Con el paso del tiempo se acortan las diferencias entre navidad y carnaval.
En las noches extravagantes de este año, las del 24 y 31, me dediqué a cogerme sinceras y nada desdeñables borracheras que procuraron alejarme de la no tanta multitud llevándome a la cama antes del amanecer, hechos que agradecí con posterioridad.
No he nacido para vivir lo que no siento, por lo que correspondí con entusiasmo la felicitación de aquellas personas con las cuales consideré necesario hacerlo felicitando con indiferencia al resto. En una ocasión comenté que muy probablemente esos días habría muertos en Belén y en casi todos los silencios cavilaba insistentemente ante la prevista e hipotética visita de Ángel. Finalmente, muertos ha habido varios pero visita ninguna. La visita de Luis Alfredo con sus hijos simplemente porque no me ha dado la gana.
Va a ser éste un año bueno, estoy segura frente a la persistente idea general de que será un año catastrófico. Me gusta pensar que esto será así. Esta tristeza acabará dando paso a ese aburrimiento que tan poco conozco, abriéndose después el porvenir de algo más fértil. No lo concibo de otra manera, las cosas han de ir mejor ya que no pueden ir peor.
A pesar de haber vivido anteriormente similares episodios de huida angelicales, son nuevos estos sentimientos de pesadumbre e interrogación. Y a pesar de haber estado hablando, una y otra vez, con las mismas personas siempre cabe la posibilidad de cambio.
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