando a mi barrio se confunde de salida y realiza un cambio prohibido provocando el pitido de un par de coches. En mi calle le hago parar dos veces pues no veo bien y me es imposible situarme. Cuando finalmente aparca y nos bajamos juega conmigo para ver si consigo leer qué matrícula es aquella y qué figura escrito en aquella otra furgoneta, no veo una mierda y se asombra. Entonces me acuerdo de Angel porque me hizo lo mismo y miro de nuevo el reloj, el cual con Pocholo no se me para, las cuatro y media. Insiste en dejarme en casa y le permito acompañarme hasta el portal. Tengo mi coche aparcado justo ahí, lo reconoce y le acaricia el golpe del guardaruedas derecho. Me pregunta si está mi hermana dentro de casa y le digo que sí mientras me pregunto cuándo pretenderá irse. Me indica que no sabe si nos veremos el fin de semana próximo y yo le pido que se tranquilice mientras le intento animar diciéndole que seguramente pronto sabrá algo y que todo estará bien. Le doy las gracias por acompañarme hasta allí y antes que termine de hablar me coge de nuevo la cabeza pero esta vez me planta los dos besos en los morros, uno y dos, y con una fuerza que yo no sé de dónde le sale. Me da verdadera lástima pero ni le correspondo ni me dice nada. Sonreímos.

Subo a la casa de mi hermana donde habito, me dirijo a la cocina y compruebo que en el frigorífico no hay nada que pueda comer a esas horas. Bebo agua y ya en la habitación busco papel y me lío el porro que le he robado. Me lo fumo despacio mientras enredo en internet como he hecho siempre y mientras pienso en todo menos en Pocholo.

4 de septiembre de 2009

Ay pena, penita, pena

Está claro que si yo fuese parapléjica, menopáusica, o prisionera de guerra tendría otras cosas en las que pensar y no las que tengo.

Sé que el pasado, las noches de hace dos años, de hace siete, anoche mismo no vale para nada pero aún así, siendo consciente de ello, no sé de qué forma lograr incrustármelo en la cabeza. Ya sé que llorar no sirve, fumar tampoco ni beber ni follar siquiera pero ¿cuándo llegaré a sobreponerme, qué se supone que necesito, qué es aquello que no veo, tan lejos queda?

Hoy mismo me he sentido la mujer más desgraciada de toda la comunidad autónoma y quizá lo sea y no haya más vuelta de hoja. Pretendo escribirlo mientras lloro otro poco y es que hoy, tras varios días intermedios, he vuelto a llorar inmensamente, en silencio, de pura pena. Lloro sin que me duela nada, lloro frente al espejo, bajo las gafas de sol en el metro, en el medio de la autovía, a la entrada del hospital y después de comer boquerones en vinagre.

Ayer, tras un intercambio de sms con Luis Alfredo que no merece la pena transcribir, 15:16h:

-Angel, k pasa, k tal tod?si puedes acércat x VVV ste find, hay fiest, kisiera pregunt varias cosas d toledo ciudad, si no ya t llamo y m dices, ya texplicaré.1beso-

A las tres y media ya me encontraba dudando si no me habré vuelto completamente gilipollas sin darme cuenta. Al rato me dije a mí misma que no, que no soy gilipollas, que me era muy necesaria su información y en el caso de que no se presentase en VVV ya le había amenazado claramente con llamarle, que tenía pensado llevarlo a cabo y que valorase él su conveniencia. Me mantuve tranquila, ayer no lloré nada.

