16 de agosto de 2009

Vivo sin vivir en mi

Han sucedido unas cuantas cosas pero nada que me importe más que el hecho de habernos visto de nuevo este viernes y que todo fuese distinto. Ni para mal ni para bien, distinto. Desde entonces me siento minúscula, se me ha cerrado el estómago y no sé qué hacer con mi vida, el desamparo se me queda corto y de la soledad mejor ni hablo porque se me cae encima.

1.
Se casa Maricarmen el sábado que viene con ése que no deja de rascarse los huevos mientras te habla. Estamos de despedida de soltera sorpresa, mañana será la despedida oficial y entonces no habrá posibilidad ninguna de salir del pueblo. Son alrededor de las siete de la tarde y no me aguanto la sed ni el orgullo, me acerco a indagar a Susana en cuanto la veo sola porque al amigo gay que toda mujer quisiera tener le ha faltado tiempo durante la tarde para decirme que ésta ha visto ya dos veces al Alberto y no me ha dicho al respecto absolutamente nada. La pregunto, absurdo invento, si acaso este hecho se debe a algo en concreto o simplemente no la ha dado la gana. Creo que la sorprende, me indica que apenas hemos coincidido para contarme y que no se trata más que de esto, dice que le nota muy decaído y que Alberto la explicó que no, que se encuentra bien pero que quizá el cambio de aspecto sea porque ha madurado. No la creo, al amigo gay tampoco pero éste me ha dicho que ella en ambas ocasiones corrió a su encuentro y lo veo probable porque Susana ha adelgazado más de veinte kilos. Sigo escuchándola y su siguiente comentario me petrifica,

-Lo que no sé si sabes es que a Angel le han sacado grasa de un hígado-

El mío, mi hígado, creo que sigue ahí en su sitio pero el corazón se me descuelga y mientras le localizo, como no quiero alterarme, me da la risa y la digo que sí, que sí, que le vi hace unos días y que me lo ha contado todo.

-¿ahhhh síííííí, has hablado con Él?
-sí, sí, estuvimos hablando y me estuvo explicando toda la enfermedad- la digo mientras me alejo al arrastre de Fran

Son las diez, las once, las doce, y quiero salir de allí cuanto antes. Ya no me apetece seguir cantando, mucho menos vitoreando algo que no me interesa lo más mínimo. Procuro mantener la calma, estamos más de quince personas alrededor de una mesa, estamos cenando, en teoría nos iremos al término de la cena. Noelia se ocupa de echarme sepia en mi plato, lo acompaña de algo de lechuga, yo hago lo propio con ella después, un pincho moruno que dejo a medias. Recuerdo una rodaja de chorizo en el paladar y que Noelia rellenaba una y otra vez mi vaso de sangría. Brindis y más brindis de cerveza con limón, sí, cerveza con limón bien fría. César me posiciona, soy yo, ahí, bebiendo cerveza.

Salimos de allí cuando ya debiéramos habernos ido hacía rato. No conduzco, voy atrás de un 206, con Fran al lado de Maricarmen que va vestida de folklórica. Ese que no deja de rascarse los huevos va secuestrado en otro coche vestido de torero, creo que va con César. Mario también está, en otro coche distinto. Soy la única de todo el acompañamiento que ha optado por ir toda de blanco aunque bien sabíamos todos que sólo era necesaria la camiseta. Se me indica esto una vez, dos veces, tres veces. Se corta una tela y se hacen con la misma pañuelos rojos que terminan siendo demasiado cortos y casi todos optan por atárselo al cuello. Yo no dudo y le pido a Mario que me lo ate en el brazo, para ahogarme tengo tiempo. Noelia se coge el pelo con el suyo. Sobran dos pañuelos, Noelia se coge uno a la cintura y me alarga el otro para mi otro brazo. Se supone que somos pamplonicas aunque no pasemos de ser una panda de gilipollas.

