El mundo jamás resolverá su inmundicia si la cigüeña continúa llegando en estas condiciones. Como el test de la farmacia todavía no conversa, fui la primera persona parlante conocedora de la noticia. El padre de la criatura no parecía estar en condiciones de cogerle el teléfono, quizá le hizo lo mismo que a mí: diecisiete llamadas perdidas. Después, mientras tecleábamos y yo realizaba las típicas preguntas con la mente en blanco a través del chat, ella por fin consiguió dar con su paradero. Once minutos escasos duró su conversación, once. Ojalá pudiese resolver mi propia inmundicia en un cuarto de hora.
Ante personas así, que pasan del llanto a la risa como del churro al chocolate, no debo permitirme perder tiempo en intentar comprender. Es mucho más saludable decir que sí o que no, según sea el caso. Es más, compraré lo que mejor y más barato me parezca y se lo llevaré al hospital, a la casa o allí donde se encuentre el recién nacido, realizaré las típicas preguntas postparto procurando mantener la mente en blanco y saldré de allí cuanto antes a la menor ocasión. Intentaré hacer esto porque es lo más conveniente, espero no olvidarlo. Aunque, me temo, también seré carne de escucha en los próximos y largos meses teniendo en cuenta el desbarajuste en el que están inmersos.
Por mucho, muchísimo menos, yo decidí matar y eso hicimos a aquello que engendramos Alberto y yo sin habérnoslo propuesto. Jamás se me ocurriría continuar con algo tan importante albergando dudas semejantes a las descritas o viviendo un noviazgo a todas luces tambaleante como en su caso. Loca perdida tendría que estar para no tomar las precauciones necesarias formando parte de algo tan visiblemente inconstante. Pero ella es ella y yo soy yo. Y yo, que no tengo retrasos, ni novio ni con quien follar ya tengo suficientes surrealismos como para pensar en los suyos. No le he dicho nada de esto ni tengo pensado decírselo. Sí le he dicho que se asegure bien de lo que va a hacer, porque precisamente seguridad es lo que le va a hacer falta.
Como continúa en el podio del egoísmo, se comporta conmigo como si yo no tuviese vida. Ni tan siquiera me ha preguntado por mi última entrevista y le importa una mierda o menos con quién voy a hacer acto de presencia en esa fiesta ya que ha comenzado a sufrir mareos y achaques a raíz de constatar su embarazo y ya no piensa acompañarme. Toda ella son síntomas y estupideces que se alejan de cualquier interés que yo pueda tener en conversar. Debería alejarme de ella tal y como hice hace años ya que su compañía y nada vienen a ser lo mismo, pero en el fondo me da lástima. Lo mismo siento cuando recuerdo el comentario veraniego de Noelia, mientras contemplábamos la vía láctea con más de siete cuellos pendientes de mi reacción, por cierto chafan creo que a ti no te he dicho que me caso, bueno, que nos casamos.
Nada se puede esperar de quienes no ven más allá de sus uñas y ya voy acostumbrándome a que su indolencia me entre por un oído y me salga por el otro. He perdido ya la cuenta de las veces en las que esperaba cierto apego por parte de personas consiguiendo después tan solo vacío e indiferencia. Cada vez me sorprende menos evidenciar cambios repentinos en personas cercanas y me implico bastante menos que antes en todo aquello que me cuentan. Una buena parte de mí se difumina o se guarda al vivir estos procesos, no estoy segura. Quizá no es más que la realidad, golpeándome, sacándome del verdadero sentido y valor que tengo de las cosas y ofreciéndose como lo que es, un prostíbulo.
En el caso de Noelia, quien no me había fallado en veinte años, le ha cogido gusto al no compartir y me decepciona una vez detrás de otra hasta el punto de conseguir no inmutarme. El saber -al lado de Mario y la chimenea navideña- que ya comparte la hipoteca de un apartamento a las afueras de París junto al francés hizo que el supuesto hippismo de la pareja cayera a la lumbre como si nunca hubiese existido. Tal vez ese mismo futuro de cenizas aguarda a todas mis amistades y tan solo es cuestión de tiempo.
Mientras, seguirán cantando a voz en grito la canción de veinte de abril del noventa, sonriéndome, como si no hablase de ellos el estribillo.
Como continúa en el podio del egoísmo, se comporta conmigo como si yo no tuviese vida. Ni tan siquiera me ha preguntado por mi última entrevista y le importa una mierda o menos con quién voy a hacer acto de presencia en esa fiesta ya que ha comenzado a sufrir mareos y achaques a raíz de constatar su embarazo y ya no piensa acompañarme. Toda ella son síntomas y estupideces que se alejan de cualquier interés que yo pueda tener en conversar. Debería alejarme de ella tal y como hice hace años ya que su compañía y nada vienen a ser lo mismo, pero en el fondo me da lástima. Lo mismo siento cuando recuerdo el comentario veraniego de Noelia, mientras contemplábamos la vía láctea con más de siete cuellos pendientes de mi reacción, por cierto chafan creo que a ti no te he dicho que me caso, bueno, que nos casamos.
Nada se puede esperar de quienes no ven más allá de sus uñas y ya voy acostumbrándome a que su indolencia me entre por un oído y me salga por el otro. He perdido ya la cuenta de las veces en las que esperaba cierto apego por parte de personas consiguiendo después tan solo vacío e indiferencia. Cada vez me sorprende menos evidenciar cambios repentinos en personas cercanas y me implico bastante menos que antes en todo aquello que me cuentan. Una buena parte de mí se difumina o se guarda al vivir estos procesos, no estoy segura. Quizá no es más que la realidad, golpeándome, sacándome del verdadero sentido y valor que tengo de las cosas y ofreciéndose como lo que es, un prostíbulo.
En el caso de Noelia, quien no me había fallado en veinte años, le ha cogido gusto al no compartir y me decepciona una vez detrás de otra hasta el punto de conseguir no inmutarme. El saber -al lado de Mario y la chimenea navideña- que ya comparte la hipoteca de un apartamento a las afueras de París junto al francés hizo que el supuesto hippismo de la pareja cayera a la lumbre como si nunca hubiese existido. Tal vez ese mismo futuro de cenizas aguarda a todas mis amistades y tan solo es cuestión de tiempo.
Mientras, seguirán cantando a voz en grito la canción de veinte de abril del noventa, sonriéndome, como si no hablase de ellos el estribillo.
3 comentarios:
Mi Señora Chafan,
Si el mundo se rigiese por lo que debería ser y no por lo que es, no lo reconoceríamos.
Ya se aprovechan las clases dirigentes de nuestro afán procreador, que nos dicta lo contrario de la lógica (porque hoy, tener hijos es garantía de acabar en un geriátrico antes de tiempo).
Pero igual lógica, nos impulsaría a no tener amigos en las antípodas de lo que somos y sin embargo cavamos pozos hasta Nueva Zelanda... y qué le voy a decir a Usted de enamorarse.
Ser consecuente todo el tiempo, implica muchísima renuncia y soledad, si yo le contase, que vivo en una cueva.
Hoy saldré, esta tarde a la 19h. a reunirme con digamos "amigos y amigas", cerca de la sede de PPestafa; si pasase por allí, ya lo sabe, cuídese y si me viese, no olvide sonreírme.
Besos y Suyo, Z+-----
Usté casi siempre razona su comentario y me da cierto amparo, gracias.
Ahora bien, no piense en verme aparecer por esos lares, yo acostumbro a correr delante de la policía en las huelgas generales pero no me gusta perder el tiempo.
La verdad es que a veces pienso que tenemos vidas paralelas.
Cómo te entiendo Chafán.
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