30 de agosto de 2016

No, no existe esa canción

Cuatrocientos noventa y tres besos después de hacer el amor sobre esta misma cama me di cuenta que estábamos completamente empapados en sudor y fue entonces cuando me lancé a lamerle detrás de las orejas. Sabía a sal, fue decírselo y entrarle risa y cosquillas al mismo tiempo. Al momento se reía por cualquiera de mis movimientos, ya fuera pellizcarle un pezón o tocarle el pie del lado contrario. Le tuve debajo de mí y bajo esas circunstancias cuanto tiempo quise. Decía que no sabía lo que le pasaba sin que las cosquillas cedieran y fue entonces cuando recordé que la felicidad es muy difícil de explicar. Fue una noche maravillosa y por lo inesperada absolutamente espléndida. Dado que recibí un masaje en esas condiciones ya solo me debe ocho. Después a las seis y pico primero sonó su despertador y al rato el mío, ambos con la misma melodía.

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