31 de julio de 2015

Hay que dejar el camino social alquitranado

He tenido una aventura: Pocholo me ha llevado de excursión.

He visto peonias, violetas, fresnos y árboles loro. También he visto un congreso de ciervas, un nido de águila y una libélula de color azul metálico. He visto precipicios, sinclinales, crestones cuarcíticos, cascadas y arroyos.

...

Me lavé la cara en la misma charca motivo de nuestro viaje. Charca de difícil acceso y de la cual dijo un sabio que surgían las tormentas. Encontrar aquel ojo de mar entre tal acumulo de piedras fue como haber llegado al centro de la Tierra. El más absoluto de los asombros me sobrecogió por completo nada más observar el paraje de su alrededor. La botánica y geología del lugar son extraordinarias. Lo había imaginado muchas veces, escuchando sus leyendas, pero la realidad superó con creces mis expectativas. Una paz interna lo invadió todo y apenas conseguí articular palabra durante un rato. Pocholo, recogiendo la chusta que tiré a medio metro, me avisó que nos encontrábamos a medio camino de todo lo que deseaba mostrarme y pensé que si debía volver por el mismo tramo recorrido no conseguiría salir de allí con vida. Muy al contrario, fuimos ascendiendo por la garganta de agua y no sé cómo pude hacerlo. Mientras subíamos nos detuvimos en cada charca poco profunda y nos bañamos, siendo cada vez mayores la altura y perspectiva. Fueron muchas las veces que tuve miedo y en ocasiones sólo vértigo. Pocholo no escuchaba mis temores, me abría el paso entre la maleza y me ayudaba a cruzar extendiéndome sus brazos. Una vez en la cima, habiendo alcanzado el arroyo, realizamos un descanso más prolongado antes de marcharnos. Fue allí donde Pocholo me indicó su deseo de regresar en otra ocasión y pasar una noche con luna en esa última charca. No sé si dije algo, embelesada.

Soy más apalache de lo que creía y pienso volver.

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