24 de marzo de 2012

La vereda de la puerta de atrás

Me digo a mí misma una y otra vez que debo olvidarme de este asunto y que ya basta. No consigo gran cosa pero tampoco dejo de preguntarme. A veces le imagino con miedo y me maldigo, otras veces estoy a punto de odiarle y hago lo mismo. Todas y cada una de las veces en que hemos estado juntos las tengo grabadas en mi memoria y sólo con pensar que no le importo me entran sudores fríos y ganas de vomitar.

Tener que aceptarlo me supone la mayor escalera que he tenido que subir en la vida tras la pérdida de mi madre. Tan sólo he subido dos escalones, el de que es lo que haces y el de enfermeria. Debería ir subiendo hasta el primer rellano que me permita sacar la cabeza fuera de esta construcción de ideas, pero me quedo ahí en el segundo escalón y si amago con alzar un pie se me queda la cabeza atrás. Si no supiera que se espera más de mí, me importaría poco retroceder y abrir de nuevo la puerta que acabo de cerrar.

Estática como estoy y aún inmersa en la ley del mínimo esfuerzo ya he perdido la cuenta de los días que llevo sin saltar el muro, si no lo escribo no lo creo. Y hoy me pinté las uñas de nuevo antes de verlas despostilladas y me compré ropita, se trata de grandes avances. Sólo me falta montar en bicicleta y ducharme a diario para llegar a sentirme completamente digna.

Por más que me dedique aquí a escribir los le dije y los me dijo, nadie parece dispuesto a desarrollar posibilidades ni a ponerse en mi piel o en la suya planteando hipótesis. Yo solita volví a entrar en esta historia, metiéndole en mi coche la víspera de su 25 cumpleaños con la intención de echarle el polvo que mi renovada condición de soltera necesitaba, y yo solita deberé salir dejando por imposible mi deseo y sin nada ya que reprocharme.

Bien es claro que cerca no me quiere pero tampoco entiendo por qué me besaba el ombligo con tanta dedicación, para qué me cogería en sus brazos dándome vueltas con esa fuerza o por qué nos habremos revolcado por el suelo más de una docena de veces entre besos y abrazos con semejante intensidad en este siglo y en el pasado. Quiero dejar de hacerme preguntas al no encontrar respuestas ni razonables ni convincentes, quiero dejar de hacerlo ya.

Nunca jamás nadie me postergó tanto ni tantas veces ni me echó tantas mentiras ni me dio tanta pena. No conozco a ningún otro que después de desnudarme no haya procurado repetir y nunca me observó alguien tanto ni tan detenidamente cuando podría estarme follando cada noche sin compasión. Tanto de tanto a la mierda.

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