Sigo con mi ritual de hace meses de beber por la noche vodka con limón. Recuerdo un par de paseos a la barra, reirme mucho con Fran y también un pasodoble con César en el cual se le antoja hacerme volar en sus brazos por un momento dándome unas cuantas vueltas. Me mareo y el corazón todavía no me lo encuentro. No veo bien a los músicos, mucho menos a Angel. Le pido a Mario que se venga conmigo de nuevo a la barra. Cogemos ticket. Mario me pregunta si LE he visto, me río, no, no he visto a nadie, me cuesta trabajo ver la verbena. No sé qué cara tengo pero Mario me hace saber que se encuentra a tres metros y que está con una tía. Me asomo donde me dice y efectivamente, encuentro una espalda morena y un corte de pelo que desconozco e inmediatamente el corazón se deja caer en mis tobillos. Creo que voy a llorar, no sé si lo digo en alto pero entonces Mario me coge la mano y me lleva dos metros más allá, cerca de Él, allí pediremos. Según me apoyo en la barra, Su primo, que no sé de donde sale, me choca el codo, le miro, nos damos dos besos y, mientras me mantengo de espaldas a Él y esa tía, Su primo y yo hacemos un intercambio en el cual yo le tacho de mala persona por irse a dormir ya para levantarse a cazar palomas y él a mí me llama sinvergüenza porque le digo que no asistiré la noche siguiente. Mientras nos sirven las copas Mario me indica que, allá adelante, los músicos están hablando con Fran, que acaba de ganarse una camiseta por simular la cara más extraña. Recuerdo dar un par de saltos en el intento de conseguir ver algo. En uno de esos saltos veo claramente que LEs tengo al lado y que la tía de pelo desconocido es su tía carnal, con quien entiendo que sigue viviendo.

Con el corazón, ya sí, saliéndoseme del pecho, me acerco a Él, mientras la habla a ella a los ojos. No sé qué me dice porque yo ya estoy repartiendo besos. Recuerdo comer paella con el Alberto en casa de esa tía, recuerdo que la caía muy bien como novia de vecino. No tardo ni dos minutos en recriminarLE. Le suelto la grasa de su hígado allí mismo y me pone una cara extraña merecedora de camiseta mientras lo niega, dice que nadie le ha sacado nada, parece dispuesto a explicarse. Me siento sumamente imbécil y le insisto en que a mí me extrañaba pero que es lo que me han dicho. Me cuenta de nuevo todo su proceso real que no escucho pues estoy pensando en que esto mío es acoso y derribo. Mario, que no sé si está siguiendo la conversación, me indica que se va para adelante, le digo que sí, que ahora le sigo pero coloco mi copa en la barra y me dispongo a dialogar. Él la dice a su tía, de nuevo mirándola a los ojos, que la ecografía parece que no pero duele un poco. Y me dice a mí que ya está bebiendo. Alucino y me cuenta muy razonablemente que le dijeron ya los resultados porque Él quería beberse un algo en estas fiestas, que ya se los entregarán formalmente. Me acuerdo del rollito enfermera paciente y bebo de mi vaso. Evidentemente ninguno de los dos sabe de qué coño hablarme por lo que hablamos de gilipolleces como la fecha de las siguientes fiestas y de las mías, que le repito que no son el 20, son el 21, cosa que sabe de sobra. La única noche de mis fiestas que estuve con Él nos revolcamos por el suelo a besos y manos hasta pisar una mierda y pringarnos con la misma. La pregunto a ella qué tal la va y no salimos del bien, bien. Él me observa y les digo a ambos, sin que me pregunten, que yo estoy de despedida de soltera, que por ahí están un torero y una folklórica y no sé qué de San Fermín. Ella pregunta quién es quien se casa, yo digo que dudo que la conozca y nombro a Maricarmen mirándole a Él que, a todo esto divertido, me pregunta que entonces dónde está el toro y me hace repetirle nosequé para lo cual se inclina demasiado y le rozo con los labios el lóbulo de su oreja, miseria perpetuamente deliciosa. Reparo también en que la camisa que Él lleva puesta es exactamente la misma que utilizó el año pasado en estas mismas fechas, camisa que ya le he visto cuatro o cinco veces e incluso también en algunas fotos, busco en ella un posible desgaste que no encuentro. La tía dice algo lo cual yo enlazo con que anoche dicen que hubo mucha gente. Le pregunto a Él al respecto y su contestación literal es que le estoy preguntando a alguien que ha venido hoy mismo, que no lo sabe. Ah, sí, sí, que tú empiezas las vacaciones ahora, yo las acabo. Puede ser ésta la última noche y no puede ser todo más patético. Se esmera en explicarme que, al parecer, la orquesta de la noche anterior repetía respecto al año pasado y que la de esta noche estuvo en unas fiestas de julio, para lo que me pregunta si estuve allí. Le digo que no muerta de pena.

