Le sigo queriendo mucho, para qué engañar, y eso me impide perderme en otros ojos, besar otras bocas, olvidar. No tengo ganas de ver a nadie que no sea él, arrepentido, y esto no se debe solamente a mi falta de marihuana.
Se me acercan otros brazos, mientras tanto, otros son los que me tocan.
(...) Hay ruido, parece música. No quiero corresponder a ese acercamiento, a ése tampoco. Decido escuchar fonética valenciana para después jugar mentalmente a las diferencias. Para ello recuerdo los cinco dedos de una de sus manos en mi espalda, una mano abierta y suave, y cómo a la altura de mis vértebras lumbares la hacía reposar, sosteniéndose, sosteniéndome, inclinando también sutilmente su oreja sobre mis labios, rozándolos, unos labios que no dejaban de hablarle de lo que después olvida según parece. Y en comparación, este otro brazo, esta mano que me está tocando la espalda, este acercamiento no es suave, es más bien brusco, desmesurado, no entiende de reposo tampoco y fuerza un roce en mi cadera que no deseo. No tarda en calificarme, ni en tacharme de leísta. Yo tampoco tardo en apartarme y entonces les odio a todos, él es el único que se salva. Él y César, de quien me acuerdo cuando voy al baño pensando que no entiendo a María, con quien he salido, ni a sus amigas. (...)
(...) Hay ruido también en mi cabeza y más de treinta y cinco grados a la sombra fuera. También, por suerte, hay taxis. Al regresar de la feria me quito el vestido y no tardo en dormirme. Sueño entonces con uno al cual no he visto nunca, que solicita dormir conmigo mientras yo observo que estamos rodeados de ordenadores. Me agrada y creo que hablamos. Le dejo que se eche a mi lado en una cama que no sé de dónde sale y al momento su mano, suave, me acaricia la espalda. Amanezco creyendo estar en el dos mil diecisiete y que el llanto de un niño era el motivo de mi despertar, pero la realidad es otra.(...)
Hay también miedo, para qué engañar, porque le sigo queriendo mucho y el ruido y el calor no cesan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario