11 de febrero de 2009

Interurbanos

Hoy he vuelto a subirme en el 25.

Hacía ya cinco años que no tenía que subirme a esta línea de autobús pero esta mañana, a mi salida del llamado centro de salud, anduve paseando sin ninguna prisa por ir al trabajo y, tras fumarme un cigarro tranquilamente frente al parque, decidí esperar al 25 en Duquesa Viuda de Parcent para, de este modo, pasar de nuevo por el Vicente Calderón y por mi antiguo barrio. El conductor del autobús era Álvaro, para mi sorpresa, el que fue mi profesor de autoescuela. Ya no recordaba que él hacía turnos en esa línea.

A pesar de no habernos visto desde mi aprobado, he vuelto a percibir entre nosotros la misma química, es algo extraño, algo así como cierta tensión sexual, puedo notarlo y sé que no me equivoco, es algo recíproco. En mi caso, puro morbo. Casi nunca que subo a un autobús presto atención al conductor, porque casi siempre estoy en mis pensamientos o llevo los auriculares puestos, y esta vez tampoco iba a ser diferente pero él, mientras yo estaba tickando, hizo un par de movimientos rápidos y yo diría que algo estúpidos, recolocándose en su asiento, y esto me hizo observarle. Se ha cortado el pelo (antes lo llevaba hasta la altura de los hombros) y tardé un instante más de lo debido en reconocerle. Me quité uno de los auriculares y me hizo gracia pues, inmediatamente, al reparar en él y mirarle, evidencié que ya me había reconocido él a mí y quizá antes de subirme.

Una vez captada mi atención pasaron varios segundos, no sé cuántos, antes de que me llegase su nombre a la cabeza. A él, mientras, le dio tiempo a nombrarme, muy simpático, y a plantarme dos besos que hizo sonar. Me hizo varias preguntas, rápidas y muy seguidas, mientras parecía atento al cierre de puerta y al matrimonio que había subido conmigo. Me gusté en lo que vi en sus ojos, y por ello le acompañé en el trayecto de una parada, comentándole que me había cambiado de trabajo y de casa y que todo estaba bien. Él asentía, mirándome la boca, y después me dijo lo que ya sé, que conduce el 25, que hace muchísimo tiempo que no nos veíamos y que se me ve muy bien. A mí se me instaló, no sé por qué, su niña rubia en la cabeza y no dejé de visionarla hasta despedirme de él, sin dejar de sonreir, tomando asiento lo más atrás que me fue posible.

El recorrido del 25 coincide, en gran parte, con la zona de prácticas que utilizaba (al menos, conmigo) en las clases. Recorrimos el paseo de la Ermita del Santo donde, muy al principio y aún sin apenas conocernos, una mañana de lluvia intensa me hizo embragar y desembragar, con los pedales a lo largo de la cuesta arriba, ochenta veces o más, pasando de primera a segunda velocidad, en el intento de que no volviera a calar el coche como había hecho, y dos veces, antes en Pirámides, y recordé -con cierta vergüenza- que, aquella misma mañana mientras yo desembragaba la cuesta, a él todo le parecía mal y todo le alteraba y yo le acusé de pagar su mala noche conmigo y, como no paraba de alzarme la voz en sus explicaciones, llegó un momento en el que me dio rabia, le mandé a tomar por culo y continué conduciendo en silencio.

Recordar este episodio siguiendo a través de los cristales el recorrido del autobús, junto al hecho de tenerle allí delante conduciendo y observando por el retrovisor, me hizo ir saltando de recuerdo en recuerdo. Recuerdos, por otra parte, de los que no me quedan ya más que ráfagas de imágenes.

Me habré fumado, suyos, más de dos paquetes de fortuna. Y él conmigo, un porro, el último día. Una noche, al término de una de las clases, salí del coche y comencé a andar hacia atrás, mientras continuábamos hablando no sé bien de qué ni por qué, lo que sí recuerdo es que continué y me caí dentro de un charco y todavía me estoy secando el culo. Y tres horas y media, o así, permaneció un día, retirando un pequeño hilo blanco que llevaba yo entre el pelo, y creo que si no llega a pitarnos aquella furgoneta, por el semáforo abierto, estaríamos allí todavía. A veces me daba calambre, yo no sé cómo lo hacía. Y entre las calles de Brunete recuerdo tirar un día del freno de mano porque no podía parar de reirme y no me enteraba de nada.

Supo llevar mi carácter muy bien, porque yo quizá otra cosa no, pero llevar la contraria se me da de puta madre y así es imposible darle clases a nadie. Me ha gustado encontrármelo así, una mañana cualquiera, la verdad es que sí, por el morbo que me provoca y porque me he reído mucho con él, aunque siempre estábamos discutiendo y cuando no era por una cosa era por otra. Madridista puto pinche malo. Nunca me preguntó el por qué algunas veces me recogía en un sitio y me soltaba en otro, ni quién era ese, ni con quién iba, ni con quién venía, y esto yo lo agradezco mucho.

Decidí bajarme antes del final del trayecto aunque aún me faltase un tramo, me bajé en Príncipe Pío, me apetecía mucho fumarme un cigarro y que me diese el aire. Nos dijimos adiós, nombrándonos mutuamente, y si tardo en volver a verle otros cinco años estará, entonces, rondando los cincuenta y dejará de tener gracia. Nunca le pregunté su edad, por respeto y porque recogíamos a su pareja en Getafe todos los viernes. Tampoco es plan el preguntarle si no le pareció excesiva (o qué menos que curiosa) la cantidad de besos y de abrazos que me dió cuando aprobé, pero me hizo sentirme bien y con eso es suficiente.

5 comentarios:

patry dijo...

bonita historia, los reencuentros en ocasiones son maravillosos e dibujan la sonrisilla...

Anonymous dijo...

Pues ya es bastante.
No sé si Belén de las praderas será guapa, pero el tal Sergi me empieza a parecer bastante feo. Me cae mejor el chófer este.
Rbc

ruidoperro dijo...

Joder, podría ser el guión de un cortometraje. Qué cosas tiene la vida, ¿no?

PARBA dijo...

En un futuro, a saber si próximo o no, coges nuevamente el 25 y le vuelves a ver ya con 50 tacos, y a lo mejor da más morbo.

El mundo es un pañuelo, la ley de murphy pues no sé y la EMT un lugar donde reencontrarse...

SIlvia dijo...

O igual la próxima vez no te lo encuentas en el 25, sino en el 50.

Creo que en realidad nos reencontramos con mucha gente cada día, no cruzamos con ellos cada mañana o cada tarde y ni siquiera nos damos cuenta.