28 de noviembre de 2008

la chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina

Sí, el título de estos recuerdos viene a ser el título de la segunda novela póstuma de Larsson, y como me ha gustado mucho lo utilizo aquí en base a el mamotreto que tengo en mente escribir, y también porque quizá me lea ese libro. Y bien, una vez dicho esto, comienzo por el principio hasta que me harte.

La erótica del poder es una cosa muy chunga, que no se me olvide nunca.

Luis Alfredo, el jefe de personal de la empresa en la que me eroticé, tenía la planta y el porte de juan josé millás pero con quince años menos. No tenía oficio porque se vive muy bien del cuento y sobre todo cobrando como un respetable blanco trabajando en negro. No tenía vergüenza porque se pensaba que no tenerla le hacía más joven y considerable a mis ojos pero tampoco tenía la suficiente inteligencia como para engañarme. Sigue teniendo dos hijos y mujer, que ya es bastante.

A falta de licenciatura en económicas mi carta de presentación llevaba un par de ojos marrones tremendamente grandes y un nombre propio que según él no podría utilizar en ningún caso al coincidir con el de otra compañera. También, con mis ojos puestos, yo portaba una simpatía y un desparpajo fuera de lo normal así como un poder de convicción y una seguridad tal al explicarme que Luis Alfredo, por todo esto junto, no me había dado tiempo de regresar a casa y ya me estaba contratando.

Me gustó el sitio, el despacho que se me asignaba, el sueldo, el horario, las posibilidades de ascenso y el nombre de África por lo que así me hice llamar durante los más de tres años que allí trabajé puesto que me negué en rotundo a llamarme con mi nombre compuesto y porque mi apellido molón a Luis Alfredo le parecía que podía llevar a equívoco.

Como dije, Luis Alfredo me llamó la atención desde un principio por su parecido físico con millás y sólo por este hecho ya me apetecía escucharle. También porque era sociólogo y esa gente me raya. Él, por su parte, durante los primeros meses pretendía agradarme y acercarme a él por encima de cualquier otra cosa por lo que esa posición me resultaba muy cómoda.

Comía con África día sí día casi también y me hablaba de unas cosas y de otras, de todas y de todos, pagando casi siempre, en su intento de abarcarme. Por entonces, tan pronto me mostraba revistas de coches de los años mil para justificarme algunas conversaciones mantenidas anteriormente, como me llevaba a la oficina su creatividad plasmada con tinta china en folios din a-4, o bien me regalaba libros sin motivo aparente y me hacía siempre ser -sin pretenderlo- el puto centro de atención de todas y cada una de las reuniones internas.

Con el desbarajuste que allí había para mi era coser y cantar el hacer propuestas de mejora en las reuniones de departamento y una vez cumplidos los primeros plazos que él mismo me fijó y en los que me dio tiempo (de sobra) a reconducir y actualizar la contabilidad atrasada de tres años en tan solo unos meses, tuvimos la primera charla en la cual cumplió con lo estipulado: mi subida salarial, la titularidad del departamento, un % variable en comisiones y el acuerdo de fijarme un auxiliar administrativo que me quitase marrones.

Quizá cuando ahi le dije que procurase que el chico fuese guapo fue cuando se dio cuenta que no me conocía en absoluto y fue entonces cuando comenzó su paranoia. No lo sé. Sé que a partir de entonces comencé a cobrar en blanco más decentemente, que comencé a darme cuenta de esa -por entonces ligera- obsesión suya para conmigo, sé que a mi me hacían todavía gracia todas las tonterías mañaneras que me relataba y que esa posición estaba de puta madre en comparación con la del resto de féminas de la oficina, Ana incluida.(*)

No tardaron en aparecer ante mi de forma evidente sus ensimismamientos conmigo, me miraba con fijación y seguimiento casi absoluto, observándome, le daba igual que estuviésemos comiendo, hablando, tomando algo o trabajando. Como yo vivo siempre en la puta parra y como por entonces me follaba al Alberto muy alegremente en lo alto de la lavadora y en la bañera, yo no me percataba de adónde me conducía todo eso y todo lo que hacía era reirme y reirme porque allí se quedaba, ensimismado, mientras yo me partía de risa con Ana.

