28 de febrero de 2014

Golpe a golpe

No voy a hallar más camino que el que consiga yo misma trazar en este bosque inmenso en el que habito.

He conseguido sin proponérmelo que sea otro el que me acerque con su coche a unos metros del portal de mi casa. No pensé en Ángel mientras observaba el deseo en los ojos de éste, pensaba en lo puerca que es la vida, en la lista de la compra y en cosas que me importan más que todo lo que llegué a escuchar de su boca. Me sentí aliviada al cerrar la puerta del portal tras de mí, entrando sola. Me martillea a wasap casi todos los días desde hace semanas y no ha tardado en declararme sus intenciones, según él, antes de que otro se le adelante. No contesto casi nunca, me agobia y me hace pensar en lo puerca que es la vida.

Ayer, volviendo del trabajo calle arriba sintiéndome profundamente insignificante, llegué a casa cargando toda la desidia del mundo sobre mis espaldas y comprobé que a lo largo de la tarde se habían interesado por mí en el wasap de los cojones tanto César como Fran y Mario. Enchufé y encendí el portátil, abrí el correo y otra vez ese desconocido de buen ver me suplicaba amistad en facebook. Me entraron ganas de llorar de pena, pero la lista de la compra se entremetió en mis pensamientos antes de que lograse hacerlo.

Hoy mismo, volviendo del trabajo calle arriba sintiéndome profundamente desgraciada, llego a casa con todas las ganas del mundo de fumar marihuana y compruebo que a lo largo de la tarde ha vuelto a interesarse por mí Luis Alfredo, al que envié bien lejos hace meses. También se me hace extraño el no pronunciamiento diario por parte del que me acercó la otra noche a casa. No tardará en volver, pienso en voz alta. Me lío el primer cigarrillo y contesto a Luis Alfredo con la desgana que acostumbro. Cuando me lío el segundo y estoy a punto de echarme a llorar me interrumpe el sonido del wasap de los cojones y me lanzo rápido a por el teléfono porque me hallo pensando en Ángel, como si me hubiera escrito él alguna vez por su cuenta. Entonces abandono el segundo mensaje de Luis Alfredo sobre el sofá, que me habla de planear secuestrarme y no se qué más. Enchufo y enciendo el portátil, abro el correo y me ha escrito el cubano guapo y también el desconocido de buen ver que está deseando conocerme mejor. Cierro el correo y abro este estercolero comenzando a juntar letras.

El otro día le conté la verdad por el wasap a Ana, embarazada de siete meses y que no deja de vomitar. El médico de mi barrio me ha recetado antidepresivos sin mencionarme que lo eran y quiere verme en treinta días, fecha que vencerá pronto. No soy prisionera de guerra ni paralítica, pero lo que vivo es suficiente para no querer seguir viviendo. Durante varios días seguidos agoté mis existencias de tranquilizantes y con la nevera vacía y ninguna gana de comer fui a la consulta. Sobre todo tragar, tragar se volvía algo que no estaba dispuesta a hacer. Ana consiente tragar mucho más que yo y sin embargo nunca me habla del morir. Me pregunto a dónde se fueron mis ganas de luchar, quizá detrás de él, a cualquier parte.

Anoche mismo volví a tener a la Sandra, embarazada otra vez y con niña de cinco meses, al otro lado del teléfono. La semana pasada supe de su nuevo embarazo mientras me calentaba la cena. La tuve entonces colgada a la oreja durante más de veinte minutos contándome acerca de los cuatro predictor que había usado, acerca de su trabajo, acerca de su niña, acerca de ella y de sus pantalones y un largo etcétera sin preguntarme por mí siquiera, calentándome la cabeza, hasta que me hartó y la dejé hablando sola sobre la encimera. Viendo que no se callaba, decidí apagar el teléfono sin más. Cuando lo encendí de nuevo, al cabo de un rato, el aparato había registrado siete llamadas suyas en ese intervalo de tiempo. No hice ninguna intención de llamarla, anoche llamó otra vez ella por su cuenta.

Anoche tenía mejor estudiada la conversación que pretendía mantener conmigo y después de un leve repaso a sus cosas, ya que no debe tener a quién contárselas, me dio noticias angelicales. El novio de la Sandra, más amigo mío que ella misma y tal y como ya le aconsejó antes a su padre, le dijo a Ángel en persona que lo que tiene que hacer es juntarse conmigo y dejarse de tonterías. El novio de la Sandra, al contárselo a ella, añadió que Ángel no contestó absolutamente nada y que, con su amigo Rufo a un lado y él mismo al otro, sonreía escuchándolo. El novio de la Sandra piensa que yo a Ángel le gusto mucho pero que es tonto, y así mismo se lo dijo a ella. La Sandra, por su parte, tuvo también una conversación angelical posterior a esto. Ella le aconsejó echarse novia y tener hijos, incluso le metió prisa recordándole el arroz al fuego, y él contestó que está muy bien así, que hace lo que quiere y no da explicaciones a nadie y que tiene tiempo por delante. Me entraron ganas de colgar y cerré la conversación por teléfono no tardando mucho, ojalá ella se echase amigas tanto o más cornudas y me dejase tranquila.

Con el paso del tiempo he ido desgastando mis ganas de luchar, me sigo dando lástima. Yo, que era toda fuerza y coraje. He vuelto a las andadas, a no pensar en el universo infinito ni en la multitud de dimensiones y posibilidades. Tengo tanta necesidad de acercarle, sudadas ya las diferentes formas en las que lo he intentado, que soy capaz de maltratarle si me lo echo a la cara y viene como si nada. He de salir de esta maldita situación como sea, aunque aún no sé cómo hacerlo para salir de una vez por todas. Me pregunto para qué voy a hablarle del querer, habiendo constatado más de una vez que prefiere ignorar mis sentimientos. He vuelto a retroceder, como si nunca hubiera avanzado.