El hermano de Julián es como una caja de sorpresas fabricada para mí, no salgo de mi asombro.
Fue el primero en aceptar mi propuesta lanzada con apellidos al aire para acudir a la gira de conciertos de Extremoduro. Me propuso asistir al concierto de Cáceres en concreto y me encantó la idea puesto que se trataba del casi inmediato mes de mayo. Esta misma idea se continuó en diversos mensajes privados en los que todo era un reír y un planear. Cierto día pidió mi número de móvil a su hermano y seguimos en contacto en ambos sitios. Los distintos intercambios de palabras auguraban que todo saldría a pedir de boca como así fue.
Me recogió en coche a diez minutos escasos de mi casa, en los jardines de esta ciudad a mitad de mañana. Me situó su posición desde lo lejos alzando los brazos agitadamente y comencé de nuevo a sonreír para ya no dejar de hacerlo en todo el fin de semana. Él llevaba en un pendrive la música que había preparado para escuchar durante el trayecto, pero no llegó a conectar el aparato. Me senté a su lado, tras dejar mi escaso equipaje en el maletero, y me indroduje inmediatamente en el maravilloso mundo del sosiego de los sentidos. Sigue siendo la única persona capaz de acunarme mientras me habla, todavía no me creo la suerte que tengo de tenerle cerca y ya han pasado siete días.
Condujo el coche por debajo de 90 km/h, aunque no me habría importado llegar con él a Cáceres montada en una vespino. Habíamos decidido previamente parar en Trujillo y una vez allí, tras recorrer a pié tres cuartas partes de la extensa zona medieval que él desconocía, nos sentamos a comer en una de las terrazas de la plaza. Bajo la sombra de los toldos y del cálculo que realicé a propósito pude comprobar que toda opinión suya es para tenerla en cuenta, llegando a la conclusión de que con más gente así en el mundo éste podría cambiar a mejor antes de que anocheciera.
En el resto del trayecto pude embelesarme con su gusto (que es el mío) por todo aquello que queda fuera de la versión oficial que se ofrece de diferentes temas, entrando en Cáceres con toda la tarde por delante antes de ubicarnos en el destino esperado. Supe indicarle dónde aparcar y en qué emplear las horas. Recorriendo a pié las calles empedradas del tercer conjunto monumental de Europa pudimos continuar charlando de todo aquello de lo que no me canso. Le gustó, por supuesto, más que Toledo y eso que su gusto se acerca mucho más a los árboles milenarios que a las piedras. Alabó mi labor de guía así como varias de mis respuestas ante sus preguntas y en El corral de las cigüeñas volvimos a hacer parada para descansar bebiendo frío.
Fueron cinco años interna en el instituto los que viví en esa ciudad, conociéndome hasta el último rincón de la parte antigua por lo que no quedó edificio hecho con el oro del Perú sin visitar. Le gustó especialmente un aljibe del subsuelo cacereño con entrada gratuita, por lo que le insistí en buscar imágenes en internet para ver el otro aljibe árabe, el principal que abasteció de agua a toda la noble ciudad ubicado bajo el suelo de un palacio y museo que encontramos cerrado. Lo buscó un par de días más tarde, no tardando en hacérmelo saber agradecido. Todos los sucesos históricos que salieron de mi boca lo hicieron con la intención de corresponder a su interesante y más que agradable compañía.
Decidimos trasladarnos en coche hasta el estadio del Cacereño tres horas antes del comienzo del concierto, dado que previamente el atleti jugaba la final de champions y las pantallas televisivas gigantes instaladas en el recinto para tal fin presuponían que sería difícil acceder a aparcamientos cercanos. Dejamos el coche y que los vítores a Simeone nos rodearan. Camisas rojiblancas por doquier y letras de canciones que me sé de memoria se entremezclaban al paso de personas y coches. Nos sentamos en el trozo de acera que nos pareció más conveniente y me zambullí junto a él en conversaciones difíciles de olvidar acerca de la vida y del amor. Tras apurar el último litro de vino y diez minutos antes de la hora fijada nos unimos a la cola kilométrica del puente peatonal que cruza hasta el estadio.
Nada importaron ya los lamentos colchoneros próximos al minuto cien de partido. Apenas dediqué el pensamiento de condolencia medio minuto a Ángel, mientras seguía al hermano de Julián entre las gentes con el propósito de acercarnos al escenario. Con el corazón que se me salía por la boca era incapaz de dejar de sonreír, doliéndome los mofletes de tanto hacerlo. El hermano de Julián procuró en todo momento que mi visión escénica fuese la adecuada, evitando con los brazos que los que saltaban alrededor pudiesen llegar a pisarme. Pensé que me iba a morir de amor cuando Robe, al término de la canción de apertura, nos dio las buenas noches. Lloré de felicidad poco después, entre la tercera o la cuarta, sin poder acompañar los versos con la voz durante un rato.
Decidieron parar durante veinte minutos, tras casi dos horas cercanas a la perfección del directo. Cogí la mano del hermano de Julián y atropellándome entre la gente me lo llevé lo más rápido que pude hasta los wc móviles. A nuestro regreso apareció en una de las pantallas gigantes el número de asistentes, próximo a los 16.000, y decidimos conjuntamente quedarnos rezagados atrás, donde podía distinguirse el césped verde bajo nuestros pies y era más difícil que alguien nos empujase. El grupo volvió a aparecer en escena con más fuerza aún si cabe y recuerdo al hermano de Julián, entusiasmado, diciéndome al oído que el repertorio musical que habían elegido colmaba todas sus expectativas. Cerca del final pudimos bailar Ama, ama y ensancha el alma como si estuviésemos solos en el mundo y me acabaron doliendo las manos de tanto aplaudir cuando Robe dijo sos queremos al despedirse. Sigo sin saber silbar.
Cerca de las cuatro de la mañana buscamos el albergue municipal que nos serviría de descanso nocturno. Acerté el número de la habitación que nos iban a dar, pero olvidé el pantalón de pijama y cerrar del todo la ventana situada sobre mi cabeza por lo que pasé frío y me desenamoré un poco. Cuando me harté de dormir el hermano de Julián ya hacía rato que estaba despierto. Al poco rato me dejó elegir mesa en el jardín del albergue, entre árboles y bajo un sol espléndido, y nos dispusimos a degustar el pa amb tomàquet y el café con leche. Me sorprendió nuevamente con conversaciones filosóficas y realmente creativas que no deberían terminarse nunca y al mediodía siguiente me escribiría
-que bueno estirar los huesos! Esta mañana no he podido escribirtelo pero no dejaba de pensar que estábamos mejor ayer con la conversación y el pantumaca!
En el viaje de vuelta nuestras conversaciones también me parecieron estupendas. El intercambio de pareceres me acabó aportando visiones de mí misma en las que nunca me detengo a pensar, aportes que no dudé en agradecerle de corazón. Me habló de lo que ellos hablan, de lo que ellos sienten, de lo que nadie suele hablar y de lo que cuesta trabajo decir. Enumeró también el por qué había decidido realizar ese viaje precisamente a Cáceres y concretamente conmigo y dijo quedar muy satisfecho de haber llevado a cabo ambas cosas a la vez. Me sumé a su satisfacción y le dije sinceramente que, estando de acuerdo, no será el último viaje que hagamos juntos.
Sueño que empieza otra canción, vivo en el eco de su voz, mmmmmmmmm entretenido. Sigo la estela de su olor que me susurra vámonos, mmmmmmmmm vente conmigo.
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