24 de septiembre de 2013

Huelo hasta una mancha en la pared (II)

Huele a incienso y es tarde, hechos que no me impiden reflexionar. Leyendo aquí tanta vivencia y tanta inmundicia llego a la irreversible conclusión de haber rozado el máximo grado de estupidez. He matado el tiempo junto a gente que después no tarda en alejarse de mí a la velocidad de la luz una vez conseguidos sus propósitos. He gastado fuerza y sobre todo energía en intentos de entendimiento con gente sin alma, gente variable y gilipollas de toda estatura y peso. Algunas de las noches en las que estos intercambios tuvieron lugar estaban en el olvido, hice bien en escribirlas porque ahora me sirven para jurarme el no volver a vivirlas. Teniendo en cuenta a aquellos con los que más trato y dando paso a la contabilidad también malgastada a lo largo de los años, tan solo César, Fran, Ana y Ángel siguen contando a día de hoy con verdadero aprecio por mi parte. Y quiero bastante más al último, el único que me ha hecho entrar en el reino de los cielos.

Huele a amistad todo esto que él me ofrece. Se acerca sonriente como acostumbra, sorprendiéndome observando con detenimiento el escenario, y no tardan en unirse a nosotros Rufo y otro que poco importa. Me cuenta, entre otras cosas, que solo están ellos tres y me sorprende porque otros años acudieron lo menos diecisiete. Se acerca enseguida a hablarle una señora que los cincuenta ya no los cumple, pintada como una puerta, y trata con ella cosas que no oigo aunque lo intento. Poco después no sé qué hablo con Rufo y él se aleja dejándome con sus dos amigos durante unos minutos. Cuando regresa se coloca a más de un metro de mí y entonces ya doy por terminada la charla, diciéndoles que más tarde les invitaré a una copa en nuestro garito.

Huele a conveniencias ajenas durante el par de horas siguientes y me muevo, cual gilipollas, de un lugar a otro sin llegar a encontrarme cómoda en ninguno. Conversaciones de mi gusto tampoco encuentro y pienso un par de veces en irme a dormir la media borrachera antes de completarla. El novio de Amparo llega a decirme que se ha fijado antes en cómo he ido retrasando mi posición para no aparecer en una de las fotos y yo le explico vagamente mi estado de ánimo. Aparecen poco después mi hermano Pedro y Rata, mi primo, y entonces sí que me entretengo hablando con ellos. Mi hermano tampoco tiene ganas de muchas estupideces y doy por hecho que en un rato marcharemos los dos juntos calle abajo al igual que subimos. Se unen al grupo Belén y César, pegado a otra gilipollas que ahora no recuerdo. Belén, que todo lo observa, no tarda en hacerme el comentario más certero de la noche

-allí tienes a tu amigo-

Huele a abandono por parte del que no importa, puesto que al mirar donde Belén me indica solo está Ángel muy animado hablándole a Rufo que le escucha tan serio como siempre. Apuro mi copa y César me pregunta si voy a por otra. Afirmo con la cabeza y pretende que le espere, pero pienso en que debo ir ahora o nunca por lo que le pido a Bea la llave del garito y la digo que me voy allí con aquellos. Ángel me confirma que se han quedado los dos solos porque el otro se ha ido a dormir, sus copas aún contienen un par de tragos pero aceptan de buen grado el venirse a por otro whisky. Andamos despacio, aunque no tardamos en llegar sin interrupción de ningún tipo. Rufo es sensato y nos entendemos fácilmente por lo que no tengo a quién maldecir por el hecho de no poder quedarme sola con Ángel como era mi propósito.

Huele tan bien como siempre y tiene tantas ganas de reírse y decir tonterías que no salgo de mi asombro. Rufo le dice en una ocasión que se está pasando y es también él quien le aclara mi intención en lo que estoy diciendo. Esto ocurre una vez, dos veces, quizá tres. O no me entiende o no me quiere entender, muy probablemente lo segundo. Nos enredamos en conversaciones absurdas y políticas como ya ocurriera el año anterior hasta el punto de que no sé cómo salir de ellas, no se cansa de indagar ni de sonreír. César viene con otros gilipollas, cargan sus copas y me hace saber que se lleva la llave, volviéndonos a quedar los tres solos. Rufo también es amable y conversa tranquilamente intentando razonar, pero Ángel se muestra en todo momento inquieto y sin darnos cuenta no se le ha ocurrido otra cosa mejor que cerrar el candado que continuaba encima de la barra. Nos lo enseña, entre sorprendido y travieso, y no sé ni lo que digo pero él permanece tan contento. Rufo después nos deja solos porque se está meando, pero cuando me doy cuenta de su ausencia ya entra de nuevo por la puerta. Cuando Ángel sale a mear, entre Rufo y yo se forma una conversación de personas normales. Cuando soy yo la que ha de ir a mear al olivar primero arranco un trozo del papel de cocina y luego les pido que no se les ocurra abandonarme allí porque no tengo forma de poder cerrar. No me fío porque a él todo le hace mucha gracia, pero Rufo asiente escuchándome.