La tía ahora dice que se va a ir y yo veo necesario el irme antes que ella. No sé qué digo, no dejo de pensar en lo estúpida que estoy siendo, Le digo que me voy a ver qué están haciendo éstos y sé que entonces Él me despide con un hasta luego y que me nombra por mi nombre que se hace dulce en su boca y que mientras me alejo apuro mi copa y no tardo apenas nada en regresar a por otra. Algún inútil se ha terminado el vodka blanco, me lo sirven negro y compruebo que sabe a piruleta de fresa. No vuelvo a verLE y cada vez veo peor, al más feo de sus amigos le veo por lo menos cuarenta veces. También saludo a Su hermana porque no me queda más remedio, una ha pisado a la otra o yo no sé. La tengo allí hablando conmigo lo menos diez minutos, no sé nada de lo que me dice porque oigo fatal y me da vergüenza decirla constantemente que me repita, asiento con la cabeza, la acompaño y me encargo de decirla que yo me voy de madrí, que ya no aguanto más. No recuerdo darla más explicaciones y por si Mario la gustara la hablo de él y su similitud laboral. No sé por qué acabé después pidiéndole un abrazo al amigo gay que toda mujer quisiera tener, tampoco por qué me dio por maldecir a voces a los músicos cagándome en su puta madre mientras cantaban lo que fuera, maldiciendo la noche en general y lo gilipollas que soy en particular. César, que me había dicho hacía un momento que no tardaríamos en irnos, parece adivinarme, me indica que me cambie de coche con Mario si quiero quedarme un rato. Así lo hago pero sólo hay tiempo para ir a la barra con Bea y ella me dice que ya nos están esperando en el coche correspondiente, comparte mi frustración por su propia cuenta y todo se vuelve mierda. No quiero caminar sólo con ella.



2.
Estamos de regreso en apenas veinte minutos, el amigo gay no respeta su ele. Me dejan libre el asiento del copiloto puesto que Bea, atrás, me sentenció hace tiempo y con Raquel no cruzo palabra. No sé qué cojones hace ella en ese coche si se casó hace un mes y su marido se quedó de fiesta tan campante. Termino mi copa y lanzo el vaso de plástico por la ventana, presto un poco de atención y están planeando cómo largarse el día siguiente de la despedida oficial para volver a salir de fiesta. Quiero dormir o volar, no estoy segura. Mi hermana, Lamayor, dice que me desnudé rapidísimo, me eché en la cama y no paré de dar vueltas hasta unos minutos más tarde cuando me incliné a la orilla de la cama y vomité trocitos de sepia. Volví a vomitar después, teniendo ya abajo colocada una palancana. Dije varias veces que lo que quería era morime y que de esa noche no pasaba, me lo contó al día siguiente muerta de risa.

