28 de septiembre de 2014

Qué gusto da viajar cuando se va en exprés

Como si no tuviese bastante con un pretendiente ahora me han salido otros, cualquier noche me meto en el asombro y no vuelvo a salir.

Me incorporo a la fiesta dos horas después de salir del trabajo, pero lo hago contenta. Bebo un par de copas dentro del local y me uno a los demás camino del baile. A los pocos metros nos cruzamos con la Sandra, su novio y su niña sonriente desde dentro del carro. El novio de la Sandra me llama Miamor con mucho entusiasmo ante la risa nerviosa de Bea y antes de darnos dos besos. Yo no sé dónde mirar por lo que esquivo la mirada de la Sandra y me pongo a hablar sola porque la niña no comprende mis preguntas ni puede contestarlas. No tarda el novio de la Sandra en contarme que aparcará a ambas dos en casa y que regresará ya que Ángel y el resto le esperan al lado de la barra. Al dejarles atrás, mientras no escucho a nadie, pienso en que debo procurar que ni Ángel ni dios consiga bajarme de la más alta estima en la que estoy subida. Al poco rato de llegar observo mi alrededor y comienzo a sentir cierta inquietud que se diluye inmediatamente cuando Ángel aparece de la nada y se acerca a saludarme. Trae la sonrisa de los domingos aun siendo viernes y no hay cosa que más me guste. Enseguida me está contando asuntos y pareceres laborales tan habituales en él que ya no me interesan, pero es evidente que está disfrutando con la conversación y quiero morir. Disfruta aún más haciéndome rabiar y cuanta más rabia me da más consistentes son mis golpes en su hombro al explicarme. Cualquier cámara oculta sin sonido podría hacer ver que le estoy contando chistes y nada más lejos de la realidad, no sé por qué se ríe tanto si no tiene gracia. Le interrumpo varias veces y él a mí, como si se nos fuese la vida en esas cuestiones patrias. Parece muy cómodo envuelto en toda esa no sustancia que suelta por la boca y antes de que sea capaz de llevarle a un terreno bastante más interesante, después de media hora de charla, primeramente me indica que me estoy perdiendo todas esas fotos que Belén está haciendo a diestro y siniestro. Como no por ello consigue deshacerse de mí poco después me pregunta cómo se llama aquél de allí que está hablando con nuestro amigo común. Lo sé pero no lo recuerdo y así le respondo por lo que me suelta con todas las letras que lleva varios años hablando con él y llamándole Tío y que se va para allá a saludarle. Me deja muda y con muchas horas por delante. Después invito al local a nuestro amigo común o a no se cuál de ellos tras hablar un rato y Ángel también se apunta junto al resto. Se atravesará en alguna que otra conversación de las que mantengo con terceros para llamar la atención contradiciéndome o no se para qué, me cansa y parece encantado. Le tengo lejos y el vaso siempre cerca y semivacío. A las cinco en punto decido marcharme a dormir la borrachera sin mirar atrás, introduciendo un cubo azul debajo de la cama a sabiendas de lo que me va a suceder poco después de apagar la luz.  

El marido de Maricarmen pide, ruega, grita y patalea hasta que el sábado consigue que me siente a su lado. Ninguno de los dos presta atención a la corrida de toros que estamos presenciando. Él ha pagado y yo asisto gratis, ambos queremos seguir bebiendo. Yo tomo asiento para que se calle y dejemos de llamar la atención, pero él continúa siendo el centro sin proponérselo. Tiene muchas ganas de hablar y a su mujer en casa. Tiene una borrachera que le hace hablar mucho y deprisa y también tiene a su hijo de siete años a su izquierda diciéndole que está borracho porque se lo nota en los ojos. Quiere desahogarse y dejo que lo haga porque soy incapaz de adivinar lo que va a decirme. Llega un momento en el cual todo alrededor desaparece y sólo quedan allí sus palabras en mi oído y su mano en mi rodilla. Durante una hora larga me cuenta lo que ha sido su vida en los diez años que hace que nos conocemos. Dice que se unió a Maricarmen a través de una apuesta y que con el paso de los años está viviendo lo que denomina un error. Dice que desde un principio quien le gustó fui yo y que así se lo hizo saber a mis hermanos. Dice que Maricarmen se metió en su cama cada noche y no paró hasta hacerle padre. Dice que llevan más de medio año durmiendo en camas separadas y que su relación no tiene remedio ni cura. Dice barbaridades tales como que yo debería ser la madre de ese niño o que sabe que Maricarmen a mí me quiere mucho pero que él me quiere más. Intento que entre en razón y que deje de pensar así pero es en vano ya que jura y perjura que hablará conmigo también cuando esté sereno. Afirma haber pedido mi número de teléfono varias veces a mis hermanos y relata la negativa de ellos a dárselo. El amigo gay que toda mujer quisiera tener se acerca para hacerle saber que el niño ha desaparecido. Tardará en encontrarlo unos diez minutos, tendrá que tropezarse un par de veces antes, y será un tiempo que yo aprovecharé para pegarme a Mario no dejándole espacio para el regreso.