Me hacía guiños continuamente debido a mi acento al hablar y me contaba su vida entera mientras seguía observándome y en su particular proceso de intentar llegar a conocerme con su retahila de preguntas personales y directas. Recuerdo decirle que el novio de la Marisa me ponía mucho, sobre todo los jueves, pero que no pretendía tirármelo porque yo no entendía esas relaciones de estoy contigo pero me acuesto con los que puedo. Recuerdo contarle cosas como que en madrí no se puede vivir o que a mí era difícil sorprenderme porque yo me pasaba la vida controlándolo todo.

Él, en estas conversaciones, aparentaba la edad que realmente tenía y me decía cosas como que nunca se sabe, que había parejas que llegaban a determinados acuerdos ya fueran sexuales o de otra índole y que si estaban de acuerdo las dos partes no pasaba nada, yo reía porque también mostraba mucho interés en conocer a Alberto para seguir con su abarque, me enseñaba las fotos de sus hijos y me hablaba de la lactancia y de cosas que a mi me quedaban a años luz. También me dijo, por entonces, que sólamente había puesto los cuernos a su mujer una vez, que no había vuelto a hacerlo nunca más y que por lo tanto se trataba de una mujer maravillosa.

Los días y los meses transcurrían. La auxiliar administrativo a veces me daba más trabajo que el que le quitaba a África, pero mi tanto % de comisiones seguía al alza y la chica me hacía reir y me resultaba simpática. Luis Alfredo seguía muy contento de haberme conocido y por ello me concedía caprichos que yo muy simpáticamente aceptaba. Me hizo una propuesta interesante en cuanto a nuevas comisiones, se trataba de asistir a esas juntas y entonces yo así allí exponer ante los asistentes las cuentas, balances y presupuesto que yo misma le explicaba en la oficina. Acepté y debido a las horas extras a realizar comenzamos a pasar aún más tiempo juntos.

Esas juntas y reuniones siempre se producían fuera de la oficina y fuera del horario laboral. Ello conllevaba un par de horas de preparación, tomar un algo y después tener que coger el coche. No hacía mucho tiempo que Luis Alfredo se había provisto de otro coche, éste un mercedes-benz todo-terreno ML de edición limitada y propulsores de no se qué, y me lo enseñó encantado una noche en la que incomprensiblemente acudíamos a la reunión los dos solos.

En ese trayecto supe que yo también soy una mujer maravillosa. En el asiento del copiloto, al ser tan enorme, se podía hacer vida muy tranquilamente. No tardó en mostrarme el empuje de cada marcha de velocidad, las mil y una tonterías del salpicadero y sus alrededores y cómo no, el mismo firmamento, para lo que necesitó abrir el techo dejando paso a las estrellas a ciento y pico por la m-40, ya no recuerdo si julio o diciembre. Lo que no se me olvida es que mi pierna izquierda, por lo visto, también debía ser maravillosa, o poco menos que imántica.

Recordé a Ana en el instante de retirar su mano, como si fuera su pierna y no la mía. Recordé las veinte o treinta veces que ella me había advertido que lo de Luis Alfredo conmigo era todo tan evidente que no tardaría en hacerme proposiciones indecentes. No podía reirme por lo que todo lo que hice fue tragar saliva sin bajarle los pantalones! y explicarle lo primero que me vino a la cabeza, que cierta noche yo había visto la luna tremendamente hermosa, como nunca más había vuelto a verla y que era naranja. Como esa noche no había luna no sé el qué me contestó de los sillones de cuero negro.