Esta mañana me despierta el móvil una vez, dos, tres, no sé cuántas veces. Lo que debían ser las siete y veinte se han convertido en las ocho y diez. Me siento en la cama y pienso en el día que me espera. He de ir a Toledo y solicitar plaza en el sitio marcado que llevo en la carpeta porque ayer no me fue posible realizar la solicitud a través de la web sin certificado de usuario ni firma electrónica. He de volver lo antes posible a madrí e igualmente solicitar plaza a trescientos metros de la casa de César, debo hacerlo antes de las 14h. Bien. Mientras bebo directamente del tetrabrick de leche del interior del frigorífico, pienso en que Toledo siempre me ha parecido una ciudad triste, pienso en que está lleno de piedras y gente fea. Mientras bajo las escaleras con las llaves del coche en la mano, pienso de nuevo en el sms enviado ayer, pienso que Angel en esa ciudad estuvo estudiando cinco años y que parte de ellos entiendo -porque constancia no tengo- que debieron hacerse más largos porque Su novia -a la cual Su hermana me contó que quería mucho- le dejó de la noche a la mañana tras enamorarse de Su mejor amigo y éste de ella. Me coloco el cinturón de seguridad mientras intento descifrar si este episodio ocurrió dos o quizá tres años antes de encontrarse conmigo. En el semáforo frente al kiosko ya me encuentro nuevamente rememorando aquel primer mes de conocernos en el cual me iba presentando a todo su mundo aunque ya no sea capaz de distinguir y recordar sus caras. Antes de llegar al metro de aluche me digo varias veces que es la última vez en el transcurso del día que me dedico a revolver lo vivido. Observo que tengo el depósito en reserva y pienso en Él de nuevo en la gasolinera, no así en mi hermano Pedro. Cuando paso por la antigua cárcel, ahora oficinas de extranjería, alucino con la cola kilométrica que se prolonga a lo largo de la acera ya en la calle. Coloco el itinerario impreso de google map sobre mis piernas, también en la cajonera de mi puerta y sobre el asiento contiguo. He de procurar no pasarme la a-42 pero no hago el mínimo esfuerzo en sustraer mis gafas de la guantera. Recorro como tantas otras veces la avenida de Carabanchel Alto y, tras dejar a un lado Leganés y salir a la autovía, busco y rebusco en los paneles el enlace a dicha carretera. Al rato, pasados unos kilómetros, estoy segura de haber escogido el carril adecuado pero voy viendo al trasponer las salidas marcadas que los números de las mismas van en aumento, 19, 28, 33 y que los kilometrajes marcados en los paneles laterales sólo apuntan a provincias andaluzas. En el cuarenta y algo vislumbro la posibilidad de haberme equivocado, decido salir por el próximo área de servicio y volverme en busca de la m-40. Dicho área no es tal puesto que se trata de un camino de agárrate que vienen curvas, entiendo que será un cambio de sentido pero tras recorrer dicho camino durante unos minutos me doy cuenta que no es así pero que al menos me trae de vuelta dirección madrí. Distingo unas cisternas allá a lo lejos en lo que pueden ser reservas de agua, gasolina o energía nuclear, quizá se trate de un polígono de vete a saber dónde. A medida que voy acercándome comienzo a encontrarme resaltos de pasos de peatones, a uno de ellos lo reto y golpeo los bajos del coche. Entro en lo que bien puede ser un pueblo fantasma y en la segunda rotonda encuentro al abuelo de turno paseando al perro. El reloj del salpicadero marca las nueve y cuarto. Oiga, sí. El jubilado me explica izquierdas y derechas imposibles de memorizar y cuando estoy a punto de subir la ventanilla y dejarle hablando solo se pone a contarme la historia del pocero por lo que antes de que lo pronuncie me sitúo y estoy en Seseña. Doy la vuelta completa a la rotonda y me dirijo al lugar donde se encontraban las cisternas. Un guacamayo y el gordo de su acompañante hablan justamente en la entrada mientras fuman tabaco rubio. El gordo, muy español él, simplemente dice que es muy fácil y el guacamayo me explica en su idioma qué recovecos he de pasar antes de salir de allí. Parece mentira pero no lo es: el guacamayo se conoce qué pueblo encontraré detrás de cuál y así hasta llegar al enlace de la a-42 a la altura de Illescas. Me pongo en camino y voy comprobando que me lo ha especificado todo perfecto, se trata de una carretera