1 de noviembre de 2015

¿Y si de repente se cayera la luna?

Nos escribimos con tanta frecuencia que no tengo tiempo de dejar aquí constancia de ello. Jamás pensé que tuviese de mí tan buen concepto y su tacto me resulta delicado y exquisito. También le preocupan mi ánimo y mi hipotético, aunque inexistente, enfado. Se encarga de preguntarme todo aquello que no comprende, me hace reír y sigue enviandome fotos.

Y el sábado por fin nos vimos. Me recogió sobre las cinco de la tarde y, tras no dejarme ir a las 9 y media, accedió a soltarme poco antes de la una de la madrugada. Me presentó a más de siete personas en tres bares diferentes y me introdujo en su mundo hasta el punto rojo que te cojo de invitarme a la próxima cena navideña con sus amigotes. Unos amigotes que intentaron, durante todo el día, ponerle nombre a esto que ambos nos traemos entre manos y que aún no hemos definido. Aún no me creo que me saludase al llegar con dos besos y me diese, al despedirme, el beso que llevo más de media vida esperando. Fue en ese preciso momento, sonrisa mediante, cuando fui consciente de que estamos despacito haciendo el amor en cada paso.

No recuerdo sentirme más feliz.

Por todo esto, yo debería tener más seguridad que nunca en mí misma y no pensar en la posible llegada de una crisis de ansiedad arrollándome. Aunque sé que estoy inmersa en el amor de mi vida, la ansiedad y el pánico a la crisis hicieron acto de presencia nada más pisar tierra santa y también después y alrededor de las ocho. Pude sentirlos en su disimulo cambiar la temperatura de mi cuerpo y asimismo les vi representarse en forma de diablos sobre mi clavícula derecha. Pensé en morirme de taquicardia en más de una ocasión; su brazo sobre mi hombro aplastando mis diabólicos pensamientos, su forma de tratarme, sus ojos en mí durante horas. Sufrí de vértigo sentimental cada vez que entré al baño; la ansiedad con todos los diablos frente al espejo, el amor fuera y mi bolso sin pastillas. Me pagó todo lo que se me antojó beberme y no probé ni un solo alimento hasta el domingo a mediodía, comprobando a la vez que puedo vivir del aire mientras Ángel permanezca conmigo.

Hemos comenzado a formar juntos algo que no sé cómo se llama pero este camino es maravilloso. El amor ha de vencer al miedo, siempre. Y ha vuelto a utilizar el mismo verbo, mencanta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todo el asunto es de locos, nunca mires al piloto, simplemente embarca y que te sirvan una copa.