16 de septiembre de 2008

hoy estoy para recibir piropos, no para escribirlos

Qué suerte tengo.

A primera hora de la mañana leo y releo en el periódico que el señor alcalde de Leganés cobra poco menos de cien mil euros (entiendo yo que brutos anuales) y sus concejales sobrepasan los cincuenta mil. Ocupa el tío (su excelencia) la posición número trece en el ranking de cabrones con sueldo público municipal, por delante de ediles de la condición de Teruel, capital de los amantes, provincia de Aragón. El susodicho (el señor don) responde por Bragado, lo que no sé es si nació en Parla y el caso es que luego dicen que el trece da mala suerte.

En fin.

Quitando un concierto de extremoduro que presencié hace unos años en La Cubierta no conocía yo este singular pueblo así, de pisar sus aceras, y hoy he descubierto que allí todo se hace a lo grande. Viva Leganés y sus gentes, sí.

Realizo transbordos perfectos de metro guiada por la inercia de la muchedumbre que he vuelto a constatar que es más fiable que mi vista de lejos. Subiendo y bajando las escaleras mecánicas en cada cambio de tren me voy guardando una y otra vez el cruce trasero del tanga que no deja de asomarse por encima de mis tejanos porque -aunque César no se percatase el viernes- he perdido un par de kilos esta semana debido al mal comer y al mucho fumar. No me equivoco ni una sola vez en el trayecto subterráneo y hoy a pesar de llevar como casi siempre los auriculares puestos he llegado a escuchar alto y claro un par de piropos (o quizá tres) hacia mi persona por lo que entre unas cosas y otras llego feliz.

Los transeúntes del pueblo a los que estratégicamente escojo con el fin de irme situando, responden con acento jubilado y extremeño o andaluz (ambos inclusive) y me indican muy acertadamente cómo es la forma más precisa para llegar a mi destino. Me ha gustado mucho un calvo, poco más de metro y medio de persona, gordo y barrigudo, que ya no creo que cumpla los sesenta y cinco y que yo aseguraría que creció en Badajoz o alrededores. Creo que esta vez no me equivoco con Murcia. Portaba de la mano a su señora esposa con orgullo y delicadeza y a la cual me muestra -¿verdad, María, que por allí se llega mejor? tú prueba guapa, prueba por ahi y ya verás-. Me enamoré una vez de uno muy parecido, ya no sé dónde fue pero me encantó y ojala sea igual el que se acueste conmigo cuando yo tenga unos setenta y tres.

Sí, me gusta ese pueblo y también los cinco o quizá seis parques infantiles que me cruzo en el camino. Todas las calles están debidamente ordenadas como me habían explicado y con su correspondiente chapita, todo limpio y en su sitio. Llego sin ningún tipo de equivocación previa al número de portal indicado y paso primeramente de largo para ver el panorama a través de los cristales y lo que observo es que el bar también me gusta.

Entro.

El camarero es gordo y barrigudo pero no jubilado, es muy amable conmigo desde el principio y yo le sonrío varias veces porque se muestra muy simpático. Ni rastro de cáscaras de pipas en el suelo, allí todo son boquerones en vinagre, salchichón, mejillones tigre, patatas bravas, tortilla de papas, morcilla de burgos y creo que etc., colocaditos tras la cristalera. Me sirve el refresco que le he pedido y me da opción a elegir el qué comer, yo se lo agradezco pero a la vez me niego a comer algo pretendiendo de esa forma que se quede con mi cara por si he de volver.

La pareja de mi izquierda -únicos clientes de cuerpo presente- deciden marcharse porque así lo quiere ella, él por su parte se entretiene mirándome porque llego de madrid y eso no se ve todos los días o no sé por qué. Quedamos el amable barrigudo y yo, y al fondo de la barra un marroquí jovencito que sigue nuestra conversación. Se acerca acto seguido y le indica al barrigudo que todo lo que yo le estoy diciendo es cierto y mirándome a mi asegura conocerme. Le miro y remiro y le repito que no le conozco de nada, pero él me va indicando y sí, efectivamente, en todos esos sitios he estado yo y entiendo que ignorándole por lo que me hago la fascinada por si se tratase de un camello precavido.

El barrigudo me explica cómo volverme mejor a casa desde otro metro más cercano y me repite por dos veces que no tengo de qué preocuparme porque estoy en Leganés y todo es extraordinario. Por supuesto intuye que me drogo por lo que me pregunta para asegurarse y como yo afirmo me deja un momentito sola con el camello precavido y este, presuroso, ante la petición que le hago coloca encima de la barra la mejor ficha que he tocado en dosmilocho y que es para mi para siempre.

A mi regreso de nuevo el guapa por doquier y es que yo no sé, de verdad, qué es lo que pasa hoy o si esto se ha de compensar más tarde recibiendo un palo tremendo.

(según el orden natural de las cosas)

5 comentarios:

Anonymous dijo...

Pues como tú pides por esa boquita y yo soy de las que intentan (en la medida de lo posible) hacer un poco más feliz a la gente que me rodea (y que me cae del carajo)...

GUAPA!


MO.

P.D.: Decías en la anterior entrada (o en la anterior a la anterior, no sé ya) que te gustaba no sé quién porque olía a MadriZ.
¿A qué huele MadriZ?

eulalia dijo...

Confieso que me encanta leerte.

Chafan dijo...

Bona nit a tottom.

A ver, que la expresión del título es porque no supe cómo redactar los acontecimientos en condiciones, de ahi esa síntesis. Pero en fin, gracias (fotos no)

ah, MO, madrí olía como a nuevo mundo, poco menos que a renacimiento. Es el olor que percibía yo escuchando a esa mujer, a todo esto yo en las faldas de mi abuela, más acá o más allá, siendo un pedo (un pedo de persona, criaturita)y se puede decir que el olor era ese.

Jota dijo...

Bla bla bla a cucharás.

ANA HIMES dijo...

jaja, son geniales las conversaciones que has descrito, y esos personajes con los que te cruzas... Genial! ;-0

Un saludo!