nacional y paso por Endibias, Yeles y otros. En el 63 de la autovía cojo de nuevo el itinerario, distingo Toledo cada vez más cerca y cuando quiero darme cuenta tengo la Puerta de Bisagra a cien metros, me he pasado. La gente es fea pero muy amable y la ciudad no es grande. El polígono industrial que pretendo encontrar está mucho más allá de lo que aparenta el mapa al igual que lo está el reloj de mi propósito. Aparco al primer intento, como siempre, y pregunto al primer sujeto que se me cruza el cual afirma ir hacia el mismo sitio o tiene ganas de acompañarme. Antes de entrar al recinto apago mi cigarro y cuando llego hasta la ventanilla de secretaría cuento los empleados que hay dentro, dos, y la gente que me precede en la cola, once. La fea y diríase secretaria no me deja terminar de hablar y me suelta con todas las letras que ya está todo completo. Me habla de fotocopias compulsadas y de otros detalles, que ni yo llevo ni constan en su página web, la pregunto por qué no me explicó todo eso su compañero cuando llamé ayer y quisiera decirle lo fea que me parece pero me muerdo los labios, recojo la copia sellada que me entrega y me coloco las gafas de sol antes de salir de allí. No he llegado al coche y ya estoy llorando. En la rotonda del final de la calle huele a perro muerto, no sé cómo no me di cuenta al llegar. Enseguida me encuentro en paralelo con el puente romano sobre el río Tajo, la ciudad parece más limpia que la última vez que allí estuve y recuerdo entonces que no conseguí dormir nada aquella noche y que teníamos las campanas de la catedral a unos metros de distancia aunque no recuerdo si repicaban las horas. Encuentro salida dirección Ocaña pero no sé cómo hago que de pronto me veo inmersa nuevamente en una carretera nacional, consigo salir a la autovía a unos treinta kilómetros. Activo el aire acondicionado pues las ventanillas bajadas no me dejan escuchar bien al Fito con lo más lejos a tu lado. Compruebo que ya está otra vez el indicador de las revoluciones enganchado desde el arranque y que cuando tiene que marcar dos marca tres y así sucesivamente. En un momento dado, mientras el whisky barato, marca cuatro y pico cosa que nunca ha hecho. Me da por observar todo el cuadro, se ha consumido una raya de gasoil, el mercedes que me precede me conduce a ciento treinta y el calentador extrañamente se sitúa por encima de noventa. Desactivo el mp3 y me veo entonces a mi misma allá, en la avenida de América, tirando de la correa de servicios totalmente deshilachada como ya me había ocurrido otras veces. Me cambio al carril derecho y según desacelero la aguja del calentador mínimamente desciende. El coche continúa revolucionado y decido apagar el aire acondicionado, en unos minutos debo bajar de nuevo las ventanillas porque hace un calor de agosto. Me aburre seguir el ritmo de esa furgoneta por lo que la adelanto y mientras estoy en ello me percato que la aguja del calentador peligrosamente se acerca a la zona roja. Comienzo a sudar por activa y por pasiva, desacelero, meto cuarta y activo las luces de emergencia mientras no dejo de observar el cuadro. Busco paneles kilométricos pero no aparece ninguno, van a ser las doce y hace un calor de intenta pararte en una sombra pero no la hay. El sol está en lo más alto y le viene a dar igual si yo tengo prisa, calor, o miedo escénico. La aguja roza y amenaza la zona roja por lo que he de parar inmediatamente y ahí mismo. Saco el coche al arcén cuando ha terminado la cuesta abajo pero el arcén es mínimo, apago el motor y tardo en poder abrir la puerta. No pienso en ningún momento en el chaleco reflectante. Abro el maletero y extraigo de su caja uno de los triángulos de emergencia, lo monto por primera vez en la vida, lo cruzo y lo coloco en el arcén a una distancia más que prudencial. Regreso al coche mientras recuerdo el golpe mañanero en los bajos y lo primero que hago es agacharme a mirar bajo el motor, no veo mancha alguna de aceite o similar. Cuando cesa por momentos el ruido de los demás coches aprecio el escándalo que forma el ventilador del mío. En cuanto alguien más sensato que otros activa su intermitente y se cambia al carril izquierdo regreso al interior del coche para abrir el capó. Enciendo la luz de mandos y compruebo que la aguja del calentador ha descendido un algo