Cómo no le voy a querer si es todo delicadeza.
Supuestamente Bea y yo estamos allí para conocer al nuevo crío que la Sandra ha traído al mundo, pero en realidad el niño nos importa muy poco por más que Bea me diga lo contrario estando solas. A Bea le es mucho más interesante el Rufo, que cuando se marcha del bar de la terraza en la que nosotras nos encontramos, emplea un rato en saludarnos. Primero a mí, contándome culerías de la sangre caliente y distintos quehaceres laborales. Después a Bea, a quien nombra ante mi grata sorpresa. Se despedirá de nosotras no sin antes advertirnos que cambia de bar porque en el siguiente estarán ya Ángel y el resto.
Bea quiere que nos vayamos a ese otro bar cuanto antes, pero yo no tengo prisa. Primero mearé en el baño de mujeres entreteniéndome leyendo distintos nombres grabados en la puerta. Después veré el empate del atleti por el televisor mientras pido otra cerveza. Cuando termino de beber entonces ya cruzamos Su pueblo andando, al compás del carrito que transporta a las dos criaturas de la Sandra. Su novio está en nuestro pueblo, supuestamente buscando a tres de sus perros tras finalizar la cacería. En el trayecto la Sandra nos habla del nuevo negocio que ha instalado su hermano asando pollos, con detalles que ni a Bea ni a mí nos importan lo más mínimo.
Ocupamos la única mesa de la terraza que se encuentra libre, Bea dice que tendremos frío pero no la hacemos mucho caso. Es la última en sentarse y por lo tanto deberá entrar a pedir bebida. Cuando regresa nos cuenta que no tiene ganas de volver al interior en busca del aperitivo con patatas. Nuestro amigo común sale a la terraza y no tarda en acercarse a saludarme, pero como me habla mientras teclea en su teléfono yo no tardo en olvidarme de su presencia provocando que se aleje en un par de minutos. El de la conserva de tomates también acude buscando besos y sin pretenderlo le despacho rápido tras dárselos y cruzar unas palabras. La tarde se vuelve fresca y pienso entrar en calor bebiendo.
Al poco rato me hallo tan tranquila en la silla, inmersa en un diálogo con Bea de algo que no recuerdo, y siento que alguien contacta delicadamente con mi húmero izquierdo. No viene con voces o aspavientos como el resto. Levanto la vista y es Ángel, que me mira a los ojos sonriente. Me incorporo para besarle y comprobar que huele tan bien como siempre. Regreso a mi posición inicial en la silla mientras habla conmigo con una calma y un bienestar que me intriga enormemente así que le sigo en todo aquello que me cuenta y todo lo que dice está muy bien dicho y después saluda también a Bea, sin nombrarla, diciéndonos alegre que a la Sandra no la besa porque la ve con frecuencia. La niña de ésta, que no es tonta como su madre, no ha querido besarnos a ninguna de nosotras pero a Ángel le da no solo un beso sino dos mientras se ríe en mi cara loca de contenta. Ángel le pide otro beso y su ese suena suave y se me deshace en la boca.
A ellas realmente no les interesa todo aquello que él viene contando, lo que viene a ser su vida desde que no nos vemos. Me interesa mucho más a mí por lo que no despego mis ojos de cada uno de sus movimientos. Está cómodo y está tranquilo, guapo como él solo. Se ha dado cuenta que ellas le ignoran y no parece importarle, me sostiene la mirada charlando apacible. Hablamos de unas cosas y de otras y conversamos de todas. Lleva tanto rato ahí firmemente parado al lado de mi silla que llega un momento en el que Bea interrumpe su conversación con la Sandra para decirle que haga el favor de sentarse porque le está poniendo nerviosa viéndole ahí de pié.
Se sienta a mi lado y allí veremos cómo otro le viene sirviendo botellines a buen ritmo sin que él haga intención de regresar junto a ellos. Se siente bien e incluso se permite en una ocasión adivinarme el pensamiento, asombrándome en su forma de hacerlo. Ignora en todo momento lo último que le dije y yo tampoco le hablo de ello. Se comporta como si nada le hubiese dicho y yo hago lo mismo. Bea está tiritando de frío y él, que se encuentra en manga corta, finalmente me dice que vuelve dentro a seguir el partido del Barça porque allí es cierto que comienza a hacer frío. Entraré poco después a mear dos o tres cervezas en el baño y a pedir otra más en la barra. El Rufo se encuentra dos metros más allá y desde allí intercambia conmigo nuevamente culerías de la sangre caliente mientras no consigo distinguir los dientes de Luis Suárez en la pantalla plana del televisor. Cuando regreso a la terraza con los botellines en una mano y el aperitivo de aceitunas, cebolletas y pepinillos en vinagre en otra, pido paso a Ángel que se encuentra atravesado en mi camino de pie, junto a una mesa llena de amigotes. Rodeándose me deja pasar, diciéndome divertido que ya he comprobado que el partido continúa cero a cero como antes me había dicho. Salgo del bar sonriente y pocos minutos después salimos del pueblo.
No cumplo lo que digo. Dije que estaba intentando olvidarle, pero no es cierto porque yo no he intentado apenas tal cosa. No se si con su comportamiento acepta que le esté olvidando o no quiere que le olvide. En todo caso no he hecho siquiera intención de olvido. Cuando me hablaba del bocadillo que come deprisa y corriendo mientras está de caza yo no pensaba en otra cosa que no fuese imaginarle a él, vestido de verde claro verde oscuro y gorra marrón, sentado entre matorral y jara limpiándose las buceras con la manga verde llena de migas. Le veo echando mano de la cantimplora, ahora somnoliento y si quiero ilusionado. Hace que luego le vea tirando la caña pescando en el pantano de mi pueblo, habiendo pagado antes la licencia correspondiente según cuenta. Sé que Abdul pesca en completa y genuina anarquía y por necesidad, aunque ni le menciono. Yo no olvido nada, hay cosas que Ángel dice que ya me las sé, otras no. Sigue siendo el mismo niño que me guiñaba el ojo y me llevaba de la mano en eternas noches de verano del siglo pasado. El mismo de entonces, capaz de removerme por dentro ya no siempre, ahora en según qué situaciones. El que siempre quise, desde el primer momento. El que yo sabía que era bueno de antemano pero no adiviné que fuese cobarde. Él, el único por el que no dejan de nacerme nuevos y buenos sentimientos.
1 comentario:
dad a mi inteligencia la vivacidad y la prontitud y alejad de mí la timidez y de mi espíritu las tinieblas
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