Mientras yo recogía los papeles de la mesa tras finalizar esa junta le escuchaba algo más allá, bajo el marco de la puerta hablando con otro de forma muy cordial y muy así, no sé qué le decía de mi tierra, que como todo el mundo ya sabe es tierra de conquistadores y le decía esto mismo y no se qué de mérida y le contó como si al hombre le importara mucho de dónde provengo o si me gusta madrí por esto o lo otro. Recuerdo que miré y que los dos movían, no sé por qué, el nudo de sus corbatas y que me dio mucho asco. Sé que miré el reloj, que eran más de las doce de la noche y que pensé en mi madre, que ese día no me había pasado a verla y que me dije a mi misma que era la última junta a la que asistía.

En el camino de vuelta rechacé al menos por tres veces el irme a dormir a su casa. Me habló de la hora del reloj, de la temperatura de mi coche cuando lo recogiese, de la dificultad que encontraría al querer aparcarlo en mi barrio a esas horas y de la novia de la curva que se te aparece y te mata. Yo sólo pensaba en fundirme esa noche con Alberto entre sábanas, en fundirme todo lo recaudado y en que la mañana siguiente me levantaría a las mil si no lo pasaba discutiendo con éste que debía estarse preguntando qué había sido de mi.

Me dijo que envidiaba a Alberto, haciendo ya paralelo con mi -por entonces- 205, me dijo nuevamente que quería conocerlo, me dijo que yo era maravillosa y que él no tanto, pero y que él se había dado cuenta enseguida de cómo era yo porque él nunca fallaba. Yo me limité a sonreir, a asentir, y gracias gracias pero no le dije nada, ni que se parece al millás siquiera. Recuerdo que esa noche se despidió utilizando el diminutivo, Afri, cosa que con todo nombre me molesta que se haga.

A partir de aquella noche sí que tuve que acompañarlo una vez al decatlón en busca de una diana para sus críos o comer con él otro día en otro sitio nuevo o llegué tarde al trabajo por empeñarse en compartir el helado conmigo pero ya no volvió a ser lo mismo nunca, ya no me hacía ni puta gracia nada y el comunicarle mi decisión, de no asistir nunca más a juntas a deshoras, precipitó todo, surgió el celo de su avaricia y el que le robase aquel mechero.

Hubo que ir a una comida de empresa que se celebró en su misma casa, allá en su chalet en la sierra. Según me disponía -literalmente- a poner mi culo en una de las sillas, concretamente entre Alberto (que estaba justo a mi izquierda) y el novio de Ana (a mi derecha), Luis Alfredo me indicó que No, que yo me sentara allá, a su lado, y que tres o cuatro de los presentes que estaban ya sentados también iban a recolocarse a su gusto inmediatamente y por sus santos cojones. Tal fue la vergüenza que pasé que me senté allí donde me había dicho, sin rechistar. Alberto todavía se estaba riendo por responder (ya por instinto) ante África.

No pareció gustarle que Alberto me llevase subida a burro entre risas ya que de esa forma no escuchábamos lo que él tuviera o tuviese que comentarnos mientras paseábamos por las calles de su pueblo ni tampoco le gustó que Alberto le metiese una paliza jugando a su pimpón mientras yo en otra sala sonreía falsamente a su mujer. Igualmente me pidió explicaciones y me puso caras al ver que habíamos llegado en el coche de Ana y que pretendíamos volvernos a madrí con otra y con su novio fumaporros. Alberto simplemente alucinaba.

Haciendo uso de mi mala memoria al poco tiempo Luis Alfredo me juró, mirándome a los ojos, que ese 15% de comisión se había fijado como máximo en su momento y que no podía del verbo poder ofrecerme más. Yo le mentí del verbo mentir y dije creerle, no quería problemas pues ya los encontraba en el hospital y no volví a hacer una sola hora extra más, estaba segura que no se había fijado tope alguno y me desmotivé por completo.