pero no lo suficiente. Abro el capó y vuelvo a salir del coche. Cuando lo abro el vapor contenido dentro se ha hecho agua en la cubierta pero continúo sin ver goteo ninguno. El depósito del anticongelante se encuentra a una temperatura excesiva, tengo el móvil en la mano pero para qué llamar si sé que tengo que mirar el nivel de líquido. Maldigo a la cocacola sobrante de mi último viaje y regreso al maletero para recoger la única botellita de agua que sé que tengo en el interior del estuche de nunca limpiar. Cuando el ventilador deja de hacer ruido ya son las doce y cuarto y me dispongo con la mano izquierda a abrir el depósito del anticongelante, pienso que si me tengo que abrasar mejor será en esa mano porque no soy zurda para nada. Desenrosco la tapadera y compruebo que no quiere abrasarme, quiere que le eche unos cuatro litros y no tengo ni medio. Miro alrededor y a la lejanía, no veo ninguna gasolinera. Dudo y vuelvo a dudar en si continuar mi camino o llamar a una grúa. Vuelvo a mirar el reloj y mi sensación de pérdida de tiempo va en aumento. No pienso que de quemar el coche no tengo dinero para comprarme otro, todo lo más que pienso es que he de conseguir llegar sí o sí. Procedo. Más adelante elijo los carriles de m-30-centro urbano-legazpi y cuando ya no hay posibilidad de rectificar me doy cuenta que llegaré a Le-gaz-pi y no a plaza elíptica como pensé en un principio. La aguja del calentador está ascendiendo de nuevo peligrosamente y antes de entrar en el primer túnel ya tengo lágrimas en la barbilla. Aparezco frente al vicente calderón, me quito las gafas de sol, me enjuago las lágrimas y me sueno los mocos cuando suena Camarón en mi móvil y quisiera volverme pulga. Me lo acerco, es Pocholo por cuarta o quinta vez este mes, lo cojo. Hablo muy alto y le digo que voy conduciendo y no puedo hablar, no despego un ojo de la aguja del calentador mientras me dice no se qué de Miguel Ríos el fin de semana que viene, le repito y me dice que me cuide y que ya nos veremos. Cuando cuelgo quiero llorar pero no me sale. A la salida del túnel que da acceso a la Casa de Campo la aguja comienza a descender un poquito, respiro aliviada porque tal vez me dejará llegar a casa. Ya en el paseo de Extremadura marco a César, avísame. Entrando en el barrio llamo a mi hermana Lamayor, la cual creo que se acuesta con mi mecánico, me indica las posibilidades de lo que le está ocurriendo al vehículo, gritándome. Me grita creo que tres veces que no se me ocurra sacar el coche de madrí esta tarde, me recuerda que no tengo dinero y que vivo de caprichos. Se cierra el siguiente semáforo y según freno veo que sale humo de los laterales del capó pero no la digo nada, la repito dónde y cómo se encuentra la aguja, me excuso y cuelgo. Lloro mucho y muy abundantemente entrando en la calle del metro pero ya sé que sí llegaré a casa. Aparco frente al portal y apago el motor, compruebo que tengo la espalda mojada, recojo mi bolso y la carpeta de solicitudes y al salir del coche escucho de nuevo el ventilador. Son más de las 13h pero creo que me dará tiempo a llegar antes del cierre. Subo a la casa de mi hermana donde habito y nada más entrar me dirijo a la cocina, abro el frigorífico y me bebo rápido tres cuartos de litro de agua. Voy al baño y aunque tengo los ojos hinchados lloro otro poco, ahí pienso que quizá huelo mal pero que peor huele el día. Bajo a la calle y vuelvo a escuchar el ruido del ventilador, similar al que hace ahora el pc. Camino rápido hacia el metro sin mirar a quien me cruzo, marco a mi hermana María y me echo a llorar de nuevo inmediatamente. Me dice que ná es eterno y que un coche es un coche y yo entonces pienso en el otro extracto donde una pena quita a otra pena y un dolor a otro dolor. Hablo con una voz que ya no es la mía y entrecortada la digo que no me tiro por la terraza porque vivimos en un primero y que no he vivido nunca tanta mala suerte junta. Se ríe, se ríe pero es mi hermana. Mientras espero en el andén la llegada del metro hago un ensayo de lo que será el siguiente sms a Angel. Después, ya desde mi asiento, envío otro a Susana la cual ayer parecía tener intenciones de salir a VVV tras haberme notificado novedades mensajarianas aún desconocidas para mi. El sms que envío es parecido al que después enviaré a Angel pero no es igual,

