26 de febrero de 2009

Próxima estación Esperanza


·vistas desde el lugar en el que se ubicará mi casita en la sierra

He estado haciendo cosas sin parar, para no pensar.

Pensar es bueno, pensar mucho ya no lo es tanto, y luego estoy yo que pienso demasiado. Los términos medios nunca se me han dado bien. Entre el blanco y el negro, sin pensar, yo elijo el gris pero sólamente por joder. Soy muy simple cuando quiero. Pienso siempre mucho y luego no hago nada, y ahora llevo unos días en que me he pasado al otro extremo y he hecho muchas cosas sin pararme a pensarlas.

El miércoles quedé con Ana y, como es costumbre, llegó tarde. Si ella hubiera quedado con un tío macizo seguramente éste la perdonaría, sí, seguramente sí, por lo tanto, yo también la perdono aunque de Alcobendas ya no espere nada y aunque me diese reparo liarme un porro, esperando, frente a la comisaría de policía. Merecía la pena, son buenos ratos.

Con ella siempre sucede lo mismo, nos atropellamos al hablar aunque sí escuchemos. La conté mi decisión de adoptar una nueva vida y entonces el trabajo, como tema de conversación, se alargó durante toda la cena. Ni Praga, ni cáncer ni ostias, no pensé en ningún momento en esto. Ella quiere que, la próxima vez, asista también César para recrearse la vista y porque, de ese modo, también asistiría su novio y así éste no se enfada.

Yo, sin ir más lejos, me he enfadado con el jefe del sitio donde trabajo. Sin motivo aparente y, de hecho, llevo ya varios días sin dirigirle la palabra y ni yo sé a qué se debe. Soy muy complicada a veces. Creo, al pararme a pensarlo, que este enfado viene dado porque él es quién más cerca se encuentra y también porque es débil, feo y nunca se queja. Qué ganas tengo de perderle de vista.
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Le vengo haciendo cortes de manga, últimamente y sin darme cuenta, porque estoy desquiciada y porque él, mientras lo hago, no me está viendo. Le hablo mal, con desgana y cansancio infinito, y le llevo la contraria siempre que me da la gana o le ignoro directamente. En definitiva, para compensar esta falsedad simpática que ahora me ocupa, a alguien debo maltratar buscando el término medio. Los feos, entre otras cosas, soportan muy bien toda clase de desprecios.

Me gusta, eso sí, el robarle tabaco del cajón derecho de su despacho y, de este modo, ahorrarme el paseo hasta el estanco. Esta mañana lo he hecho por última vez, aunque voy a intentar fumar menos. Me he propuesto el intentar fumar menos, mejor dicho, aunque de nada me sirve pensar en estos propósitos porque he vuelto a Leganés.

Ahora las calles de ese pueblo huelen a estiércol y a mierda de perro. Los perros, por lo que se ve, allí también comen de puta madre y cagan mejor. Y al gordo barrigudo me lo encontré, a mi llegada, comiéndose un barreño de acelgas y ya no es tan sumamente simpático. Pienso ahora que, muy probablemente, él será un hombre de hidratos de carbono y quizá madridista y perdió ayer en la castellana.

He entrado, también, al Templo de Debod y he aprendido que éste no es persona (como siempre había pensado) sino lugar. Dejaron aquello hecho un solar y es que, si me paro a pensar, la Historia está llena de mierda como las calles de Leganés.

No he hecho, a la vista está, absolutamente nada de provecho en estos días pero, en el fondo, sé que estoy a un sólo click de elegir destino y sin moverme, siquiera, de mi posición habitual. No quiero pensar, quiero disfrutar tan sólo y que se me pare, dentro, todo esto nuevo que llega.
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Respiro mejor si siento que son míos los jueves por la tarde y no quiero pensar que aún estoy en ello.

1 comentario:

Teseo dijo...

Ya en su día lo leí, pero ahora no me apetece hacerlo de nuevo.
Es una pena, aunque sólo sea como demostración de que se han paseado los ojos sobre él, que nadie haya hecho un comentario (hasta ahora, claro).
Yo fui a ver el Templo ése, pero estaba cerrado por no-sé-qué. Acabamos unos primos segundos, un amigo de ellos y el que te escribe, en un teleférico que nos llevó a la Casa de Campo. Eso sí, me agarré bien porque sufro algo de vértigo (o sufría: ahora no tanto).