Ana, ensimismándose al verle teclear, averiguó la contraseña para su carpeta privada del pc, accedimos y pudimos leer lo hermética y lo maravillosamente ingenua que nos veía a ambas. También vi el 21% que él sí estaba cobrando pero que a mí se había negado a concederme marcándome la puta niña bonita. A raiz de aquí comencé a esquivar sus frecuentes preguntas directas tachándolas como impertinencias en varias ocasiones y también intentaba esquivarle en la hora de la comida siempre que me era posible.

Comenzó a joderme y a recortarme retribuciones, que se suponían, a partes iguales. Ana me contaba haberle oido hablar de mi supuesto 12% habiendo cobrado yo un 8% y así, me presentaba ante los demás como ejemplo y sin embargo no dejaba de recortarme. Cuando me mostraba a la defensiva porque estaba hasta la polla él luego les decía a todos, a mis espaldas, que el hecho de negarme a hacer horas conllevaba a multiplicarse en ellas a algunos de los presentes, me tachaba de egoísta y de velar por mis propios intereses y me llamaba a todas horas sacándome de quicio y de la fumada.

Mi madre se fue al cielo donde no hay hijos de puta como él, que me seguía hasta el baño para preguntarme el por qué esto o por qué lo otro, que me apelotonaba los papeles en la mesa por tener que dedicarle más de una hora de reloj al teléfono que si tal que si cual, que me observaba siempre y permanentemente y que se había escuchado el disco de bebe unas setecientas veces porque le recordaba a la forma que tengo al hablar.

Las cosas con Alberto empezaron a no marchar del todo bien y cuando a veces me entretenía más de lo habitual y tardaba en subir a su casa me empezaba a joder también con preguntas ridículas respecto a Luis Alfredo. Yo le decía al Alberto que no me sentía bien, que estaba muy harta de todo y que me iba a reventar la cabeza. Él, por su parte, me aseguraba que todo estaba bien, que echaba sólo tres partidas más y se iba a dormir conmigo y que Luis Alfredo era un hijo de puta porque él pasaba más tiempo conmigo.

Recuerdo que entonces se sucedieron mis ataques de ansiedad.

El primero de ellos me llegó estando yo sola, en el burguer, leyendo el mundo deportivo, ronaldinho le había metido un golazo al sevilla en el camp nou una noche que dieron de cena gazpacho a todos los asistentes. Debía incorporarme al trabajo en un cuarto de hora pero me veía incapaz de moverme, cogí el móvil como pude pero los dedos se me agarrotaban clavándome las uñas de forma que me era imposible lograr marcar, le pedí ayuda a la pija de la mesa izquierda que me confundió con una leprosa y se largó de allí mirándome mal. Intentaba llorar sin mucho éxito al verme allí estática y con mil y un trabajos marqué el número de Luis Alfredo que en cinco minutos me recogió junto con otra compañera.

Recuerdo después el bajarme de otro de sus coches, éste un c-5, frente al centro de salud, que salió una enfermera y me metió 0,50 de trankimazin debajo de la lengua y que me llevó Luis Alfredo dentro, sentadita en una silla de ruedas. Recuerdo recordar entonces a mi madre bajando en la silla hasta la calle tras la visita ya frecuente de la ambulancia de turno. Me metieron en una habitación y me echó un celador sobre la camilla. En diez minutos vomité el whopper y los dos últimos años de mi vida, después entró a verme Luis Alfredo y me dejó en el bolso 20 euros para mi vuelta a casa.

El segundo ataque de ansiedad me dio comiendo con Luis Alfredo y con los otros dos deficientes, los dos propietarios del negocio. Me había pedido de primero arroz a la cubana. Juan se encontraba hablando de las tetas de la pamela, vigilante de tinte y playa, y se me revolvió el estómago al comprobar, una vez más, los ojos de Luis Alfredo en el hoyito de mi cuello mientras el otro subnormal no se callaba y su cara se volvía del color de mi plato. Recuerdo que me levanté sin más y eché a andar hacia la calle pero antes de llegar a la puerta tuve que sujetarme con el pico de una silla pues creía caerme al suelo de pura debilidad. Dos pasos más y ya tenía a Luis Alfredo pidiéndome tranquilidad sosteniéndome con fuerza por un brazo.