-Suuuu, no voy a ir, stuve sta mañ n toled,ncontré k no hay plaz, para remate a la vuelta se m ha jodid el coch,no stoy bien,aki m kdo, pasalo bien-

Hace lo que Él, no contestar. Salgo del metro con la hora muy justa, me salta en el móvil una llamada perdida de César y el sms de su disponibilidad. Le marco y le digo que estoy llora que te llora porque la mala suerte me persigue, antes de irse a trabajar tiene el tiempo justo de tomarse algo conmigo por lo que quedo en llamarle a mi salida. Entro en el recinto acelerada y ciega, no veo el módulo de información, pregunto al personal del centro pero nadie sabe nada. Me pierdo en el pasillo que finalmente me indican hasta que encuentro otro puesto de información. Llego y sí, estoy a tiempo pero busco y no hay donde sentarse. Me doy cuenta que llevo las gafas de sol puestas y que estoy respirando por la boca porque estoy llena de mocos tras tanto llanto. Cuando por fin llega mi turno la señora que me atiende, muy amable, me hace saber que puedo solicitarlo allí mismo para todos los centros públicos de madrí si es mi deseo por lo que respiro más aliviada y la doy las gracias desde lo más profundo de mi veracidaz. Antes de salir por la puerta ya he vuelto a hablar por teléfono con César, concretando esquina, y con mi hermana María. Subo con dolor de flato por la calle donde vive César y nada más verle y comenzar a contarle me voy sintiendo como una a la que arropan en invierno. Nos sentamos en una terracita a la sombra y mientras prosigo el relato en mi desahogo él va alternando caras de consternación con risas laterales sobre su hombro izquierdo porque soy muy divertida cuando quiero. Paga lo que hemos bebido porque yo sólo tengo dinero para comprar tabaco y me indica cómo bajar desde ahí al metro más cercano. Nos despedimos y él se marcha al trabajo sin probar bocado, ya son más de las 14h. Cuando aún me falta la mitad de trayecto para llegar a casa modifico el borrador de mi siguiente sms. Espero semidormida a que llegue mi hermana María que no tardará, como algo por citar un verbo y regreso a mi habitación. Echada sobre esta misma cama Le envío,

