24 de junio de 2010

Sin la menor indulgencia

Estoy apostando por utilizar la falsedad que me rodea ya que se cotiza al alza.

A mi regreso de una semana de vacaciones que no me he ganado vuelvo más negra que la camisa de juanes, de noche sólo se me ven los dientes y a Mario y a mí un día de estos nos montan en una patera y nos empujan para allá de vuelta. Estas y otras ocurrentes gilipolleces similares que aún están por llegar las hago públicas a diestro y siniestro y no sé muy bien por qué lo hago. No se alejan mucho de la realidad que mi cuerpo ya bronceado representa pero después de soltarlas dudo si lo hago por amor al arte, para llamar la atención, o simplemente por la búsqueda de una risa profunda que se me resiste. Quizá, es muy posible, por todo ello junto pero qué importa.

Mi hermano Juan dice que mis gafas de sol cutres están torcidas. Aún siendo así, no me importa, se ve bien el mundo con ellas puestas. Un mundo en el que, todo indica, tendré que aprender a vivir sin él; menuda mierda de mundo, desde luego que sí, pero en apariencia es un mundo simpático. La apariencia, aunque esté muy bien decir que no, es muy importante. Si uno parece gilipollas, será mucho más probable que le tomen como tal. Yo soy muy simpática cuando quiero y cuando no quiero me tuerzo, qué importa.

Tras un período de tiempo con lágrimas secas lloré de nuevo y abundantemente la otra noche. Lloré como si fuese la última vez que se me fuese a permitir hacerlo. Y mientras extraía los mocos lagrimales y me los llevaba a la boca extraje también un pensamiento; tragaré todo lo tragable sin torcerme del camino con mis gafas cutres puestas, o de noche enseñándole los dientes, porque le quiero conmigo y punto.

Puede que el hombre de mi vida después resulte ser un tuerto de Pontevedra que todavía no me ha echado el ojo pero eso ahora qué importa. Puede también que la próxima vez que me enamore lo haga de un gay. Sería algo muy extraño, sí, sobre todo porque en enamoramientos sigo cotizando 29 a 2, pero también es verdad que enamorándome de un gay tendría pluriempleo; podría entonces trabajar como la mujer barbuda y como la del más difícil todavía. Incluso ahora mismo veo simpático el trabajar los fines de semana en bollería, nada importa.

Hablando de ocurrentes gilipolleces, el amigo gay que toda mujer quisiera tener ya no me ajunta. Fue todo muy extraño, la verdad es que sí, porque poco antes de disponerme a disfrutar de esta semana de vacaciones que no me he ganado ví cómo le había perdido virtualmente hablando. Públicamente ya no me daba ni los buenos días, habiéndome negado el saludo varias veces de forma evidente aún cruzándose conmigo por la carretera y por esas calles. Dudo si su comportamiento es porque la inteligencia se le resiste, porque es así de gilipollas como parece, porque le da la gana, o porque en septiembre robó los bafles de sonido de César entregándole las llaves del local a otro en plan yo no he sido y yo resulto ser la única persona capaz de torcerle los mocos. La verdad es que poco me importa.

La verdad no tiene por qué ser única, aunque hay una evidencia perdida que ni compro ni vendo por más que llore; le quiero.

Apostaría mi mano derecha a sabiendas que no la pierdo al afirmar que aquell@s que se alejan de mi camino no saben lo que se pierden. Lástima que sí perdí la apuesta que terminé haciendo. Aposté mi fortuna, 3,55€, escogiendo a Costa de Marfil como finalista y campeona del waka waka porque esto es África, la chica morena del mostrador del fondo. Aposté por ennegrecer mi cuenta corriente, aunque mi hermano Juan al verme tan negra no tardó en decirme que el marfileño Touré Yaya va a cambiar los euros por libras a razón de 35,00** millones € según le había escuchado al gilipollas De la Morena en la Ser. Este De la Morena es el mismo que va publicando a diestro y siniestro ser el descubridor de nuestro más que ilustre Andrés Iniesta, el cual procede de un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme porque ya estamos otra vez me cago en su puta madre.

Consuelo, sí, eso es lo que necesito.

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