Huele a vómito y orina por donde quiera que piso, busco la sombra que forma la luna con las olivas situadas más abajo y procuro abrir bien las piernas para no mancharme las botas. Me subo los pantalones despacito pensando en cuánto tiempo más tendrán pensado emplear allí dentro conmigo. No creo que pretendan irse enseguida dejándome sola y desde allí puedo escuchar la música, entendiendo que los demás tardarán aún en llegar. A mi regreso Rufo y su seriedad no se han movido de la barra pero Ángel está cotilleando, como quien roba exámenes, unos apuntes que anotó el novio de Amparo esa misma tarde y que continuaban encima de la mesita. Se ríe de sus propias impertinencias como si tuviera siete años y regresa enseguida a la barra preguntándome cuántos hemos alquilado el local. Respondo sin dudarlo que posiblemente trece o catorce y me dice divertido que no, que ha leído dieciocho. Poco antes o después saca su móvil y le escribe a nuestro amigo común, también concejal, para que éste le resuelva cuántos son ellos en el padrón municipal. En estas situaciones me entran verdaderas ganas de matarle a golpes, pero me dedico a beber sin apenas pausa.

Huele a fin de verbena porque cinco o seis, o quizá ocho o nueve, entran por la puerta. Nosotros allí seguimos hablando subnormalidades por nuestra cuenta y Ángel se dedica casi exclusivamente a llevarme la contraria y a preguntarme acerca de gentes que ya no están y de quienes incomprensiblemente aún retiene los nombres. Rufo está cansado y no me extraña. Los demás siguen llegando, colocándose todos más allá alrededor de la mesita. Alguien viene hasta mí, me alarga la llave y consigo abrir el candado. Ellos dos se han terminado sus copas y dicen que ya se marchan, sé que les despido sin besos y sonriente pero no sé ni lo que decimos. No sé tampoco cuánto tiempo transcurre hasta que yo también decido salir de allí, supongo que no mucho y a nadie le importa.

Huele la basura que no tiré el viernes cuando llego al piso el domingo. Pido hamburguesa y empanadillas a domicilio y veo en diferido el partido del Barça en Vallecas a través de un canal en ruso de youtube. La tarde la había empleado entera en alejar del pensamiento toda expectativa o recuerdo angelical y, como no quería pensar, también veo la rueda de prensa del Tata Martino posterior al partido mientras hago la digestión de la cena. Una vez tendida en la cama, sin sueño, envío todos los juramentos que establecí durante la tarde a la mierda y cojo el móvil.

-Estoy pensando que anoche nos enredamos hablando tontunas sin fin pero me gustó el rato ahí con vosotros..  (0:45)

Al instante ya está en línea y escribiendo, pero como soy idiota no doy tiempo a su respuesta y añado

-Y tanto beber no te dije que a ver si te animas a pisar x aquí, aunque según veo no tienes intenciones.. (0:46)

-Porque dices que nos enfadamos?si solo estuvimos hablando de tonterias  (0:47)

-Pero bueno... digo enredar o enRRedar.. de enrredarse a hablar! (0:50)

Huele a silencio desde entonces y a equivocación. No me harto.

