18 de diciembre de 2012

De dónde sale el sol y de qué se esconde

veintisiete años que vengo muriéndome,
nueve de ellos contigo

nos hacemos viejos

sordera
cegadez
embriaguez de otros besos

envejecemos

vestidos
solos
aparte
tú por encontrarla
yo por encontrarte


Eso lo solté en dosmilsiete y todavía lo llevo pegado al cuerpo.

He vuelto a felicitarle por su cumpleaños y no ha contestado, noticia hubiera sido lo contrario. Le envié un sms cerca de las cinco de la tarde, creo que me levanté pasadas las cuatro. No sé muy bien a qué aspiro, quizá a que me caiga un puesto de trabajo del cielo y que otro hombre verdaderamente apetecible trabaje en el despacho anexo. Aspiro a esto o algo parecido; a mis pensamientos les continúo dando el libre albedrío que merecen y escogen cualquier cosa. No estoy triste, a pesar de que el sur de Europa entero se derrumbe.

Fumo mucho y no le veo nunca. Raro es el día en que no recuerdo aquella conversación en agosto en la que él me explicaba los motivos por los que el tabaco natural que llevo dentro del bolso no serviría para la pipa con la que amenazo fumar en un futuro. Dijo varios porqués, pero sólo conservo el principal porque su estampa sonriente se apodera de toda la escena. Ni los recuerdos sirven para la causa. Continúo sin lograr reconstruir su rostro con nitidez salvo en escasas y fugaces ocasiones y en este caso tampoco es diferente, aunque esta vez puedo revisarle claramente los dientes.

Los últimos acontecimientos con él en agosto y septiembre, aunque magníficos, parecieran hechos en blanco y negro, ancestrales. Sólo su sonrisa llega hasta aquí, ahora. Este año que ya termina tan sólo nos hemos visto cuatro noches, una cantidad patética se mire como se mire. Tal vez un día considere todo esto como una verdadera pérdida de tiempo, algo que todavía no contemplo. Quizá sea el preámbulo de un final definitivo que aún me cuesta distinguir, por indeseable. El solo hecho de transitar un camino propio constituye una meta y una victoria o así lo creo, cuando no pueda guiarme por mi instinto entonces me ahorco. Creo que ya he dicho que no estoy triste.

Si yo no me hiciese tantas preguntas no tendría luego la necesidad de contestarlas y si supiese lo que tengo que hacer para tenerle cerca lo haría inmediatamente. No lo sé, me cansé de pensar. Pensando se me va la vida y con ella no se va el deseo ni estas ganas de transformarlo todo en dicha. También pienso que toda la vida no tiene por qué ser bastante, aunque en un sólo día podemos cambiar el mundo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Te vi llegar
Y sentí la presencia de un ser desconocido;
Te vi llegar
Y sentí lo que nunca jamás había sentido.

Te quise amar
Y tu amor no era fuego no era lumbre;
Las distancias apartan las ciudades,
Las ciudades destruyen las costumbres.

Te dije adiós
Y pediste que nunca, que nunca te olvidara;
Te dije adiós
Y sentí de tu amor otra vez la fuerza extraña.

Y mi alma completa se me cubrió de hielo
Y mi cuerpo entero se llenó de frío
Y estuve a punto, de cambiar tu mundo,
De cambiar tu mundo por el mundo mío.

Señor De la Vega dijo...

Mi Señora Chafan,

Mis preguntas sobre Usted, siempre tuvieron respuesta

¿Por qué leo y comento a esta idiota?

Y en entradas como ésta, confirmo la respuesta a mi insistencia.

Porque no solo consigue que la siga leyendo por su genial prosa y profunda lírica, sino también que la quiera humanamente.

Besos y Suyo, Z+-----

Anónimo dijo...

Estas sediciones como todas las certezas que nos descubre Penélope en manos del gordo de navidad esta en cualquier hombre que espera a Ulises en la mujer teje los trazos de la Itaca que desea abandonar enlutada en disfrases por unas calles donde otr@s renquean en un sueño difícil de abandonar y convierten en pesadilla de inasibles hilos de telar. ¿Para qué tanto derroche de ovillos y agujas cuando el costurero de ásperas manos delira una duermevela que mas temprano que tarde acabara?

Ulises es el tiempo y muere con cada trenza en la ilusión del telar. Es el hilo que aleja de una Itaca que se nos va.