Regresará de nuevo a mi oído al bajarnos del coche, para repetirme que hablará conmigo estando sereno. Esto ocurre poco antes de que el amigo gay que toda mujer quisiera tener venga a advertirme que ese negro que se encuentra un poco más allá en el grupo de su hermano quiere conocerme desde el momento en el que nos ha visto bajar del coche. No distingo los colores y entro en el local dispuesta a seguir bebiendo. Me siento en una silla mientras los demás no dejan de moverse, tan solo el primo de Bea me acompaña alrededor de la mesa. No he bebido ni dos tragos cuando el amigo gay que toda mujer quisiera tener insiste en que me levante y salga a conocer al negro que no deja de preguntarle por mí. El negro con su cuerpo atlético y pelo y barba estilizados me mira desde detrás de unas gafas con montura de pasta negra a las cuales solo les falta un trozo de esparadrapo en la junta para ser gafas de auténtico tonto del recreo. Mientras me habla pienso en gafas aún más esperpénticas pero no consigo imaginármelas. Creo que algo de conversación tenemos y cuando me aburre digo algo y regreso dentro volviéndome a sentar en la silla que antes abandoné. Al poco rato el local se despeja nuevamente y ya está el negro allí alrededor de la mesa haciéndome preguntas que no recuerdo. Contesto sin mucho afán, desde que puse los ojos en Patrick Kluivert me gustan los negros sin gafas. Parece que se lo huele, aunque no se las quita, y comienza a pluralizar la conversación cuando el primo de Bea abre el botellín de su cerveza y vuelve a sentarse a mi lado. De pronto el negro me pregunta que de qué planeta he venido, lo que me transporta al barrilete cósmico de Diego Armando Maradona y me da la risa. Continúa diciendo que soy la chica más guapa que ha visto durante las fiestas, confesión que provoca que el primo de Bea se atragante a medio trago haciendo el ruido y amago de escupir espuma por la boca. Me quedo en blanco con tanto halago y no recuerdo cómo salgo de allí. 

Poco antes de media noche nos vamos a casa porque algunos tienen que cenar y ducharse y otros solo nos vamos a cambiar de ropa. En el trayecto en común le pregunto al amigo gay que toda mujer quisiera tener si debería quedarme puesto el sombrero negro porque parece que me trae suerte. Mientras me quedo sola y sigo caminando pienso sonriente en el marido de Maricarmen y pienso en el negro, después los pómulos vuelven a su sitio cuando pienso en Ángel. Un par de horas más tarde ya estoy bebiendo otra vez y allí está de nuevo éste último, protegido por el amiguismo grupal en el que tan bien se mueve. Su amigo Elmalo le hace saber, al encontrarse de espaldas, que acabo de llegar. No veo bien de lejos pero su descaro se ve a leguas y Bea está allí para confirmarme en palabras lo que me ha parecido ver en silencio. Debe ser que tuvo bastante con la charla de la noche anterior porque esta vez no hace ni intención de acercarse y yo me entretengo con unos y otros. Me paso la noche dándoles la espalda cada vez que están cerca y me dedico a concentrarme en la conversación telefónica con Abdul procurando así no perder la sonrisa. Será uno de ellos que poco importa el que se autoinvite a venir al local a rellenar la copa y los demás se le unirán, Ángel incluido. Una vez allí dentro va a procurar mantenerse en todo momento ocupado hablando con sus amigotes y guardando distancia, lo que me hace sentir ridícula. Pienso en que ojalá que desapareciesen todos mientras otro de ellos me está hablando acerca de la gran cantidad de tomates que tiene en su huerto con los cuales hará conserva. Converso con todos y cada uno excepto con él y cuando ya la situación me da vergüenza llamo su atención para preguntarle si piensa tomar algo. Pronuncia mi nombre dos veces al explicarme por qué no quiere beber más, mostrándose agradecido por mi ofrecimiento. Cuando ya no quiero seguir hablando con los demás me retiro con mi copa y me siento en la única silla que veo libre. César no tardará en acercar la suya a mi lado y comienza a hablarme de cosas que me entretienen haciéndome reír. Nuestro amigo común será el que después nos diga que ya se marchan y entonces Belén pedirá hacer una foto en la que salgamos todos juntos. Alguien sale en busca de un amigo del negro para que nos sirva de fotógrafo. Nos hace tres fotos a través del móvil de Bea y de forma muy seguida. Nuestro amigo común me pide que se las envíe y yo respondo que no tengo su número ni llevo el móvil encima. Le propongo enviárselas a Ángel y que éste las comparta pero entonces replica que no las recibirá nunca puesto que Ángel no envía nada ni contesta. Ángel solo sabe reírse y Bea arregla la situación disponiéndose a apuntar el número de nuestro amigo común para enviárselas ella misma. Antes de salir por la puerta Ángel vuelve a pronunciar mi nombre diciendo adiós con la mano y el de la cosecha de tomates me hace saber que ambos volverán la noche siguiente ya que han quedado en ver al novio de la Sandra nuevamente junto a la barra.

