La soledad no está tan sola, no, es mi prima hermana.
Sesión plenaria. Viernes, 21:00h. Aparco el coche en la plaza empedrada y apago el motor. Intento cuatro o cinco veces incrustar lo que me resta de cigarro en la ranura derecha del cenicero del coche. Se resiste. La plaza está vacía y escucho el aire y el silencio de la noche. Doy otra calada al cigarro y miro por el espejo retrovisor, la puerta principal del ayuntamiento está abierta y la luz está encendida. El aire da miedo. Vuelvo a intentar incrustar lo que me queda del cigarrillo aún humeante en la ranura del cenicero y esta vez lo consigo. Cojo mi bolso y también la carpeta con la documentación. Me subo la cremallera del abrigo y me ajusto el cuello alto del jersey. Hace un frío de cojones. Saco la llave y me bajo del coche. El fuerte viento me zarandea tanto a la izquierda como a la derecha. Llego no sin dificultad hasta la puerta del hall y me meto dentro. Procuro devolver a mi pelo la normalidad y me giro, indiferente, hacia los papeles expuestos en el tablón de anuncios. Oigo voces arriba, aunque ya es la hora no parece tener prisa en hacerles bajar. A través de las cristaleras del hall observo la recepción en penumbra y que la sala de plenos contigua sí tiene la luz encendida. Entro y recorro el mostrador de la recepción en busca de algo interesante que llevarme al bolso. Cojo cinco caramelos de fresa con nata y cuatro de café, echando un vistazo a los calendarios y panfletos turísticos de la comarca. Oigo desde esa ubicación cómo una de las concejales hace la pelota al secretario, Mercenario a todas luces. Recuerdo cómo acudió a interrumpirme no se qué conversación en septiembre con Ángel dirigiéndose lanzado a plantarme los dos únicos besos que me va a dar en esta vida. Es el mismo que no paga alquiler por la casa municipal donde habita, ni paga luz, ni paga agua ni contribución ninguna. Recuerdo describirle a Ángel, una vez que Mercenario se alejó de nosotros, qué clase de persona acabábamos de tener delante. Sonrío porque Ángel también sonríe en mi recuerdo. Devuelvo mi pensamiento a la recepción del ayuntamiento y escucho el arrastre de sillas en el piso de arriba, ya bajan y parece que están todos. Regreso a mi pose anterior frente al tablón de anuncios del hall. Han entrado a la sala, me ha parecido verles a través de los cristales. Les sigo tras un par de minutos. Doy las buenas noches en general y creo que algunos contestan, me da igual. Mercenario, haciéndose pasar por Imparcial, hace entonces su entrada en la sala. Sí, estamos todos. El señor alcalde me pregunta si existe alguna probabilidad de la asistencia de César y, como no la hay, se decide a abrir el pleno con visible entusiasmo. No hay nadie, absolutamente nadie, entre las tres filas de asientos destinados al público. Incluso mi padre, media hora antes, me había dicho que no le hace ninguna gracia saberme con ánimo de asistencia y participación pero todo ello no me impide, con Mercenario y el alcalde a mi derecha y otros cuatro concejales en frente, conseguir hacer palidecer en un par de ocasiones a su ilustrísima. Me procuro divertir en todo momento con su torpeza por no cagarme en su puta madre mientras se suceden los artículos y las leyes que poco me importan. Y ahora me abstengo, ahora lo apruebo, ahora me vuelvo a abstener. Tengo a la sala en vilo, tengo la documentación, tengo las fechas, las ganas y el coraje, tengo las razones y una copia de solicitud vecinal con fecha de entrada veraniega cuyo original, tanto el señor alcalde como Mercenario, dicen haberse debido traspapelar. Yo me sigo divirtiendo, tengo la inteligencia y el vocabulario, tengo la serenidad, el buen uso de la ironía y nueve asuntos que tratar en Ruegos y preguntas. Tengo muchas cosas que decir y muy bien dichas, en resumen, tengo de todo menos compañía. El alcalde está inquieto, el alcalde está nervioso. Al alcalde no le gusta esa pregunta. Ni esa. Me permito, en un momento dado, preguntar a Mercenario si está tomando nota de todo lo que allí se está desarrollando y mientras asiente me indica, sin dejar de escribir
-lo que pasa es que hablas muy rápido
La sesión se convierte en un pulso verbal entre el señor alcalde y una servidora de la distinción. Recuerdo extractos plenarios de la anterior legislatura en los cuales Fran ocupaba mi sitio y yo veía, desde la segunda fila de asientos públicos, cómo el ambiente se enrarecía y todo era crispación dentro de la sala. Lo contrasto mental y rápidamente con la situación actual en la que estoy solita, haciendo un paréntesis ante mi séptima pregunta y sin la necesidad de alzar la voz en ningún momento. Estoy solita, pero estoy bien. El señor alcalde desconoce por dónde le vienen los golpes y soy yo la que está allí para disfrutarlo. Ningún otro de los presentes está anotando absolutamente nada, ni siquiera han desenfundado sus bolígrafos y, sin embargo, Mercenario y yo lo estamos apuntando supuestamente todo. Solicito copia de dos documentos en concreto porque dudo de la información que deriva en boca del alcalde. Mercenario intenta echarle una mano con información dispersa, me canso de divagar e insisto en mis convicciones de tal modo que me apodero del asombro y de la absoluta atención de la sala desde principio a fin. Finalmente, el señor alcalde recobra el color de cara porque tengo hambre y ya no tengo más preguntas por lo que, nervioso, a las 22:17 da por concluida la sesión.
