19 de octubre de 2014

Mentira no se borra, mentira no se olvida

Nunca jamás encontraré a alguien que no mienta.

Este horario de trabajo apenas me permite comprar en mi tiempo libre por lo que el martes, tal vez el jueves, rondando las cinco de la tarde me ausento unos minutos para salir en busca de la tinta negra que necesito para que mi impresora acepte escanear. Recorro escasos doscientos metros y encuentro a mi hermano Pedro sentado en un banco. No sé si me ha visto antes que yo le vea, según le miro se levanta y se acerca a saludarme. Me da todo tipo de explicaciones mientras noto cómo no me sostiene la mirada. Dice que la pareja de hermanos rumanos que le acompañan en el banco viven en la casa alquilada de nuestra difunta abuela. También dice que su novia está mirando ropa en esa tienda cercana y según explica llevan así todo el día. Le pregunto entonces, mientras sigue con los ojos puestos en el infinito, si han comido en la ciudad y contesta afirmativamente explicándome dónde comieron. El corazón me late muy deprisa, mi hermano querido me está doliendo y apenas me mira a los ojos. Le hago saber mi propósito de compra, dejándole allí tras decirle que a mi vuelta seguimos hablando. Ojalá se hubiera acabado el mundo atrapándome en el interior de esa tienda, pero no lo hizo. Cuando regreso compruebo que sigue sentado en el mismo banco, me mira sonriente y me hace explicarle dónde se encuentra exactamente mi lugar de trabajo. Mientras se lo estoy explicando aparece su novia haciendo extraños aspavientos que no comprendo, casi a mi espalda. Nos damos dos besos y ella también me pregunta dónde trabajo exactamente. Cuando termino de nuevo la explicación, ella dice que siempre pensó que era en ese mismo sitio. Sin yo mencionar palabra ella añade que no me han llamado porque mi hermano se dejó el móvil en casa a lo que éste balbucea algo parecido a lo que ella acaba de decir. Siento por dentro que no me han querido avisar de su día en la ciudad, que me están mintiendo, por lo que decido irme de allí lo antes posible y eso hago repartiendo besos procurando disimular mi profunda decepción. En el trayecto de regreso a mi lugar de trabajo hago tremendos esfuerzos por no echarme a llorar y lo consigo notando cómo mis ojos vuelven a su normalidad antes de cruzar la puerta de entrada. Un par de días más tarde Pedro me escribe diciendo que Julio Anguita está hablando en televisión y, ahora sí, antes de contestarle, lloro sin remedio al darme cuenta de que es la primera vez que me escribe a pesar de que tiene wasap en el móvil desde hace meses. Soy entonces totalmente consciente de su mentira al vernos y del por qué era incapaz de mirarme a los ojos de forma contínua, entendiendo también que mi hermano querido con semejantes actuaciones dejará de serlo y al pensar en mi madre ya sí que no puedo controlar el llanto.

Abdul también me miente, pero dejo que lo haga porque me dice cositas que nadie más está dispuesto a decirme y porque ya sé que nunca jamás encontraré a alguien que no mienta. Me escribe y me llama día sí y día también. Hay noches en las que lleva a cabo ambas cosas. Me dice tantas cosas y de forma tan seguida que me es fácil distinguir la verdad de la mentira. Vendrá el jueves a pasar unos días conmigo antes de regresar a la vendimia francesa, pero cuanto más me habla y más medias verdades en él percibo menos ganas tengo de que venga. Me gustan, eso sí, sus respuestas cuando le digo que esto o aquello que ha dicho es mentira. Me gusta que me diga que me quiere y lo especial que soy, aunque me cuesta creerlo. Me gusta mucho, sobre todo, cuando dice que al vernos nuestros ojos hablarán entre ellos y sabrán qué decirse. Pero al leer esto también pienso inevitablemente en Ángel, ese que según sus amigos nunca escribe a nadie, y me doy cuenta que la última vez que hablamos a través de facebook fue él quien comenzó la conversación conmigo al igual que semanas atrás lo hizo por wasap. Me doy cuenta también que al ser tan tajante con él en esa última conversación seguramente le alejé aún más de lo que estaba. Me pregunto una y otra vez cuándo aparecerá alguien que, sin saberlo, evite que yo tenga pensamientos angelicales de esperanza y me respondo a mí misma diciéndome que nunca aparecerá nadie al igual que nunca jamás encontraré a alguien que no mienta. Me veo dispuesta a follar para olvidar ya que beber no me sirve. Me veo dispuesta a escuchar mentiras como si no existiese verdad en este mundo. Me veo eternamente enamorada de alguien que no quiere o no puede tenerme cerca. Me veo, en definitiva, en el interior de un bosque tan inmenso y tan espeso que no consigo llegar hasta la cabaña que todo bosque tiene y que toda persona encuentra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si por lo menos fuera un sufrimiento digno y se pudiera colocar en alguna parte que no fuera el espejo del baño. Fiate tu de los peces de colores y de las hemorragias del espíritu.