10 de septiembre de 2013

A esta parte esta noche ha venido

No hemos terminado de llegar y el novio de la Sandra ya me ha divisado desde su posición, la esquina izquierda de la barra. Noto su mirada y no tardo en corresponderla, sonriendo, y como me interesa mucho más la conversación que puedan darme él y su acompañante que lo que voy hablando con el amigo gay que es mejor no tener y Maricarmen, me acerco a ellos enseguida. El novio de la Sandra se muestra encantado de haberme conocido, me abre los brazos con ímpetu y me planta dos besos a pesar de que se muestra siempre tan reticente a darlos. Yo respondo ante este detalle sonriendo ampliamente para que su acompañante me vea bien los dientes. Después de una pausa en la que algo nos decimos ya sí hago intención de dar besos al otro. Se trata de Rufo, el casi inseparable amigo de Ángel, y he marcado esa pausa entre ambos a propósito para que sepa qué clase de persona tiene delante. Hemos cargado los vasos en el maletero del coche del amigo gay que es mejor no tener y hemos llegado bebiendo la calle abajo. Mario, Bea y Susana se nos unirán poco después. Por lo pronto, Maricarmen y el gay se quedan a dos metros de distancia de nosotros pero yo hablo animada depositando mi ya medio litro de vino con limón en lo alto de la barra y sacándome un cigarro del bolso. No pienso moverme de allí hasta que me harte. El novio de la Sandra me observa divertido y lo primero que hace, ante mi sorpresa, es hablarme de Ángel. Le menciona en cuanto me acoplo a ellos como si fuese una lástima que él no esté allí y me cuenta, haciendo partícipe al Rufo, que por la tarde han estado tirando al plato todos juntos y que después le dejaron con otros bebiendo botellines en el pueblo. De alguna forma me digo interiormente que puedo lograr que se arrepienta de no haber salido, cojo aire y comienzo a disfrutar. Me veo de alguna manera obligada a preguntarle al novio de la Sandra por ella, parece disgustado por el hecho de que tendrá que desplazarse a la capital debido a su próximo parto y parece también agobiado porque ella le llama cuando está trabajando. También pregunto al Rufo si tiene trabajo y algo comento sobre mi propia situación. Poco a poco el novio de la Sandra va enlazando una conversación detrás de otra y yo le sigo derrochando personalidad para que el Rufo, más callado, perciba cómo me desenvuelvo dándome igual el tema. Al poco rato, mientras seguimos bebiendo, el novio de la Sandra vuelve a sacar a relucir a Ángel y me pregunta si he hablado con él. Como los dos me clavan los ojos esperando contestación, respondo que algo hablamos una semana atrás pero que no he vuelto a saber de él. Rufo, mirando su reloj, me informa que seguramente esté ya durmiendo la borrachera, pero el novio de la Sandra pretende que sea yo quien le llame por teléfono a esas horas para que se una a nosotros. Saca del bolsillo su móvil con teclas y acto seguido nos enseña su pantalla rajada donde aparecen, aunque no lo creyéramos, 84 llamadas perdidas. Dice tranquilamente que son todas llamadas de la Sandra y sin inmutarse introduce nuevamente el móvil en el bolsillo agarrándose a la copa. Rufo y yo nos miramos riendo por no llorar y la conversación de la llamada desaparece. Vuelven a mencionar a Ángel no sé por qué y yo aprovecho para preguntar por su madre para que el Rufo tome buena nota. Las conversaciones siguen derivando y cuando se hace más que evidente la borrachera del novio de la Sandra y todo es un reír, éste me interrumpe para decir en primera persona que me quiere mucho. Seguidamente también se lo repite al Rufo por si no le ha quedado claro. Yo espero que éste último, aparte de asentir, esté apuntándolo todo aunque no diga nada. Poco después el novio de la Sandra pretende participar en la foto de otra gente y no le dejan por lo que me insiste una y otra vez hasta que cedo y les hago una foto a ambos con mi teléfono. El gay y Maricarmen se acercan más a nosotros y entonces el novio de la Sandra me deja junto a Rufo diciéndonos que se va a comprar tabaco. No paro de beber y de reírme y mientras le estamos viendo alejarse el Rufo rápidamente me habla de Ángel otra vez, repitiéndome lo que ya sé, que allí se quedó bebiendo y también dice que ellos dos se han presentado donde ahora estamos sin cenar siquiera. Me quedo en blanco y decido hablarle del tiro al plato que también ha mencionado. Él, siempre tan sumamente serio, parece estarse divirtiendo esta noche y eso me agrada. En cada silencio mínimo giro la conversación a mi antojo y se muestra muy entretenido participando. Apuro lo que me queda en el vaso mientras el gay hace lo mismo con el suyo y entonces el Rufo se ríe claramente de Maricarmen que apenas ha empezado a beber. Le indico que es probable que nos veamos después y que nosotros nos vamos a recargar los vasos, haciéndole saber que el novio de la Sandra se encuentra un poco más allá en la misma barra. Acepta y nosotros nos alejamos. Mientras subimos calle arriba mantengo de forma interna la confianza en que casi todo lo hablado allí va a llegar a oídos angelicales porque he trabajado para ello. Al regresar con nuestros litros llenos nos uniremos a Mario, Bea y Susana que ya han llegado y prefieren pagar cuatro euros por cada vaso de tubo. Cuando pienso que el novio de la Sandra y el Rufo ya han debido irse y me encuentro apurando ya el cuarto litro de vino vuelven a hacer acto de presencia acercándose directamente a hablar conmigo sin distinguirse quién de los dos viene sonriendo con más ganas. Me vuelven a pegar la risa y algo hablo con uno y también con el otro, convirtiéndome en el centro de atención del alrededor sin habérmelo propuesto. Rufo, en un momento dado, incluso me cuelga su brazo al hombro para escuchar lo que sea que yo le esté contando. Se marchan al rato con la misma alegría con la que llegaron dejándome con una tontería encima bastante considerable. Más tarde los demás, que no han hablado con nadie, se interesarán por saber acerca del intercambio que hemos mantenido los tres y los motivos de tanta risa. No tardará alguno de ellos en decir lo bien que se lo pasaron la noche anterior, justo cuando yo no estaba, ni tampoco tardaré en volver a alejarme para hablar con otro muy simpático.