22 de junio de 2014

Hay en el vacío un reflejo mío

El amigo gay que toda mujer quisiera tener conversa conmigo en la esquina derecha de la barra. Estamos en esa misma esquina, ni un poco más allá ni un poco más acá, porque así lo ha querido Belén que es lo más egoísta que ha parido madre pero ninguno de los cuatro restantes dice nada ni yo tengo ganas de discutir. No han transcurrido ni cinco minutos de nuestra llegada a la verbena y el amigo gay que toda mujer quisiera tener me dice riéndose, al oído, que tenemos a Ángel y al Rufo justamente detrás de nosotros. Me mantengo dándoles la espalda y le digo serenamente que me da igual. Le sorprende y entonces especifico que si quiere saludarme lo hará porque yo no tengo pensado hacerlo. Yo no miento nunca, pero las cosas nunca son como yo quisiera. Sin ojearles siquiera enseguida me doy cuenta que él está hablando muy impetuoso con el ya marido de su pueblo de la ya mujer del mío que nos acompañan esta noche. Me separo de la barra tras dejar en ella la botella del refresco y me sitúo sin intención ninguna diametralmente opuesta a ellos y respetando el puto círculo. La ya mujer me observa con detenimiento, Belén también lo hace, Mario prefiere silbar al infinito y el amigo gay que toda mujer necesita sigue dándome conversación. En un momento dado éste se calla, el círculo que formamos es más círculo que nunca y según dirijo la mirada al frente el Rufo me mira también agradando su gesto. Entonces taconeo cruzando el círculo y me acerco a saludar. Doy dos besos al Rufo, que enseguida me pregunta que qué tal. Respondo que bien y espero unos segundos a que Ángel, embocado en el oído del ya marido, recoja la evidencia de que estoy ahí pegada a ellos. Nos miramos y le pregunto qué tal por inercia antes de darnos dos besos. Creo que no dice nada, embocándose de nuevo en su conversación. Vuelvo entonces a colocarme en el lugar del círculo que me corresponde ahora, justo a la derecha del Rufo que, sin perder tiempo, me vuelve a preguntar qué tal me van las cosas remarcando literalmente que no me ve desde semana santa. Como se muestra siempre tan agradable conmigo conversamos un rato acerca de nuestros respectivos trabajos y algo del verano y de la vida. Hace hincapié en que ellos dos acaban de llegar y yo le explico lo propio. Sonríe un par de veces, pero me agoto mentalmente mientras Ángel no se calla en lo que sea que esté debatiendo por lo que me giro a hablar, ya sea con Mario o con el amigo gay que se encuentra a mi derecha. Una vez que Ángel termina el debate se alejan, terminándose ahí mi aportación nocturna. Transcurren las horas como el tragar, rápidamente. Me entretengo con la posición de la luna más que con el escenario. Cambiaremos de sitio tantas veces como Belén estime conveniente no siendo muchas y ellos se situarán a unos diez o quince metros y serán varias las ocasiones en las que le distingo observándonos, pero esto ya no deja de ser basura visual sin nitidez ni sentido ni razón. Bailaré entonces mucho y reiré más, porque el amigo gay que toda mujer quisiera tener también baila. Éste me dirá que el grupo de cuarentones que tenemos detrás no me quita la vista de encima y yo siento pena y un poco de asco al darme cuenta que es cierto. El aire por momentos me trae frío y quiero irme al coche, pero nos iremos cuando Belén quiera por lo que no pronuncio palabra. Una vez dentro del coche gay, con Belén de copiloto, diré la verdad y es que no tengo pensamientos de volver a pisar otra vez esa verbena.

Me levanto tarde y porque mi padre tiene que comer, no sabe freírse un huevo. Vuelvo a acostarme tras dejar en funcionamiento el lavavajillas y me despierto poco antes de las seis de la tarde. Compruebo entonces que la ya mujer del ya marido me ha enviado una foto de la noche anterior, el caso es que salgo bien pero me doy lástima. La Sandra, cuyo coche ya se da por perdido, me escribe pidiendo que me acerque a por ella al pueblo de Ángel. No veo su nuevo embarazo desde semana santa porque no ha vuelto desde entonces, pero contesto enseguida diciendo que lo siento, que allí no me vuelven a ver el pelo. También llego a añadir, horas más tarde, que no quiero volver a verle. La novia de mi hermano Pedro me saca de la inmundicia en la que me encuentro, sentándose conmigo un par de horas en el patio. Conduzco sin música de vuelta a la ciudad, aparcando en la misma calle donde habito. Al entrar en el portal me aseguro que sigo sin recibir la invitación de boda de Noelia, por más que su hermana ayer me asegurase que debo tener la mía junto con la de Vela. Deshago el bolso y a continuación me siento aquí a escupir letras.