26 de febrero de 2017

La fábula que iluminaba mi soñar

Roncaba en decubito supino y yo rodeé con mi brazo su cintura encontrando poros en su muslo izquierdo. Rasqué los poros con mis uñas y no se inmutó. Jugué con el poco pelo de su pecho y tampoco. Merodeé con mis dedos sobre su ombligo y entonces, en un movimiento que considero inconsciente, cogió mi antebrazo con suavidad y lo paralizó encima de su abdomen durante un rato. Me mantuve entretenida escuchandole durante más de dos horas con mi cabeza apoyada sobre su hombro derecho y su brazo extendido. Sólo cambié de almohada transcurrido ese tiempo cuando sintió que se le había dormido el brazo y me pidió recuperarlo, entonces no tuve más remedio que entregárselo.

Roncaba, pero era feliz pegadita a él. Su respiración, caliente, me abanicaba la cara y con su pie derecho a veces rozaba levemente la planta del mío. Me conté mil y un cuentos pasando la noche en vela, no quise dormir porque soñaba despierta. Huele estupendamente, no me canso de decirlo. Y esta vez, aparte de correrme como es habitual, también me dedicó un masaje dejando el nivel muy alto para la posteridad.

1 comentario:

Bubo dijo...

Así da gusto dormir. Y mejor... no dormir.