Me eché sobre la mesa en la sala de reuniones y poco más tarde se incorporó a trabajar Ana y pasó un rato allí conmigo y comencé a encontrarme algo mejor. Después recuerdo que entró por enémisa vez Luis Alfredo y que ella nos dejó solos y recuerdo que yo llevaba puesta una falda y las uñas de mis pies, allí abajo, eran de color rojo caoba.

Cuando poco después ya todo estaba fatal dentro de mi y cuando decidí apartar al Alberto de mi vida, Luis Alfredo comenzó a hablarme del malfollar, de la pérdida de valores en la juventud, de mis muchas oportunidades y de su puta madre. Hacía montañas de arena una y otra vez con mis cosas porque yo no me molestaba en darle explicaciones de mi vida y mucho menos de mis relaciones y eso le reventaba.

Organizó un viaje de empresa al cual en principio me negué a ir sin tener pareja ya que todos y cada uno iban acompañados y después, ante su mucha insistencia, le pregunté si era posible llevarme a César. Sorprendentemente me contestó que él no iba a pagarme siete polvos con mi rollete de fin de semana en la rioja. Me cagué en su puta madre y le pregunté quién se creía que era, así mismo y literalmente.

Él fue quien, unos días después, escuchó por el móvil y de golpe y porrazo y boca de Juan (el propietario), que yo me marchaba de la empresa en 8 días y que ya le había entregado mi carta de renuncia. Había sido, tiempo atrás, capaz de llamarme durante mis vacaciones, jodiéndome alguna que otra mañana, pero para llamarme en estas otras circunstancias no tuvo cojones. Él fue quien le indicó a Juan que no me pagase ni un duro en negro, estoy segura que fue idea de él y él mismo se inventó una indisposición en mi último día para no estar presente cuando me riese de ellos en la cara.

No había transcurrido una semana y me llamó al móvil para disculparse, me habló de la amistad, de los colores, de la vida en general y de la nuestra en particular. Recuerdo que esa tarde me estuve fumando un canutito escuchándole todas esas tonterías, le pedí mi dinero y se negó a dármelo porque y que había que empezar de cero. Le mandé a la mierda puesto que se pensaba que las condiciones las seguía poniendo él, así mismo se lo dije.

En unos días ya le tenía al teléfono de nuevo pidiéndome esta vez que por favor regresara a la empresa, que no era nadie sin explotarme de nuevo. Le contesté que nos tomáramos un café o un algo para que me pagase parte de lo que me debía y para decirle lo que pensaba a la puta cara. Quedamos en vernos el día siguiente en el complejo de azca y cuando le vi aparecer, sin traje y sin corbata, supe de inmediato que acudía a comerme la cabeza o tal vez la boca.

Me habló de mucha mierda y le contesté con más de la misma y cuando llegó el momento oportuno le dije, con los mismos ojos con los que le miré al principio, que no había conocido en mi vida a nadie tan hipócrita, tan avaricioso, tan falso, tan malo y tan ya no me acuerdo pero qué agusto me quedé esa tarde. Sé que cuando me fui -y sin pagar un duro- comprobé que en aquél bolso de cuero rojo no llevaba papel y que entonces me paré en la calle infantas hasta conseguir un par de papelinas.

Podíamos habernos visto unos meses después de aquella comida pero no se presentó. Yo sí. Acudí a los juzgados de alcobendas, me presenté como testigo en el juicio que se celebró tras la denuncia de la madre de Juan hacia su marido, el deficiente propietario de la empresa. Luis Alfredo, como buen jefe de personal, decidió despedir primeramente a la hermana de Juan, hija también del deficiente propietario, la echó por puta y por mala y tras hartarse de lamentos también decidió despedir a la madre. Como los lamentos continuaron en el hogar el deficiente se compró un mercedes no sé si benz o no, se echó una novia guacamaya de veinte años menos y pidió el divorcio. Y allí estaba yo para dar por culo.