Mercenario es el último que deja de escribir. Minutos antes le he dicho que me devuelva la copia de solicitud vecinal que ha tenido que leer en directo y cuyo original supuestamente se debió traspapelar meses atrás. Al proceder a devolvérmela me indica que se la preste para fotocopiarla, por lo que todos se marchan y yo debo esperar el regreso de la solicitud vecinal a mi poder. Oigo cómo sube escaleras arriba, la fotocopiadora está en su despacho. Vuelve a llegar el silencio y regreso a la sala de plenos para apagar las luces. Me entretengo en observar detenidamente los insustanciales cuadros que cuelgan de las paredes en recepción, no tengo intención de subir las escaleras. Desde arriba, Mercenario me dice que ya ha hecho la copia y me pide que suba para entregármela y enseñarme no se qué. Le digo, frente al último cuadro sin moverme siquiera, que me da pereza subir y oigo cómo regresa desde su despacho. Se queda parado en uno de los escalones a medio bajar, lo cual me sorprende. Ha frenado a varios metros de donde me encuentro y desde allí me sugiere que está a mitad de camino, incitándome de nuevo a seguirle hasta el piso de arriba y ofreciéndome de vuelta el documento estirando el brazo. Lo recojo y ante su insistencia le sigo sin mucho afán. Una vez dentro de su despacho, rápidamente toma su asiento y me invita a sentarme. Inmediatamente, al hacerlo, pienso en que no sé qué pinto allí con semejante imbécil y recuerdo el vistazo del último cuadro que cuelga sobre la pared en el piso bajo. Comienza a alargarme los distintos documentos que le había solicitado a lo largo de la sesión, se muestra muy diligente y simpático sin dejar de moverse en la silla giratoria. Quizá piensa que jamás he tenido despacho propio. Pretende hacerme creer que está en su verdadero interés la construcción de un parque infantil, acorde con mi petición al alcalde. Me muestra fotos aéreas, posible emplazamiento, ejemplos de equipamiento, peticiones a la Diputación, etc. En total creo que me muestra cuatro carpetas y distintos presupuestos. No tengo intención ninguna de cambiar de conversación pero de pronto, sin darme tiempo para pensar, le estoy explicando el verdadero motivo de mi llegada al pueblo: asistir el sábado noche a una fiesta. Soy consciente entonces de lo rápido que ha traspasado el límite de lo personal y eso, viniendo de Mercenario, no me gusta por lo que no tardo en meterme prisa a mí misma y salir a la calle.
Me meto en el coche, apuro el cigarrillo y el orgullo me hace ir cantando algo que no recuerdo en el trayecto de regreso a casa. Ya no me importa el frío. Estoy solita, pero estoy contenta. He hecho una muy buena entrevista por la mañana, un buen viaje por la tarde y mejor pleno por la noche. Estoy solita, pero voy a disfrutar mucho contándoselo todo a Mario un par de horas más tarde. A estas alturas del viernes noche todavía no le he visto y no me ha dicho que Bea se ha quedado finalmente en 4lcorcón. Tampoco he leído aún el sms de la Sandra contándome acerca de los vómitos que la retienen sin comas ni puntos en otra de las periferias del sur de la capital. Todavía desconozco que nadie, absolutamente nadie, va a hacer intención de acompañarme a la fiesta del sábado. Todavía he de sentirme sola otras seis o siete veces antes de que llegue el domingo.
2 comentarios:
Un día bien aprovechado, sí.
Olé.
Sigo tu blog desde hace tiempo ya que el amigo Hugo lo referenció en el nuestro.
Me encanta cómo escribes pero este post me gustó especialmente.
Porcia
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