La tarde siguiente amaneceré observando que, efectivamente, en el móvil se encuentran tres fotos en las cuales Ángel aparece lejos de mí y borraré inmediatamente una de ellas en la que Belén le mira embelesada rodeándole el cuello con su brazo en el colmo de una confianza que no se tienen. Él mira sonriente a la cámara y Belén no tiene culpa de que él sea infinitamente guapo y haya que mirarle, pero yo borro la foto para no odiar. Aparecen también en el teléfono diez llamadas perdidas junto a un mensaje del mismo número de la vendimia francesa

-Hola guapa q tal te estoy llamando y no me contesta bueno no pasa nada.perdona si te he molestado adios solo por saber como estas Chafan vale cuidate.

La tarde transcurre sin más sobresaltos y la noche se nos echa encima sin darme tiempo a pensar. Cuando llegamos al baile soy consciente de que debería hablar con una tía de Ángel ya que, tras realizarse unas pruebas conmigo hace varias semanas, ven necesario realizar otro tipo de estudios más específicos en el hospital y deseo tranquilizarla porque yo le quiero y es su tía. Me acerco a él que, según me ve llegar, avanza dos pasitos para encontrarse conmigo como si estuviese dispuesto a besarme delante de todo el mundo pero no lo hace aunque yo sonría disponible. Pregunto por su tía ya que en su momento la mujer me explicó que acudiría a este evento y será él quien me lleve hasta donde ella se encuentra abandonándome allí en cuanto nos saludamos. La buena mujer me explica que fue él quien acudió veloz a su casa para explicarla todo aquello que yo le conté por escrito tras hacerse aquellas pruebas, agradeciéndome mi gesto tranquilizante de entonces y de ahora. Alguien de su familia interrumpe la conversación entre nosotras y decido dejarles deseándola mucho ánimo. Mientras busco con la mirada a César y los demás, encuentro a Ángel observándome y me acerco de nuevo a hacerle el resumen de lo que hemos hablado. No tarda en abandonarme de nuevo en cuanto el de la cosecha de tomates me da conversación. Éste le hace regresar a nuestra tertulia para que añada esto o lo otro, pero termina desesperándome con tantas idas y venidas y no tardo en unirme a Bea que se encuentra un poco más allá. No vuelvo a verles y un par de horas después me marcho dispuesta a dormir sin pena ni gloria. Ya en la cama responderé el mensaje de Abdul con la intención de que vuelva a ponerse en contacto conmigo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Dude usted de la seriedad y sinceridad de mi empeño,solo soy un solemnisimo imbécil:un gallo vestido con plumas ajenas y un tonto de primera,pero todo esto son tonterías. Basta ecolalia.
Querida mía,de quien no esté dispuesto -no para sacrificarte su sangre,que es cosa fulmínea y fácil- sino a unirse a ti para toda la vida, a renovar cada día su entrega, no deberías aceptar ni un cigarrillo.

Examina cuántas cosas te gustan y reaniman solo porque resultan extrañas y avergüenzate.

Chafan dijo...

A no ser que siga usté siendo igual de zorro o más que antaño, no entiendo por qué no me tutea.

Anónimo dijo...

En mi situación todo se me antoja alusiones. Me confundes.