-Oyes, olvida lo k dije xq no voy al pue, stuve en toled sta mañ y lo k tenía pensao allí no va a ser posibl, para remate a la vuelta se m ha jodido el coche...fatal. supong k no contestarás, k te vaya bien-

Cuando yo supongo, lo supongo por algo. Creo que no le envío beso alguno por simple y llana mala hostia aunque no estoy segura. César sale del trabajo a las 22h y no eran y cuarto cuando me ha llamado para ver qué tal acabo el día. César nunca me ha dicho que quiere que seamos amigos y llevarnos bien, ni me cela ni me nada, me ha procurado una nueva vida laboral que Él desconoce por completo y es que César me cuida que no es poco ni es fácil. No voy a ir a ningún sitio, podría acercarme finalmente a los conciertos que me propuso Pocholo pero realmente no tengo ganas de reirme, le he dicho a César que estoy aquí en la habitación buscando un documental de romanos y me ha aconsejado uno que no tardaré en buscar.

1 de septiembre de 2009

De agujeritos te voy a comprar unas bragas

Al final no hubo rastro. Rastrerismo bastante, pero rastro ninguno de nada.

Luis Alfredo me llama diez minutos antes de la hora acordada, yo voy en el autobús y voy a llegar tarde. Me cuenta no se qué de moto y que llegará un poco después. Hemos quedado en la plaza de Tirso de Molina, donde el teatro esquina con Lavapiés. Decido desayunar en el café frente al teatro, no puedo con mi alma. Me siento en una mesa desocupada de la terraza, odio un poco a las chicas que conversan en la mesa de al lado, a la que más habla la odio mucho porque me hace dudar en si será siempre así de tonta o esa mañana se está esforzando en serlo. Apuro mi cigarro y termino el descafeinado cuando vuelve a sonar mi móvil. Le digo que ya he terminado y me indica que acaba de dejar la moto en Santa Ana, que me acerque desde ahí andando a la esquina con la calle Toledo. También me advierte que cuando le vea me voy a asustar y yo me río. Pago un euro con ochenta por mi descafeinado sin magdalena, deshago o,25 de trankimazín bajo la lengua y emprendo el camino.

Le encuentro en la misma esquina y más que susto me hace gracia. Va vestido de soy hippie con una falda entre escocesa y pantalón estrafalario que no sé cómo nombrar, sandalias de no menos de cincuenta euros y camiseta de tirantes negra. Una riñonera le sostiene la vestimenta. Le digo que le encuentro más delgado, lo digo solamente por joder y creo que va del Alberto pero eso no tengo pensado decírselo. Hace calor y no me apetece meterme en el rastro, él me cuenta que acude allí con frecuencia, que no importa, me propone dar un paseo. Acabamos la calle Toledo y atravesamos la Plaza Mayor, no sé quién de los dos elige que salgamos por ese arco. Desde Mayor por inercia le sigo hasta la puerta del Sol. Todo está en obras, cercada y cortada media plaza, maldigo a esperanza aguirre y entonces interrumpe lo que me está contando y me pregunta por mí, dice que no quiere que sea un monólogo. Yo no tengo ganas ni intención de contarle a él nada por lo que en menos de tres minutos ya le he puesto al corriente de mis vacaciones. Mido mucho mis palabras en lo que digo porque no quiero que llegue a verse ni un ápice de mis propósitos.

Le compro un libro en la fnac porque él me ha regalado a mí cuatro o cinco y porque ya que estamos allí quiero entrar a comprarme el mismo libro que acabé regalando a César hace un par de meses, La flaqueza del bolchevique. Llevo en la mano los dos ejemplares y le hago saber que le gustará, le hablo del rollo Lolita y abre mucho los ojos. Imagino que ya se lo habrá leído, son siete euros y se lee en dos ratos. A la salida pretendo que me compense el regalo, le indico que tengo mucha sed y él me propone acercarnos andando a la Plaza de Oriente, que le gusta mucho. Así lo hacemos. Estoy cansada de encontrarme siempre al mismo mimo con lo grande que es madrí pero no digo nada. Nos sentamos en una terraza frente al Palacio Real, a la sombra. Me cuenta, nada más sentarnos, que él va mucho por allí también, que le gusta acercarse con un libro y leer solo y que siempre termina conociendo a alguien, siempre mujer.

La conversación va transcurriendo desde su viaje -en julio a Israel- hasta la llegada -en agosto a madrí y su habitación- de una cantante que conoció allí en el interior de un aljibe. Yo intento recolocar en mi cabeza todo aquello de lo que quisiera hablarle después, respecto a mi situación laboral actual, pero no lo consigo pues le escucho palabras como cama, hijos, pelea, abrazo, llanto. Deja atrás los viajes para irme hablando de mujeres y no sé si se trata de ocho, nueve, dos o ninguna puesto que no las pone nombre. Recuerdo a jose luis lópez vázquez que a todas las llamaba chiqui para no confundirse y me da la risa. Él no sabe el motivo de mi risa, saltea hablándome de unas y de otras, todas ellas nuevas en su vida, y me repite varias veces que él siempre ha sido fiel pero que ahora no quiere cerrarse a nadie. A mi no me importa nada si está diciéndome la verdad respecto a sus conquistas o si me está mintiendo, sinceramente le digo que si todo es como cuenta tiene mucha suerte porque a mí no me interesa nadie en absoluto. Termino mi cerveza con limón y no parece dispuesto a pagarme otra, me propone dar otro paseo.