Siempre pensé que la sala de lo laboral y lo civil en los que se celebran ese tipo de eventos tendrían bastante más relevancia estéticamente hablando, pero no. Son salas como el salón comedor de tu casa, poco más, todos sentaditos en esa pequeña tribuna a dos palmos del suelo, fiscal y no se quién a la derecha, con la juez de frente escoltada por dos no sé quiénes y al otro lado la defensa con su no se quién y tú ahi abajo, en el medio, al lado de un micrófono para que la justicia te oiga alto y claro. A la izquierda tienes al criminal o deficiente en este caso. A la derecha tienes al que ya sólo se lamenta.

La fiscal antes de entrar me dio las gracias por acudir y yo recuerdo darla dos besos mientras pretendía recordar sin éxito la canción que escucha siempre el bizcochito de ally mcbeal. Dentro ya me sabía las preguntas que me iba a hacer, ellas querían demostrar entre lamentos la pura verdad, que Luis Aldredo es un ser extraño para su familia y que es él quien realmente tiene el poder dentro de la empresa, que ni ella ni su hija hacían ni el huevo y mucho menos lo cobraban.

Yo era consciente que era tarea difícil puesto que en ningún papel blanco figuraba que ese ser trabajase en parte ninguna, pero la fiscal les dijo siete u ocho veces que todo iba a salir bien y yo por mi parte me limité a asentir, sabía que esa señora era y seguirá siendo la última mierda casada o divorciada pero que también hay hijos de puta que nacieron con suerte y con ella morirán. Tan sólo en la primera parte de las preguntas, cuando me habló la fiscal, me permití el lujo de hacer un pequeño paréntesis porque sabía que había un chivato en la sala.

-¿conoce usted a Luis Alfredo De Mi Vida?-

-sí, lo conozco

-¿quién es?

-un impresentable

-limítase a contestar en el plano profesional o laboral

-sí, de acuerdo

-empecemos por el principio, srta. de apellido molón, ¿por qué se marchó usted de la empresa?

-me di de baja voluntariamente bla bla blás irrelevantes.

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(*) Ana, que también me llama África en esta vida, le sigue teniendo como superior laboralmente hablando, ahora y todavía, en noviembre de dosmilocho, y me cuenta ahora los últimos movimientos de él y a mi ya me da la risa. Nunca jamás en todo este tiempo le ha preguntado a Ana por mí aunque sabe, perfectamente y por ambas partes, que ella y yo somos amigas.

Ana ahora me dice que Luis Alfredo se ha hecho un cambio de look y yo me pregunto si realmente se parecerá al yonni deep ese que tanto le gustaba como actor, me cuenta que se ha cambiado el nombre y visto lo acontecido yo la pregunto a ella si se hace llamar Talibán o qué ha escogido, ella me indica que se hace llamar Juan y ella piensa que esto lo hace para deshacerse posteriormente del susodicho y suplantarle sin más puesto que el viejo ha de morirse hoy mejor que mañana. Me dice que ahora Luis Alfredo asiste a clases de teatro y yo no sé de dónde saca las horas del día el muy hijo de puta, y dice que se mueve por la oficina como si tuviera quince años.

Ella hoy lo califica de patético y yo, tras todo lo aprendido, lo que siento hoy es mucha repugnancia y pena profunda de la raza humana.

13 comentarios:

chafandika dijo...

Me parto la caja, ahora Ana me cuenta esto por msn:

El avaricia ahora se disfraza cada dia de una cosa, ayer vino con sombrero de esos de toda la vida, no se qué cara le debí poner na mas que entró y luego me dijo que si me gustaba porque puse una cara muy rara... jajaja me parto...
Se intentó rizar el pelo pero no le cogió y ahora va con el pelo alborotado o algo así, se ha echao un amigo mu raro en el camino de santiago que lo hizo en verano, es un chavalin con rastas y pìnta jipi desos del retiro y yo creo que le imita o algo el avaricia al chaval...

