4 de marzo de 2014

Y yo que soy de los malos quisiera volverme bueno

Si antes lo escribo, antes tengo que venir aquí a rectificarlo.

No es un hijo de puta, su madre es buena y él un bendito que llegó a este mundo una docena de días antes que yo en el mismo hospital y dos años después de que su madre abortara en su primer embarazo a los veintisiete. Ya cavilaba yo que eso de que el primer embarazo de esta señora fuese a los treinta y un años había sido una pérdida de memoria ocasional o algún inútil transcribiendo sus resultados. Mientras yo me hallaba en el séptimo sueño, mi amiga Vela velando por mí le explica a la buena mujer que ella es Vela, velando por Chafan que tiene libre los lunes por la mañana (la tienen hecha una esclava a más de ciento ubres por sábado) aunque ella también conoce a Ángel. La madre le explica que bien temprano por la mañana, mientras yo me hallaba en el quinto sueño, su hijo la había preguntado que dónde iba. Ella con el cuestionario de citación sin rellenar y metidito en un sobre dentro de su bolso le respondió con la calle donde trabajo y entonces él la dijo que ahí trabaja su amiga Chafan y que iba a ser quien le hiciera la prueba. La buena señora menciona su miedo y habla de su hospitalización reciente, que aprovecha Vela para velar por mí y recordarle que Chafan se juntó con Ángel en el hospital cuando estaba ingresada a lo que la madre responde con que ya lo sabía porque también se lo había dicho su hijo, a quien vuelve a citar para explicarle a Vela distintos detalles familiares que le ocurren a la gente buena cuando pierde la cabeza.

Como él desde por la mañana temprano ya tenía mi nombre en sus labios, pronunciándome de tan aquella manera, y Vela me debe dinero pero es que yo la debo favores, me vuelvo a animar tras la información recibida en la tarde, diríase como a través también del resultado de deshojar paranoicas margaritas, y tras llegar a casa encaramada en unos tacones a pantalón ceñidos me lío el séptimo porro del día y agarro el wasap por los huevos. Todo ello tras haber mandado a tomar por culo a Luis Alfredo por pesao rondando el mediodía, aunque él replique que ha sido por estúpido. Son las nueve y veinte y ahora puede leerme, pienso para dentro. Le digo que su madre puede quedarse tranquila ya que no existe nada que revisarle, que yo no trabajo los lunes pero que estaba Vela en mi lugar. Él me lo agradece mucho y ahora entiende que se trataba de Vela, quizá la confusión de memoria de la madre le hiciera perderse o no sé. La recuerda de hace ya años, la mencionó la primavera anterior cuando me recordó una anécdota. Me pregunta seguidamente que yo qué tal estoy y entonces me abro el pecho y le contesto que yo no estoy bien pero que aquí sigo luchando. Me pregunta mucho y varias veces y le termino diciendo cosas importantes como que hice cambios de vida con el intento de sentirme mejor pero que he ido empeorando, que tenían su riesgo y lo estoy viviendo. Le digo también que he perdido la confianza en mí misma, la purita verdad oiga.

Es bueno, siempre lo ha sido conmigo. Desde por la mañana, bien temprano. Desde el comienzo de este año, lo antes posible. Intenta animarme y lo consigue. Me cuenta que de todo se sale y que hay rachas malas y vendrán las buenas, me dice que al menos tengo trabajo y que le mire a él en el paro. Dice que espera que lleguen tiempos mejores y cuando la conversación se pierde en abstractos profesionales y entendía que esa otra frase era la definitiva del adiós, tras mandarle un beso, esta vez de forma inesperada me contesta que igualmente y también me pide que no me raye. Él es bueno. Una vez hace ya años le dije que su comportamiento me estaba rayando y me contestó preguntándome qué era eso de mi rayar. Esta vez tocaba que me preguntase cuáles eran los cambios a los que me refería y qué tanto de malos habían sido. Él me cambió la vida, pero eso todavía no se lo he dicho. Siempre dentro de mí lo supe, él es bueno.

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