18 de abril de 2008

actualizando

Esta mañana he estado recordando tonterías bastante grandes pero que guardan en común algo de vital importancia: qué ignorante he sido siempre, ahora menos pero todavía mucho.

Recuerdo con ocho-nueve años que aparte de ir a misa los domingos y fiestas de guardar también había una escuela. Yo no sabía lo que era que un sacapuntas pisara mi casa y aquel llamábase maestro sorteó un cajón tremendamente grande hasta arriba de material todo a estrenar y por aquel entonces mi número de la suerte era el siete pero iban diciendo números y la de las buenas notas que me precedía dijo el siete y se lo llevó todo y a mi ni me preguntaron. Aquel día cogí de número el cinco y no es broma, aún no lo he soltado, sí dejé ya de santiguarme cinco veces con la lengua en el paladar.

También me recuerdo algo después, con el pavo a la vuelta de la esquina, quedaba con la Sandra a las cinco y media en la plaza y ella a las cinco menos diez se presentaba en mi casa, daba igual que fuese martes o domingo y todo por ver a mi hermano Juan pasearse en calzoncillos oliendo a vidal shasoon que era el champú que teníamos todos esos años. Esto lo he sabido ayer por la mañana como quien dice, la Sandra es masoquista pero no gilipollas, no.

Y así sucesivamente me salen cientos de ejemplos y por eso quiero dejar estas sandeces aquí porque el pardillismo continúa y hay que asentarlo, que no sufra.

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