Anonymous dijo...

tu mejor post hasta la fecha, joder.

Estoy lo que se dice impresionado.

W.S.

Anonymous dijo...

Luis Alfredo...tela con el nombre, compuesto, eso sí, pero feo de huevos. Él sí que necesita un seudónimo, y ya de paso, una lobotomía y una variación de personalidad.
Sí, la combinación macho dominante + jefe + repulsivo es un cóctel arduo de embuchar...pero a veces toca (de tocar y sobar, como dirías tú)
Besos,
Rbc

Teseo dijo...

¡Vaya movida!

Desde luego no te aburres.

Saludos.

patry dijo...

Que asco de hombre de verdad!! y encima ahora medio jipi y con un mercedes, pa ahorcarlo...
Yo creo q la humanidad está mal de la cabeza, creo que debe haber un tanto por ciento muy alto de subnormales ( y no me refiero a los maravillosos q padecen el dindrome de down) sueltos por ahí jodiendo la vida a la gente...pero lo q más me jode es q a ellos no se las jode nadie, pq yo le pegaba a más de un cabrón/a bastantes hostias hasta q le reventaran los dientes...
Me he levantado agresiva de la siestas, sé q es eso, eso y la mala leche de los hijos de puta.

Juan Luis Sánchez dijo...

Vaya jefe. Tía, me has dejado alucinado. Y encima se llama Luis Alfredo. Lo cuentas tan bien que me has tenido leyendo el post hasta el final y eso que es el más largo que he leído en un blog.

Me acordaré para siempre de Luis Alfredo y espero no tener pesadillas por las noches.

Un beso, simpaticona. Yo también habría soñado con la gasolina y la cerilla.

silvia dijo...

Sí, la verdad enganchaba como una telenovela, y encima se llama Luis alfredo.

Lo mas triste de todo es que solo gente así es la que llega al puesto al ha llegado en el trabajo.

- Antonio C - dijo...

Genial Chafan. Estoy de acuerdo con Rbc en que esa combinación de factores es infumable...incomible...in...

PD: me ha gustado mucho la nueva imagen del Blog.

Saludos marinos...

Anonymous dijo...

Joder nena, creo que el libro que me estoy leyendo tiene menos páginas que esta, tu última entrada.
En serio, eh.
Curiosamente el libro es del Millás, fíjate.

Dices que yo no me aburro y eso pero, no sé, a veces me da por pensar que tú tampoco eres de las que se aburren mucho y tal.

MO.

P.D.: Coincido con Somerset.
Como (casi) siempre.

chafandika dijo...

Gente, he de aclarar:

Todo lo que relato en este blog es del todo real, ahora bien, lógicamente el 85% o asín de los nombres son inventados y este es el caso de Luis Alfredo. Tiene nombre compuesto, muy feo también como éste pero no el mismo. Este lo usé porque me chupé crystal en su día y me venía bien para nombrar a este especímen.

Yo tampoco me voy llamando Chafan por la vida, así sólo me nombran mis hermanos. Ana, sí se llama Ana, por ej. Y yo me hice llamar Africa durante 3 años o más, tal cual, sí. Pedro también era Pedro (el malo), Juan es Juan y así se hace llamar ahora este hijo de puta pero muchos otros no se llaman como yo los nombro, en definitiva.

No sabía yo que iba a tener tanto ¿impacto? el puto nombre.

PARBA dijo...

Es que el nombrecito se las trae...

De verdad, toda la vida matando gilipollas y que siempre queda alguno...

emma dijo...

Ese es un pobre hombre acomplejado y machista, desgraciadamente abundan, en Spain no se por que razon, bueno, si las se pero no quiero elaborarlas.
Lo has contado todo muy bien Chafandika, da gusto leerte, te lo digo de verdad.

Chafan dijo...

Emma, que yo no sabía que andabas aún por estos terraplenes. Me alegro, te veo allá donde el ruido a veces.