Antes de regresar a Sol ya estoy harta de andar, le pido que me lleve a algún sitio desde el cual se divise la ciudad, que quiero ver madrí desde arriba y nunca jamás nadie me ha llevado. Sé que esta última parte de lo que le digo le gusta mucho y me habla de la sierra, del Guadarrama y de pueblos que no sé ubicar. Duda desde dónde será posible ver lo que pido. Yo le indico el barrio de Vallecas porque cierto día me pareció entender que desde allí había buenas vistas, en principio lo niega, le insisto y accede a llevarme e intentarlo, pero primero hemos de recoger la moto en Santa Ana. No sabe cómo se llama el teatro de esa plaza ni tampoco cómo puedo obtener derecho a paro, no sabe nada de lo que a mí me importa. Hijo de puta, tiene el valor de decirme que sólo conoce a empresarios que están despidiendo a gente y también que ya no sólo alquila habitaciones del piso que comparte sino que, tras pagar el alquiler mensual, tiene un sobrante por el realquiler de trescientos euros. Procuro no inmutarme.

Cuando voy en moto tengo tendencia a divisar el paisaje por el lado izquierdo pero cuando atravesamos la cibeles cambio mi posición hacia el otro lado. Bajamos por el Paseo del Prado, Recoletos y Atocha, accediendo a Vallecas por la Avenida Ciudad de Barcelona. En el semáforo cerrado del Puente ya me está diciendo que no veremos nada, yo insisto en probar y le indico que haga el favor de subir la Avenida la Albufera. Si las calles asfaltadas de madrí no tuvieran esos parcheos a mí no me dolería el culo como me duele. Tras subir prácticamente tres cuartos de calle y haber logrado ya cierta altura gira inesperadamente hacia la izquierda y metiendo segunda me dice que no sabe por dónde seguir pues el ascenso de la calle ha finalizado. Miro hacia atrás, se aprecian las torres de Méndez Alvaro, le indico que deje por ahí la moto y probemos.

Antes de bajarme estoy viendo ya dos colinas descampadas de hierba semiseca y también un puente azul peatonal que cruza la calle en la que nos encontramos. Ahora ya ve que sí ha sido posible, lo hemos encontrado por casualidad. Cruzamos rápidamente andando el descampado adosado al parque de bomberos, él duda qué colina escoger mientras yo ya estoy ascendiendo por la más céntrica. Le digo que me siga y en un par de minutos ya estamos los dos arriba con madrí allá abajo en perspectiva única. No sé a quién de los dos le impresiona más el panorama, intercambiamos la visión de edificios y eso me gusta. Decido sentarme y allí sentada me fumo un cigarro mientras busco en la ciudad esto o lo otro. Luis Alfredo opta por grabar un vídeo pues la cámara del móvil no abarca la ciudad en una foto, cuando está en ello le pregunto adrede dónde ha dicho que está el pabellón de Vista Alegre y él me pide silencio, divertido. Me pregunta si quiero una foto ahí, tal y como estoy, pero yo me niego.

Decidimos irnos de allí porque van a ser las tres y tenemos hambre. Pretende que comamos en el centro comercial de la Albufera pero yo prefiero evitar la posibilidad de encontrarme con mi cuñada por lo que le indico que no, que mejor volvamos a Atocha. Le hablo de Los Zuritos que descubrí con César y le digo que desde Atocha podré irme a casa en renfe. Le parece bien, todo le parece estupendo, muy al contrario de lo que le ocurre con todas esas mujeres de las que me habla. Aparca la moto frente al ministerio de agricultura en Atocha y al llegar a Los Zuritos el camarero no nos mira a la cara, le mira el faldumento a Luis Alfredo. Éste critica la lentitud del camarero pasado un rato y yo le indico que da igual porque es muy simpático. No sé cómo enlaza nuevamente la conversación hacia las mujeres y me pide que le presente a alguna amiga y yo mientras sonrío le digo que no tengo ninguna, que las hubo en su día pero que eso es historia, ni siquiera le hablo de Ana porque no quiere hablar de trabajo.

