22 de octubre de 2009

Hay que comprarse un tractor

Voy poquito a poco desperezándome.

Sé que no puedo permanecer así, entre lamentos. Algo tengo que hacer. De vez en cuando me echo en brazos de un viejo hermético con camisa blanca recién planchada bailando merengue y también en brazos del mismo destino que me va poniendo en el camino encuentros que no espero.

La otra tarde, se abrieron las puertas del tren en Tribunal y entró en el vagón un íntimo amigo de Esta condena, metido en una camisa naranja cual guantánamo. Se llama Rufo y es feo, pero me da igual porque es amigo. No le sonreí ni me inmuté, le ignoré completamente como quien ve a un feo cualquiera y le di la espalda, que no abrazo, mientras me dispuse a seguir con el sudoku rebosante de rabia. En fin.

Supongo que luz casal tendrá razón y un nuevo día brillará y se llevará la soledad y todo lo que me está estorbando junto a estos álbunes de fotos que no terminan nunca.

Supongo, imagino, entiendo.

Y me postulo, entre otras cosas me postulo, continuamente, no contra la pared ni bajando al moro sino con premeditación, creo que es una necesidad. Yo, desayunar caliente, comprar el periódico o ver la tele no pero postularme sí, lo necesito. Quisiera tener otras necesidades pero no las tengo, ni tampoco el tiempo de creármelas. Tengo que mirar a los ojos a Maricarmen, que me está hablando. La gente quiere que les mires a los ojos y les digas que sí que sí.

Me está enseñando las fotos de su boda y La casa, su casa. Lo último que me enseñó fue la liga cuando nos acercamos a cortársela. Me postulo. Después de haber hecho el recorrido protocolario por toda la casa, decido que quiero la terraza de doscientos metros y también la cochera de ladrillo visto del tipo deja la leña en su sitio y ven aquí. Me gusta mucho el porche, y sobre todo el patio que queda en la parte trasera de la casa, me encanta. La digo que todo es muy bonito, que sí que sí.

Maricarmen y yo siempre hemos hablado poco.

Siempre he querido creer que esto es así por el respeto que me tiene. Con trece años, yo no los habría cumplido, me hizo llorar. Enfiló aquella noche mi calle en dirección a mi casa refunfuñando lo que fuera y amenazando con presentarse en mi portal y decirle a mis padres que yo fumaba tabaco. Lloré, cómo lloré, pero en mi casa no llegó a entrar. Mientras se disponía, poco tiempo después, a echarle encima a otra chica una piedra de quince kilos yo era quien estaba detrás para arrebatársela de las manos. Cuando yo me sentía como un bicho amarillo, a los quince, ella zorreaba con todo aquél que revolotease alrededor y para mí ella representaba todo lo prohibido en luces de neón y por las noches, cuando me presignaba cinco veces tapada hasta la barbilla, le rezaba al aire para que a mí se me pusieran las tetas como las de Maricarmen, quería como fuera ponerme su top azul y atármelo al cuello.

Si te metes con Maricarmen, te has metido en un lío. Esto lo sé desde que fumo y como no quiero problemas con ella nos respetamos mutuamente y siempre estoy de su parte. Yo en mi adolescencia estaba viva que te mueres y ella me abría caminos que hubiera tardado siglos en trazar por mi cuenta. Que si mi madre es pobre y mi padre alcohólico o que si asómate tú y ya verás qué culo y esas cositas. Con más de veinte años tuve que tirarme literalmente a su cuello, cuello de no me entra el top azul, para que no reventara a hostias a la cornuda de turno que se había acercado a pedirla explicaciones. Con veinticuatro me dijo en el colmo de una borrachera que a ella lo que realmente la gustaba era follar, follar mucho y bien, decía. A partir de esas borracheras se me van cayendo los recuerdos con simetría a los años.

Ella, ajena a mi transcurrir de estos veintiocho, me está mirando y me mira entre divertida y recelosa. No sé de qué estamos hablando, no tiene ninguna importancia. De hecho, si yo tuviera intención de hablar con ella no sabría por dónde empezar. Es más apropiado enseñar las fotos bonitas, las caras por menos baratas, las otras caras, las más caras, las máscaras y un largo etc. Yo me voy quedando sin ganas y sin huella dactilar al mismo tiempo. Los tres años a pelo cruzan a la carrera la estancia donde nos encontramos y entonces ella sacude enérgicamente y con cierta vergüenza ajena la delantera del jersey al niño, me indica que ha estado jugando en el patio que queda en la parte trasera y que se ha manchado y yo la digo que sí que sí y no le hago cocos al niño porque no me sale.

Poco después pasamos, del plano meramente visual, al plano humano y compruebo que el recién casado forma parte de la decoración del salón con mando a distancia incorporado, que el niño no deja de gritar ni de morderme en distintas partes de la espalda y que las fotos no se acaban. Se la sale la carne por debajo del suéter, su carne cuelga y a su pecho no hay top que lo sujete, pero en las fotos no, en las fotos está muy guapa. Ese que no deja de rascarse los huevos mientras te habla despega los ojos del televisor con las mmmxxiiiimágenes de cogidas de toros divertidas y me hace saber que tendré que ver más de trescientas. Entonces me siento mal y pienso en que la felicidad se mide por los metros de terraza y me siento aún peor.

Yo quisiera decirla que sí que sí, que está muy bien eso de que en una foto salga cogiendo las arras y en otra distinta soltándolas, que me parece estupendo, pero como no sé mentir me da la risa y no digo nada. Todo es tan, pero tan, absurdo. El fotógrafo me parece una estafa y no sé el precio ni lo pregunto. La señalo una en la que ella aparece en primer plano mostrando una mueca rara que yo intento imitar y ella me sitúa en la anécdota en sí, de las más de trescientas que seguro tiene acumuladas en algún lugar de su memoria y que no voy a escuchar.

Supongo, imagino, entiendo.

Me postulo, es lógico; ella es la que se casa, ella se hace las fotos que estima convenientes. Desde luego y por supuesto. Ella me las enseña y yo tengo que verlas, sí, sí, me las está enseñando. Lo raro y lo ilógico es que ella me mirase a los ojos y me dijera la verdad, que se han casado para poder hipotecar esa casa con el patio que queda detrás. Yo no la pregunto por no meterme en un lío.

Maricarmen y yo siempre hemos hablado poco.

-El niño no descansa, ¿verdad?
-no, pues no te creas, últimamente pasa muy buenas noches

1 comentario:

Señor De la Vega dijo...

Mi Señora Chafán,
¡Qué placer el leerla!
Tiene el Don de enlazar las ideas y narrarlas con tanta frescura y originalidad, que embelesa, ¿cómo no gozar ante esa mirada chispeante?.

Sinceramente, sabe que por la Chafandika excitante, me postulo.
Besos y Suyo, Z+-----