Cuando es el malagueño quien me ha escrito, la costumbre diaria de ver que lo ha hecho ya no me aporta nada. Tardo en leer y contesto con cierta desgana.
Cuando es Ángel quien me ha escrito, mi alma se remueve en su sitio y una porción de saliva me sube desde la tráquea. Tardo varios segundos en tragarmela y un par de minutos en leer y contestar. Quien antaño me dijera/me dijeran que no escribe nunca ahora me dedica largos párrafos que ojalá no terminasen. Sigue teniendo más faltas de ortografía que defectos y enreda conmigo a conciencia. Me ve con buenos ojos, restandome pesares. Le recrimino jugando y no parece importarle, parece disfrutarlo. Después me nombra para decir que si quiero seguiremos la conversación mañana pues sólo va a poder dormir cuatro horas. Se despide de mí dos veces, la última como hacía mi abuela
-bueno hasta mañana.que pases buena noche
Cuando Ángel me escribe no recuerdo si luego duermo feliz y contenta o quizá no pego ojo en toda la noche. En definitiva, tiene razón: pienso demasiado.
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