Como si se le fuese la vida en ello comienza no sé bien por qué a mostrarme en su móvil sms recibidos por parte de la cantante, por parte de una de las de qué estás leyendo y por parte de una rubia que dice conoció la semana pasada. Y entonces es cuando se recrea en explicarme su modus operandi de libro-sonrisa-cultura-sonrisa y también me hace saber, muy bajito, que ha pensado en la posibilidad de cobrar por follar de tan fácil como lo ve. Me habla de la sensualidad, del tacto y de que la rubia le llevó a un hotel cuya habitación tenía espejos en el techo. Yo entonces me le imagino con su vestimenta, allí, con las piernas abiertas frente al espejo y no puedo dejar de reirme. Le repito que eso es cojonudo, que yo podría estarme follando a dos o tres pero ni siquiera me apetece y es una pena. No me cree pero me importa poco y cuando me canso de escucharle hablar de unas y otras le digo que esos sms no son normales, que detrás hay mucha necesidad. También le digo que no entiendo por qué la gente envía sms de ese tipo, y pregunto qué esperarán recibir como respuesta (sic. gigante). Me habla de la soledad y que la gente no se atreve a decir las cosas a la cara. Yo me callo porque cuando recibo sms tan patéticos lo único que me da es bochorno (léase Ibrahim), no se me ocurre enseñárselos a nadie.

Son las cuatro y media y finjo enviar un sms a un tal Luis con el que supuestamente he quedado en vernos después, aunque lo que estoy haciendo es jugar medio sudoku. Luis Alfredo, mientras tanto, me habla de sus próximos viajes y yo le digo que mato por ir a Cuba y que nadie quiere ir con mis condiciones de recorrer el país libremente. Vuelve entonces a reiterarme sus ingresos de entre tres y cuatro mil euros al mes y me dice muy serio que si acepto irme con él se encarga de todo y nos vamos allá quince días. Me viene a resultar lo mismo creerle o no, aceptar o no, porque él hará lo que le dé la gana, igual que yo. Insisto en que ya hablaremos, que tengo prisa, paga lo que hemos comido y salimos. Se despide de mí de forma un tanto indiferente en la esquina de los bocadillos de calamares, pero me pide mi email que dice haber perdido y me asegura que rastreará todas las ofertas del mercado.

Llego a casa de mi hermana con la cabeza dándome vueltas, estoy sola y lo prefiero así, me tiro en la cama y enciendo el portátil. Leo un correo de Ana donde me dice que cree haberle entendido a Luis Alfredo que este presente fin de semana se iba a Irlanda. Cierro la pestaña y entro en el youtube donde me mantengo más de una hora de reloj viendo vídeos de Iniesta, Robe y Andrés. Después, ya sí, me desnudo y me meto en la ducha. Cuando regreso a la habitación el móvil me indica que ha habido un alguien, leo,

-Como yo no soy tu, te escribo y t digo me ha agradado tu compañía de 5HORAS y x supuesto gracias por el libro. Ya te llamare xa saber si has llegado acuerdo laboral. bss
Le contesto seguidamente,

-Qué modorro, tú llevame a Cuba y déjate de galanterías
Su respuesta no se hace esperar

-Jajaja t llevare xo no t lo pagaré pues sino habría habladurias. Me alegro cambio de compañeros a amigos. Un beso
No le contesto ni tengo pensado contestarle puesto que no cabría en un solo sms lo que yo tendría que contestar, además que no merece la pena porque bastante tiene ya el criminal, quizá no tenga ni dónde caerse muerto. En cualquier caso me da igual, creo tener claro que ni puede ni va a ayudarme, esta pena es mía y ya puedo pasearla por madrí cuanto quiera que aquí sigue.