Yo sé que de camino a casa me quito primero un pañuelo rojo del brazo, tirándolo en mitad de la calle, y que hago lo mismo con el otro. Creo que iba mascullando algo mientras tanto. Sé que me despierto a las cinco y pico y que sólo está Juan viendo la tv. Bebo agua fría y me como tres o cuatro trozos de melón que está partido en el frigorífico. Sé que no voy a poder comer nada en todo el día, que me va a estallar la cabeza y no hay almax. Miro por enésima vez el móvil y nadie se ha dirigido a mí ni de promoción siquiera. Pienso en César que tuvo que salir para madrí durante la mañana pues trabajaba esta misma tarde, pienso en ello para intentar sentirme algo mejor aunque no lo consigo. Cerca de las seis estoy intentando masticar un melocotón, a las seis y cuarto aún no me lo terminé pero ya estoy rodeando la taza del water con ambos brazos, expulsándolo, se mezclan en mí sudores fríos y calientes y vuelvo a querer morirme. Creo que nos encontramos ante el día más caluroso del año, sí, esta es toda la conversación con mi padre. Pedro llega poco antes de las siete, me dice que ajo y agua y algo sólido, me dan ganas de vomitar otra vez pero esta vez no me queda nada. Cuando salgo de baño compruebo de nuevo el móvil, una llamada de Fran. Le llamo, está en su casa, no puedo acompañarle al compromiso que adquirí para con los festejos, estoy malísima, le explico que no he comido y no soy persona, que estoy muy débil y que creo que no asistiré a despedida ninguna, que quiero comer y dormir.

Alrededor de las siete y media tengo ya en el bolso todo aquello necesario para sobrevivir una semana en madrí, emprendo el viaje hacia la capital despidiéndome de Juan, que ahí sigue, pero a los nueve kilómetros o así me doy la vuelta en el arcén porque no tengo fuerza ni para sostener el embrague, me doy miedo y regreso a casa. A las diez comienza la despedida oficial pero no son las nueve y ya sé que no voy a ir a ningún sitio, siguen los sudores y el estómago cerrado. Fumo un par de cigarrillos, no más, me sobrevuela la amenaza de sufrir una crisis de ansiedad, es mejor quedarme en casa, no puedo permitirme en un día de otra ser el centro de atención. Doy explicaciones a diestro y siniestro dentro de mi casa, prometo intentar cenar algo. Me salgo a la calle y me siento a un fresco que no hace. Pedro, antes de marcharse a la despedida, se fuma un cigarro ahí conmigo,

-y tu amiga Bea ¿de qué va?-
-¿qué ha pasado ahora? ya te dije hace tiempo que es una tía chunga-
-y tan chunga. Su madre le ha dicho a Pocholo que sea la última vez que se acerca a su hija y que no le quieren ver cerca de ella siquiera-

Una tortilla francesa mínima, un vaso de leche y una manzana han llegado hasta aquí conmigo, estoy en madrí desde hace unas horas. He sacado las macetas de la bañera pero no he retirado el óxido, no quiero desmayarme. No he sido capaz de cocinarme nada, todo es un sudar. Ni siquiera he tenido fuerza para pasarme a ver a Fran antes de partir, ni he llamado a César porque no puedo repartir consuelo si no sé dónde lo tengo y mañana tendré que repartir sonrisas en el trabajo, tengo ya las llaves en el bolso.

4 comentarios:

Teseo dijo...

No sé qué decir, pero aún así lo he dicho.

Un abrazo.

patry dijo...

Que rara se vuelven las noches y qué duros los despertares con su toque de realidad....

C. Chase dijo...

"Con ése que no deja de rascarse los huevos mientras te habla."

No suelen caerme bien esa clase de machos, aunque a lo mejor el muchacho sólo está afectado por el calor.

Correcaminos dijo...

Lo que más me llama la atención es que cada escapada, hacia un lado u otro del segmento, al final acaba con un extraño giro a la desesperación.
O te sales por la tangente o miras las cosas con más relajación, pero no decaigas. Als du blief